domingo, 18 de marzo de 2012

Un poco de mi ciudad dicho por otros.



Hoy escribo sobre uno de mis amores, la Ciudad de México, ciudad que como muchas otras ha ido perdiendo esa definición de sí misma para convertirse poco a poco en una ciudad global, más cercana a New York y a su sentido de modernidad que a su contexto histórico, grandes edificios, hoteles inmensos, son ahora pate del panorama urbano de esta, la que alguna vez fuera la “Muy Noble y Leal Ciudad de México”, ese que Humboldt definió como “…el lugar más trasparente del aire”, ciudad con casi 9 millones de habitantes, cantidad que cotidianamente se duplican, ciudad donde la individualidad y la violencia han sentado sus reales, lugar que poco a poco va dejando de ser, para convertirse en una urbe distinta, lejana a la ciudad limpia, amable, solidaria que conocí cuando era niño.

La Ciudad de México es el espacio público por excelencia, como un ser vivo que se transforma y que en la misma reciprocidad transforma a sus habitantes, es el lugar donde se establecen mediaciones para las relaciones comerciales, de trabajo y personales; de intereses individuales o colectivos; de amistad o de amor de un gran número de personas, familias y sociedades de toda naturaleza. La ciudad es el lugar donde se recrea el pasado y el presente de un país con una historia única. Es el lugar de los encuentros y las posibilidades, de las coincidencias y las rupturas.

La Ciudad de México es un ente vivo y complejo, desde su fundación en 1325 hasta la actualidad. Y para atender sus problemas es necesario mirarla y sentirla, saberse parte de ella, sentir que se pertenece a un barrio, un pueblo o una colonia, que se forma parte de su historia, donde convergen los intereses nacionales con los propios. Todo ello en una ciudad que ha fincado su desarrollo en la casi cuarta parte del producto interno bruto del país y que ha crecido en las últimas cinco décadas en una proporción que supera en varias veces superior a la que dan sus 686 años de historia.

La Ciudad de México.

La Ciudad de México posee, por derecho propio, un legado que le da fisonomía y personalidad única en el planeta entero. Los asentamientos humanos anteriores a la llegada de los!20europeos y la adopción de formas de cultura e ideologías ajenas a esas latitudes no lograron destruir el vínculo cultural, que sí se adapto y fortaleció con las diferentes aportaciones recibidas.



México-Tenochtitlan se funda sobre lo mágico, sobre la esperanza de que su sustento fuese una imagen del cosmos, como lo habían sido Teotihuacan y Tula. Inicia hace 687 años en una isla ubicada en el centro (ombligo) del lago de Texcoco (lago de la luna). En esa isla, los mexicas habrían presenciado el prodigio del águila devorando a la serpiente, por lo que fundaron allí su capital.

México, en náhuatl, significa "ombligo de la Luna". Y es desde el ombligo, el centro del cosmos indígena, desde donde se proyecta e irradia su manifestación, en las cuatro direcciones del universo.

Bernal Díaz del Castillo en su
"Historia verdadera de la conquista de la Nueva España"
, describe una vista de la ciudad de Tenochtitlán desde lo alto del Tempo Mayor:



“Y luego le tomó por la mano (Moctezuma a Cortés) y le dijo que mirase su gran ciudad y todas las más ciudades que había dentro en el agua, y otros muchos pueblos alrededor de la misma laguna, en tierra; y que si no había visto muy bien a su gran plaza, que desde allí la podría ver muy mejor, y así lo estuvimos mirando, porque desde aquel grande (…) estaba tan alto que todo lo señoreaba muy bien; y de allí vimos las tres calzadas que entran en México, que es la de Iztapalapa, que fue por la que entramos cuatro días había, y la de Tacuba, que fue por donde después salimos huyendo la noche de nuestro gran desbarate, cuando Cuedlavaca, nuevo señor, nos echó de la ciudad, como adelante diremos, y la de Tepeaquilla. Y veíamos el agua dulce que venía de Chapultepec, de que se proveía la ciudad, y en aquellas tres calzadas, las puentes que tenía hechas de trecho a trecho, por donde entraba y salía el agua de la laguna de una parte a otra; y veíamos en aquella gran laguna tanta multitud de canoas, unas que venían con bastimentos y otras que volvían con cargas y mercaderías; y veíamos que cada casa de aquella gran ciudad, y de todas las más ciudades que estaban pobladas en el agua, de casa a casa no se pasaba sino por unas puentes levadizas que tenían hechas de madera, o en canoas; y veíamos en aquellas ciudades cúes y adoratorios a manera de torres y fortalezas, y todas blanqueando, que era cosa de admiración, y las casas de azoteas, y en las calzadas otras torrecillas y adoratorios que eran como fortalezas.

Y después de bien mirado y considerado todo lo que habíamos visto, tornamos a ver la gran plaza y la multitud de gente que en ella había, unos comprando y otros vendiendo, que solamente el rumor y zumbido de las voces y palabras que allí había sonaba más que de una legua, y entre nosotros hubo soldados que habían estado en muchas partes del mundo, y en Constantinopla, y en toda Italia y Roma, y dijeron que plaza tan bien compasada y con tanto concierto y tamaño y llena de tanta gente no la habían visto”.


El 13 de agosto de 1521, cae la capital mexica. Hernán Cortés ordena su demolición y la edificación -sobre y con sus restos-, de la nueva ciudad, con rasgos españoles de ascendencia mudéjar, disponiendo al alarife Alonso de Estrada la traza de la misma. Los españoles hicieron de la ciudad de México la capital del territorio conquistado, al cual llamaron la Nueva España, nombre que con el tiempo abocaría todo el virreinato.



La nueva urbe se levantaba magnifica sobre las ruinas de la ciudad indígena. Miguel de Cervantes Saavedra, en el
“El licenciado Vidriera”
, dice:

“Desde allí, embarcándose en Ancona, fue a Venecia, ciudad que a no haber nacido Colón en el mundo, no tuviera en él semejante: merced al cielo y al gran Hernando Cortés, que conquistó la gran Méjico, para que la gran Venecia tuviese en alguna manera quien se le opusiese. Estas dos famosas ciudades se parecen en las calles, que son todas de agua: la de Europa, admiración del mundo antiguo; la de América, espanto del mundo nuevo. Parecióle que su riqueza era infinita, su gobierno prudente, su sitio inexpugnable, su abundancia mucha, sus contornos alegres, y, finalmente, toda ella en sí y en sus partes digna de la fama que de su valor por todas las partes del orbe se extiende, dando causa de acreditar más esta verdad la máquina de su famoso arsenal, que es el lugar donde se fabrican las galeras, con otros bajeles que no tienen número”.




Por su parte Alejandro von Humboldt, a finales del siglo XVII,escribe sobre la Ciudad de México, en su
“Ensayo Político sobre el reino de la Nueva España”
, libro III, capitulo VIII.

“México debe contarse, sin duda alguna, entre las más hermosas ciudades que los europeos han fundado en ambos hemisferios. A excepción de Petersburgo, Berlín, Filadelfia y algunos barrios de Westminster, apenas existe una ciudad de aquella extensión, que pueda compararse con la capital de Nueva España, por el nivel uniforme del suelo que ocupa, por la regularidad y anchura de las calles y por lo grandioso de las plazas públicas. La arquitectura, en general, es de un estilo bastante puro y hay también edificios de bellísimo orden. El exterior de las casas no está cargado de ornatos. Dos clases de piedras de cantería, es a saber, la amigdaloide porosa, llamada tezontIe y, sobre todo, un pórfido con base de feldespato vidrioso y sin cuarzo, dan a las construcciones mexicanas cierto viso de solidez y aun de magnificencia. No se conocen aquellos balcones y corredores de madera que desfiguran en ambas Indias todas las ciudades europeas. Las barandillas y rejas son de hierro de Vizcaya y sus ornatos de bronce. Las casas tienen azoteas en lugar de tejados, como las de Italia y de todos los países meridionales.

Ciertamente no puede darse espectáculo más rico y variado que el que presenta el valle, cuando en una hermosa mañana de verano, estando el cielo claro y con aquel azul turquí propio del aire seco y enrarecido de las altas montañas, se asoma uno por cualquiera de las torres de la Catedral de México o por lo alto de la colina de Chapultepec. Todo al rededor de esta colina se descubre en la más frondosa vegetación. Antiguos troncos de ahuehuetes de más de 15 o 16 metros de circunferencia, levantan sus copas sin hojas por encima de las de los sehines (sabinos), que en su porte o traza se parecen a los sauces llorones del Oriente. Desde el fondo de esta soledad, esto es, desde la punta de la roca porfirítica de Chapultepec, domina la vista una extensa llanura y campos muy bien cultivados que corren hasta el pie de las montañas colosales, cubiertas de nieves perpetuas. La ciudad se presenta al espectador bañada por las aguas del lago de Texcoco, que rodeada de pueblos y lugarcillos le recuerda los más hermosos lagos de las montañas de Suiza.

La ciudad de México es también muy notable por su buena policía urbana. Las más de las calles tienen aceras muy anchas, están limpias y muy bien iluminadas con reverberos de mechas chatas en figura de cintas...”


Fue en este periodo en el cual la Ciudad de México adquirió otra fisonomía, al surgir edificios palaciegos, tránsito de carruajes, billares y cafés, así como una serie de obras públicas: instalación de alumbrado público, saneamiento de calles, reparación y ampliación del acueducto de Chapultepec, establecimiento de hospitales.

El 18 de noviembre 1824, ya con una nueva nación independiente, el Congreso decidió crear un Distrito Federal, una entidad distinta a los demás estados, para albergar los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, territorio que no perteneciese a ningún estado en particular y así evitar la influencia excesiva de un estado sobre los demás de la federación sino a todos por igual. Con esta medida el territorio del Distrito Federal se conformó con la Ciudad de México y otros seis municipios, con lo cual los límites definitivos del inicio del Distrito Federal abarcaban una superficie aproximada de 1,479 km².

Madame Calderón de la Barca, Frances Erskine Inglis, vino al país cuando este era una nación recién surgida de la guerra de independencia y en uno de los periodos más álgidos de nuestra historia, definir que tipo de nación y de república debíamos de ser, su visión es particularmente interesante, primero por ser esposa del primer embajador Español en México, con las implicaciones y connotaciones que esto lleva consigo, segundo, por ser mujer, lo que da una perspectiva diferente a la de los cronistas, tercero, por ser de origen Escoces y aunque católica, su manera de ve las cosas y de interpretarlas es totalmente diferente a la de alguien con cercanías culturales a las nuestras, su libro,
"La vida en México en 1822"
es una oportunidad de conocer lo que los demás cronistas no narran, la vida., lo que era la nación y sus personas, indios, negros, mulatos, criollos, léperos y gente decente, ella retrata eso, a la gente, en ese marco que era la muy noble y leal Ciudad de México.

Nació en Edimburgo, Escocia, el año de 1806, casada con Ángel Calderón de la Barca, primer ministro plenipotenciario de España en México (nombrado en virtud del Tratado de Paz y Amistad concertado entre México y España y donde se reconocía la independencia, firmado en Madrid el 28 de diciembre de 1836), llegó con su marido a este país el 18 de diciembre de 1839. A partir de esta fecha permanecieron dos años y veintiún días en la nueva República.

Durante este tiempo, France Erskine mantuvo una numerosa correspondencia con su familia radicada en Boston, Massachussets. De este acervo, escogió cincuenta y cuatro cartas para ser publicadas en inglés en 1843 por una editorial de Boston.



Hice mi debut en México yendo a misa a la Catedral. Al atravesar el coche la alameda, que se encuentra cerca de nuestra casa, admiramos sus nobles árboles, las flores y las fuentes, y bajo el sol todo era un golpe de brillos para la vista.

Eran pocos los carruajes que transitaban por ella; se veían algunos caballeros montando a caballo; unas gentes amantes de la soladad, descansaban en las bancas de piedra; profusión de mendigos, y los forcats con sus cadenas, regando las avenidas. Pasamos por la calle de San Francisco, la calle más hermosa de México, tanto por sus tiendas como por sus casas (entre ellas, el palacio de Iturbide, ricamente labrado, pero ahora casi en ruinas), y que termina en la plaza en donde se levantan la Catedral y el Palacio. Las calles estaban llenas de gente, pues era día de fiesta; y en un cielo transparente, el sol dejaba caer sus rayos sobre un conjunto de vivos colores; y los pintorescos grupos de soldados, frailes, campesinos y señoras de velo; la falta absoluta de proporción en los edificios, el primor de tantas iglesias y viejos conventos; y ese aire de grandeza que reina por todas partes, aun en donde el tiempo puso su mano o dejó en ruinas el talón de hierro de la revolución, todo contribuye a mantener la atención alerta y a excitar el interés.

Pasó el coche frente a la Catedral, construida sobre el sitio que ocupaban parte de las ruinas del gran templo de los aztecas; de aquel templo piramidal que construyó Ahuitzotl, el santuario tan mentado por los españoles, el cual comprendía diferentes edificios y santuarios, que ocupaban el terreno en que ahora se levanta la Catedral, y que incluye parte de la plaza y calles contiguas.

Nos han dicho que dentro del recinto del templo había quinientas habitaciones, y que el vestíbulo era de cal y canto, adornado de serpientes de piedra. Hemos oído hablar de sus cuatro grandes puertas, orientadas hacia los cuatro puntos cardinales; de su patio enlosado, de sus grandes escaleras de piedra, y de los santuarios dedicados a los dioses de la guerra; de la plaza dedicada destinada a las danzas religiosas y de los sacerdotes y seminarios para las sacerdotisas; del horrible templo cuya entrada era una enorme boca de serpiente; del templo de los espejos y el de las conchas; de la casa que, para orar, tenía reservada el Emperador; de las fuentes sagradas, de los pájaros destinados al sacrificio, de los jardines de las flores sagradas y de las torres horrendas hechas con las calaveras de las víctimas; ¡extraña mezcolanza de lo bello y de lo espantoso! Dicen que en el Gran Templo cantaban noche y día cinco mil sacerdotes, en honor y en servicio de monstruosos ídolos, a los cuales ungían tres veces diarias con los más raros perfumes; y que los sacerdotes más austeros vestían de negro, su largo cabello teñido con tinta y sus cuerpos tiznados con las cenizas de araña y de escorpiones; y los hijos de los reyes eran sus Señores.

Y es curiosa, y dicho sea de paso, la creencia que tenían de que el dios de la guerra, Mecitli, había nacido de mujer, una Virgen santa, que servía en el templo, y cuando los sacerdotes supieron de su desgracia y quisieron lapidarla, se decía: “No temas, madre mía, pues he de salvar tu honor y mi gloria.” Y así nació el dios, con un escudo en la mano izquierda, una flecha en la diestra, en la cabeza un penacho de verdes plumas, su cara pintada de azul y su pierna izquierda adornada con plumas. Así representaban su gigantesca estatua.
Tenían dioses del agua, de la tierra, de la noche, del fuego y del infierno; diosas de las flores y del maíz; se hacían ofrendas de pan, flores y joyas, pero también nos aseguraron que se sacrificaban anualmente de veinte a cincuenta mil víctimas humanas, sólo en la ciudad de México. Que estas cuentas han de ser exageradas, apenas podemos dudarlo, aun cuando entre los autores de estos relatos figura un obispo; mas con que fuera verdad la décima parte, es bastante para que reverenciemos la memoria de Cortés, quien con la cruz puso fin al derramamiento de sangre inocente, fundó la Catedral sobre las ruinas de un templo en el que tantas veces se oyeron voces lastimeras, y en lugar de estos ídolos embadurnados con sangre, instituyó el culto de la dulce imagen de la Virgen.

Entre tanto, entramos al edificio cristiano que cubre un espacio enorme de terreno, y es de forma gótica, con dos altivas y ornamentadas torres, y que es inmensamente rico en oro, plata y joyas. Una balaustrada que corre a lo largo del templo, que fue traída de China, vale mucho, según dicen, pero me parece más curiosa que bella. Es una composición de bronce y plata. No se veía un alma cuando llegamos al sagrado recinto, sólo léperos miserables, en andrajos, mezclados con mujeres que se cubrían con rebozos viejos y sucios; ya para irnos vimos, aquí y allí, a unas cuantas señoras de mantilla, pero dudo que llegaran a la media docena. El suelo está tan sucio que no puede uno arrodillarse sin una sensación de horror, y sin la determinación íntima de cambiarse después de ropa a toda prisa. Además muchos de mis vecinos indios estaban empeñados en algo que a vosotros os toca adivinar; estaban, de hecho, haciendo menos pesada la opresión del sistema colonial sobre sus cabezas, o más bien, capturando y exterminando a los colonos, que en ellas forman enjambres, como los inmigrantes irlandeses en los Estados Unidos. ¡Qué alivio, después de la misa, encontrarme otra vez al aire libre! Me han dicho que, con excepción de ciertas ocasiones solemnes y en determinadas horas, son muy pocas las señoras que van a la Catedral para sus devociones. Tendré que ir aprendiendo todas estas particularidades a su debido tiempo.

Al salir vimos el Calendario Azteca, piedra redonda cubierta de jeroglíficos, que todavía se conserva y está empotrada de uno de los lados exteriores de la Catedral. Vimos después la piedra de los sacrificios, ahora en el patio de la Universidad; tiene esta piedra una hendidura en la que acostaban a la víctima, mientras que seis sacerdotes, vestidos de rojo, con las cabezas adornadas con penachos de plumas verdes (se han de haber visto como si fueran macacos), con aretes en el labio superior, la sujetaban, para que el pontífice le abriera el pecho y arrojase luego el corazón a los pies del ídolo, para ponerlo después en la boca de la estatua, con una cuchara de oro. Cortábanle en seguida la cabeza a la víctima para colocarla en la torre de las calaveras; se comían algunas partes del cuerpo y el resto lo quemaban o lo arrojaban a los animales salvajes que eran mantenidos en el palacio.

Mientras escribo, un horrible lépero me está viendo de reojo, a través de la ventana, recitando una interminable y extraña quejumbre, al mismo tiempo que extiende su mano con sólo dos largos dedos: los otros tres han de estar probablemente atados con disimulo. “Señorita, señorita, por el amor de la purísima sangre de Cristo, por la milagrosa Concepción...” ¡El infelíz! No me atrevo a levantar la vista, pero siento que sus ojos se han fijado en un reloj de oro y en unos sellos que se encuentran sobre la mesa. Esto es lo peor que puede suceder en una casa de un solo piso... ¡Y ahora llegan otros! Una mujer paralítica, a horcajadas sobre la espalda de un hombre de barba, muy robusto, que tal parece que habría de recurrir a medidas más efectivas, si no fuese por los barrotes de hierro, y que exhibe un pie deforme, probablemente pegado detrás quién sabe por qué extraordinario artificio. ¡Cuánta quejumbre! ¡Cuántos andrajos! ¡Qué coro de lamentaciones! Esta concurrencia débese, con seguridad, al hecho de que ayer les mandamos algunas monedas. Trato de no darme por enterada y sigo escribiendo como si estuviera sorda. Debo salir de la habitación, sin mirar a mis espaldas, y mandar al portero que les ahuyente. Porque aquí no se usan los cordones de campanilla...

Ayer por la tarde me llevaron a visitar al Presidente. El palacio es un edificio enorme, que contiene, además de los despachos del Presidente y de sus Ministros, los de los principales Tribunales de Justicia. Ocupa un lado de la plaza, mas su arquitectura no tiene nada de notable. En cada uno de los descansos de la escalera que íbamos subiendo, teníamos que pasar entre soldados que con sus capotes amarillos estaban tendidos en el suelo acompañados de mujeres de rebozo. Pasamos a través de un vestíbulo, lleno asimismo de soldados (…)

El general Bustamante vestía esta vez de paisano y nos dispensó un cordial recibimiento.

Parece hombre bondadoso, con una expresión de honestidad y benevolencia, franco y sencillo en sus maneras, y de ningún modo con aire de héroe. Su conversación no fue muy brillante, y no me acuerdo bien cuál fue el tema de ella, supongo que sobre el tiempo, y desde luego, y de preferencia, sobre medicina. No podría ofrecerse mayor contraste, tanto en la apariencia como en la realidad, que entre él y Santa Anna. Su mirada no tiene nada de diabólica. Es franco, abierto, sin reservas. Es imposible mirarle cara a cara y no creer que es un hombre honrado y bien intencionado. Un escritor carente de principios, pero muy inteligente, ha dicho de él que no está dotado de grandes capacidades ni de genio superior; pero bien sea por reflexión o por dificultad en comprender, es siempre extraordinariamente calmado en sus determinaciones, que antes de tomar partido ni quiere y considera hasta el fondo si será justo; mas una vez convencido de que lo es, o que le parece serlo, sostiene sus puntos de vista con firmeza y constancia.

Añade el dicho escritor que está hecho más para obedecer que para mandar; por cuya razón fue siempre tan ciego servidor de los españoles y de Iturbide después.Es fama que sabe ser buen amigo, que!20su honradez es proverbial y, por su persona, valiente; sin embargo su energía moral decae en algunas ocasiones. Es, en consecuencia, una persona estimable y que quiere cumplir con su deber hasta donde sus facultades se lo permiten, aun cuando es problemático determinar si posee aquella severidad y energía suficientes en estos desdichados días en que le ha tocado gobernar.

Después de una prolongada visita a Su Excelencia, fuimos a pagar la de la Condesa de la Cortina, dueña de una casa magnífica, con una continuación de espaciosas habitaciones, entre las que se distingue la sala por su hermosura y por su enorme tamaño, con sus paredes exquisitamente pintadas con motivos religiosos, y en donde me encontré uno de los mejores pianos de cola fabricados por Broadwood. Mas, a pesar de los gabinetes incrustados de oro, de las buenas pinturas, y cientos de preciosos objetos, nuestros ojos europeos se sorprenden ante las numerosas impropiedades en el vestir, en los criados, etc., en todo lo cual se observa una ausencia de esmero en buen cuidado de la casa. Y así esta mansión y la que se encuentra junto a ella, son por su grandeza verdaderos palacios, y la Condesa me recibe más bien como si fuese yo hija suya que no como a una persona que acaba de conocer desde hace muy pocos días.



Hay en México diversidad de gritos callejeros que empiezan al amanecer y continúan hasta la noche, proferidos por centenares de voces discordantes, imposibles de entender al principio; pero el Señor... me los ha estado explicando, mientras empiezo a tener un más claro entendimiento de lo que significan. Al amanecer os despierta el penetrante y monótono grito del carbonero: “¡Carbón, señor!” El cual, según la manera como le pronuncia, suena como “¡Carbosiú!”

Más tarde empieza su pregón el mantequillero: “!Mantequía! ¡Mantequía de a real y di a medio!”

“¡Cecina buena, cecina buena!”; interrumpe el carnicero con voz ronca.

“¿Hay sebo-o-o-o-o’” Esta es la prolongada y melancólica nota!20de la mujer que compra las sobras de la cocina, y que se para delante de la puerta.

Luego pasa el cambista, algo así como una india comerciante que cambia un efecto por otro, la cual canta:“¡Tejocotes por venas de chile!”; una fruta pequeña, que propone en cambio de pimientos picantes. No hay daño en ello*

Un tipo que parece buhonero ambulante deja oír la voz aguda y penetrante del indio. A gritos requiere al público que le compre agujas, alfileres, dedales, botones de camisa, bolas de hilo de algodón, espejitos, etcétera. Entra a la casa, y en seguida le rodean las mujeres, jóvenes y viejas, ofreciéndole la décima parte de lo que pide, y que después de mucho regatear, acepta. Detrás de él está el indio con las tentadoras canastas de fruta; va diciendo el nombre de cada una hasta que la cocinera o el ama de llaves ya no pueden resistir más tiempo, y asomándose por encima de la balaustrada le llaman para que suba con sus plátanos, sus naranjas y granaditas, etc...

Se oye una tonadilla penetrante e interrogativa, que anuncia algo caliente, que debe ser comido sin demora, antes de que se enfríe: ¡”Gorditas de horno caliente!”, dicho en un tono afeminado, agudo y penetrante.

Le sigue el vendedor de petates:

“¿Quién quiere petates de la Puebla, petates de cinco varas?” Y éstos son los pregones de las primeras horas de la mañana.

Al mediodía, los limosneros comienzan a hacerse particularmente inoportunos, y sus lamentaciones y plegarias, y sus inacabables salmodias, se unen al acompañamiento general de los demás ruidos. Entonces, dominándolos, se deja oír el grito de:

“! Pasteles de miel”!

“¡Queso y miel!”

“¿Requesón y melado bueno?” (El requesón es una especie de cuajada que se vende como si fuera queso.) En seguida llega el dulcero, el vendedor de fruta cubierta, el que vende merengues, que son muy buenos, y toda especie de caramelos.

“! Caramelos de espelma, bocadillo de coco!” Y después, los vendedores de billetes de la lotería, mensajeros de la fortuna, con sus gritos:

“¡El último billetito, el último que me queda, por medio real!” Un anuncio tejtador para el mendigo perezoso, que ha encontrado que es más fácil jugar que trabajar, y que a lo mejor tiene el dinero para comprarlo, escondido entre sus harapos. A eso del atardecer se escucha el grito de: “! Tortillas de cuajada!”, o bien: “¡Quién quiere nueces!”, a los cuales le sigue el nocturno pregón de: “¡Castaña asada, caliente!”, y el canto cariñoso de las vendedoras de patos: “¡Patos, mi alma, patos calientes!”

“¡Tamales de maíz!”, etc. etc. Y a medida que pasa la noche, se van apagando las voces, para volver a empezar de nuevo, a la mañana siguiente, con igual entusiasmo.




Hacia finales del siglo XIX, el gobierno de México decidió realizar numerosas obras urbanísticas que si bien tenían como centro de atención la ciudad de México, terminarían por afectar a todo el territorio del Distrito Federal. Entre ellas se encuentra la construcción del Gran Canal del Desagüe, iniciado hacia 1878 y terminado en 1910. Se introdujeron barcos de vapor para el transporte de mercancías y personas, a través de los canales del valle, así como tranvías para el transporte terrestre.

Se emprendió la construcción de grandes y monumentales construcciones, refinadas residencias, villas y chalets; ricas y elegantes tiendas; lujosos cafés, restaurantes y teatros; imponentes almacenes y bancos. El inminente ingreso de extranjeros al país y específicamente a la capital, trajo como consecuencia inmediata, entre otras, la construcción de un gran numero de viviendas para albergarlos y entonces se fundaron nuevas colonias. Surgieron la colonia Santa María la Ribera (1861), la Guerrero (1874), San Rafael (1882), Cuauhtémoc (1890), Juárez (1898) y la Roma y Condesa (1902.) Muchas de estas colonias poseían amplias avenidas y banquetas arboladas, que permitían pasear a la sombra y admirar, al mismo tiempo, hermosos jardines y residencias de diversos estilos, que comenzaban a dar a la ciudad un carácter de modernidad, situándola a la altura de algunas ciudades europeas. Tambien esta la construcción del Gran Canal del Desagüe, iniciado hacia 1878 y terminado en 1910. Se introdujeron barcos de vapor para el transporte de mercancías y personas, a través de los canales del valle, así como tranvías para el transporte terrestre.



A partir de la segunda década del siglo XX inicia la reconstrucción nacional. Los gobiernos de la época dieron paso a una serie de acciones que en los años treinta sustentaron las grandes intervenciones. Aunque de principio realizadas de forma aislada, estas acciones dieron cuenta, de un conjunto!20de aspiraciones provenientes de los distintos grupos sociales que se venían conformando como parte de la continuidad de la Revolución, y en ese mismo sentido, de su visión de progreso.

De esos años, Salvador Novo, dibuja la ciudad con pinceles y colores únicos, cercanos a lo apócrifo, describe en sus
“Poemas proletarios”
la ciudad, esa llena de luz y de oscuridad, habla de las personas y de lo que son, por eso incluyo una parte de estos:


Crece el tiempo en silencio,
hojas de hierba, polvo de las tumbas
que agitan apenas la palabra.

El Himno del trabajo
en la ciudad antigua, edificada sobre agua
los hombres hacen puertas y levantan paredes
o conducen gente de un sitio al otro
o fabrican pan
o vigilan las grandes máquinas que escupen su negrura
sobre sus carnes flácidas
o componen en plomo las frases de los pensadores
o vocean la cotidiana sabiduría de los periódicos
o envejecen detrás de los mostradores
o de los escritorios
o en las cárceles o en los hospitales
o destazan la carne sanguinolenta, y la pesan
o leen atentamente las ofertas de empleo en los diarios
o llaman a las puertas y muestran un brazo paralizado.

Pero concluido el Himno del trabajo
pueden iniciar el Himno de la alegría,
pueden ir a un cine y comer cacahuates
o pueden escuchar en el radio una Conferencia
Antialcohólica
con números de música cubana
o ir a tomarse un tequila a la esquina
o pulque y tacos,
o asistir a una conferencia
sobre los anhelos y las realizaciones del Plan Sexenal.
“En Rusia, compañeros, el proletariado organizado
derrocó la tiranía de los zares
y redujo a cenizas el capitalismo y la burguesía.
El comunismo es una doctrina extraña en nuestro medio,
no pudimos sostener relaciones diplomáticas con la
Unión Soviética,
pero la Educación Socialista
preparará a tus hijos a vivir el momento histórico
y la realidad mexicana dentro de los postulados
del Instituto Politécnico de la Revolución Mexicana.
La capacitación de las masas trabajadoras,
los anhelos de reivindicación del proletariado...”
Le dicen los poetas proletarios:
Campesino,
toma la hoz y traza tu destino.
(Se lo dicen en la ciudad, o por radio
y el no puede escucharlos.)

Los pintores lo graban en los muros de las oficinas
abrazando al obrero,
viendo salir el Sol de las Reivindicaciones,
cargado de flores o de paja
o descendiendo a las minas negras.
(Él no ha visto esos muros, y en su choza
cuelga un viejo almanaque de los productos Báyer
o el retrato de Miss Arizona en traje de baño
que cortó de un rotograbado dominical.)

Cuando suele venir a la ciudad
trae a cuestas dos costales de tierra de encino
para las macetas de trozos de platos
que adornan las casas de los pensadores proletarios
o viene a venderle a mister Davis unos sarapes
o a vocear lúgubremente una ruda escalera
o dos petates o unos jarros toscos
o chichicuilotitos vivos.
Y si tiene fuerzas
se llega caminando hasta la Villa de Guadalupe
a encenderle una vela a la Virgen
porque en su atraso y su ignorancia
no sabe que ya no hay Dios, ni santos,
ni cielo, ni infierno,
ni que la doctrina marxista, la oferta y la demanda,
la plusvalía y la saturación de la plata
integran la preocupación más honda
del Gobierno emanado de la Revolución.

Se llega, tímido, a la elegante y sabia ciudad,
vestido de manta, descalzo y callado,
miedoso de los automóviles raudos
y se vuelve a su tierra por los caminos desmoronados
en que crece el tiempo en silencio
pisando hojas de hierba, polvo de las tumbas
que agita apenas la palabra.

Es necesario fomentar el turismo.
Cuando esté terminada la carretera México-Laredo
vendrán muchísimos más Leones y Rotarios
a brindar en Xochimilco por la prosperidad de México,
que les queda más cerca que Egipto, relativamente,
y que también tiene ruinas de Monte Albán.
Los años de la depresión dejaron ya su enseñanza.
Mientras Morgan y Rockefeller
el maltusianismo y las sufragistas
construían en el pasado siglo la civilización industrial,
los ferrocarriles, los bancos y las fábricas de salchichas
los B.V.D.’s, los tractores y la leche condensada
sin pensar en la inmanente tragedia de la
sobreproducción,
Juárez dijo que el respeto al derecho ajeno era la paz
y disfrutamos en consecuencia de una larga paz
enajenada,
turbada apenas, acaso, por la inauguración del
ferrocarril
que iban a ver las gentes, como al circo,
por las tardes, en la estación.

Fuimos inmunes al industrialismo.
Nuestra paz, el silencio prenatal de!20nuestros campos
apenas si a ratos despertaba
la explosión de!20un cohete, de un alarido,
de un balazo o de una detumescente puñalada.
Todavía nos halló sentados
el retorno del hijo pródigo yanqui
vencido por la máquina que engendró su comodidad,
aturdido, loco de ruidos industriales,
misionero, turista y periodista.
Vinieron en aeroplano grandes pensadores rubios.
“El confort, dijo uno de ellos,
es la armonía entre el hombre y su medio.
Los indios, a la puerta de sus chozas,
están más confortables, descalzos,
qua Anatole France en zapatillas
o Calvin Coolidge sorbiendo una Coca-Cola
en un salón del Waldorf Astoria.”

Otro dijo: “Con unos cuantos tractores Ford,
unos cuantos baños de Crane,
algunos kilómetros de carreteras pavimentadas
México sería el paraíso
que no pudieron ser los Estados Unidos.”

Vino todavía otro, de mucho más lejos,
y comparó la civilización industrial a un lirio podrido
cuyo perfume le era definitivamente más grato
que el de la paz prenatal regada de ocasional sangre,
sólo interrumpida, a ratos, por el estallido de un cohete
que mira el indio, confortable a la puerta de su choza,
ignorante de lo que dijeron los pródigos pensadores.

De todas maneras
el despertar de los anhelos
de las clases laborantes del campo y la ciudad...

Crece el tiempo en silencio:
hojas de hierba, polvo de las tumbas
que agita apenas la palabra.



Así se veia el Zócalo cuando yo nací, 1956

domingo, 11 de marzo de 2012

Algo tarde, pero no me olvido, Ocho de Marzo, 2012



Para las mujeres que han llenado mi vida, mi abuela, mi madre, mi esposa (que ya no lo es), Karina, Constanza, Jessi y mis amigas, ah! y por todas las mujeres a las que teóricamente he enamorado y que claro, que en la realidad, solo son eso, teoría amorosa, pero que acaso y en la otra vida se me haga.

No había escrito nada para este ocho de marzo, porque la prensa y los organismos gubernamentales y civiles se dedican a mencionar lo que sigue siendo un estigma y una vergüenza para la humanidad, la discriminación, la violencia, la misoginia y la brutalidad con que todavía son tratadas muchas mujeres al derredor del mundo.

Historias que van desde la madre que sin un marido ni apoyo alguno logra una educación y la sobrevivencia de sus hijos, hasta aquellas mujeres que son objeto del escarnio, la tortura, la trata hasta la muerte, de mujeres valientes y honestas, pero también de aquellas mujeres que reproducen y fomentan esta condición o bien de las que asumen posiciones de poder y en lugar de feminizar el poder, ellas se masculinizan.

Yo por muchas razones soy feminista, primero porque soy hijo “natural” (así decía mi acta de nacimiento, lo que a mí me alegra, primero porque no soy artificial y segundo porque mi padre un día decidió –antes de que yo naciera- ir a comprar cigarros, los cuales deben de ser difíciles de encontrar, supongo, porque nunca regreso, cosa que agradezco con toda mi alma, en serio) de una mujer que no solo me educo y alimento, sino que me ha enseñado, porque resulta que mi madre es una mujer sabia.

Otra razón es porque desde muy joven no creo en la violencia y por mi formación comunista - liberal, lo cual significa entre otras cosas que creo en que todos los seres humanos somos iguales (bueno, gracias a Dios, no tan iguales) y ello implica aceptación y respeto, tolerancia y construcción de caminos anchoa para que los seres humanos podamos transitar sin discriminación alguna.

Y por último, porque si todos estamos hechos de polvo de estrellas y el gen primígio que dio origen a la vida es el mismo para todos los seres vivos que existimos, existieron y existirán en este planeta (o lo que dejemos de él).

Así pues, mi tardanza en escribir, porque ahora lo hago para que este ocho de marzo sea piedra de toque para la esperanza, de ahí que hoy haya decidido escribir sobre una mujer y sus ancestras, su madre y su abuela, quienes por su condición de mujer son objeto de vicisitudes, pero también por esa condición aprenden y luchan por ser libres, así, de una generación a otra van trasmitiendo el aprendizaje y la fortaleza y los ánimos para transformarse ellas en seres libres y fuertes, sin embargo, sin perder su escancia femenina, sino haciéndola más abierta al entendimiento y a la transformación.

Jung Chang es la autora de “Cisnes salvajes” (libro que no se por que no se ha vuelto a editar en México, espero que en el resto del mundo sean más sensatos que aquí y lo continúen editando) cuenta sobre lo que es ser mujer a través de las vidas de su abuela, de su madre, y sus años de estudiante hasta su traslado a Gran Bretaña.

Su abuela, Yu fang, fue concubina de uno de los generales de los señores de la guerra, durante el periodo de decadencia del imperio manchú. La descripción de su agitada vida coincide con los años en los que todavía perviven algunas ceremonias tradicionales. Algunas de estas costumbres eran claramente denigratorias para la mujer. Por ejemplo, el analfabetismo se consideraba una muestra de virtud en las mujeres de la clase inferior y la mujer se valoraba como una mercancía en el matrimonio. La caída del Imperio de Manchuria, la invasión de los japoneses en 1931, el establecimiento del emperador Pu Yin -un títere de los japoneses-, la alianza entre el Kuomintang y los comunistas para derrotar a los japoneses, son los dramáticos hechos que padecen Yu fang y su anciano segundo marido, el amigable doctor Xia. Son años en los que soportan todo tipo de regímenes arbitrarios y dictatoriales, que se mantienen en el poder gracias al abuso irracional de la violencia, ingrediente habitual en la historia de China.

La victoria de los comunistas en la guerra civil con el Kuomintang y la proclamación de la República Popular inician una etapa de esperanza y nuevas ilusiones. Los comunistas realizaron una drástica reforma agraria y una declaración de buenas intenciones que les facilitaron el apoyo entusiasta de la población. Bao Qin/De-Hong, la madre de la narradora, confió en esta política y cooperó en el asentamiento de una revolución que parecía que, por fin, traería la paz y el bienestar a China. De-Hong (cisne salvaje en chino) se casó con un destacado revolucionario comunista, uno de los personajes más llamativos y entrañables de todo el libro por su integridad y su fidelidad a unos ideales hasta el fin, a pesar de las agónicas dificultades por las que tendrá que pasar.

Sin embargo, las meticulosas cazas de brujas que comienza muy pronto Mao sumergen al país en el miedo y el terror. Esta situación se agudizó durante los años de la Revolución Cultural, en los que se extiende de una manera pasmosa la mentira, la corrupción y un miserable deseo de venganza. Los padres de Jung son denunciados y sufren todo tipo de presiones, castigos y persecuciones. Estos años coinciden con el aumento hasta el paroxismo de un ridículo y vacío adoctrinamiento político y del divino culto a un sinuoso y metódico Mao, quien utilizó para su propio beneficio la situación caótica en la que quedó el país después de la Revolución Cultural.

El ejemplo moral de la familia de Jung Chang Además, ella ha querido dejar constancia de la fortaleza e integridad de gran parte del pueblo chino: "Rodeada de sufrimiento, muerte y desolación, había contemplado la indestructible capacidad humana para sobrevivir y buscar la felicidad".

Este libro, puede tener varias lecturas, pero la que me interesa resaltar, como lo comente líneas arriba es la de la esperanza, la de la vida, la de la solidaridad, la equidad y la justicia.

Por cierto, este día (8 de marzo) por alguna razón incomprensible, es común felicitar a las mujeres por ser mujeres, aparte de ser una perogullada, es una insensatez, porque entonces el día del árbol hemos de felicitar a los árboles por ser árboles ah! y claro, por no ser lápices, duela, papel o algún otro producto.

Se fijan cuantas veces uso el “porque”, hasta yo estoy sorprendido.

Con todo cariño y respeto para las mujeres y el resto del genero humano que cree y construye un mundo de equidad, libertad, tolerancia, respeto y fraternidad.

Alejandro.