En
estos días he leído de nuevo la Montaña Mágica de Thomas Mann, la primera vez
que lo leí yo era un adolescente, fue junto con Muerte en Venecia uno de los
textos más importantes, sobre todo por su plasticidad y sensualidad, años después
ya casado, como mi entonces esposa era fan de Mann tuve la oportunidad de
conocer toda su obra, pero también el placer de poder comentarla.
Para
mi las dos obras de Mann que comento son de aquellas que como todo lo bello y sensible
entra por los poros y nos va llenando. Al leer en estos días un tanto aciagos
para mí en el amor, al leer el Diálogo entre Hans Castorp y Clawdia Chauchat,
me pareció que era conveniente hablar de la carne, del cuerpo y del deseo en la
vida, por eso decidí hacer un adendum al 14 de febrero, les dejo dos videos, Summer 78-Yann Tiersen y a Ludovico
Einaudi en su presentación en el The Royal Albert Hall Concert en 2010.
Que
les guste.
Alejandro.
Diálogo entre Hans
Castorp y Clawdia Chauchat.
Extractado de
“La montaña mágica”
escrita por
Thomas Mann entre 1911 y 1923
Vamos, es un incidente sin consecuencias, que pasará pronto.
- No, Claudia, sabes perfectamente que lo que dices no es verdad, lo
dices sin convicción, estoy seguro. La fiebre de mi cuerpo y las palpitaciones
de mi corazón enjaulado y el estremecimiento de mis nervios son lo contrario de
un incidente, se trata nada menos que de mi amor por ti, ese amor que se
apoderó de mí en el instante en que mis ojos te vieron, o más bien, que
reconocí cuando te reconocí a ti, y es él evidentemente el que me ha conducido
a este lugar....
- ¡Qué locura!
- ¡Oh! El amor no es nada si no es la locura, una cosa insensata,
prohibida y una aventura en el mal. Si no es así es una banalidad agradable,
buena para servir de tema a cancioncitas tranquilas en las llanuras. Pero que
yo te he reconocido y que he reconocido mi amor hacia ti, sí, eso es verdad, yo
ya te conocí antiguamente, a ti y a tus ojos maravillosos oblicuos, y tu boca y
la voz con que me hablas; una vez ya, cuando era colegial, te pedí tu lápiz
para entablar contigo una relación social, porque te amaba sin razonar, y es
por eso, sin duda, por mi antiguo amor hacia ti, por lo que me quedan esas
marcas que el médico ha encontrado en mi cuerpo y que indican que en otro
tiempo yo estaba ya enfermo... te amo, te he amado siempre, pues tú eres el Tú
de mi vida, mi sueño, mi destino, mi deseo, mi eterno deseo.
- ¡Vamos, vamos! –dijo ella-. ¡Si tus preceptores te viesen!
- Me tienen sin cuidado todos.... la República elocuente, el progreso
humano en el tiempo, pues ¡te amo!
Ella acarició dulcemente con la mano los cabellos cortados al rape en la
nuca.
- Pequeño burgués –dijo. Lindo burgués de la pequeña mancha húmeda. ¿Es
verdad que me amas tanto?
Exaltado por
ese contacto, ya sobre las dos rodillas, la cabeza echada hacia atrás y los
ojos cerrados, él continuó hablando:
- Oh, el amor, ¿sabes.....? El cuerpo, el amor, la muerte, esas tres cosas no hacen más
que una. Pues el cuerpo es la enfermedad y la voluptuosidad, y es el que hace
la muerte; sí, son carnales ambos, el amor y la muerte, ¡y ese es su terror y
su enorme sortilegio! Pero la muerte, ¿comprendes?, es, por una parte, una cosa
de mala fama, impúdica, que hace enrojecer de vergüenza; y por otra parte es
una potencia muy solemne y muy majestuosa (mucho más alta que la vida riente
que gana dinero y se llena la panza; mucho más venerable que el progreso que
fanfarronea por los tiempos) porque es la historia, y la nobleza, y la piedad,
y lo eterno, y lo sagrado, que hace que nos quitemos el sombrero y marchemos
sobre la punta de los pies....De la misma manera, el cuerpo, también, y el amor
del cuerpo, son un asunto indecente y desagradable, y el cuerpo enrojece y
palidece en la superficie por espasmo y vergüenza de sí mismo. ¡Pero también es
una gran gloria adorable, imagen milagrosa de la vida orgánica, santa maravilla
de la forma y de la belleza, y el amor por él, por el cuerpo humano, es también
un interés extremadamente humanitario y una potencia más educadora que toda la
pedagogía del mundo....! ¡Oh,
encantadora belleza orgánica que no se compone de pintura al óleo ni de piedra,
sino de materia viva y corruptible, llena del secreto febril y de la
podredumbre! ¡Mira la simetría maravillosa del edificio humano, los hombros y
las caderas y los senos floridos a ambos lados del pecho, y las costillas
alineadas por parejas y el ombligo en el centro, en la blandura del vientre, y
el sexo oscuro entre los muslos! Mira los omóplatos, cómo se mueven bajo la
piel sedosa de la espalda, y la columna vertebral que desciende hacia la doble
lujuria fresca de las nalgas, y las grandes ramas de los vasos y de los nervios
que pasan del tronco a las extremidades por las axilas, y como la estructura de
los brazos corresponde a la de las piernas. ¡Oh, las dulces regiones de la
juntura interior del codo y del tobillo, con su abundancia de delicadezas
orgánicas, bajo sus almohadillas de carne! ¡Qué fiesta más inmensa al acariciar
esos lugares deliciosos del cuerpo humano! ¡Fiesta para morir luego sin un solo
lamento! ¡Sí, Dios mío, déjame sentir el olor de la piel de tu rótula, bajo la
cual la ingeniosa cápsula articular segrega su aceite resbaladizo! ¡Déjame
tocar devotamente con mi boca la “Arteria femoralis” que late en el fondo del
muslo y que se divide, más abajo, en las dos arterias de la tibia! ¡Déjame
sentir la exhalación de tus poros y palpar tu vello, imagen humana de agua y de
albúmina, destinada a la anatomía de la tumba, y déjame morir con mis labios
pegados a los tuyos!
No abrió los
ojos después de haber hablado, permaneció sin moverse, la cabeza inclinada, las
manos que sostenían el pequeño lapicero de plata, separadas, temblando y
vacilando sobre sus rodillas.
- Eres en efecto, un galanteador que sabe solicitar de una manera
profunda, a la alemana- dijo ella y le puso un tricornio de papel.
- ¡Adiós, príncipe Carnaval! ¡Esta noche la línea de tu fiebre será muy
mala, te lo predigo!- al decir esto se levantó de la silla, se dirigió a la
puerta, dudó un momento en el umbral, dio media vuelta elevando uno de sus
brazos desnudos, con la mano en el pestillo y, por encima del hombro, dijo en
voz baja:
- No te olvides de devolverme el lápiz.
Muchas gracias.
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