La Leyenda Aurea
Para esta Semana Santa
donde los creyentes en Cristo o sea todos los cristianos, celebran la muerte y
resurrección de Cristo, ahí estaban los apóstoles (por eso la Iglesia Romana se
define a sí misma como Apostólica, por haber sido fundada por dos de ellos
Pedro y Pablo, así mismo existe la Iglesia Apostólica Armenia, desvinculada del
Vaticano y que fue fundada por los Apóstoles Judas Tadeo y Bartolomé).
Celebrar implica conocer, por eso
les comparto hoy la Legenda Aurea o Leyenda Dorada.
El primer texto fue escrito por el sacerdote
Dominico Fr. Vicente Niño Orti del Convento Santo Tomás de Aquino, "El
Olivar", Madrid
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El Beato Santiago de la Vorágine y la Leyenda
Dorada de los santos
Santiago
de la Vorágine, fraile dominico del siglo XIII (1230-1298) que llegó a ser
Obispo de Génova, ha pasado a la historia por ser el autor de la Leyenda
Dorada, la más célebre recopilación de biografías de santos y la más influyente
en el arte europeo de todos los tiempos.
Hay libros que pese a tener una importancia capital en la cultura de
nuestro mundo, apenas son conocidos, y desde luego sus autores casi no llegan
al mundo de la cultura popular pese a haber contribuido de un modo
imprescindible con sus obras a hacer nuestro mundo como es. Pienso en Beda el
Venerable, un monje inglés que con sus crónicas conservó en la Edad Media mucho
del conocimiento que luego se recuperó en el Renacimiento, pienso en Geofrey de
Monmouth que recogió toda la saga artúrica transmitiéndola al mundo tras él,
Maimónides y Averroes desde la Andalucía musulmana otro tanto que Beda el
Venerable, y desde luego, hay que mencionar al Beato de la Orden de
Predicadores que celebramos hoy.
Jacopo da Varezze, Santiago de la Vorágine, Jacobo de la Voragine son
distintos modos de encontrar el nombre de este fraile dominico del siglo XIII
(1230-1298) que llegó a ser Obispo de Génova pero que ha pasado a la historia
por ser el autor de la Leyenda Dorada, la más célebre recopilación de biografías
de santos y la más influyente en el arte europeo, pues la iconografía de los
santos -los símbolos con los que son representados los santos atendiendo a
episodios de su vida- nace en su inmensa mayoría de esta obra.
Que Santo Domingo de Guzmán aparezca junto al perro blanco y negro con
la antorcha en el hocico, que San Lorenzo se le represente con la parrilla de
su martirio, que San Jorge sea siempre representado matando al dragón tiene su
origen en esta obra y en este fraile dominico.
Santiago de la Voragine comenzó a escribir la "Legenda aurea" en 1250 (el primer manuscrito aparecido es de
1260) y se dedicó a esta tarea hasta 1280. En algunas de sus primeras ediciones
la obra se tituló "Lombardica
Historia" debido a que de la Voragine dedica el segundo y último
capítulo de su obra a la vida del papa Pelagio, incluyendo un resumen de la
historia de los lombardos, hasta 1250, originando una falsa idea de tratarse de
trabajos distintos.
No es la Leyenda Dorada un documento histórico con la narración de
hechos reales como hoy los entendemos, pues el objetivo principal no fue el
redactar biografías históricas tal cual hoy consideramos, o escribir tratados
científicos para eruditos, sino libros de devoción para la gente común, que
estaba inmersa en la creencia inquebrantable de la omnipotencia de Dios y su
cuidado paternal, que los llevaría a alcanzar una vida santa. La Leyenda Dorada
ofrecía a través de sus páginas, la posibilidad de conocer modelos de vida
dignos de ser emulados.
Y tal es el inmenso valor que tiene la obra de este Beato Dominico. Los
modelos humanos son algo connatural al ser humano, necesarios para todo
desarrollo personal. Referentes para guiar nuestra vida son necesarios a todo
plano: humano, religioso, vocacional, familiar, profesional... nos movemos más
de lo que somos conscientes según referentes y modelos. La publicidad y el
marketing, los medios de comunicación, lo saben bien y lo utilizan para
potenciar el consumo y vender productos.
La Iglesia Católica lo ha tenido siempre presente y sin perder de vista
que el modelo último, perfecto y referente completo de todo creyente es Jesús
de Nazaret, el Señor, propone modelos para ese seguimiento... eso son los
santos. Hombres y mujeres como todos los demás que han recorrido su camino de seguimiento,
con sus aciertos y sus intentos, pero cifrados siempre en la pasión de su
seguimiento, de intentar hacer vida el Evangelio de Jesucristo. No son los
únicos, los hay públicos y notorios, famosos diríamos hoy, pero junto a ellos
hay toda una muchedumbre inmensa de creyentes que han caminado bien su camino,
que han seguido a Jesús desde su vida quizás poco conocida, o sólo para los
suyos, para quienes con ellos trataron.
Creo que para la dimensión vocacional son sumamente importantes esos
modelos. Los de otros tiempos -para nosotros dominicos será Santo Domingo, pero
junto a él toda una cantidad de hombres y mujeres que han encarnado la
pluriforme identidad dominicana de la predicación, canonizados oficial y
públicamente u ocultos en los pliegues de la historia y la memoria- y los de
este nuestro tiempo. Casi todos los dominicos de hoy en día podemos dar una
serie de nombres que tuvieron o tienen mucho que ver con nuestra vocación y
nuestra identidad, nombres de hombres y mujeres que encarnan lo dominicano con
sus vidas entregadas a la pasión de Dios y de la predicación, hombres y mujeres
que en su seguimiento del Señor Jesús han sido y son modelo para muchas
personas que buscan su camino de fe o que caminan por él. Hombres y mujeres
como los de la Leyenda Dorada del Beato Santiago de la Vorágine, de los que
quizás nunca se escriba pero que quedarán en las leyendas propias de quienes
son conscientes de haber encontrado en ellos verdaderas mediaciones de Dios y
modelos de vida.
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Se escriben y se cuentan las narraciones más exquisitas de la leyenda
dorada, un drama, lleno de vida, que termina con un epílogo bellísimo; una
deliciosa historia, propia del genio oriental, iluminada de estrellas y de
ángeles, perfumada de inciensos y azucenas, decorada de todas las maravillas
del cielo y de todas las bellezas de la tierra.
Empezó a
difundirse por el Oriente en el siglo V con el nombre de un discípulo de San
Juan, Melitón de Sardes; más tarde, Gregorio de Tours la da a conocer en las
Galias; los españoles de la Reconquista también la leían, y los cristianos de
la Edad Media buscaron en sus páginas alimento de fe y entusiasmo religioso…
Un Ángel se
aparecía a la Virgen y le entregaba la palma diciendo: “María,
levántate; te traigo esta rama de un árbol del paraíso, para que cuando mueras
la lleven delante de tu cuerpo, porque vengo a anunciarte que tu Hijo te
aguarda”.
María tomó
la palma, que brillaba como el lucero matutino, y el ángel desapareció. Esta
salutación angélica fue el preludio del gran acontecimiento.
Poco
después, los Apóstoles, que sembraban la semilla evangélica por toda la tierra,
se sintieron arrastrados por una fuerza misteriosa, que les llevaba hacia
Jerusalén. Sin saber cómo, se encontraron reunidos en torno de aquel lecho, con
efluvios de altar, en que la Madre de su Maestro esperaba la venida de la
muerte. De repente sonó un trueno fragoroso, la habitación se llenó de
perfumes, y apareció Cristo con un cortejo de serafines vestidos de dalmáticas
de fuego.
Arriba, los
coros angélicos cantaban dulces melodías; abajo, el Hijo decía a su Madre: “Ven,
amada mía, yo te colocaré sobre un trono resplandeciente, porque he deseado tu
belleza.”
Y María respondió: “Proclama mi
alma la grandeza al Señor.”
Al mismo
tiempo, su espíritu se desprendía de la tierra y Cristo desaparecía con él
entre nubes luminosas, espirales de incienso y misteriosas armonías. El corazón
limpio, había cesado de latir; pero un halo divino iluminaba la carne
inmaculada.
Se levantó Pedro y dijo a sus compañeros: “Obrad, hermanos, con amorosa diligencia; tomad este cuerpo, más puro
que el sol de la madrugada; fuera de la ciudad encontraréis un sepulcro nuevo.
Velad junto al monumento hasta que veáis cosas prodigiosas”.
Se formó el
cortejo. Las vírgenes iniciaron el desfile; tras ellas iban los Apóstoles
salmodiando con antorchas en las manos, y en medio caminaba San Juan, llevando
la palma simbólica. Coros de ángeles
batían sus alas sobre la comitiva, y del Cielo bajaba una voz que decía: “No te abandonaré, margarita mía, no te
abandonaré, porque fuiste templo del Espíritu Santo y habitación del Inefable”.
Al tercer
día, los Apóstoles que velaban en torno del
sepulcro oyeron una voz muy conocida, que repetía las antiguas palabras del Cenáculo:
“La paz sea con vosotros.” Era Jesús
que venía a llevarse el cuerpo de su Madre.
Temblando de
amor y de respeto, el Arcángel San Miguel lo arrebató del sepulcro y, unido al
alma para siempre, fue dulcemente colocado en una carroza de luz y transportado
a las alturas.
En este
momento aparece Tomás sudoroso y jadeante. Siempre llega tarde, pero ahora
tiene razón: viene de la India lejana: Interroga y escudriña; es inútil: en el
sepulcro sólo quedan aromas de jazmines y azahares. En los aires, una estela
luminosa cae junto a los pies de Tomás, el ceñidor que le envía la Virgen en
señal de despedida.
EL RELATO DE UN
SANTO SOBRE LA ASUNCIÓN
Un santo muy
antiguo, cuenta así cómo fue la muerte de la Santísima Virgen. Ella murió de
amor. Era tanto el deseo de irse al cielo donde estaba su Hijo, que este amor
la hizo morir.
Unos catorce años después de la muerte de Jesús, cuando ya había empleado
todo su tiempo en enseñar la religión del Salvador a pequeños y grandes, cuando
había consolado a tantas personas tristes, y había ayudado a tantos enfermos y
moribundos, hizo saber los apóstoles que ya se aproximaba la fecha de partir de
este mundo a la eternidad.
Los
apóstoles la amaban como a la más bondadosa de todas las madres y se
apresuraron a viajar para recibir de sus maternales labios sus últimos
consejos, y de sus sacrosantas manos su última bendición.
Fueron
llegando y con lágrimas copiosas, y de rodillas, besaron esas manos santas que
tantas veces los habían bendecido.
Para cada
uno de ellos tuvo palabras de consuelo y de esperanza. Y luego, como quien se
duerme en el más plácido de los sueños, fue Ella cerrando santamente sus ojos,
y su alma, mil veces bendita, partió para la eternidad. La noticia cundió por
toda ciudad, y no hubo un cristiano que no viniera a rezar junto a su cadáver,
como por la muerte de la propia madre.
Su entierro más parecía una procesión de Pascua que un funeral. Todos cantaban
el Aleluya con la más firme esperanza de que ahora tenían una poderosísima
protectora en el cielo, para interceder por cada uno de los discípulos de
Jesús. En el aire se sentían suavísimos aromas, y parecía escuchar cada uno
armonías de músicas suaves.
Pero Tomás,
Apóstol, no había alcanzado a llegar a tiempo. Cuando arribó ya habían
regresado de sepultar a la Santísima Madre.
Pedro -dijo
Tomás- no me puedes negar el gran favor de poder ir a la tumba de mi madre
amabilísima y darle un último beso en esas manos santas que tantas veces me
bendijeron.
Y Pedro
aceptó.
Se fueron todos hacia su santo sepulcro, y cuando ya estaban cerca
empezaron a sentir, de nuevo suavísimos aromas en el ambiente y armoniosa
música en el aire.
Abrieron el sepulcro y en vez del cadáver de la Virgen, encontraron
solamente… una gran cantidad de flores muy hermosas. Jesucristo había venido,
había resucitado a su Madre Santísima y la había llevado al cielo.
Esto es lo
que llamamos la Asunción de la Virgen (cuya fiesta se celebra el 15 de agosto).
¿Y quién de
nosotros, si tuviera los poderes del Hijo de Dios, no hubiera hecho lo mismo
con su propia Madre?
El 1o. de
noviembre de 1950 el Papa Pío XIII declaró que el hecho de que la Virgen María
fuera llevada al cielo en cuerpo y alma es una verdad de fe que obliga a ser
creída por todo católico.
EL DRAGÓN Y LA PRINCESA
Forjada pues en Oriente y difundida por Occidente mediante
las Cruzadas la leyenda conjuga la descripción del martirio del santo con el
mito pagano de la victoria frente al dragón, cristianizado a su vez en las
fuentes medievales. Existen muchas versiones de ella, nosotros nos acercaremos
a la versión más antigua extendida por las iglesias de Oriente y Occidente, en
la leyenda aurea.
El relato cuenta la historia de una ciudad Silca-Silen, que
vive aterrorizada por un dragón abominable que habita en la laguna que abastece
el consumo de agua de la población. El fétido animal se alimenta de las
ovejas ofrecidas a diario por sus habitantes. El problema comienza cuando las
ovejas escasean y el rey decide ofrecer a la bestia el sacrifico de niños por
macabro sorteo, lo que incluía a su propia hija.
El mismo día en que el joven y valeroso Jorge de Capadocia
llega a la ciudad la suerte quiso que fuese la joven princesa la elegida para
ser devorada por la bestia. Ante el rey y toda la población Jorge dijo:
“El monstruo está
dormido, no despertará, pero Dios quiere que le honréis recibiendo el
sacramento del bautismo. Dejad vuestras creencias y entregaros al dios de los
cristianos y a cambio yo mataré al dragón con mi espada”.
Los ciudadanos abrazaron la fe cristiana sin más
contemplaciones “Rey y pueblo se convirtieron y, cuando todos los
habitantes de la ciudad hubieron recibido el bautismo, San Jorge, en presencia
de la multitud, desenvainó su espada y con ella dio muerte al dragón ”San Jorge
es el héroe que se enfrenta a la bestia (símbolo del mal) y libera a la
doncella con su espada, venciendo al dragón, clavándole la espada en el
corazón, de cuya sangre nació una rosa, de ahí vendría la costumbre de regalar
una rosa el día de San Jorge.
¿QUIEN FUE SAN JORGE?
Jorge de Capadocia es un personaje histórico poco conocido
del que se conocen más detalles de su muerte que de su dudosa biografía. Sin
embargo, su veneración como mártir fue muy temprana. El texto más antiguo sobre
la vida del santo se encuentra en un palimpsesto del siglo V en el Acta
Sanctórum.
Jorge de Capadocia probablemente perteneció a una familia
cristiana de finales del siglo III. En Israel se cuenta que Jorge nació en
Lydda la ciudad de su madre y no en Capadocia, como cuenta la leyenda.
Muerto su padre, Geroncio, -quien con mucha probabilidad
fuera un general romano de la confianza del emperador -, Jorge seguirá los
pasos de su progenitor llegando a ser tribuno militar destinado en Nicomedia,
(284-305) es decir, miembro de la guardia personal del césar Diocleciano.
Corría el año 303 cuando el emperador de Roma intensifica la
campaña represiva contra la nueva religión y sus practicantes, los seguidores
de Cristo, con un edicto que autorizaba la persecución de los cristianos por
todo el Imperio.
Como tribuno militar, Jorge de Capadocia, es llamado a
participar de dicha represión pero firme en sus creencias se atreve a criticar
la decisión del emperador. Diocleciano frustrado ante las negativas del hijo de
uno de sus antiguos militares de confianza, trata de hacerle cambiar de idea
ofreciéndoles a cambio regalos y parabienes. Pero el joven tribuno se reafirma
en su fe cristiana. Finamente el emperador considerándole un traidor ordena su tortura
y ejecución por insubordinación.
Tras diversos tormentos, Jorge fue decapitado en Palestina,
frente a las murallas de Nicomedia el 23 de abril del 303 su cuerpo fue
enterrado en Lydda. Así pues su cuerpo descansa en la población de su madre
también conocida como “Hagio Georgiopolis” donde tumba todavía es venerada por
los cristianos, principalmente por los ortodoxos griegos, aunque sus reliquias
se reparten tanto aquí como en Roma.
En la inscripción de su tumba se lee en griego “San
Jorge, portador del estandarte”.
Tras martirio y muerte, el soldado se convirtió en santo para
la Iglesia romana.
En el año 494 fue canonizado como San Jorge por el Papa
Gelasio I.
Más cercano a nosotros, el Papa Pablo VI en 1969 declaró
opcional su culto en el Santoral cristiano. Los ortodoxos le siguen teniendo
como un Santo Mayor.
A pesar de que en muchas iglesias ya no se lo venera como
santo, la devoción popular no ha decaído en absoluto. Pero a pesar de la gran
repercusión de la imagen de San Jorge en toda la iconografía cristiana, no ha
sido el único en el santoral cristiano cuya figura se representa venciendo el
mal siempre encarnado en dragones, bestias, demonios e incluso sarracenos.
Más de 1700 años después, la estatua de San Jorge montado a
caballo y venciendo al mal pueden verse en importantes ciudades del mundo.
En un próximo capítulo veremos la gran difusión occidental de
la veneración de San Jorge sobre todo a partir del s.XIII cuando las
reminiscencias del santo se mezclan con numerosos mitos y donde Jorge de
Capadocia reaparece como el valeroso guerrero celestial “matamoros” y
“matadragones”.
Leyenda de la Santa Cruz (Lignum
Crucis)
Texto de Andrés Torres Peña
El madero en el que Nuestro Señor Jesucristo fue crucificado
para nuestra Redención, fue milagrosamente descubierto por Santa Elena, madre
del emperador Constantino en el monte Calvario, en el siglo IV de nuestra Era.
A partir de entonces, es venerado por los cristianos, de tal
manera que se va fragmentando en pequeñas astillas (Lignum Crucis) a lo largo
de los años.
Las Reales Cofradías Fusionadas poseen uno de ellos,
correctamente identificado por Roma.
Alrededor del Divino Madero, existe una leyenda, basada en
textos apócrifos y en la tradición que comienza con la muerte de nuestro padre
Adán.
La leyenda
En el Evangelio de Nicodemo se recoge lo siguiente: Estando
Adán enfermo, su hijo Seth acudió a las puertas del Paraíso y pidió un poco de
óleo del árbol de la misericordia para ungir el cuerpo de su padre y procurarle
así la salud.
A su demanda respondió el Arcángel San Miguel de esta
manera: «No llores, ni te canses buscando el óleo del árbol la misericordia,
porque no lo obtendrás hasta que no hayan transcurrido cinco mil quinientos
años».
Otros textos refieren que el Arcángel dio a Seth una ramita
o semilla del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal advirtiéndole: «Cuando este ramito se convierta en árbol y
dé fruto, tu padre sanará».
Cuando Seth regresó a dónde se encontraba Adán, lo halló
muerto, lo enterró y plantó sobre su tumba el tallo, que enraizó y se convirtió
con el tiempo en un magnífico árbol. Cuando Salomón estaba construyendo el
palacio de bosque de Líbano, reparó en él, mandó que lo talaran y lo usaran
como viga. Sin embargo esta viga no encajaba en sitio alguno, resultaba larga
para algunos y corta para otros. Si la cortaban, aún midiéndola con toda
exactitud, quedaba demasiado corta.
Esto ocurrió varias veces con la consiguiente desesperación
de los constructores, que al fin decidieron usarla como pasarela sobre un
arroyuelo próximo.
Cuando la reina de Sabá visitó a Salomón, reparó en el
madero y tuvo una revelación según la cual alguien sería colgado de aquel
madero y, a causa de ello el reino de los judíos se vendría abajo. Informado
Salomón de tal visión, mandó enterrar la viga a gran profundidad. Pasado
tiempo, se construyó en este lugar un estanque y según la tradición el agua de ese
estanque tenía propiedades curativas.
Poco antes de la Pasión de Nuestro Señor, apareció flotando
en él la viga de madera, que fue retirada por los judíos y posteriormente
utilizada para confeccionar con su madera la Cruz dónde sería clavado el Salvador.
Durante el Imperio Romano, el 27 de Octubre del 312 d.C.,
tiene lugar la batalla de Puente Milvio (a unos 20 kilómetros de Roma) entre
Constantino y Magencio, ambos aspirantes al trono. Constantino, hijo de Santa
Elena, se encontraba acorralado por las tropas enemigas, por lo que una gran
inquietud se adueñaba de él.... pero en las horas meridianas del sol, cuando ya
el día comienza a declinar, vio con sus propios ojos, en pleno cielo,
superpuesto al sol, un trofeo en forma de cruz, construido a base de luz y al
que estaba unida una inscripción que rezaba: IN HOC SIGNO VINCES (Con este signo vences).
El pasmo por la visión lo sobrecogió a él y a todo el
ejército, que lo acompañaba en el curso de una marcha y que fue espectador del “portento.
Y decía para sus adentros preguntándose desconcertado “¡qué podría ser la aparición!”.... En sueños vio a Cristo, con el
signo que apareció en el cielo y le ordenó que, «una vez se fabricara una
imitación del signo observado se sirviera de él como bastión en las batallas
contra los enemigos». Constantino salió victorioso en la batalla y esta
victoria supuesto sin duda, como la historia demuestra, un hito en la extensión
del cristianismo por todo el imperio, gracias, sobre todo a la promulgación del
Edicto de Milán en el año 313, que supone el respeto del estado a todas las
religiones y la devolución de los bienes confiscados a los cristianos.
Santa Elena, madre de Constantino, fue nombrada por él
Emperatriz. Tenía Elena una edad próxima a los 80 años cuando decidió viajar a
Jerusalén en busca de la Cruz de Cristo.
La leyenda nos cuenta que, llegada a la Ciudad Santa,
convocó a los judíos en asamblea, preguntándoles por el sitio dónde fue
crucificado el Redentor. Nadie respondía, hasta que señalaron a un tal Judas,
que se negó a revelar su secreto por lo que fue abandonado en un pozo seco
durante siete días, sin agua ni alimento.
Este Judas, por fin cedió y llevó a la emperatriz al lugar
dónde, tras arduas excavaciones, aparecieron tres cruces. Como el letrero que
Pilatos había mandado poner en la que Cristo padeció, se encontraba
desprendido, no se podía saber cuál era la verdadera. Aconsejada por el Obispo
Macario procedieron a colocar sobre las tres cruces el cuerpo de una joven que
había fallecido, ocurriendo el milagro de la resurrección al ser puesta sobre
el verdadero madero.
Judas se convirtió y llegó a ser Obispo de Jerusalén con el
nombre de Ciriaco. Santa Elena mandó construir una Basílica en el lugar (dónde
antes se alzaba un templo a Venus), dejando allí parte de la Cruz, trasladando
el resto a Roma.
En el año 615 el rey persa Cosroes había robado la verdadera
cruz, incrustándola en su trono de madera que «sentándose en él, como el Padre,
tuviera a la derecha el madero de la Cruz, en lugar del hijo, y el gallo en la
izquierda, en lugar del Espíritu Santo».
El emperador Heraclio, atacó y derrotó a las tropas persas
en el río Danubio, ajusticiando a Cosroes al negarse éste a hacerse cristiano.
Tras la victoria, Heraclio llevó con gran pompa la Cruz a
Jerusalén; pero en el momento de entrar en la ciudad, las piedras de las
puertas cayeron soldándose como una pared, y un ángel se apareció a Heraclio y
la recordó la humildad con que el propio Cristo atravesó esa puerta montado en
un pollino.
Entonces, el emperador, bañado en lágrimas, descalzó sus
pies y se despojó de los vestidos hasta la camisa, y tomando la cruz la llevó
humildemente hasta la puerta....
Con el signo de la cruz, los cristianos estamos seguros de
vencer todas las dificultades que la vida nos pone por delante, con el signo de
la cruz lograremos construir un mundo más justo y tolerante, con el signo de la
cruz el cristiano vencerá.
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