Mi
nieta tiene ya dos añitos, habla y corre, toca todo y pregunta por todo y si va
caminando y ve una hoja, sencillamente se detiene, se agacha y la toma, se
levanta con un brinquito y corre, así, nada más, la cosas sencillas, son
suficiente, una caricia, jugar, mirar y sorprenderse.
La
vida pasa, en ella estamos, aquí amamos, nos enojamos, estudiamos, crecemos,
poco a poco vamos andando.
He
tenido fiebre, 39 grados, con esa temperatura hay quien dice que comienzas a
alucinar, algo así me ha sucedido, la vida tiene una cualidad, es finita y en
ese tiempo debemos de hacer o acaso de no hacer.
Hoy,
en ese dejarse ir recordé las pequeñas cosas que dan alegría, esas que se hacen
sin cuidar un protocolo o un atuendo, donde las formas son efímeras y lo
importante es el hacer, así como correr descalzo o andar en bicicleta haciendo
piruetas o bien, algo (que todavía hago, aunque cada vez con menos frecuencia),
tocar los timbre de un edificio y echar a correr o saltar sobre un charco y
mojar a quien va con nosotros.
Si,
los sueños y la alegría se van quedando olvidados en un rincón, los míos los
deje hace muchos años sentados en una banca de un parque y nunca he retornado
por ellos.
Hoy
extraño las cosas sencillas, quisiera tener el ánimo y el valor de hacerlos,
pero desde que soy un adulto he olvidado cómo hacerlo, así que estoy intentando
regresar y buscar esa banca donde algún día las deje, sé que no van a estar ahí,
pero al menos habré recuperado un poco de eso que alegra la vida.
Hoy
solo deseo que antes de irme pueda volver a jugar y a correr, a saltar y a detenerme
a mirar una flor, acariciarla y olerla, a las cosas sencillas.
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