"Para Adán, el paraíso era donde estaba Eva"
Diarios de Adán y Eva, Mark Twain.
Mark Twain es más, mucho más
que el Mississippi, va más allá de Huckleberry Finn y de Tom Sawyer, es un crítico,
un espléndido crítico y humanista, tan magnifico –eso creo yo- como Bernard
Show, alguien que con alegría caricaturiza, se burla, pero sobre todo abre
posibilidades al romper lo que durante demasiado vimos como sagrado, es un gran
activista contra la violencia, así denuncia la brutalidad del Demonio Belga y
sus esbirros, jauría sin piedad alguna, hoy a manera de un recordatorio les
dejo algunos pequeños extractos de tres de sus mejores obras.
Alejandro, febrero, 2015
Consejos para niñas pequeñas
“Advice to
Little Girls”, “Consejos para niñas pequeñas” fue escrito por Mark Twain
en 1865 y hoy en día, teniendo en cuenta el papel de la mujer en la sociedad
actual, sigue siendo necesario.
He aquí algunos de los “Consejos para niñas
pequeñas”, publicados en 1865, donde Twain da una serie de recomendaciones bien
políticamente incorrectas, invitando a las niñas pequeñas a ignorar las
restricciones impuestas por la sociedad y a pensar por sí mismas. Todo un
desafío:
«Si tu madre te
pide que hagas algo, no está bien decirle que no. Es preferible y más
conveniente darle a entender que harás lo que te ordena, y después proceder con
discreción según los dictados de tu sabio criterio».
«Las niñas buenas no
deben ponerle mala cara a sus maestras ante cualquier mínima afrenta. Sólo
deben recurrirse a esta medida en circunstancias particularmente graves».
«Recuerda que debes
sentirte agradecida a tus padres por el alimento que recibes y por el
privilegio que te otorgan de quedarte en casa cuando finges estar enferma para
no ir a la escuela. Por eso debes acatar sus pequeñas injusticias, complacer
sus caprichitos y tolerar sus pequeñas manías mientras no te harten demasiado».
“Aunque sólo tengas una
muñeca de trapo rellena de serrín, y una de tus amiguitas tenga la fortuna de
poseer una de la porcelana más cara, debes tratarla con amabilidad. Y no debes
intentar intercambiársela a todo costa, a menos que tu conciencia te lo permita
y sepas que tienes ocasión de hacerlo”.
“Si en algún momento
consideras adecuado castigar a tu hermano, no lo hagas con lodo; nunca, bajo
ninguna circunstancia, le eches lodo, porque le ensuciarás la ropa. Es
preferible rociarlo con un poco de agua hirviendo, puesto que así obtendrás los
resultados deseados. Te asegurarás de que preste atención a las lecciones que
tratas de inculcarle enseguida, y al mismo tiempo el agua caliente eliminará
las impurezas de su persona y probablemente también de su piel, incluidos los
granitos”.
La
oración de la guerra.
“Fue una época de gran exaltación y emoción. El país se había levantado en armas, había empezado la guerra y en cada pecho ardía el fuego
sagrado del patriotismo; se oía el redoble
de los tambores y tocaban las bandas de música;
tiraban cohetes y un montón de fuegos
artificiales zumbaban y chisporroteaban. Allí
abajo, a lo lejos, de las manos, tejados y balcones, ondeaba al sol
una espesura de banderas brillantes. De día, por la
ancha avenida, los jóvenes
voluntarios desfilaban alegres y hermosos con sus uniformes; a su paso los
orgullosos padres, madres, hermanas y enamoradas los vitoreaban con voces
ahogadas por la emoción. De noche,
en las concurridas reuniones se escuchaba con admiración la oratoria patriótica que
agitaba lo más hondo de
sus corazones, y que solía
interrumpirse con una tempestad de aplausos, al tiempo que las lágrimas corrían por sus
mejillas. En las iglesias los pastores predicaban devoción a la bandera y al país, y en favor de nuestra noble causa imploraban
ayuda al dios de las batallas con una elocuencia tan efusiva y fervorosa que
conmovía a todos
los oyentes.
De hecho,
era una época próspera y alegre, y los pocos espíritus temerarios que se aventuraban a desaprobar la
guerra y a albergar alguna duda sobre su rectitud, enseguida recibían un castigo tan duro y severo que, para su propia
seguridad, inmediatamente retrocedían
espantados y no volvían a ofender
en ese sentido.
Llegó el domingo por la mañana.
Al día siguiente los batallones partirían hacia el
frente; la iglesia estaba a rebosar. Y allí
estaban los voluntarios, con sus rostros iluminados por visiones y
sueños milicianos. ¡El austero
avance de tropas, el ímpetu
incontenible, el ataque desenfrenado, los sables relucientes, la huida del
enemigo, el tumulto, el humo envolvente, la búsqueda feroz
y la rendición! ¡Y luego, de
regreso al hogar, los héroes
condecorados, bienvenidos, venerados, inmersos en un mar de oro de gloria! Al
lado de los voluntarios se sentaban sus seres queridos, orgullosos, contentos y
envidiados por los vecinos y amigos que no tenían hijos o
hermanos a quienes enviar al campo de honor, para vencer por la bandera o, caso
contrario, sucumbir a la más noble de
las muertes nobles. El servicio religioso continuó. Se leyó un capítulo del Antiguo Testamento sobre la guerra y se rezó la primera plegaria, seguida de un estallido del órgano que sacudió
el edificio. Y de un impulso la congregación se levantó
con brillo en los ojos y latidos en el corazón: «¡Dios Todopoderoso! ¡Tú
que ordenas, el trueno es tu trompeta y el rayo tu espada!».
Después vino la oración larga.
Nadie recordaba algo semejante por lo apasionado de la súplica y lo conmovedor y bello de su lenguaje. En
esencia, la oración pedía al Padre
de todos nosotros, benigno y siempre misericordioso, que velara por nuestros
nobles y jóvenes
soldados y les proporcionara auxilio, consuelo y ánimo en el afán de su
patriótica tarea;
que los bendijera y protegiera con Su poderosa mano en la batalla; que los
fortaleciera y les diera confianza para que fueran invencibles en el ataque
sangriento; que les ayudara a aplastar al enemigo y les concediera, tanto a
ellos como a su patria y su bandera, la gloria y el honor imperecederos.
Un anciano extraño entró y con paso lento y callado avanzó por el pasillo, con los ojos clavados en el clérigo. Tenía un cuerpo alto e iba vestido con una túnica que le llegaba a los pies, llevaba la cabeza
descubierta, una vaporosa cascada de cabello cano le caía sobre los hombros y tenía la cara arrugada y exageradamente pálida, casi fantasmal. Llenos de asombro, todos le
seguían con la
mirada mientras se encaminaba al altar en silencio y sin pausa, hasta que se
detuvo a la par del clérigo y se
quedó allí esperando de
pie.
El clérigo, con los ojos cerrados, no se había percatado de la presencia del extraño y prosiguió con su oración
conmovedora hasta terminar con las siguientes palabras, pronunciadas con gran
fervor: «¡Bendice nuestras almas, concédenos la
victoria, Oh Señor Nuestro, Dios, Padre y Protector de nuestra tierra y nuestra
bandera!».
El extraño le tocó el brazo y le hizo señas para que se apartara -a lo
que accedió el desconcertado
clérigo- y ocupó
su lugar. Durante unos momentos, con ojos solemnes que emanaban una
luz extraordinaria, contempló detenidamente
a la audiencia embelesada. Entonces con una voz profunda dijo: «Vengo del
Trono. Soy portador de un mensaje de Dios Todopoderoso». Las
palabras golpearon a la congregación como en un
seísmo; si el extraño lo percibió
no hizo ningún caso. «El ha
escuchado la oración de Su
siervo, vuestro pastor, y se concederán sus
peticiones si ése es
vuestro deseo después que yo, Su
mensajero, os haya explicado su significado, es decir, todo su significado.
Pues sucede lo que en la mayoría de las
oraciones de los hombres; el que las pronuncia pide mucho más de lo que es consciente, salvo que se detenga y se
ponga a meditar».
«Vuestro
Siervo de Dios ha rezado su plegaria. ¿Ha
reflexionado sobre lo que ha dicho? ¿Es acaso una
sola oración? No; son
dos -una pronunciada y la otra no-. Ambas han llegado a los oídos de Aquel que escucha todas las súplicas, tanto las anunciadas como las guardadas en
silencio. Ponderad esto y guardadlo en la memoria. Si rezas una plegaria en tu
beneficio ¡ten cuidado!
no sea que sin querer invoques al mismo tiempo una maldición sobre el vecino. Si rezas una oración para que llueva sobre tu cosecha, mediante ese
acto quizá estés implorando
que caiga una maldición sobre la
cosecha de alguno de tus vecinos que probablemente no necesite agua y resulte
así dañada».
«Han
escuchado la oración de vuestro
siervo -la parte enunciada-.Yo he sido encargado por Dios para poner en
palabras la otra parte, aquélla que el
pastor -al igual que ustedes en sus corazones- rezaron en silencio. ¿Con ignorancia y sin reflexionar? ¡Dios asegura que así
fue! Oísteis estas
palabras: 'Concédenos la
victoria, Oh Señor Nuestro Dios'. Eso es suficiente. La oración pronunciada está
íntimamente ligada a esas palabras fecundas. No han sido necesarias las
explicaciones. Cuando habéis rezado
por la victoria, habéis rezado
por las muchas consecuencias no mencionadas que resultan de la victoria -debe
ser así y no se
puede evitar-.El espíritu atento
de Dios Padre acogió también la parte no pronunciada de la oración. Me encargó
que la expresara con palabras. ¡Escuchad!».
«Oh Señor, nuestro Padre, nuestros jóvenes patriotas, ídolos de
nuestros corazones, salen a batallar. ¡Mantente
cerca de ellos! Con ellos partimos también nosotros
-en espíritu-
dejando atrás la dulce
paz de nuestros hogares para aniquilar al enemigo. ¡Oh Señor nuestro Dios, ayúdanos a
destrozar a sus soldados y convertirlos en despojos sangrientos con nuestros
disparos; ayúdanos a
cubrir sus campos resplandecientes con la palidez de sus patriotas muertos; ayúdanos a ahogar el trueno de sus cañones con los
quejidos de sus heridos que se retuercen de dolor, ayúdanos a destruir sus humildes viviendas con un huracán de fuego; ayúdanos a
acongojar los corazones de sus viudas inofensivas con aflicción inconsolable; ayúdanos a
echarlas de sus casas con sus niñitos para que deambulen desvalidos por la
devastación de su
tierra desolada, vestidos con harapos, hambrientos y sedientos, a merced de las
llamas del sol de verano y los vientos helados del invierno, quebrados en espíritu, agotados por las penurias, te imploramos que
tengan por refugio la tumba que se les niega -por el bien de nosotros que te
adoramos, Señor-, acaba con sus esperanzas, arruina sus vidas, prolonga su
amargo peregrinaje, haz que su andar sea una carga, inunda su camino con sus lágrimas, tiñe la nieve blanca con la sangre de las heridas de
sus pies! Se lo pedimos, animados por el amor, a Aquel quien es Fuente de Amor,
sempiterno y seguro refugio y amigo de todos aquellos que padecen. A El,
humildes y contritos, pedimos Su ayuda. Amén».
(Después de una pausa)
«Así es como lo habéis rezado. ¡Si todavía lo deseáis, hablad! El mensajero del Altísimo aguarda».
Más tarde se creyó
que el hombre era un lunático porque
no tenía sentido
nada de lo que había dicho.
Diarios de Adán y Eva.
Lunes.
Esta criatura nueva de pelo largo es bastante entrometida. Siempre está
dando vueltas a mi alrededor, siguiéndome a todas partes. No me gusta esto; no
estoy acostumbrado a la compañía. Ojalá se quedase con los demás animales...
Está nublado hoy, hay viento del Este; creo que nos tocará lluvia... ¿nos? ¿De
dónde saqué esa palabra? Ahora me acuerdo: la criatura nueva la usa.
Martes.
Estuve investigando la gran caída de agua. Es lo más lindo del lugar,
creo. La nueva criatura la llama Cataratas del Niágara; el por qué no estoy
seguro de saberlo. Dice que parecen las Cataratas del Niágara. Esa no es una
razón, es mero capricho e imbecilidad. No tengo manera de ponerle yo el nombre
a nada. La nueva criatura le pone nombre a todo lo que se le aparece, antes de
darme tiempo siquiera a protestar. Y siempre con el mismo pretexto: parece tal
cosa. Por ejemplo, el dodo. Dice que no bien uno lo mira, se da cuenta de
inmediato de que ¨parece un dodo¨. No hay duda de que tendrá que quedarse con
ese nombre. Me fastidia tener que enojarme por estas cosas y, de todos modos,
no tiene sentido. ¡Dodo! Se parece a un dodo tanto como yo.
Miércoles.
Me construí un refugio para la lluvia, pero no pude disfrutarlo en paz.
La nueva criatura se entrometió. Cuando intenté echarla, dejó caer agua por los
agujeros con los que mira, y se los limpió frotándose con el dorso de sus
garras, y produjo un ruido como el que hacen algunos de los demás animales
cuando están lastimados. Ojalá no hablase; está siempre hablando. Esto suena
como una burla fácil a la pobre criatura, una difamación; pero no es esa mi
intención. Nunca he escuchado antes la voz humana, y cualquier sonido nuevo y
extraño que moleste la quietud grave de estas soledades de ensueño ofende mi
oído y suena como una nota falsa. Y este sonido nuevo está tan cerca de mí;
encima de mi hombro, justo en mi oreja, primero de un lado y después del otro,
y yo estoy acostumbrado a sonidos más o menos lejanos.
Viernes.
La actividad de poner nombres a todas las cosas avanza de manera
temeraria, a pesar de lo que yo haga. Tenía un nombre muy bueno para el lugar,
era musical y elegante: JARDÍN DEL EDÉN. En privado sigo llamándolo así, pero
no más en público. La nueva criatura dice que es todo bosques y rocas y
paisajes, y que por lo tanto no se parece en nada a un jardín. Dice que parece
un parque, y no se parece a nada sino a un parque. En consecuencia, sin
consultarme, le ha puesto un nuevo nombre: PARQUE DE LAS CATARATAS DEL NIÁGARA.
Esto es el colmo de la arbitrariedad, creo yo. Y ya hay un letrero:
NO PISE EL CÉSPED
Mi vida ya no es feliz como lo era antes.
Sábado.
La nueva criatura come demasiada fruta. Lo más probable es que se nos
acabe. ¨Nos¨ otra vez: esa palabra que eso suele usar; también yo, ahora, al
escucharla tanto. Mucha niebla esta mañana. Nunca salgo cuando hay niebla. La
nueva criatura sí lo hace. Sale bajo cualquier clima, y entra chapoteando con
los pies embarrados. Y habla. Este solía ser un lugar tan agradable y tan
calmo.
Domingo
Pasable. Este día va a ser cada vez más y más difícil. Fue seleccionado y
puesto aparte en noviembre pasado como día de descanso. Antes tenía seis por
semana. Esta mañana encontré a la nueva criatura tratando de arrancar manzanas
de aquel árbol prohibido.
Lunes.
La nueva criatura dice que su nombre es Eva...
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