Edicto del obispo de
Michoacán Manuel Abad y Queipo proclamando la excomunión de Miguel Hidalgo y
Costilla ( 24 de septiembre de 1810)
Al desencadenarse el movimiento insurgente, la cercana amistad que
Abad y Queipo había llevado por años con Miguel Hidalgo no lo detuvo para
promulgar un edicto, el 24 de septiembre de 1810, en el que calificaba al cura
de Dolores y a sus seguidores como perturbadores de la paz pública, seductores
del pueblo, y tacharlos de sacrílegos y perjuros, que habían incurrido en la
excomunión mayor del canon. Prohibió, bajo la misma pena, que se les diera
ayuda en forma alguna, y exhortaba a cuantos seguían al caudillo a desistir de
acompañarlo y volver a sus hogares dentro del tercer día de haber tenido
noticia del mandato. Al parecer, Abad y Queipo podía compartir ideales con
Hidalgo, pero no era partidario de la violencia y prefirió apoyar sin
condiciones al gobierno metropolitano en su lucha contra la insurgencia. El 30
de septiembre y el 8 de octubre confirmó y amplió el edicto, subrayando, con el
propósito de desacreditarlo, el ofrecimiento del líder insurgente de restituir
las tierras que habían perdido los indígenas en manos de los españoles.
La validez de la excomunión fue puesta en entredicho no sólo por
sus destinatarios, debido a que Abad y Queipo era obispo electo pero no
consagrado, nombrado por la Regencia que gobernaba interinamente España. Para
salir de dudas, el arzobispo de México, Francisco Javier Lizana y Beaumont,
expidió un nuevo edicto, el 11 de octubre, declarando que la censura del obispo
de Michoacán era válida e impuesta conforme a los cánones, por lo que “los fieles
cristianos están obligados… bajo pena de pecado mortal y de quedar
excomulgados, a la observancia de lo que la misma declaración previene”,
haciendo extensivo el mandato a su territorio jurisdiccional.
El 13 de octubre, el tribunal del Santo Oficio ordenó que se
publicara el edicto inquisitorial contra Hidalgo, cuyo expediente había
reabierto el 28 de septiembre. El cura de Dolores no era un desconocido para la
Inquisición. El 16 de julio de 1800 se presentó una denuncia en su contra, pues
en Tajimaroa (actual Ciudad Hidalgo), sostuvo una conversación en la que
defendió posturas que cuestionaban el papel de la Iglesia, la cual sonó a
herejía a sus interlocutores. En octubre de 1801, el tribunal archivó la causa
por falta de pruebas. El 2 de mayo de 1808, una mujer lo acusó ante el
comisario inquisitorial de Querétaro por haber vivido en amasiato con ella por
varios años y comportarse como un “fornicario consuetudinario”. El 4 de junio
se guardó el expediente por el mismo motivo que el anterior. En 1807 y 1809, se
hicieron en su contra nuevas denuncias ante el Santo Oficio por supuestas
proposiciones heréticas, que tampoco procedieron. De cualquier modo, se
publicaron 200 ejemplares del documento, llamando al líder insurgente a
comparecer ante el tribunal para refutar los cargos de los que se le acusaba.
Lo más grave no era que semejantes denuncias se utilizaban como instrumento de
represión, pues resultaban más que oportunas para imponer la sospecha de
herejía sobre la insurgencia y su caudillo, sino que el tribunal inquisitorial
había sido suspendido por Napoleón desde el 4 de diciembre de 1808. No en vano
Lizana y Beaumont lo llamó “el mejor ejército de la monarquía española”.
Pero el clero que simpatizaba con la causa, apercibido del mal uso
político de la religión, utilizó armas muy similares para respaldar a Hidalgo y
los suyos. El 17 de octubre de 1810, luego de la entrada triunfal de las tropas
insurgentes en Valladolid (hoy Morelia), los edictos que ordenaban la
excomunión del cura de Dolores, fijados a las puertas de los templos, habían
sido arrancados y sustituidos desde la jornada anterior por un decreto del
gobernador de la mitra, Mariano Escandón y Llera, conde de Sierra Gorda, que
anulaba la pena canónica para Hidalgo. Escandón era un viejo conocido y
admirador del líder de la insurgencia. La misma orden se hizo circular a todos
los curas de la provincia, pidiendo que la leyeran en sus parroquias el
siguiente día festivo.
Desde luego, los religiosos que apoyaron la causa de este modo
tuvieron que responder por su conducta ante los superiores. El 29 de diciembre,
se conminó al conde de Sierra Gorda a exponer las razones por las cuales había
levantado la excomunión a Hidalgo. Al año siguiente, el 17 de febrero de 1811,
en Celaya, fueron denunciados varios sacerdotes por haber cuestionado la
legalidad del edicto de Abad y Queipo. Sin embargo, ninguno sufrió penas
trascendentes.
Luego de la desbandada insurgente en Aculco, Hidalgo regresó a
Valladolid, al anochecer del 11 de noviembre de 1810. Una vez atendidos los
asuntos más apremiantes, se sentó a redactar un manifiesto en respuesta al
edicto inquisitorial, que terminó el 15 de noviembre y en seguida ordenó se
leyera en todas las iglesias:
Me veo en la necesidad de satisfacer a las gentes, sobre un punto
que nunca creí se me pudiera tildar, ni menos declarárseme sospechoso para mis
compatriotas. Hablo de la cosa más interesante, más sagrada, y para mí más
amable: la religión santa, de la fe sobrenatural que recibí en el bautismo. Os
juro, desde luego, amados conciudadanos míos, que jamás me he apartado ni un
ápice de la creencia de la santa Iglesia Católica; jamás he dudado de ninguna
de sus verdades; siempre he estado convencido íntimamente de la infalibilidad
de sus dogmas, y estoy pronto a derramar mi sangre en defensa de todos y cada
uno de ellos.
Así comenzaba el documento, en el que ofrecía la más completa y
extensa justificación del movimiento insurgente. Señaló como testigos de sus
convicciones y prácticas religiosas a sus feligreses de Dolores y San Felipe, a
sus conocidos, a los pueblos en los que había fijado su residencia, y al
ejército que ahora comandaba.
En seguida señaló las contradicciones contenidas en el edicto,
como acusarlo primero de negar la existencia del infierno y, más adelante,
afirmar que había dicho que un pontífice estaba penando en el fuego eterno.
Hidalgo destacó el malsano interés del Santo Oficio por recordar
en ese preciso momento acusaciones absurdas conservadas en un archivo muerto:
Estad ciertos, amados conciudadanos míos, que si no hubiese
emprendido libertar nuestro reino de los grandes males que le oprimen y de los
muchos mayores que le amenazaban, y que por instantes iban a caer sobre él,
jamás hubiera sido yo acusado de hereje. Todos mis delitos traen su origen del
deseo de nuestra felicidad. Si éste no me hubiese hecho tomar las armas, yo
disfrutaría una vida dulce, suave y tranquila; yo pasaría por verdadero
católico, como lo soy y me lisonjeo de serlo, jamás habría habido quien se
atreviese a denigrarme con la infame nota de la herejía.
Las autoridades españolas se valieron de estos medios porque se
les habían terminado los recursos para mantener a la nación sometida a su
servicio:
Abandonan hasta la última reliquia de honradez y hombría de bien;
se prostituyen las autoridades más recomendables; fulminan excomuniones, que
nadie mejor que ellas saben no tienen fuerza alguna; procuran amedrentar a los
incautos y aterrorizar a los ignorantes, para que espantados con el nombre de
anatema, teman donde no hay motivo de temer.
Asimismo, Hidalgo aseguró que los gachupines se habían atrevido a
profanar las cosas sagradas para conservar sus dominios: “Abrid los ojos,
americanos, no os dejéis seducir de nuestros enemigos: ellos no son católicos
sino por política; su Dios es el dinero, y las conminaciones sólo tienen por
objeto la opresión.” No había que dejar pasar la oportunidad de romper las
cadenas de tan infame servidumbre. Para lograrlo sólo era necesaria la unidad,
no pelear entre nosotros.
Por último, señaló sus planes para crear un gobierno
representativo y dispuesto a servir los legítimos intereses de la nación:
Establezcamos un congreso que se componga de representantes de
todas las ciudades, villas y lugares de este reino, que teniendo por objeto
principal mantener nuestra santa religión, dicte leyes suaves, benéficas y
acomodadas a las circunstancias de cada pueblo: ellos entonces gobernarán con
la dulzura de padres, nos tratarán como a sus hermanos, desterrarán la pobreza,
moderando la devastación del reino y la extracción de su dinero, fomentarán las
artes, se avivará la industria, haremos uso libre de las riquísimas
producciones de nuestros feraces países, y a la vuelta de pocos años
disfrutarán sus habitantes de todas las delicias que el Soberano Autor de la
naturaleza ha derramado sobre este vasto continente.
Eran las razones y los proyectos del libertador, que no vivió para
ver cumplidos, aunque el mérito de haber sembrado las inquietudes y de
vislumbrar los medios para alcanzarlos nunca han sido puestos en duda.
Miguel Ángel Fernández Delgado, Investigador del
INEHRM
Edicto de excomunión
de Miguel Hidalgo y Costilla
Omne regnum in se divisum
desolabitur.
Todo reino dividido en facciones será
destruido y arruinado, dice Jesucristo nuestro bien." Cap. XI de San
Lucas, v. XVII.
Sí, mis amados fieles: la historia de
todos los siglos, de todos los pueblos y naciones, la que ha pasado por
nuestros ojos de la Revolución francesa, la que pasa actualmente en la
Península, en nuestra amada y desgraciada patria, confirman la verdad infalible
de este divino oráculo. Pero el ejemplo mas análogo a nuestra situación, lo
tenemos inmediato en la parte francesa de la isla de Santo Domingo, cuyos
propietarios eran los hombres más ricos, acomodados y felices que se conocían
bajo la tierra.
La población era compuesta casi como
la nuestra de franceses europeos y franceses criollos, de indios naturales del
país, de negros y de mulatos, y de castas resultantes de las primeras
clases. Entró la división y la anarquía por efecto de la citada
Revolución francesa, y todo se arruinó y se destruyó en lo absoluto. La
anarquía en la Francia causó la muerte de dos millones de franceses, esto es,
cerca de dos vigésimos, la porción más florida de ambos sexos que existía;
arruinó su comercio y su marina, y atrasó la industria y la agricultura.
Pero la anarquía en Santo Domingo
degolló todos los blancos franceses y criollos, sin haber quedado uno siquiera;
y degolló los cuatro quintos de todos los demás habitantes, dejando la quinta
parte restante de negros y mulatos en odio eterno y guerra mortal en que deben
destruirse enteramente. Devastó todo el país quemando y destruyendo todas las
posesiones, todas las ciudades, villas y lugares, de suerte que el país mejor
poblado y cultivado que había en todas las Américas, es hoy un desierto,
albergue de tigres y leones. He aquí el cuadro horrendo, pero fiel, de los
estragos de la anarquía en Santo Domingo.
La Nueva España, que había admirado
la Europa por los más brillantes testimonios de lealtad y patriotismo en favor
de la madre patria, apoyándola y sosteniéndola con sus tesoros, con su opinión
y sus escritos, manteniendo la paz y la concordia a pesar de las insidias y
tramas del tirano del mando, se ve hoy amenazada con la discordia y anarquía y
con todas las desgracias que la siguen, y ha sufrido la citada isla de Santo
Domingo.
Un ministerio del Dios de la paz, un
sacerdote de Jesucristo, un pastor de las almas (no quisiera decirlo), el cura
de Dolores don Miguel Hidalgo (que había merecido hasta aquí mi confianza y mi
amistad), asociado de los capitanes del regimiento de la Reina, D. Ignacio
Allende, D. Juan de Aldama y D. José Mariano Abasolo, levantó el estandarte de
la rebelión y encendió la tea de la discordia y anarquía, y seduciendo una
porción de labradores inocentes, les hizo tomar las armas, y cayendo con ellos
sobre el pueblo de Dolores el 16 del corriente al amanecer, sorprendió y
arrestó los vecinos europeos, saqueó y robó sus bienes; y pasando después a las
siete de la noche a la villa de San Miguel el Grande, ejecutó lo mismo,
apoderándose en una y otra parte de la autoridad y del gobierno.
El viernes 21 ocupó del mismo modo a
Celaya, y, según noticias, parece que se ha extendido ya a Salamanca e Irapuato.
Lleva consigo los europeos arrestados, y, entre ellos, al sacristán de Dolores,
al cura de Chamacuero, y a varios religiosos carmelitas de Celaya, amenazando a
los pueblos que los ha de degollar si le oponen alguna resistencia.
E insultando a la religión y a
nuestro soberano Don Fernando VII, pintó en su estandarte la imagen de nuestra
augusta patrona, Nuestra Señora de Guadalupe, y le puso la inscripción
siguiente: iViva la Religión! iViva nuestra Madre Santísima de Guadalupe! iViva
Fernando VII! iViva la América! y ¡Muera el mal gobierno! . Como la religión
condena a la rebelión, el asesinato, la opresión de los inocentes, y la Madre
de Dios no puede proteger los crímenes, es evidente que el cura de Dolores,
pintando en su estandarte de sedición la imagen de Nuestra Señora, y poniendo
en él la referida inscripción, cometió dos sacrilegios gravísimos insultando a
la religión, y a Nuestra Señora.
Insulta igualmente a nuestro
soberano, despreciando y atacando el gobierno que le representa, oprimiendo sus
vasallos inocentes, perturbando el orden público, y violando el juramento de
fidelidad al soberano y al gobierno, resultando perjuro igualmente que los
referidos capitanes. Sin embargo, confundiendo la religión con el crimen,
y la obediencia con la rebelión, ha logrado seducir el candor de los pueblos, y
ha dado bastante cuerpo a la anarquía que quiere establecer.
El mal haría rápidos progresos si la
vigilancia y energía del gobierno y la lealtad ilustrada de los pueblos no los
detuviesen. Yo, que a solicitud vuestra, y sin cooperación alguna de mi parte,
me veo elevado a la alta dignidad de vuestro obispo, de vuestro pastor y padre,
debo salir al encuentro a este enemigo, en defensa del rebaño que me es
confiado, usando de la razón y la verdad contra el engaño; y del rayo terrible
de la excomunión contra la pertinacia y protervia.
Si, mis caros y muy amados fieles; yo
tengo derechos incontestables a vuestro respeto, a vuestra sumisión y
obediencia en la materia. Soy europeo de origen; pero soy americano de adopción
por voluntad, y por domicilio de más de treinta y un años.
No hay entre vosotros uno solo que
tome más interés en vuestra verdadera felicidad. Quizá no habrá otro que se
afecte tan dolorosa y profundamente como yo en vuestras desgracias, porque
acaso no ha habido otro que se haya ocupado y ocupe tanto de ellas. Ninguno ha
trabajado tanto como yo en promover el bien público, en mantener la paz y
concordia entre todos los habitantes de la América y en prevenir la anarquía
que tanto he temido desde mi regreso de la Europa. Es notorio mi carácter y mi
celo. Así, pues, me debéis creer.
En este concepto, y usando de la
autoridad que ejerzo como obispo electo y gobernador de esta mitra, declaro:
que el referido D. Miguel Hidalgo, cura de Dolores, y sus secuaces los tres
citados capitanes, son perturbadores del orden público, seductores del pueblo,
sacrílegos, perjuros, y que han incurrido en la excomunión mayor del Canon
Siquis Suadente Diabolo, por haber atentado a la persona y libertad del
sacristán de Dolores, del cura de Chamacuero, y de varios religiosos del
convento del Carmen de Celaya, aprisionándolos y manteniéndolos arrestados.
Los declaro excomulgados vitandos y
prohibiendo, como prohíbo, el que ninguno les dé socorro, auxilio y favor, bajo
la pena de excomunión mayor, ipso facto insurrenda, sirviendo de monición este
edicto, en que desde ahora para entonces declaro incursos a los contraventores.
Asimismo, exhorto y requiero a la
porción del pueblo que trae seducido, con título de soldados y compañeros de
armas, que se restituyan a sus hogares y lo desamparen dentro del tercero día
siguiente inmediato al que tuvieren noticia de este edicto, bajo la misma pena
de excomunión mayor, en que desde ahora para entonces los declaro incursos y a
todos lo que voluntariamente se alistaren en sus banderas, o que de cualquiera
modo les dieren favor y auxilio. Ítem: declaro que el dicho cura Hidalgo y sus
secuaces son unos seductores del pueblo, y calumniadores de los europeos. Sí, mis
amados fieles, es una calumnia notoria.
Los europeos no tienen ni pueden
tener otros intereses que los mismos que tenéis vosotros los naturales del
país; es a saber, auxiliar la madre patria en cuanto se pueda, defender estos
dominios de toda invasión extranjera para el soberano que hemos jurado, o
cualquiera otro de su dinastía, bajo el gobierno que le representa, según y en
la forma que resuelva la nación representada en las Cortes que, como se sabe,
se están celebrando en Cádiz o isla de León, con los representados interinos de
las Américas mientras llegan los propietarios. Esta es la égida bajo la
cual nos debemos acoger; este es el centro de unidad de todos los habitantes de
este reino, colocado en manos de nuestro digno jefe el Exmo. Sr. Virrey actual
que, lleno de conocimientos militares y políticos, de energía y justificación,
hará de nuestros recursos y voluntades el uso más conveniente para la
conservación de la tranquilidad, del orden público, y para la defensa exterior
de todo el reino.
Unidas todas las clases del Estado de
buena fe, en Paz y concordia bajo un jefe semejante, son grandes los recursos
de una nación como la Nueva España, y todo lo podremos conseguir. Pero
desunidos, roto el freno de las leyes, perturbado el orden público, introducida
la anarquía como pretende el cura de Dolores, se destruiría este hermoso país.
El robo, el pillaje, el incendio, el asesinato, las venganzas incendiarán las
haciendas, las ciudades, villas y lugares, exterminarán los habitantes, y
quedará un desierto para el primer invasor que se presente en nuestras costas.
Sí, mis caros y amados fieles; tales
son los efectos inevitables y necesarios de la anarquía. Detestadla con todo
vuestro corazón; armaos con la fe católica contra las sediciones diabólicas que
os conturban: fortificad vuestro corazón con la caridad evangélica que todo lo
soporta y todo lo vence. Nuestro Señor Jesucristo, que nos redimió con su
sangre, se apiade de nosotros, y nos proteja en tanta tribulación, como humilde
se lo suplico.
Y para que llegue a noticia de todos
y ninguno alegue ignorancia, he mandado que este edicto se publique en esta
Santa Iglesia catedral, y se fije en sus puertas, según estilo, y que lo mismo
se ejecute en todas las parroquias del obispado, dirigiéndose al efecto los
ejemplares correspondientes. Dado en Valladolid a veinticuatro días del mes de
Septiembre de mil ochocientos diez.
Sellado con el sello de mis armas, y
refrendado por el infrascrito secretario- Manuel Abad y Queipo, Obispo
electo de Michoacán.- Por mandado de S.S.I., el Obispo mi Sr. Santiago Camina,
secretario.
Fuente: "México y sus revoluciones"
- Don José María Luis Mora
Al alba del día 30 de
Julio de 1811 recibió el cura Hidalgo los servicios espirituales impartidos por
el padre Juan José Baca. Un día antes en los muros de su celda había escrito
con carbón las siguientes décimas dedicadas al Alcalde Melchor Guaspe y a su Guardián
Miguel Ortega:
A
Guaspe.
Melchor,
tu buen corazón ha adunado con pericia
lo que pide la justicia,
aconseja la razón
y exige la compasión.
lo que pide la justicia,
aconseja la razón
y exige la compasión.
Das
consuelo al desválido
en cuanto te es permitido
partes el postre con él
y agradecido Miguel
te dá las gracias rendido.
Ortega tu crianza fina,
Tu dulce y estilo amable
siempre te harán apreciable
aun con gente peregrina.
en cuanto te es permitido
partes el postre con él
y agradecido Miguel
te dá las gracias rendido.
Ortega tu crianza fina,
Tu dulce y estilo amable
siempre te harán apreciable
aun con gente peregrina.
Tiene
protección divina
la piedad que has ejercido
con un pobre desválido
que mañana va a morir,
y no puede retribuír
ningún favor recibido.
la piedad que has ejercido
con un pobre desválido
que mañana va a morir,
y no puede retribuír
ningún favor recibido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario