Adios
Con los ojos de la despedida
os vi aquel día,
cosas de nuestra vida.
Con los ojos de la despedida,
la vida parecía
una cosa perdida.
La casa estaba vacía
en la hora de la despedida,
y sin embargo quedaban
las cosas de nuestra vida.
Alaide Foppa
Yo
recuerdo allá por los inicios de los años ochentas, escuchando desde hace
tiempo Radio UNAM, "Foro de la Mujer", programa de Alaide y siendo
asiduo lector de la revista FEM, en gran medida ella fue para mi y creo que
para muchos hombres, jóvenes entonces una especie de guía, ese cordón que vamos
desenredando para no extraviarnos en el camino, abrió nuevos vericuetos, así,
de pronto (y aunque parezca increíble) aprendí que todos somos iguales, que es
posible ser feminista sin perder mi condición de hombre pero si aprendiendo
respeto, a entender y construir libertad.
Cuando
me entere de su desaparición participe firmando y pidiendo a la embajada y
consulado de Guatemala (que entonces quedaba este último, casi enfrente de la
CTM y llena de militares, seres terribles, sus uniforme y la manera en la que llegue
a ver como trataban a sus connacionales indígenas, país que sería gobernado por
un mastín sin alma, Efraín Ríos Montt y sus esbirros, jauría… En fin, su
desaparición anuncio el preludio de las puertas del infierno que se empezaban a
abrir.
Hoy
deseo dejar mi testimonio en la letra de Elena Poniatowska, quien público en el
periódico La Jornada el domingo 21 de octubre de 2012 un texto sobre una
hermosa, valerosa e inteligente mujer y sus valientes hijos, acaso y si el
nombre del texto se hubiese escrito hacia el siglo de oro en España sería algo
así “De como los cobardes y traidores no soportan la luz e intentan ocultar su
belleza con la sangre de sus víctimas o de como perdieron ante el derecho a vivir
en paz”
Les
dejo el texto y espero que sirva como un pequeño pero necesario homenaje a
Alaide, a sus hijos y a todas las mujeres que día a día levantan el universo en
sus hombros.
Alaide Foppa, de visita en Guatemala, desapareció el
19 de diciembre de 1981, hace 31 años. A partir de ese momento, Alaíde empezó a
vivir dentro de nosotros, intensa, dolorosamente. La envolvimos en palabras, en
meditaciones, la evocamos, la recreamos, le dimos vuelta una y otra vez, como
burros de noria, con la esperanza de que nuestra insistencia la haría
materializarse.
Ahorita va a abrir la puerta y va a entrar.
Sonará el teléfono y oiré su voz.
Todas las mañanas recortamos en los periódicos, sobre
todo en el unomásuno lo que se publicaba sobre Alaide, fotos que no
conocíamos, y nos enteramos de aspectos de su vida antes ignorados. Sus hijos
Mario y Juan Pablo, nacidos en México, habían vuelto a Guatemala y luchaban en
el Ejército Guerrillero de los Pobres; Silvia, su hija, también guerrillera se
había refugiado en Cuba. El único que permanecía en México era Julio, el hijo
que tuvo con el ex presidente de Guatemala Juan José Arévalo, antecesor de
Jacobo Arbenz.
A Alaíde, le habían dicho que ya no vivían ni Mario ni
Juan Pablo. Además de las manifestaciones en contra del terrible presidente de
Guatemala, Romeo Lucas García frente a la embajada y de las marchas en la
avenida Juárez, Marta Lamas y otros hicimos todas las antesalas posibles, las
de Gobernación, las de la Presidencia y las de Relaciones Exteriores, fuimos y
venimos y en esos días de vía crucis recogimos la indignante, la escandalosa
información sobre los asesinatos en Guatemala, uno de los peores crímenes del
continente latinoamericano. ¡Y si no que lo diga Rigoberta Menchú a quien le
quemaron a toda su familia!
En la madrugada, como un rezo, una jaculatoria
aparecía en el unomásuno (regalo de uno más uno) un pequeño
anuncio:
Hoy hace 25 días, Alaíde Foppa desapareció en Guatemala. Hacemos responsable a ese gobierno por su vida. Lo firmaba el Comité Internacional por la vida de Alaíde Foppa. Se fueron ensartando los días, un día más sin Alaíde, un día más sobre un montón de días, un día más como una paletada de tierra sobre una situación atroz, intolerable. Pensé que el día en que el escueto desplegado desapareciera nos habríamos acostumbrado a él como a cualquier otro anuncio, porque tal parece que en América Latina resulta más fácil convivir con la tragedia y la injusticia que con lo libertad. Familiarizarse con la desgracia e integrarla a nuestra vida cotidiana se va haciendo costumbre como nos vamos acostumbrando a los 60 mil muertos de la guerra contra el narcotráfico en este sexenio mexicano.
La desaparición, lo sabemos, es la mejor forma de
tortura y la inauguramos en América Latina. Así lo sintetizó Ariel Dorfman en
un poema:
Quiero que me respondan con franqueza/
¿qué época es ésta,
en qué siglo habitamos,
cuál es el nombre
de este país?
¿Cómo puede ser,
eso les pregunto,
que la alegría de un
padre,
que la felicidad de una
madre,
consista en saber
que a su hijo
lo están
que lo están torturando?
¿Y presumir por lo tanto
que se encontraba vivo
cinco meses después,
que nuestra máxima
esperanza
sea averiguar
el año entrante
que ocho meses más tarde
seguían con las torturas
y puede, podría, pudiera,
que esté todavía vivo?
Si hay una heroína romántica de América Latina en el
siglo XX es Alaíde Foppa, reconocida en México en 1981 por su desaparición en
Guatemala. Es tan injusta la historia de las mujeres en nuestro país, es tan
eficaz el ninguneo al que se les somete que fue necesario un gran escándalo
político para que a Alaíde se le reconociera. Si no desaparece, el nombre de
Alaíde sólo estaría ligado a la poeta, la feminista, la crítica de arte, la
maestra, la traductora, la madre de familia con dos hijos asesinados. El
escándalo de su desaparición, su tortura y su muerte bajo el gobierno de Romeo
Lucas García que antes había asesinado a sus dos hijos guerrilleros, Mario y
Juan Pablo, la convierten en la heroína del feminismo mexicano.
En México las mujeres que destacan son fácilmente
sepultadas. Desaparecida Alaíde, sin lugar sobre la tierra, sin tumba, sin
cadáver, sin huesos que el tiempo pueda blanquear, cobra su verdadera estatura
por la fuerza del crimen político cometido por el general Romeo Lucas García.
A raíz de su desaparición, la vida de Alaíde es un
libro abierto al que puede asomarse cualquiera.
Esposa, madre de cinco hijos, Julio, Juan José
Arévalo, Mario, Silvia, Laura y Juan Pablo, hijos de Alfonso Solórzano,
militante comunista, perseguido en su país, Guatemala, que tuvo que exiliarse
en México para escapar a la muerte, Alaíde escribió:
Cinco hijos tengo,/ cinco caminos abiertos,/ cinco juventudes,/ cinco florecimientos, los cinco dedos de mi mano.
A lo largo de mi propia vida, muchas veces he pensado
en la actividad desmesurada y sacrificada de Alaíde. Olvidada de sí misma, se
entregaba demasiado, hacía demasiado. Sabía que el tiempo no vuelve, que arde y
sólo deja un montoncito de cenizas. Muchas veces nos dijo a Marta Lamas y a mí:
Quiero esconderme en Tepoztlán y dedicarle unos días a mi poesía. Alaíde derrochaba energía, acumulaba las citas de trabajo y relegaba su propia obra. Tampoco creía mucho en ella. Así lo escribió:
Quisiera decirlo todo
con unas pocas palabras cotidianas
y que al decir
manzana
vibraran en el aire
frescos colores
sabores acidulados
equilibrios formales
memorias
símbolos.
Pero
¿hace falta la palabra/ si existe la manzana?
“Una poesía
nació esta mañana
en el aire claro.
Estaba distraída,
se me fue de la mano.”
Alaíde se preguntaba a sí misma:
¿Hace falta mi poesía?Apresurada, la ahorcaron las obligaciones. No sabía decir que no. Se preguntaba, sí, cuáles son las cosas que de veras importan, pero de inmediato la saturaban las citas y los compromisos. El tiempo que nos devora a todos la hacía a ella como le daba la gana. El tiempo la angustiaba como consta en su poesía.
Llegué siempre tarde/ y me sigo nutriendo/ de urgente futuro/ de tiempo inexplorado/ de riesgos y esperas,/ como si fuera cierto/ que renacieran los días.
¿Renacen los días para las mujeres? Quizá sí. Alaíde
se preparaba para un renacimiento. Después del asesinato de su último hijo Juan
Pablo y de la muerte estúpida de un Alfonso Solórzano abstraído, atropellado
por un automóvil en la avenida Insurgentes, Alaíde decidió poner el tiempo que
a ella le restaba al servicio de la guerrilla guatemalteca. Abandonó la casa de
Hortensias en la colonia Florida y repartió sus muebles y sus cuadros. No
divulgó sus intenciones, pero nació en ella la inmensa, la honda esperanza de
serles útil a los guerrilleros guatemaltecos que la visitaban en su casa. Ella
sería su contacto, ella trabajaría para ellos. ¿Quién iba a sospechar de una
señora de más de 60 años, bien vestida, prudente, dulce, fina y encantadora?
En un estremecedor Poema de Navidad para Alaíde
dice Isabel Fraire que no se dio cuenta que Alaíde era tan hermosa, que en las
fotografías que repasa una y otra vez aparece su belleza, hecha de profundidad
y de tristeza. También a nosotros, como a Isabel Fraire, se nos borran los
rostros en el espejo, también vivimos sin detenernos, sin poner atención. Somos
ciegos, sordos, mudos. Cuando alguien se va, nos damos cuenta que lo conocimos
a medias, lo escuchamos a medias, lo quisimos a medias y que ahora sí, ¿quién
va a responder a nuestras preguntas? Esta hambre comenzó con la desaparición.
¿Por qué no le pregunté? ¿Por qué no la vi con mayor frecuencia? ¿Por qué no
permanecí más a su lado? ¿Por qué vivimos siempre a las carreras? Nos quedamos
en la otra orilla, llenos de imágenes a las que quisiéramos añadir color,
fuerza, completar, que no fueran tan frágiles y perecederas y de golpe tenemos
la certeza de que no sabemos nada. Cuando muramos, también morirán estas
imágenes interiores. Nosotras las de Fem, Marta, Tununa, Sara, Carmen,
Margarita aún retenemos la voz de Alaíde pero nuestros hijos, nuestros nietos
la olvidarán más pronto. Significativa, profunda y dulce, la voz de Alaíde
recubierta de espíritu como una segunda piel, era inteligente y un poco triste.
La bebimos en su programa de radio Foro de la mujer y al oírla supimos
que jamás podremos aceptar que un ser fundamentalmente bueno e inocente, fuera,
junto a miles de guatemaltecos, asesinado por un régimen fascista: el de Romeo
Lucas García.
Alaíde es el símbolo de la lucha de las mujeres
latinoamericanas por la libertad, contra la infamia de la desaparición, apenas
un pequeño colibrí que las mujeres quichés bordan en su huipil en señal de
duelo cuando sus hombres no vuelven de la guerra, de la cacería o son
asesinados en un campo de maíz, a traición, para luego aparecer en una zanja
calcinados como los 21 campesinos que se atrevieron a tomar, en señal de
protesta, la sede de la embajada de España en Guatemala, el jueves 31 de enero
de 1980.
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