domingo, 26 de abril de 2015

23 de abril DIA INTERNACIONAL DEL LIBRO


El 23 de abril es una fecha simbólica para el mundo de la literatura. En ese día, en 1616, murió Miguel de Cervantes, William Shakespeare y el poeta Garcilaso de la Vega, El Inca. El 23 de abril es también la fecha de nacimiento de otros prominentes autores, como Maurice Druon, K. Laxness, Vladimir Nabokov, Josep Pla y Manuel Mejía Vallejo.

El origen de esta celebración se encuentra en Cataluña (España) donde es tradición regalar una rosa y un libro el 23 de abril, fecha que coincide con Sant Jordi (San Jorge). El éxito del Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor dependerá principalmente del apoyo recibido de todas las partes implicadas: autores, editores, profesores, bibliotecarios, instituciones públicas y privadas, ONGs, medios de comunicación y el público en general).  Todos han sido movilizados en cada país por las Comisiones Nacionales de Cooperación con la UNESCO, los clubs UNESCO, centros y asociaciones, escuelas y bibliotecas asociadas, y por todos aquellos que quieren participar de esta fiesta del libro y los derechos de autor en el mundo.

Unesco, 23 de abril. 2015

El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.
Miguel de Cervantes Saavedra


 Capítulo XLV
De cómo el gran Sancho Panza tomó la posesión de su ínsula y del modo que comenzó a gobernar

¡Oh perpetuo descubridor de los antípodas, hacha del mundo, ojo del cielo1, meneo dulce de las cantimploras, Timbrio aquí, Febo allí, tirador acá4, médico acullá, padre de la poesía, inventor de la música, tú que siempre sales y, aunque lo parece, nunca te pones! A ti digo, ¡oh sol, con cuya ayuda el hombre engendra al hombre!, a ti digo que me favorezcas y alumbres la escuridad de mi ingenio, para que pueda discurrir por sus puntos en la narración del gobierno del gran Sancho Panza7, que sin ti yo me siento tibio, desmazalado y confuso.



Digo, pues, que con todo su acompañamiento llegó Sancho a un lugar de hasta mil vecinos, que era de los mejores que el duque tenía. Diéronle a entender que se llamaba «la ínsula Barataria», o ya porque el lugar se llamaba «Baratario» o ya por el barato con que se le había dado el gobierno. Al llegar a las puertas de la villa, que era cercada, salió el regimiento del pueblo a recebirle, tocaron las campanas y todos los vecinos dieron muestras de general alegría y con mucha pompa le llevaron a la iglesia mayor a dar gracias a Dios, y luego con algunas ridículas ceremonias le entregaron las llaves del pueblo y le admitieron por perpetuo gobernador de la ínsula Barataria.



El traje, las barbas, la gordura y pequeñez del nuevo gobernador tenía admirada a toda la gente que el busilis del cuento no sabía, y aun a todos los que lo sabían, que eran muchos. Finalmente, en sacándole de la iglesia le llevaron a la silla del juzgado y le sentaron en ella, y el mayordomo del duque le dijo:

—Es costumbre antigua en esta ínsula, señor gobernador, que el que viene a tomar posesión desta famosa ínsula está obligado a responder a una pregunta que se le hiciere que sea algo intricada y dificultosa, de cuya respuesta el pueblo toma y toca el pulso del ingenio de su nuevo gobernador y, así, o se alegra o se entristece con su venida.



En tanto que el mayordomo decía esto a Sancho, estaba él mirando unas grandes y muchas letras que en la pared frontera de su silla estaban escritas, y como él no sabía leer, preguntó que qué eran aquellas pinturas que en aquella pared estaban. Fuele respondido:



—Señor, allí está escrito y notado el día en que vuestra señoría tomó posesión desta ínsula, y dice el epitafio: «Hoy día, a tantos de tal mes y de tal año, tomó la posesión desta ínsula el señor don Sancho Panza, que muchos años la goce».



—¿Y a quién llaman don Sancho Panza? —preguntó Sancho.



—A vuestra señoría —respondió el mayordomo—, que en esta ínsula no ha entrado otro Panza sino el que está sentado en esa silla.



—Pues advertid, hermano —dijo Sancho—, que yo no tengo don, ni en todo mi linaje le ha habido: Sancho Panza me llaman a secas, y Sancho se llamó mi padre, y Sancho mi agüelo, y todos fueron Panzas, sin añadiduras de dones ni donas; y yo imagino que en esta ínsula debe de haber más dones que piedras; pero basta: Dios me entiende, y podrá ser que si el gobierno me dura cuatro días yo escardaré estos dones, que por la muchedumbre deben de enfadar como los mosquitos. Pase adelante con su pregunta el señor mayordomo, que yo responderé lo mejor que supiere, ora se entristezca o no se entristezca el pueblo.



A este instante entraron en el juzgado dos hombres, el uno vestido de labrador y el otro de sastre, porque traía unas tijeras en la mano, y el sastre dijo:

—Señor gobernador, yo y este hombre labrador venimos ante vuestra merced en razón que este buen hombre llegó a mi tienda ayer, que yo, con perdón de los presentes, soy sastre examinado, que Dios sea bendito, y poniéndome un pedazo de paño en las manos, me preguntó: «Señor, ¿habría en esto paño harto para hacerme una caperuza?». Yo, tanteando el paño, le respondí que sí; él debióse de imaginar, a lo que yo imagino, e imaginé bien, que sin duda yo le quería hurtar alguna parte del paño, fundándose en su malicia y en la mala opinión de los sastres, y replicóme que mirase si habría para dos. Adivinéle el pensamiento y díjele que sí, y él, caballero en su dañada y primera intención, fue añadiendo caperuzas, y yo añadiendo síes, hasta que llegamos a cinco caperuzas, y ahora en este punto acaba de venir por ellas: yo se las doy, y no me quiere pagar la hechura, antes me pide que le pague o vuelva su paño.



—¿Es todo esto así, hermano? —preguntó Sancho.



—Sí, señor —respondió el hombre—, pero hágale vuestra merced que muestre las cinco caperuzas que me ha hecho.



—De buena gana —respondió el sastre.



Y sacando encontinente la mano de bajo del herreruelo mostró en ella cinco caperuzas puestas en las cinco cabezas de los dedos de la mano, y dijo:



—He aquí las cinco caperuzas que este buen hombre me pide, y en Dios y en mi conciencia que no me ha quedado nada del paño, y yo daré la obra a vista de veedores del oficio.
  
Ricardo III
William Shakespeare.


Escena III

REY RICARDO.
(Leyendo)
Juanillo Norfolk: no seas tan audaz, pues Ricardete, tu amo, está traicionado y vendido. ¡Invenciones del adversario!... ¡Vamos, señores, cada cual a su puesto! ¡Que no turben nuestro ánimo sueños pueriles, pues la conciencia es una palabra para uso de cobardes, inventada en principio para sujetar a los fuertes! ¡El ímpetu de nuestros brazos sea nuestra conciencia; nuestras espadas, la ley! ¡Adelante! ¡Lancémonos bravamente unidos en la mezcla! ¡Si no al Cielo, de la mano todos al infierno!..(A los soldados) ¿Qué os diré más de lo que os he dicho? ¡Recordad a quiénes vais a hacer frente! ¡Un racimo de vagabundos, bribones y desterrados, la hez de Bretaña, y el bajo paisanaje inmundo, vómito de su contagiado país, que espera desembarazarse de ellos en aventuras desesperadas de segura destrucción! ¡Dormíais tranquilos y quieren privaros del descanso! ¡Poseíais tierra s y vivíais felices con bellas esposas! ¡Quieren arrebataros las unas y deshonrar a las otras! Y ¿quién es el que los conduce sino un mozo despreciable, nutrido largo tiempo en Bretaña, a costa de nuestra madre? ¡Una sopa de leche, que en su vida ha juzgado del frío más que al sentir bajo sus zapatos la nieve! ¡Echemos a latigazos a esos bandidos más allá del mar! ¡Barramos a esos presuntuosos harapos venidos de Francia, a esos hambrientos mendigos desahuciados de la vida, que, sin el sueño insensato de tan loca empresa, ellos mismos, por falta de medios, se hubieran ahorcado y muerto como simples ratas! ¡Si hemos de ser vencidos, que sea por hombres, y no por esos bastardos bretones, a quienes nuestros padres batieron, zurraron y humillaron en su propio país; y, como es hecho notorio, les hicieron los herederos de la vergüenza! ¿Y habían de apoderarse de nuestras tierras? ¿Acostarse con nuestras mujeres? ¿Raptar a nuestras hijas?... ¡Escuchad!... ¡Oigo sus tambores!...
(Escúchanse tambores a lo lejos.)
¡Al combate, hidalgos de Inglaterra! ¡Al combate, bravos milicianos! ¡Tirad, arqueros! ¡Apuntad vuestras flechas a la cabeza! ¡Hundid la espuela en los flancos de vuestros caballos y galopad entre la sangre! ¡Qué retumbe de espanto la bóveda celeste con los destellos de vuestras lanzas.

Escena IV

REY RICARDO.
.- ¡Un caballo! ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!


Sonetos
Gacilazo dela Vega “El Inca”

Soneto IV

Un rato se levanta mi esperanza:
más, cansada de haberse levantado,
torna a caer, que deja, mal mi grado,
libre el lugar a la desconfianza.

¿Quién sufrirá tan áspera mudanza
del bien al mal? ¡Oh corazón cansado!
Esfuerza en la miseria de tu estado;
que tras fortuna suele haber bonanza.

Yo mesmo emprenderé a fuerza de brazos
romper un monte, que otro no rompiera,
de mil inconvenientes muy espeso.

Muerte, prisión no pueden, ni embarazos,
quitarme de ir a veros, como quiera,
desnudo espíritu o hombre en carne y hueso.
 

Soneto IV

i quejas y lamentos pueden tanto,
que enfrenaron el curso de los ríos,
y en los diversos montes y sombríos
los árboles movieron con su canto;

si convirtieron a escuchar su llanto
los fieros tigres, y peñascos fríos;
si, en fin, con menos casos que los míos
bajaron a los reinos del espanto,

¿por qué no ablandará mi trabajosa
vida, en miseria y lágrimas pasada,
un corazón conmigo endurecido?

Con más piedad debería ser escuchada
la voz del que se llora por perdido
que la del que perdió y llora otra cosa.

 

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