Esta carta la escribe Juan Gelman a su nieta o nieto, esta forma
parte de una entrevista al poeta en mayo de 1995. El poeta encontró
a su nieta cuando esta tenía 23 años de edad en Montevideo en el
Uruguay.
Por su vida y su memoria les transcribo la carta.
Alejandro.
Macarena Gelman, hija de la argentina María Claudia García, desaparecida en 1976, y su abuelo, el poeta Juan Gelman.
"Dentro de seis meses cumplirás 19
años. Habrás nacido algún día de octubre de 1976 en un campo de concentración
del ejército, el Pozo de Quilmes casi seguramente. Poco antes o poco después de
tu nacimiento, el mismo mes y año, asesinaron a tu padre de un tiro en la nuca
disparado a menos de medio metro de distancia. El estaba inerme y lo asesinó un
comando militar, tal vez el mismo que lo secuestró con tu madre el 24 de agosto
en Buenos Aires y los llevó al campo de concentración “Automotores Orletti” que
funcionaba en pleno Floresta y los militares habían bautizado “El Jardín”.
“Tu padre
se llamaba Marcelo. Tu madre, Claudia. Los dos tenían 20 años y vos, siete
meses en el vientre materno cuando eso ocurrió. A ella la trasladaron –ya vos
en ella– al Pozo cuando estuvo a punto de parir. Allí debe haber dado a luz
solita, bajo la mirada de algún médico cómplice de la dictadura militar. Te
sacaron entonces de su lado y fuiste a parar –así era casi siempre– a manos de
una pareja estéril de marido militar o policía, o juez o periodista amigo de
policía o militar. Había entonces una lista de espera siniestra para cada campo
de concentración: los anotados esperaban quedarse con el hijo robado a las
prisioneras que parían y con alguna excepción, eran asesinadas inmediatamente
después. Han pasado 13 años desde que los militares dejaron el gobierno y nada
se sabe de tu madre. En cambio, en un tambor de grasa de 200 litros que los
militares rellenaron con cemento y arena y arrojaron al río San Fernando, se
encontraron los restos de tu padre 13 años después. Está enterrado en La
Tablada. Al menos hay con él esa certeza.
“Me
resulta muy extraño hablarte de mis hijos como tus padres que no fueron. No sé
si sos varón o mujer. Sé que naciste. Me lo aseguró el padre Fiorello Cavalli,
de la Secretaría de Estado de El Vaticano, en febrero de 1978. Desde entonces
me pregunto cuál ha sido tu destino. Me asaltan ideas contrarias. Por un lado,
siempre me repugnó la posibilidad de que llamaras “papá” a un militar o policía
ladrón de vos, o a un amigo de los asesinos de tus padres. Por otro lado,
siempre quise que, cualquiera que hubiese sido el hogar al que fuiste a parar,
te criaran y educaran bien y te quisieran mucho. Sin embargo, nunca dejé de
pensar que, aun así, algún agujero o falla tenía que haber en el amor que te
tuvieran, no tanto porque tus padres de hoy no son biológicos –como se dice–
sino por el hecho de que alguna conciencia tendrán ellos de tu historia y de
cómo se apoderaron de tu historia y la falsificaron. Imagino que te han mentido
mucho.
“También
pensé todos estos años en qué hacer si te encontraba: si arrancarte del hogar
que tenías o hablar con tus padres adoptivos para establecer un acuerdo que me
permitiera verte y acompañarte, siempre sobre la base de que supieras vos quién
eras y de dónde venías. El dilema se reiteraba cada vez –y fueron varias– que
asomaba la posibilidad de que las Abuelas de Plaza de Mayo te hubieran
encontrado. Se reiteraba de manera diferente, según tu edad en cada momento. Me
preocupaba que fueras demasiado chico o chica –por no ser suficientemente chico
o chica– para entender lo que había pasado, lo que habías pasado. Para entender
por qué no eran tus padres los que creías tus padres y a lo mejor querías como
a padres. Me preocupaba que padecieras así una doble herida, una suerte de
hachazo en el tejido de tu subjetividad en formación.
“Pero
ahora sos grande. Podés enterarte de quién sos y decidir después qué hacer con
lo que fuiste. Ahí están las Abuelas y su banco de datos sanguíneos que permiten
determinar con precisión científica el origen de hijos de desaparecidos. Tu
origen. Ahora tenés casi la edad de tus padres cuando los mataron y pronto
serás mayor que ellos. Ellos se quedaron en los 20 años para siempre. Soñaban
mucho con vos y con un mundo más habitable para vos. Me gustaría hablarte de
ellos y que me hables de vos. Para reconocer en vos a mi hijo y para que
reconozcas en mí lo que de tu padre tengo: los dos somos huérfanos de él. Para
reparar de algún modo ese corte brutal o silencio que en la carne de la familia
perpetró la dictadura militar. Para darte tu historia, no para apartarte de lo
que no te quieras apartar. Ya sos grande, dije.
“Los
sueños de Marcelo y Claudia no se han cumplido todavía. Menos vos, que naciste
y estás quién sabe dónde ni con quién. Tal vez tengas los ojos verdegrises de
mi hijo o los ojos color castaño de su mujer, que poseían un brillo muy
especial y tierno y pícaro. Quién sabe cómo serás si sos varón. Quién sabe cómo
serás si sos mujer. A lo mejor podés salir de ese misterio para entrar en otro:
el del encuentro con un abuelo que te espera”.
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