“Huya ahora el lobo de la oveja, produzcan
doradas pomas las duras encinas, florezca en los olmos el narciso, destile la
corteza de los tamariscos espeso ámbar, desafíen a cantar las lechuzas a los
cisnes, sea Títiro un Orfeo en las selvas, un Arión entre los delfines.
“Las Églogas” Virgilio.
“Posiblemente la expresión de esa mirada anticipó,
amenguándola, la impresión de las palabras. El cisne cerró los ojos”
“El canto del cisne”
Horacio Quiroga
“Entonces cuando lo tenía a la altura de mi pecho, sentí que se
desenrrollaba una cinta, algo como un brazo negro me rozaba la cara. Era su
largo y ondulante cuello que caía. Así aprendí que los cisnes no cantan cuando
mueren"
Confieso que he vivido, Pablo Neruda.
Cuentan
que cuando los cisnes un poco antes de morir cantan, con ello anuncian el próximo
final. En 1968 se quiebra el cielo, el cisne canta y muere, pero no es
inmediata, es una larga agonía que comienza con sus lamentaciones. Mayo en
Paris, Berlín RFA (actual Alemania), Primavera de Praga, el Che, Jean
Paul Sarte, The Beatles, The Rolling Stones, Hippies, jóvenes, siempre jóvenes.
Y
así, el poder retado, obtuso, temeroso reprime y recuerdo a Grinsberg en su
poema Aullido, “Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la
locura, hambrientas histéricas desnudas…”
En
México el cisne también canto, lo hizo en la plaza de las Tres Culturas, en
Tlatelolco, entre restos pre españoles, arquitectura colonial y edificios
multifamiliares, el dos de octubre de 1968, el México viejo, artrítico, con altos
índices de colesterol y deficiente alimentación, ese México analfabeta en el
cual el poder era quien daba y quitaba libertad (¿acaso a eso se puede llamar
libertad?), ese México católico, prejuiciado, sin memoria, ese México ese
México empezó ese día a morir.
Hoy
es nuevamente dos de octubre, hace 45 años, en 1968 la intolerancia y el miedo
salieron con sus feroces dientes y cual mastines llenaron la historia de
sangre, en ese tiempo yo tenía 12 años, sin embargo recuerdo vivamente cuando
los estudiantes se subían a los camiones e intentaban dar a conocer sus
peticiones (Libertad a los presos políticos, Derogación de los artículos 145 y
145 bis del Código Penal Federal. (Instituían el delito de disolución social y
sirvieron de instrumento jurídico para la agresión sufrida por los estudiantes),
Desaparición del Cuerpo de Granaderos, Destitución de los jefes policíacos, Indemnización
a los familiares de todos los muertos y heridos desde el inicio del conflicto, Deslindamiento
de responsabilidades de los funcionarios culpables de los hechos sangrientos) y
de cómo tenían que descender para no ser detenidos y a pesar de ello, las amas
de casa, los obreros, las madres y los padres, los campesinos, los pobres y los
ricos por vez primera en un poco más de 50 años unieron su voz y fue tan fuerte
que se escuchó en la marcha del silencio, porque no hay grito más poderoso que
aquel que proviene de mil bocas cerradas.
Yo
no fui parte de esto como estudiante, pero la vivencia la traigo en piel, el
recuerdo en la memoria y el ánimo de seguir, ese amigo desde entonces esta en
mi hígado, en mi estómago y en mi corazón.
El
perdón han gritado y exigido los asesinos, es asunto viejo, dijeron, el perdón solo
lo otorga la víctima, este es un acto de misericordia hacia ambos
(victima-victimario), los actos humanos no se reducen (por desgracia) a esta
violencia, sino que la trascienden y son de lo cotidiano, el perdón entonces
adquiere un tamaño casi divino, por ello el perdón lo deben otorgar solo
quienes sufren y lo deben de recibir aquellos que han recuperado su alma, que
están arrepentidos.
Sé
que este es un tema que se tamiza en la criba de los sentimientos, pero también
sé que no es posible perdonar sino se habla y se acepta, no es sólo un acto
moral, ético, ni religioso, tampoco es exclusivamente jurídico o político, es
ante todo un acto y un sentimiento humano y el perdón no es olvido ni
impunidad, el perdón es memoria y justicia.
Así,
quienes piden ser perdonados las victimas serán quienes decidan, más ello no
los vuelve invisibles, no son fantasmas, ellos deben ser juzgados sin odio, sin
venganza, solo con justicia para la víctima y el victimario, sin olvido, por
que quien olvida no perdona, admite y reconoce el pecado y es indiferente por
eso termina siendo culpable.
Hoy
no basta con recordar a los muertos, a los desaparecidos, a los torturados, es
necesario recuperar la voz, la violencia es el argumento de los cobardes, de
los timoratos y pusilánimes, la voz hecha silencio y canto es nuestra, es
nuestro salmo, nuestra esperanza.
Falta
mucho por caminar, no caigamos en la violencia y la estupidez, cuando yo
estudiaba antropología en la ENAH (por cierto, todavía la escuela estaba en el Museo Nacional de Antropología e Historia) conocí a un par de estudiantes
becados, ellos eran vietnamitas, en una ocasión les invitamos a una fiesta y
ambos nos dijeron que no podían asistir, que ellos tenían una responsabilidad con
el pueblo de Vietnam y con los combatientes muertos, heridos, desaparecidos
torturados, con todos, traigo esto a colación por que creo que todos los que
hoy estamos aquí tenemos una responsabilidad similar pero también la tenemos
con el futuro, con dejarle a los niños de hoy un lugar hermoso donde vivir,
donde dejarles la alegría, el canto, la esperanza.
Termino
dejándolos con dos films propios a la época.
“El
grito”, de hecho es el único testimonio fílmico y lo hicieron jóvenes para que
la memoria perdure.
El
otro es el “Memorial del 68”, un recuento de los hechos a la distancia del
tiempo, de la vida y la experiencia.
Un
solidario abrazo camaradas.
Alejandro.
El grito
Memorial del 68
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