“Creo que en la vida existen varios lugares, algunos íntimos, otros abiertos, los primeros son solitarios y únicos, los segundos son de todos, lugares donde todos podemos reinventarnos, recrearnos, redimirnos, lugares para compartir, para ser generosos, lugares para amar y reír, lugares donde llorar y estar con alguien, lugares para construir entre todos” Alejandro
Ándale
Machín, ¡apúrate! – así gritaba yo, todos abordamos el camión – ¡¡¡ya voy!!!!
Por
alguna razón ( no logro adivinar cual fue, sencillamente el irse, supongo, pero que con la edad se llama insensatez), decidimos abordarle
el camión (autobús) e irnos a Chapultepec.
-El
Moriras dice- Apreciables pasajeros, este camión va a Chapultepec, si alguno de
ustedes va, sigan, los demás bajen aquí. -nadie se queja-, la mayoría de los
pasajeros descienden.
Nacho
empieza a tocar la guitarra –lo hace magistralmente, Es 1972, lugar, Azcapotzalco
escucho por vez primera a Juan (Joan) Manuel Serrat, también sucede con Antonio
Machado, este es mi segundo y definitivo nexo con la poesía, después, con el
tiempo, ya sea por Serrat u otros conozco más poetas e la generación del 29 y evidentemente a muchos màs...
Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.
Nunca perseguí la gloria,
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles
como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse.
XXIX
Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.
El resto de
las estrofas pertenece a Serrat, pero se incluyen en ellas los dos versos de
Machado antes mencionados (aquí en letra cursiva).
Hace algún tiempo, en ese lugar
donde hoy los bosques se visten de
espinos,
se oyó la voz de un poeta gritar:
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar,
golpe a golpe, verso a verso.
Murió el poeta lejos del hogar,
le cubre el polvo de un país vecino.
Al alejarse le vieron llorar,
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar,
golpe a golpe, verso a verso.
Cuando el jilguero no puede cantar,
cuando el poeta es un peregrino,
cuando de nada nos sirve rezar,
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar,
golpe a golpe, verso a verso.
Concluye,
mi vida gira con otro eje, la poesía, ahora es una necesidad de mi vida…
Esto
sucede en mi ciudad, como sucede en tantos lugares del mundo, hoy deseo dejar
testimonio de lo que es todavía cotidianeidad para tanta mujeres, habrá quienes
digan “si, pero les gusta”, “eso no es un trabajo”, “lo hacen porque quieren”,
más esto no importa, lo que es cierto es que la realidad nos abofetea el rostro
y a pesar de ello sigue sucediendo.
El
derecho fundamental es el de la vida y si esta no es digna, entonces no existe
ni para las víctimas, los victimarios y los indiferentes.
Las palabras
suelen por lo general tener alas, son libres y vuelan, se detienen en algunos
lados y anidan, a veces suelen entonar melodías diversas, pero hay quien las
atrapa, las guarda y se las come y después las vomita saliendo de su boca o de
la tinta de su pluma palabras dolorosas, de muerte, de amenaza y destrucción.
Esto fue lo que
sucedió en 1513, cuando el católico Rey Fernando y su hija Juana (después conocida
como la loca) hicieron obligatorio que los “Requerimientos” fuesen leídos a los
aborígenes (por cierto, aborigen es: -desde el origen- es el habitante de un
lugar que pertenece a una cultura que ya no es la predominante en un lugar y
que ha cedido lugar a una nueva, ya sea por violencia, asimilación o cualquier
otro proceso o combinación de procesos), los habitantes originarios de este “Nuevo
Mundo”
El texto se leía
en latín ante los atónitos “indios”, quienes sencillamente se quedaban
sorprendidos y no aceptaban la pérdida de su cultura, su lengua, sus dioses,
pero eran ellos los culpables, no el europeo, no el conquistador, ellos estaban
aquí para “evangelizarnos” como lo hizo Carlo Magno con los Germanos o los
alemanes (Es una ley muy justa que las brujas sean muertas, porque producen
muchos daños, lo que ha sido ignorado hasta el presente, pueden robar leche,
mantequilla y todo de una casa... Pueden encantar a niños... También pueden
generar misteriosas enfermedades en la rodilla, que el cuerpo se consuma...
Daños los producen al cuerpo y alma, dan pociones y encantamientos, para
generar odio, amor, tormentas y destrozos en las casas, en el campo, que nadie
puede curar... Las magas deben ser ajusticiadas, porque son ladronas,
rompedoras de matrimonios, bandidos, asesinas... Dañan de muchas formas. Así
que deben ser ajusticiadas, no sólo por los daños, sino también porque tratan
con Satanás– Martin Lutero).
Así sucedió, la
ignorancia no permitió a los “indios” darse cuenta de que el futuro seria
esplendoroso, millones que no servían fueron muertos por las armas o las
enfermedades traídas desde Europa, trabajarían para extraer las riquezas de la
que por gracia divina y civilizada pretensión ya no era su tierra, sus idiomas
serian considerados como lenguas vulgares, sus atuendos no eran apropiados para
los estilos europeos ah! y el color de su piel, no, no eran blancos, ni rubios,
ni barbados, eran morenos, color de cobre, de tierra y de fuego, después fueron
traídos hombres de carbón, del color de la noche, del misterio, del amor.
Así las
palabras devoradas, enclaustradas se convirtieron en espadas, látigos,
crucifijos, picota y cadalsos, en oro y plata, sangre de America.
Les dejo con el
texto de los requerimientos reales.
Alejandro.
REQUERIMIENTOS
DE 1513
De parte del rey, Don Fernando, y de su
hija, Doña Juana, reina de Castilla y León, domadores de pueblos bárbaros,
nosotros sus siervos, os notificamos y os hacemos saber, como mejor podemos,
Que Dios nuestro Señor, uno y eterno, creó
el cielo y la tierra, y un hombre y una mujer, de quien nos y vosotros y todos
los hombres del mundo fueron y son descendientes y procreados, y todos los que
después de nosotros vinieran. Mas por la muchedumbre de la generación que de
estos ha salido desde [hace] cinco mil y hasta más años que el mundo fue
creado, fue necesario que los unos hombres fuesen por una parte y otros por
otra, y se dividiesen por muchos Reinos y provincias, que en una sola no se
podían sostener y conservar.
De todas estas gentes Dios nuestro Señor
dio cargo a uno, que fue llamado San Pedro, para que de todos los hombres del
mundo fuese señor y superior a quien todos obedeciesen, y fue cabeza de todo el
linaje humano, dondequiera que los hombres viniesen en cualquier ley, secta o
creencia; y dióle todo el mundo por su Reino y jurisdicción, y como quiera que
él mandó poner su silla en Roma, como en lugar más aparejado para regir el
mundo, y juzgar y gobernar a todas las gentes, cristianos, moros, judíos,
gentiles o de cualquier otra secta o creencia que fueren. A este llamaron Papa,
porque quiere decir, admirable, padre mayor y gobernador de todos los hombres.
A este San Pedro obedecieron y tomaron por
señor, Rey y superior del universo los que en aquel tiempo vivían, y así mismo
han tenido a todos los otros que después de él fueron elegidos al pontificado,
y así se ha continuado hasta ahora, y continuará hasta que el mundo se acabe.
Uno de los Pontífices pasados que en lugar
de éste sucedió en aquella dignidad y silla que he dicho, como señor del mundo
hizo donación de estas islas y tierra firme del mar Océano a los dichos Rey y
Reina y sus sucesores en estos Reinos, con todo lo que en ella hay, según se
contiene en ciertas escrituras que sobre ello pasaron, según se ha dicho, que
podréis ver si quisieseis.
Así que sus Majestades son Reyes y señores
de estas islas y tierra firme por virtud de la dicha donación; y como a tales
Reyes y señores algunas islas más y casi todas a quien esto ha sido notificado,
han recibido a sus Majestades, y los han obedecido y servido y sirven como
súbditos lo deben hacer, y con buena voluntad y sin ninguna resistencia y luego
sin dilación, como fueron informados de los susodichos, obedecieron y
recibieron los varones religiosos que sus Altezas les enviaban para que les
predicasen y enseñasen nuestra Santa Fe y todos ellos de su libre, agradable
voluntad, sin premio ni condición alguna, se tornaron cristianos y lo son, y
sus Majestades los recibieron alegre y benignamente, y así los mandaron tratar
como a los otros súbditos y vasallos; y vosotros sois tenidos y obligados a
hacer lo mismo.
Por ende, como mejor podemos, os rogamos y
requerimos que entendáis bien esto que os hemos dicho, y toméis para entenderlo
y deliberar sobre ello el tiempo que fuere justo, y reconozcáis a la Iglesia
por señora y superiora del universo mundo, y al Sumo Pontífice, llamado Papa,
en su nombre, y al Rey y Reina doña Juana, nuestros señores, en su lugar, como
a superiores y Reyes de esas islas y tierra firme, por virtud de la dicha
donación y consintáis y deis lugar que estos padres religiosos os declaren y
prediquen lo susodicho.
Si así lo hicieseis, haréis bien, y
aquello que sois tenidos y obligados, y sus Altezas y nos en su nombre, os
recibiremos con todo amor y caridad, y os dejaremos vuestras mujeres e hijos y
haciendas libres y sin servidumbre, para que de ellas y de vosotros hagáis
libremente lo que quisieseis y por bien tuvieseis, y no os compelerán a que os
tornéis cristianos, salvo si vosotros informados de la verdad os quisieseis
convertir a nuestra santa Fe Católica, como lo han hecho casi todos los vecinos
de las otras islas, y allende de esto sus Majestades os concederán privilegios
y exenciones, y os harán muchas mercedes.
Y si así no lo hicieseis o en ello
maliciosamente pusieseis dilación, os certifico que con la ayuda de Dios,
nosotros entraremos poderosamente contra vosotros, y os haremos guerra por
todas las partes y maneras que pudiéramos, y os sujetaremos al yugo y
obediencia de la Iglesia y de sus Majestades, y tomaremos vuestras personas y
de vuestras mujeres e hijos y los haremos esclavos, y como tales los venderemos
y dispondremos de ellos como sus Majestades mandaren, y os tomaremos vuestros
bienes, y os haremos todos los males y daños que pudiéramos, como a vasallos
que no obedecen ni quieren recibir a su señor y le resisten y contradicen; y
protestamos que las muertes y daños que de ello se siguiesen sea a vuestra
culpa y no de sus Majestades, ni nuestra, ni de estos caballeros que con
nosotros vienen.
Y de cómo lo decimos y requerimos pedimos
al presente escribano que nos lo dé por testimonio signado, y a los presente
rogamos que de ello sean testigos.
“Todos los
días y en todo el mundo, las niñas son víctimas de la discriminación, la
violencia y los abusos. Esta alarmante realidad sustenta el Día
Internacional de la Niña, una nueva conmemoración mundial que tiene como
fin poner de relieve la importancia de empoderar a las niñas y
garantizar sus derechos humanos”.
Ban Ki-moon Secretario General de Naciones
Unidas, Mensaje 2012
La ONU ha decidido que el día de hoy, 11 de octubre sea
considerado como “El día de la niña”, por lo general estos días son para
festejar a la madre, al padre, al hijo, y a quien se desee, pero ¿por qué un
día de la niña?
Hoy por la mañana escuche en un noticiario esta noticia:
Malala Yusufzai
En Pakistán Malala Yusufzai, una niña-adolescente de 15 años,
defensora de la educación femenina frente al fanatismo talibán, se erigiría en
su triste protagonista.
"Malala fue atacada por su
papel pionero en la prédica del secularismo y de la llamada ilustración
moderada", rezaba el texto en el que los talibanes se responsabilizaron del
atentado contra Yusufzai, a la que tirotearon cuando regresaba a casa, lo que
provocó que una bala acabara alojada cerca de su médula espinal.
La niña pakistaní, que sigue hospitalizada en situación estable,
adquirió relevancia internacional hace ya tres años, cuando se conoció su
identidad después de explicar bajo seudónimo en un blog el régimen de terror
impuesto por los talibanes en su región natal del Valle de Swat, en el norte de
Pakistán.
Aquella osadía y la de su familia, que la animó a seguir yendo a
la escuela a pesar de la prohibición de los integristas contra la educación de
niñas, le valió duras amenazas del grupo talibán local.
"Estamos a muerte contra la
coeducación y el modelo educativo secular, y la 'sharía' nos ordena ir contra
él", amplía el comunicado talibán tras la reivindicación del atentado.
La educación interrumpida es solo uno de los problemas, a los que
se añaden la violencia sexual, los embarazos precoces o el matrimonio infantil,
a los que se enfrentan millones de niñas en todo el mundo.
Según la denuncia que recientemente hizo Unicef, unos 23 millones
de chicas (una de cada tres) de entre 20 y 24 años fueron obligadas a casarse
antes de cumplir los 15 años.
La mayor incidencia se da en Asia del Sur (46 %), seguida de
África Subsahariana (37%), Latinoamérica y el Caribe (29%), Sudeste Asiático
(18%), Medio Oriente y Norte de África (17 %) y Unión Europea y Comunidad de
Estados Independientes (11%).
Además de esos datos, la organización no gubernamental Plan
denunció en su último documento que las niñas son las personas más vulnerables
al informar de que la mitad de las agresiones sexuales que se cometen en el
mundo es sufrida por mujeres menores de 16 años.
Según su elocuente informe "Por ser Niña", que denuncia
la doble discriminación que sufren las jóvenes, por edad y por género, cada
tres segundos una niña es obligada a casarse, 75 millones no van al colegio y
el 64 por ciento de los casos de VIH-Sida en el mundo se da en jóvenes de entre
15 y 24 años.
Se estima que 140 millones de niñas y mujeres han sufrido
mutilación genital -una cifra que aumenta en dos millones cada año- y que el 14
por ciento de las niñas que viven en países en desarrollo se casarán antes de
cumplir los 15 años, algunas incluso en los casos más extremos con solo 5 años.
En el ámbito educativo, 75 millones de niñas no van al colegio y
un tercio no llega a secundaria.
Este aspecto es mucho más preocupante en Latinoamérica, donde está
muy arraigado en la sociedad y que está íntimamente relacionado con el trabajo
infantil y los embarazos precoces.
Como afirmó en entrevista el director regional de Plan para las
Américas, Roland Angerer, "la educación es la llave para romper el ciclo
intergeneracional de la pobreza".
Según esa ONG, más de 104 millones de niñas en Latinoamérica y el
Caribe se encuentran rezagadas en el ámbito estudiantil solo por ser jóvenes y
mujeres.
En países en conflicto, como la guerra civil que vive Siria desde
marzo de 2011, la situación ofrece otra perspectiva y así, según los
observadores internacionales, tanto niñas como niños están sufriendo física y
psíquicamente las atrocidades cometidas por ambos bandos. Además, la mitad del
millón doscientas mil personas desplazadas en el interior del país son menores
de edad.
Esta nota en este día marca la connotación diferente que tiene
sobre las otras celebraciones, en primer lugar esta no es una celebración, es
un testimonio de aquello a lo cual los seres humanos somos capaces, de cómo olvidamos
el hálito divino y nos convertimos en nuestros propios depredadores.
Insisto que los dos extremos de la vida son los más importantes,
la niñez y la juventud, porque en ellos nos definimos, construimos el ser
humano que va a existir en nosotros y el otro extremo, la vejez, donde miramos
lo que hemos andado, los caminos, con quienes compartimos el andar, los
lugares, aromas, texturas, lo aprendido, cuanto aprendimos, cuanto compartimos,
así la vejez es un gozo o un infierno, es lo que hayamos hecho y los cimientos están en la infancia y adolescencia.
Hoy es un día de la memoria, un día del compromiso, un día para
decir gritando ¡¡¡YA BASTA!!!, es un día que debe ser punto de partida para
volver a andar, piedra de toque para levantar la vida, para ser albañiles,
maestros constructores de la esperanza.
Este día es diferente a los demás, por que este día es una
bofetada al rostro de todos, de quienes con su soberbia e indiferencia no hacen
nada, de quienes con su sola indiferencia no hacen nada y de quienes con su
hambre de poder y riquezas destrozan esas vidas de niñas, que nunca van a amar
ni a ir a fiestas, ni a soñar, de niñas que no se sienten princesas, de niñas
que conocen el abuso, el maltrato y la humillación como lo cotidiano.
No es posible hablar de los derechos de las mujeres si no
reconocemos, aceptamos y respetamos por principio el de las niñas.
Por que algún día no muy lejano, esta fecha no sea testimonio ni
memoria, sea celebración y vida.
A mis ancestros indios, africanos y europeos, a mis descendientes quienes vivieron para que yo pueda ver y gozar a mis hijos y nieta, a los que nos une el alma y el corazòn, no la sangre ni un escudo nobiliario, a quienes estamos bajo el signo de la vida, para quienes son raices que sostienen y alimentan el árbol.
El linaje ha sido definido como la línea de ascendencia o descendencia
de una familia o clan. En términos genealógicos, es la serie de ascendientes
y/o descendientes, en cualquier familia, de una persona considerada como el
primero de un tronco o rama común.
Por eso desde antiguo en todo el mundo el linaje
era considerado el camino, son los Dioses Lares, aquellos que fueron en vida y
después preservan y cuidan a la familia, son sus Manes (espíritus) quienes
están y se les honra con cada acto de nuestras vidas, con el recuerdo de
quienes fueron para que sepamos de dónde venimos y de donde somos.
El linaje, puede provenir de la sangre, pero su
valor a pesar de considerarse intrínseco, es limitado, porque la vida se
construye de sensaciones, de sentimientos, de emociones, de alegrías y
tristezas, de amor y dolor, la vida se conforma con el aliento divino, con el
alma y el espíritu.
Más yo creo que el linaje se construye desde lo
cotidiano, desde adentro, se cimenta sobre lo que somos, es el conocer y
aprender de dónde venimos, así conocemos desde el origen y podemos aprender de
lo que hayan andado, quienes estuvieron aquí, aquellos que existieron para que
nosotros existamos, por que nosotros estamos hoy aquí para honrar a nuestros
antecesores y construir el camino a nuestros descendientes.
Así el Linaje es el parámetro de lo que somos,
somos recuerdo de quienes han vivido, aprendizaje e quienes vendrán, es nuestro
patrimonio y legado.
Por eso en mi familia, su importancia radica en es
el lugar donde podemos ser como somos, sin mascaras, con nuestras virtudes y
nuestros vicios, con nuestros pecados y nuestras redenciones, no proviene de la
sangre, ni de la aristocracia de un antepasado, somos como decía el buen León
Felipe:
Y en una tarde muy clara,
por esta calle tan ancha,
al través de la ventana,
vi cómo se la llevaban
en una caja
muy blanca...
En una caja
muy blanca
que tenía un cristalito en la tapa.
Por aquel cristal se la veía la cara
lo mismo que cuando estaba
pegadita al cristal de mi ventana...
Al cristal de esta ventana
que ahora me recuerda siempre el cristalito de aquella caja
tan blanca.
Todo el ritmo de la vida pasa
por el cristal de mi ventana...
¡Y la muerte también pasa!
¡Qué lástima
que no pudiendo cantar otras hazañas,
porque no tengo una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón de viejo cuero, ni una mesa, ni una espada,
y soy un paria
que apenas tiene una capa...
venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia!
(Fragmento de “Que lastima”)
Debemos de buscar el origen de cada familia,
nuestro linaje, para hacer del camino lo importante, para realizar el recorrido
en el tren dispuestos a aprender, a compartir, a construir, debemos de
conocerlo para no perder la ruta, para que el sextante y el astrolabio sigan
llevándonos.
En los años noventas vi en la TV una serie basada
en el libro de Alex Haley “Raíces”, años después pude leer su libro, este autor
que ayudo a Malcolm X a escribir su autobiografía. En fin, en Raíces Haley
busca su origen, desde aquel niño nacido en el último tercio del siglo XVIII en
África, secuestrado, traído a América por los cultos británicos y vendido a los
sureños de lo que entonces era propiedad (así decían) de la corona (siempre
justa y digna).
Hoy les dejo aquí algo del libro de Haley.
Con afecto y legando un sueño.
Alejandro.
ooOOoo
Raíces
Alex Haley
A comienzos
de la primavera de 1750, en la aldea de Juffure, a cuatro días, río arriba, de
la costa de Gambia, África Occidental, nació un varón, hijo de Omoro y Binta
Kinte. Hizo fuerza para salir del cuerpo joven y vigoroso de Binta. Era negro
como ella, y por su cuerpo resbaladizo le chorreaba la sangre de su madre.
Lloraba con todas sus ganas. Las dos arrugadas parteras, la vieja Nyo Boto y
Yaisa, abuela de la criatura, se echaron a reír de alegría al ver que era un
varón. Según sus antepasados, el primogénito varón presagiaba la bendición
especial de Alá, no sólo para sus padres sino también para la familia de los
padres.
Además, se
sabía con orgullo que el nombre Kinte sería perpetuado y distinguido.
(…)– ¡El
primer hijo de Omoro y Binta Kinte se llama Kunta! –gritó Brima Cesay.
(…) Una vez, en una fiesta de jardín del "Reader's Digest", la
cofundadora de la revista, la señora Be Dewit Wallace, me había dicho que le
gustaba mucho uno de los "personajes inolvidables" que yo había
escrito. Era un viejo lobo de mar, un cocinero, que había sido jefe mío en la
Fuerza de Guardamarinas de los Estados Unidos, y antes de partir, la señora de
Wallace me dijo que acudiera a ella alguna vez si necesitaba ayuda. Ahora
escribí a la señora de Wallace una carta, bastante avergonzado, contándole la
búsqueda compulsiva en que me había embarcado. Ella invitó a un grupo de
editores para que se reunieran conmigo, y ver su reacción. Tuvimos un almuerzo,
en el que hablé tres horas sin parar. Poco después recibí una carta en la que
se me decía que "Reader's Digest" me enviaría un cheque de trescientos
dólares por mes durante un año, y además de eso, lo que era mi necesidad vital:
"gastos de viaje necesarios, dentro de lo razonable".
Volví a visitar a la prima Georgia en Kansas City. Algo me impulsó a
hacerlo, y la encontré muy enferma. Pero se entusiasmó al enterarse de lo que
ya sabía, y de lo que esperaba saber. Me deseó la protección de Dios, y
entonces volé a África.
Los mismos hombres con los que había hablado me dijeron con mucha
naturalidad que habían hecho correr la voz por las aldeas, y que habían encontrado
un griot que sabía mucho del clan de los Kinte. Se llamaba Kebba Kanji Fofana.
Yo estaba por desmayarme. ¿Dónde está? Me miraron de manera extraña. – Está en
su aldea.
Descubrí que si quería ver a ese griot tendría que hacer algo que nunca
había soñado hacer: organizar lo que me pareció en ese momento una especie de
minisafari. Después de tres días de negociaciones y de una interminable
palabrería, por fin logré alquilar una lancha para ir río arriba; alquilar un
jeep para llevar provisiones para el viaje de ida y vuelta por tierra;
contratar un total de catorce personas, incluyendo a tres intérpretes y cuatro
músicos, pues me habían dicho que los viejos griots nunca hablaban sin música
de fondo.
En la lancha Baddibu, que avanzaba vibrando por el ancho y rápido
"Kamby Bolongo", me sentía delicado, incómodos forastero. ¿Me
considerarían un excéntrico más? Por fin delante estaba la isla James; durante
dos siglos había habido allí un fuerte por el que se peleaban Inglaterra y
Francia, pues era un punto ventajoso en la trata de esclavos. Preguntamos si
podíamos desembarcar un momento, y recorrí las ruinas, aún protegidas por
fantasmagóricos cañones. Imaginando las atrocidades que se habrían cometido
allí, sentí furia al pensar en esa faceta de la historia del África negra. Sin
suerte, traté de encontrar algún eslabón, un vestigio simbólico de alguna
antigua cadena, pero saqué un trozo de argamasa y un ladrillo.
Durante los minutos siguientes, antes de volver al Baddibu, recorrí con
la vista ese río que mi antepasado había mencionado a su hija, muy lejos, del
otro lado del Océano Atlántico, en el condado de Spotsylvania, Virginia. Luego
continuamos viaje, y al llegar a una aldea llamada Albreda, desembarcamos.
Nuestro destino ahora quedaba a pie: era la aldea pequeña de Juffure, donde me
habían dicho que vivía el griot.
Hay una expresión llamada "experiencia pico": es aquella que
ningún otro momento en la vida de uno llega a superar. Yo la tuve, ese día, al
avistar el territorio del África Occidental negra.
Cuando llegamos cerca de Juffure, los niños que estaban jugando afuera
dieron el alerta, y la gente salió en tropel de sus chozas. Es una aldea de
unas sesenta personas. Como la mayoría de esas aldeas, está tal cual como hace
doscientos años, con sus casas redondas de barro y sus techos cónicos de paja.
Entre las personas había un hombre pequeño, con una túnica que había
sido blanca, y un sombrero encasquetado sobre una cara de rasgos aguilenos.
Tenía una aureola especial: era el hombre al que venía a ver y a oír.
Mis tres intérpretes se apartaron del grupo para rodearlo; los aldeanos,
en su totalidad, se ubicaron a nuestro alrededor, en una especie de herradura,
de tres o cuatro en fondo, y yo extendí los brazos hasta casi tocar los que
estaban más cerca. Todos me miraban con fijeza. Me traspasaban con su mirada.
Tenían el ceño fruncido por la intensidad de la mirada. Yo empecé a sentir una
reacción visceral, una especie de agitación interna; intrigado, me preguntaba
qué era esto... luego, al momento sentí como una oleada, y me di cuenta:
¡muchas veces en mi vida había estado entre multitudes, pero nunca en medio de
una multitud donde todos eran negros como el carbón!
Emocionado, bajé los ojos, como solemos hacerlo cuando nos sentimos
inseguros, inciertos, y me fijé en la piel de mis propias manos marrones. Esta
vez, con mayor rapidez, y con mayor fuerza, sentí otra emoción gigantesca: yo
era una especie de ser híbrido... me sentí impuro entre los puros; fue un
sentimiento de terrible vergüenza. Entonces, abruptamente el viejo se alejó de
los intérpretes. La gente también se fue, para situarse alrededor de él.
Uno de mis intérpretes se acercó y susurró en mi oído: –Lo miran tanto
porque nunca han visto a un negro norteamericano. –Cuando comprendí, creo que
eso me causó un impacto mayor que lo que había ocurrido realmente. No me habían
estado mirando como a un individuo, sino que yo representaba ante sus ojos un
símbolo de los veinticinco millones de negros que nunca habían visto, y que
vivían allende el océano.
Las personas estaban apiñadas alrededor del viejo, y de vez en cuando me
lanzaban miradas intermientes mientras hablaban animadamente en su lengua
mandinga. Después de un rato, el viejo se volvió, caminó rápidamente entre la
gente, pasó junto a mis tres intérpretes, y vino hacia mí. Mirándome con ojos
penetrantes, como si creyera que yo entendía mandinga, expresó lo que ellos
sentían con respecto a esos millones de nosotros, que nunca habían visto, y que
vivían en los lugares que fueron destino de esos barcos de esclavos. La
traducción fue la siguiente: Nuestros antepasados nos han dicho que hay muchos
de nosotros, de este lugar, exiliados en ese lugar llamado América, y en otros
lugares.
El viejo se sentó, frente a mí, y la gente rápidamente se reunió detrás
de él. Luego empezó a recitar para mí la historia ancestral del clan de los
Kinte, tal como había sido trasmitida oralmente, en el transcurso de los
siglos, desde el tiempo de sus antepasados. No era una conversación; parecía
más bien que estaba desenrollando un pergamino. Para los aldeanos inmóviles y
silenciosos, era evidentemente una ocasión formal. El griot hablaba, inclinado
desde la cintura, con el cuerpo rígido, los tendones del cuello saltados, y las
palabras parecían casi objetos físicos. Después de una oración o dos, parecía
ponerse flaccido, se echaba hacia atrás, para oír la traducción del intérprete.
De la cabeza del griot surgió un linaje increíblemente complejo del clan de los
Kinte, que se remontaba a través de muchas generaciones: quién se casó con
quién; quién tuvo cuáles hijos; con quiénes se casaron luego los hijos; luego
su descendencia.
Era realmente increíble. Me sorprendió no sólo la profusión de detalles,
sino también el estilo bíblico de la narración, algo así: "... .y tal y
tal tomó por esposa a tal y tal, y engendró... y engendró... y
engendró...".– Luego nombraba la esposa del engendrado, y su numerosa
prole, y así sucesivamente. Para fijar los hechos en el tiempo, el griot los
relacionaba con acontecimientos, como "en el año de las grandes
aguas" (una inundación), "mató a un búfalo del agua". Para
determinar la fecha en el calendario, había que localizar la gran inundación.
Simplificando a sus puntos esenciales la saga enciclopédica que oí, el
griot dijo que el clan de los Kinte se había originado en el país llamado Vieja
Mali. Entonces los hombres Kinte eran tradicional mente herreros "que
habían conquistado el fuego", y las mujeres hacían cerámica o tejidos. Con
el tiempo, una rama del clan se traslado a Mauritania; fue desde Mauritania que
un hijo de ese clan, cuyo nombre era Kairaba Kunta Linte, un morabito, u hombre
santo en la fe musulmana, viajó hasta el país llamado Gambia.
Primero fue a una aldea llamada Pkli N'Ding, permaneció allí un tiempo,
luego fue a una aldea llamada Jiffarong, y finalmente a Juffure.
En Juffure, Kairaba Kunta Kinte se casó por primera vez con una doncella
mandinga llamada Sireng.
Con ella tuvo dos hijos, llamados Janneh y Saloum. Luego tomó una
segunda esposa, llamada Yaisa. Con Yaisa tuvo un hijo llamado Omoro.
Estos tres hijos vivieron en Juffure hasta que se hicieron hombres.
Entonces los dos mayores, Janneh y Saloum, se marcharon y fundaron una nueva
aldea llamada Kinte–Kundah Janneh–Ya. El hijo menor, Omoro, se quedó en la
aldea hasta cumplir las treinta lluvias (años) de edad, y entonces se casó con
una doncella mandinga llamada Binta Kebba. Con ella, entre los años 1750 y
1760, Omoro Kunte engendró cuatro hijos, cuyos nombres eran, en orden de
nacimiento: Kunta, Lamin, Suwadu y Madi.
El viejo griot había hablado durante casi dos horas hasta entonces, y
tal vez cincuenta veces la narración había incluido algún detalle acerca de las
personas nombradas. Ahora después de nombrar a esos cuatro hijos, agregó un
detalle, y el intérprete tradujo:
"Para la época en que vinieron los soldados del rey (otra de las
referencias del griot con respecto al tiempo), el mayor de los hijos, Kunta, se
alejó de la aldea para cortar madera... y nunca volvió a ser visto...".
Y el griot siguió con su narración.
Yo estaba sentado como si fuera de piedra. Parecía que se me hubiera
congelado la sangre. Ese hombre, que había vivido toda la vida en su aldea
africana, no tenía forma de enterarse que acababa de repetir lo que yo había
oído durante toda mi niñez en el porche de entrada de la casa de mi abuela en
Henning, Tennessee... acerca de un africano que repetía con insistencia que su
nombre era "Kintay"; que a la guitarra llamaba ko, y a un río, en el
estado de Virginia, "Kamby Bolongo"; y que había sido robado y hecho
esclavo mientras estaba no muy lejos de su aldea, cortando madera, para hacer
un tambor.
Logré sacar mi cuaderno del bolso. Sus primeras páginas contenían la
historia de la abuela, que mostré a uno de mis intérpretes. Después de leer por
un momento, claramente sorprendido, habló rápidamente y se lo mostró al viejo
griot, que se puso todo agitado; se levantó, hablando a la gente, indicando mi
cuaderno, en las manos del intérprete, y entonces todos se pusieron agitados.
No me acuerdo que nadie diera una orden, sólo me acuerdo que me di
cuenta de que las setenta y tantas personas habían formado un anillo humano a
mi alrededor, y se movían en dirección contraria a las agujas del reloj,
cantando dulcemente, en voz alta, luego suave; con los cuerpos juntos,
levantando las rodillas, levantando nubes de polvo rojizo...
La mujer que salió del círculo era igual a otras muchas que llevaban a
sus hijos colgados de la espalda. Con el negrísimo rostro contorsionado, la
mujer corrió hacia mí, golpeando la tierra con las plantas de los pies, y
desprendiéndose el bebé, me lo entregó con rudeza, con un gesto que parecía
decir "¡Tómelo!"... y yo lo tomé, acercándolo a mí. Luego ella me lo
quitó, y entonces otra mujer hizo lo mismo con su hijo, y otra, y otra... hasta
que debo haber abrazado por lo menos una docena de bebés. Recién un año después
me enteré, por un profesor de la universidad de Harvard, el doctor Jerome
Bruner, especialista en estos asuntos: "Usted no sabía que estaba
participando en una de las ceremonias más antiguas de la
humanidad, llamada "la imposición de las manos". A su manera,
le estaban diciendo: "Por esta carne, que es la nuestra,
nosotros somos usted, y usted es nosotros".
Más tarde los hombres de Juffure me llevaron a la mezquita hecha de
bambú y paja, y oraron a mi alrededor en árabe. Recuerdo qué pensé, arrodillado
como estaba: "Después de descubrir mis orígenes, no entiendo ni una
palabra de lo que dicen". Más tarde me tradujeron lo esencial de la
oración: "Alabado sea Alá por uno de nosotros, tanto tiempo perdido, que
Alá nos ha devuelto".
Como habíamos venido por río, yo quería volver por tierra. Sentado al
lado del joven y musculoso conductor mandinga, que dejaba atrás de nosotros una
polvareda en el camino caliente, escabroso, lleno de pozos hacia Banjul, tuve
de repente una percepción sorprendente: si cualquier negro estadounidense
pudiera como yo, tener alguna pista ancestral, si pudiera saber quiénes fueron
sus antepasados africanos, paternos o maternos, y dónde vivían cuando fueron
capturados, entonces esas, pocas pistas podrían ayudarlo a localizar a algún
viejo griot cuya crónica podría llegar a revelar el clan ancestral del negro
estadounidense, tal vez hasta la aldea misma.
Mentalmente empecé a ver, como si fueran proyectadas en una pantalla,
algunas descripciones que había leído sobre la manera en que habían sido
condenados a la esclavitud, colectivamente, millones de nuestros antepasados.
Muchos miles fueron secuestrados individualmente, como mi antepasado Kunta,
pero los demás habían despertado en la mitad de la noche, tratando de huir de
las aldeas invadidas, a – menudo incendiadas. Los sobrevivientes que capturaban
eran encadenados por el cuello, formando una especie de procesión que a veces
alcanzaba hasta una milla de largo. Imaginé los que morían, los que eran
abandonados a su suerte cuando estaban demasiado débiles para continuar esa
tortuosa marcha a la costa. Los que llegaban eran engrasados, afeitados, les
revisaban todos los orificios, los marcaban con hierros candentes. Los vi bajo
los latigazos, arrastrados hacia las balsas. Vi sus espasmos, sus alaridos, la
tentativa de aferrarse con las uñas a la tierra de la orilla, mordiendo la
arena en su deseperación por tocar por última vez el África que había sido su
hogar. Vi cómo los empujaban, cómo les pegaban, cómo los arrastraban a las
hediondas bodegas de los barcos, donde los encadenaban a las tablas,
hacinándolos de tal manera que tenían que yacer de costado.
Tenía la mente llena de estas imágenes cuando nos aproximamos a otra
aldea. Mirando hacia adelante, me di cuenta de que ya se habían enterado de lo
sucedido en Juffure. El conductor disminuyó la marcha y pude ver a los
habitantes de la aldea apiñados en el camino; saludaban con la mano en medio de
una cacofonía de gritos. Me puse de pie en el jeep, devolviéndoles el saludo
mientras se abrían con desgano para dejarnos pasar.
Supongo que habríamos recorrido un tercio de la extensión de la aldea
cuando de repente me di cuenta de lo que gritaban: los viejos marchitos con sus
túnicas, las madres y los niños desnudos, negros como el alquitrán, me
saludaban. Con expresión vivaz, radiantes, todos decían, a la vez:
"¡Meester Kinte! ¡Meester Kinte!".
Debo decir una cosa: soy un hombre. Me nació un sollozo desde abajo, y
fue subiendo, me llenó las manos, llegó a la cara, y me puse a llorar como no
lo hacía desde que era niño. "¡Meester Kinte!". Era como si estuviera
llorando por todas las increíbles atrocidades de la historia, los actos contra
nuestros prójimos, que parecen ser la imperfección mayor de la humanidad...
(…) En realidad, veo que desde mi niñez parte una sucesión de
ocurrencias relacionadas, que ama vez unidas, son la causa de la existencia de
este libro. La abuela y las demás me enseñaron la historia. Luego, por una
serie de circunstancias, cuando trabajaba en la cocina de los barcos de la
Fuerza de Guardamarinas, empecé el largo proceso de aprender a escribir,
experimentando y cometiendo errores. Y debido a que llegué a amar el océano,
mis primeros cuentos acerca de aventuras marítimas provinieron de amarillentos
documentos depositados en los Archivos de la Fuerza de Guardamarinas. Era
imposible adquirir una preparación mejor para hacer frente a los problemas de
investigación que traería aparejados este libro.
La abuela y las demás señoras viejas siempre habían dicho que el barco
del africano llegó a Annapolis. Era el puerto que queda en el estado de
Maryland. Ahora decidí tratar de ver si podía descubrir qué barco había partido
hacia Annapolis desde el río Gambia, con un cargamento humano entre el que se
contaba el "africano" que insistía en llamarse "Kintay"
después que su amo John Waller le había puesto el nombre de "Toby".
(…) El 29 de septiembre de 1967, sentí que no debía estar en ninguna
otra parte del mundo que no fuera el muelle de Annapolis, y así fue. Habían
pasado doscientos años desde el día del arribo del Lord Ligonier.
Miré hacia el mar, a través de las aguas por las que había sido traído
mi antepasado, y volví a llorar.
El documento de 1766–67 compilado en el Fuerte James, río Gambia, decía
que el Lord Ligonier había zarpado con 140 esclavos en la bodega. ¿Cuántos
habían sobrevivido? Volví al Registro de Maryland y busqué hasta encontrar el
informe del cargamento a la llegada a Annapolis. He aquí el inventario: 3265
"dientes de elefantes", o como se llamaban entonces los colmillos;
3700 libras de cera de abeja; 800 libras de algodón en bruto, 32 onzas de oro
de Gambia; y 98 negros". La pérdida de 42 africanos durante la travesía,
es decir, alrededor de un tercio, era lo normal.
Me di cuenta de que la abuela, la tía Liz, la tía Plus y la prima
Georgia también habían sido griots, a su manera. Mis apuntes contenían la
historia centenaria de nuestro africano, vendido al amo John Waller, quien le habia
dado el nombre de "Toby". Durante su cuarta tentativa por escapar,
cuando fue arrinconado y había herido con una piedra a uno de los dos captores
profesionales de esclavos, le habían cortado parte del pie. El hermano del amo
John el doctor William Waller le había salvado la vida; indignado por la
mutilación, se lo había comprado a su hermano. Deseaba que hubiera algún
documento de todo esto
(…) Finalmente, entretejí las siete generaciones que aparecen en este
libro. Mientras escribía Raíces, he hablado muchas veces acerca de cómo surgió
el libro, y es lógico que de vez en cuando alguien pregunte:
"¿Cuánto del libro es realidad, y cuánto ficción?". Creo,
según mis conocimientos y mis esfuerzos, que todo lo referido al linaje
proviene de la historia oral, cuidadosamente preservada por mi familia y que he
logrado corroborar en documentos. Esos documentos, y los innumerables detalles
textuales de lo que eran los modos de vida, la historia cultural, etc.,
provienen de años de intensas investigaciones en más de cincuenta bibliotecas,
archivos y otros depósitos de tres continentes.
Como yo no existía cuando ocurrió la mayor parte de mi historia, el
diálogo y los incidentes son una amalgama novelada de lo que sé que tuvo lugar,
y de lo que, según mis investigaciones, siento que tuvo lugar.
Pienso que no sólo me están "mirando" la abuela, la prima
Georgia, y las otras señoras, sino también todos los demás: Kunta y Bell;
Kizzy; el Gallito George y Matilda; Tom e Irene; el abuelo Wiil Palmer; Bertha;
mamá, y ahora, el último en reunirse con ellos, papá..