sábado, 18 de enero de 2014

EL LIBRO DE GATOS PRÁCTICOS DEL VIEJO POSSUM



Hace algún tiempo se puso de moda la obra de teatro Cats, de Andrew Lloyd Weber, esta se basa en el trabajo que el poeta autor de “La tierra baldía (The Waste Land)”, T.S. Eliot hace sobre los gatos.

Me recuerda a Bertolt Brecht cuando lo hace sobre los tiburones, aquí la poesía se convierte en una critica social caustica, hilarante y sensata, reflejar lo humano en los animales no es un proceso antiguo de los viejos Dioses, es ante todo una opción para entender y mirar la vida y lo que hacemos en ella.

Espero les guste y se diviertan con algunos textos del libro "EL LIBRO DE GATOS PRÁCTICOS DEL VIEJO POSSUM" escrito en 1939, la traducción es de: Jaime García Terres.

Alejandro.
 

EL BAUTIZO DE LOS GATOS

Bautizar a los gatos agita nuestras mentes,
no se trata de un popular jueguecillo.
Acaso pensaréis que me falta un tornillo
cuando alegue que un gato en su vida concilia tres nombres diferentes.
Viene primero el nombre que le da la familia,
Augusto, por ejemplo, Pedro, Alonso o Jacinto,
Víctor o Jonathán, Jorge o Perico Pinto,
todos nombres sensatos, normales, cotidianos,
aunque los hay de lujo, con ecos lisonjeros.
Hallaréis para damas y para caballeros:
Platón, Admeto, Electra, y el armonioso Uranos;
todos ellos vocablos cuerdos y cotidianos.
Pero sabed que un gato requiere un nombre suyo,
un nombre peculiar y mucho más conspicuo;
si no, ¿cómo podría su rabo alzar oblicuo,
o atusar sus bigotes o vigilar su orgullo?
De tal rango de nombres cate mentar un quórum:
¿Os gusta Munkustrap, Quaxo o Coricopato?
¿Qué tal Bombalurina, o quizá Jellylorum?
Nombres son que jamás adopta más de un gato.
Ah, pero todavía nos queda un tercer nombre,
el nombre inviolado que a nadie se dirá,
un nombre irreductible al esfuerzo del hombre;
sólo el gato lo sabe, y no lo dice, ¡quiá!
Cuando adviertáis que un gato cavila sin cesar,
la razón, de seguro, será siempre la misma:
fascinado ese gato, la mente se le abisma
pensando el pensamiento de su propio pensar
en aquel inefable,
sublime archinotable
profundo singular inescrutable Nombre.

RON TON ESTIRÓN

El Ron Ton Estirón es un gato curioso:
Si le ofreces faisán prefiere codomiz.
Si les das casa sola quiere un piso con mozo,
Y si les das el piso prefiere casa gris.
Si un ratón le señalas dirá que quiere rata,
Y si a la rata apuntas, no, de ratón se trata.
Hum, Ron Ton Estirón es un gato curioso-
          Y nada por hacer hay al respecto:
          Pues digan lo que digan quienesquiera
         Él hará lo que quiera
         Por más que lo repudie el intelecto.

El Ron Ton Estirón vive dando la lata:
Si lo pasan adentro, quiere salir afuera;
Si le abren la puerta, la cierra con su pata,
Y sintiéndose dentro, un paseíllo espera.
Le encanta reposar en un cajón,
Pero si no lo sacan, ¡menudo sofocón!
Sí, Ron Ton Estirón es un gato curioso-
        Y no te quepa duda,
        Pues digan lo que digan quienesquiera
        Él hará lo que quiera
        Contra todo consejo y sin ayuda.

Es Ron Ton Estirón curioso animalillo:
Su afán contradictorio lo tiene por costumbre.
Si le sirven pescado no lo querrá sencillo;
Si pescado no hay, no aceptará legumbre.
Si le sugieren crema, rehúsa con cinismo,
Porque sólo le gusta lo que ve por sí mismo;

Así que si lo suben a la usual alacena
Se acabará solito el almuerzo y la cena.
El Ron Ton Estirón es astuto y versado,
Al Ron Ton Estirón no seduce tu mimo
Mas te salta al regazo si te mira ocupado.
Ya que lo vuelve loco el importuno arrimo.
Sí, Ron Ton Estirón es un gato curioso-
       Y no importa que yo se lo publique:
       Pues digan lo que digan quienesquiera
        Él hará lo que quiera;
        Sin que de nada sirva mi público palique.

DEUTERONOMIO

Mucho ha vivido el viejo, viejo Deuteronomio,
Muchas vidas de gato en una larga historia
Precede su prestigio a la Reina Victoria,
Y lo cantan baladas compuestas en su encomio.
Enterró a nueve esposas el gran Deuteronomio-,
Y aún puede que fueran más bien noventa y nueve;
Hoy su innúmera prole prospera y se conmueve,
Y aplaude nuestra aldea su bien ganada gloria.
A la vista de aquel plácido rostro viejo,
Tomando el sol ahí, pacífico y ufano,
El anciano del pueblo gruñe: “¡Por mi pellejo...!
         Será o no será... ¿Sí es...? Mi mente falla,
         Lo admito. Pero... es el veterano,
         O creo que sería, con el pelo ya cano,
          El quintañón Deuteronomio, ¡vaya!”

El gran Deuteronomio se sienta en las callejas,
O en la Calle Mayor, en día de mercado;
Mujan los bueyes, balen las ovejas,
Los perros y pastores las apartan a un lado;
Rodarán sobre el prado los coches y camiones,
Pues la gente del pueblo las calles ha cerrado
Para que nada inquiete ni estorben los montones
El reposo del gato, tan cansado
Que no repara en ese general manicomio.
         Entonces el anciano del pueblo gruñe: “¡Zas!
         ¿Será posible, o qué supones?
          ¡Válgame diablos rojos!
          ¡Aunque con la vejez no ven mis pobres ojos,
Intuyo que el causante contumaz
De todo esto es Deuteronomio!”

El gran Deuteronomio descansa sobre el suelo
Del Bar del Zorro Verde para dormir un pisto;
Y cuando la clientela reclama un licorzuelo
Antes de irse, la patrona: “Insisto
En que todos se marchen por la puerta trasera,”
Advierte, “porque yo, señores, no resisto
Tener que perturbar esta imagen señera,
Y llamaré a la guardia, si necesario fuera”-
Y todos se deslizan sin chistar por lo visto,
A fin de preservar la felina modorra
Que debe tutelarse por encima del momio,
Quiéralo o no el cachorro de la muy verde zorra:
Y el anciano del pueblo gruñe: “¡Por San Ignacio,
         Ya me voy del espacio
         Del Zorro y de la Zorra,
Pero con estas piernas me marcharé despacio,
Para no despertar al gran Deuteronomio”.

jueves, 16 de enero de 2014

Carta que la escribe Juan Gelman a su nieta o nieto - In memoriam

Esta carta la escribe Juan Gelman a su nieta o nieto, esta forma parte de una entrevista al poeta en mayo de 1995. El poeta encontró a su nieta cuando esta tenía 23 años de edad en Montevideo en el Uruguay.

Por su vida y su memoria les transcribo la carta.


Alejandro.
Macarena Gelman, hija de la argentina María Claudia García, desaparecida en 1976, y su abuelo, el poeta Juan Gelman.
"Dentro de seis meses cumplirás 19 años. Habrás nacido algún día de octubre de 1976 en un campo de concentración del ejército, el Pozo de Quilmes casi seguramente. Poco antes o poco después de tu nacimiento, el mismo mes y año, asesinaron a tu padre de un tiro en la nuca disparado a menos de medio metro de distancia. El estaba inerme y lo asesinó un comando militar, tal vez el mismo que lo secuestró con tu madre el 24 de agosto en Buenos Aires y los llevó al campo de concentración “Automotores Orletti” que funcionaba en pleno Floresta y los militares habían bautizado “El Jardín”.

“Tu padre se llamaba Marcelo. Tu madre, Claudia. Los dos tenían 20 años y vos, siete meses en el vientre materno cuando eso ocurrió. A ella la trasladaron –ya vos en ella– al Pozo cuando estuvo a punto de parir. Allí debe haber dado a luz solita, bajo la mirada de algún médico cómplice de la dictadura militar. Te sacaron entonces de su lado y fuiste a parar –así era casi siempre– a manos de una pareja estéril de marido militar o policía, o juez o periodista amigo de policía o militar. Había entonces una lista de espera siniestra para cada campo de concentración: los anotados esperaban quedarse con el hijo robado a las prisioneras que parían y con alguna excepción, eran asesinadas inmediatamente después. Han pasado 13 años desde que los militares dejaron el gobierno y nada se sabe de tu madre. En cambio, en un tambor de grasa de 200 litros que los militares rellenaron con cemento y arena y arrojaron al río San Fernando, se encontraron los restos de tu padre 13 años después. Está enterrado en La Tablada. Al menos hay con él esa certeza.

“Me resulta muy extraño hablarte de mis hijos como tus padres que no fueron. No sé si sos varón o mujer. Sé que naciste. Me lo aseguró el padre Fiorello Cavalli, de la Secretaría de Estado de El Vaticano, en febrero de 1978. Desde entonces me pregunto cuál ha sido tu destino. Me asaltan ideas contrarias. Por un lado, siempre me repugnó la posibilidad de que llamaras “papá” a un militar o policía ladrón de vos, o a un amigo de los asesinos de tus padres. Por otro lado, siempre quise que, cualquiera que hubiese sido el hogar al que fuiste a parar, te criaran y educaran bien y te quisieran mucho. Sin embargo, nunca dejé de pensar que, aun así, algún agujero o falla tenía que haber en el amor que te tuvieran, no tanto porque tus padres de hoy no son biológicos –como se dice– sino por el hecho de que alguna conciencia tendrán ellos de tu historia y de cómo se apoderaron de tu historia y la falsificaron. Imagino que te han mentido mucho.

“También pensé todos estos años en qué hacer si te encontraba: si arrancarte del hogar que tenías o hablar con tus padres adoptivos para establecer un acuerdo que me permitiera verte y acompañarte, siempre sobre la base de que supieras vos quién eras y de dónde venías. El dilema se reiteraba cada vez –y fueron varias– que asomaba la posibilidad de que las Abuelas de Plaza de Mayo te hubieran encontrado. Se reiteraba de manera diferente, según tu edad en cada momento. Me preocupaba que fueras demasiado chico o chica –por no ser suficientemente chico o chica– para entender lo que había pasado, lo que habías pasado. Para entender por qué no eran tus padres los que creías tus padres y a lo mejor querías como a padres. Me preocupaba que padecieras así una doble herida, una suerte de hachazo en el tejido de tu subjetividad en formación.

“Pero ahora sos grande. Podés enterarte de quién sos y decidir después qué hacer con lo que fuiste. Ahí están las Abuelas y su banco de datos sanguíneos que permiten determinar con precisión científica el origen de hijos de desaparecidos. Tu origen. Ahora tenés casi la edad de tus padres cuando los mataron y pronto serás mayor que ellos. Ellos se quedaron en los 20 años para siempre. Soñaban mucho con vos y con un mundo más habitable para vos. Me gustaría hablarte de ellos y que me hables de vos. Para reconocer en vos a mi hijo y para que reconozcas en mí lo que de tu padre tengo: los dos somos huérfanos de él. Para reparar de algún modo ese corte brutal o silencio que en la carne de la familia perpetró la dictadura militar. Para darte tu historia, no para apartarte de lo que no te quieras apartar. Ya sos grande, dije.

“Los sueños de Marcelo y Claudia no se han cumplido todavía. Menos vos, que naciste y estás quién sabe dónde ni con quién. Tal vez tengas los ojos verdegrises de mi hijo o los ojos color castaño de su mujer, que poseían un brillo muy especial y tierno y pícaro. Quién sabe cómo serás si sos varón. Quién sabe cómo serás si sos mujer. A lo mejor podés salir de ese misterio para entrar en otro: el del encuentro con un abuelo que te espera”.


martes, 7 de enero de 2014

Orwell, la Rosa Blanca y el futuro.



Hoy hace 7 días que formalmente fue inaugurado este año del 2014, este texto es una deuda que tengo desde hace mucho, uno con Sophie Scholl y la Rosa Blanca y otro con Geoge Orwell, sin embargo, esta deuda puede ser saldada en cualquier momento, así que la pregunta es ¿Por qué ahora, al inicio y como primer post del 2014?.

La respuesta no es tan difícil el año pasado la realidad no solo nos alcanzó, sino que la rueda de la historia pasó sobre muchos de nosotros, se dieron a conocer casos de espionaje, no solo a los gobiernos o lo que después de la caída del muro, fue la industrial, no hoy trasciende y se van los servicios de inteligencia a investigar ilegalmente a altos funcionarios y empresarios (cosa que no es nueva), sino que aparte de eso, se hace ahora con millones de seres humanos.

En 1984 Orwell presenta a el “Gran Hermano”, un ser absoluto, todopoderoso, conocedor de los más íntimos secretos y deseos de cada ser humano, el cual, ante cualquier intento de pensar libre e independientemente decide reprimir, controlar terminar extinguiendo la voluntad y el deseo de la persona, transformándolo en un objeto, lo importante es destruir el alma, el espíritu del ser humano.

De la Rosa Blanca y de Sophie Scholl es recordar el sentido de la juventud, del derecho que tienen a vivir sin miedos, con esperanza, con alegría, sabiéndose individuos únicos, parte de ese gran colectivo que somos los humanos.

Hoy escribo esto, por que este año es como un sueño, de esos donde todo es posible, imagino un mundo sin hambre, sin miedo, sin pobreza, sin ignorancia, tolerante, respetuoso, prudente, deseoso de conocer, abriendo nuevas puertas y ventanas al conocimiento.

Escribo esto, por que espero que cuando despierte todo lo soñado sea verdad.

Alejandro, 2014


Manifiesto de los estudiantes de Munich.

Texto del Sexto Volante distribuido por el movimiento de resistencia Rosa Blanca el 18 de febrero de 1943.

Compañeros, compañeras!

Conmocionado, nuestro pueblo ha tomado conocimiento de la muerte de nuestros hombres en Estalingrado. La genial estrategia del gran cabo de la guerra mundial ha lanzado a trescientos treinta mil alemanes a la muerte y a la destrucción sin ningún sentido y en forma totalmente irresponsable. ¡¡¡Gracias, Führer!!! Entre el pueblo alemán crece la agitación: ¿vamos a seguir confiando el destino de nuestro ejército a un diletante? ¿Vamos a sacrificar el resto de la juventud alemana a los bajos instintos de poder de un grupo partidario? ¡Jamás! Ha llegado el día de saldar las cuentas, las cuentas de nuestra juventud alemana con la tiranía más vil que nuestro pueblo jamás soportó. En nombre de la juventud alemana reclamamos al Estado de Adolf Hitler que nos devuelva la libertad personal, el bien más preciado de los alemanes, que nos ha sido arrebatado de la forma más vil. Hemos crecido en un Estado que nos ha privado de toda posibilidad de manifestar nuestra opinión. Durante los años más fructíferos de nuestras vidas las Juventudes Hitlerianas, la SA, y la SS han intentado uniformarnos, revolucionarnos, narcotizarnos. “Entrenamiento ideológico” se llamaba el despreciable método de asfixiar todo atisbo de pensamiento y valoración independientes, sumiéndonos en una espesa niebla de frases huecas. Una selección de dirigentes, imposible de imaginar más diabólica y estúpida al mismo tiempo, educa en sus academias a futuros caciques partidarios, explotadores y asesinos impíos, sinvergüenzas y siniestros, adiestrados en un ciego y estúpido seguimiento al Führer. Nosotros, supuestos “trabajadores del espíritu” apenas serviríamos como recaderos de esta nueva generación de dirigentes. Supuestos dirigentes estudiantiles, aprendices de futuros jefes distritales, se atreven a reprender a soldados que luchan con sus vidas en el frente, cual si fueran colegiales. Con chistes obscenos, jefes distritales ensucian el honor de las estudiantes. En la Universidad de Munich, las estudiantes alemanas han sabido dar una respuesta respetable a la ofensa de su dignidad; estudiantes alemanes han defendido el honor de sus compañeras. Ha llegado la hora de luchar por nuestra libertad y autodeterminación sin la cual no es posible crear valores espirituales. Nuestro agradecimiento es para con nuestros valientes compañeros y compañeras que han sabido iluminarnos con su actitud ejemplar. Para nosotros sólo existe una consigna: luchar contra el partido. Salir de los cuadros partidarios en los que se nos quiere seguir silenciando políticamente. Salir de las aulas de los oficiales y suboficiales de la SS y de quienes se arrastran ante el partido. Nos importa la ciencia verdadera y la genuina libertad del espíritu. No habrá amenaza que nos haga retroceder. Tampoco lo conseguirá el cierre de nuestras universidades. Se trata de la lucha de cada uno de nosotros por nuestro futuro, por nuestra libertad y por nuestro honor en un Estado consciente de su responsabilidad moral. ¡Libertad y honor! Durante diez largos años Hitler y sus consortes han vaciado hasta la repugnancia las dos palabras alemanas más preciadas, las han tergiversado, vulgarizado como solo son capaces de hacerlo diletantes que tiran por la borda los supremos valores de una nación. Lo que les vale la libertad y le honor lo han demostrado más que suficiente en diez años de destrucción de toda libertad material y espiritual, de todas las sustancias morales en el pueblo alemán. El terrible baño de sangre que han generado y a diario siguen generando en nombre de la libertad y del honor de la nación alemana en toda Europa, el ha abierto los ojos hasta al alemán más necio. El nombre alemán quedará deshonrado para siempre si la juventud alemana no se levanta por fin, escarmienta y purga al mismo tiempo, destruye a sus verdugos y alza una nueva Europa espiritual.
¡Estudiantes! El pueblo alemán dirige su mirada hacia nosotros. Al igual que en 1813 cuando esperaba que se quebrara lo napoleónico, espera en 1943 que sepamos quebrar el terror nacionalsocialista desde el poder del espíritu. Desde las llamas de Beresina y Estalingrado los muertos nos convocan.


Nuestro pueblo se alza contra la esclavización de Europa a manos del nacionalsocialismo en una nueva irrupción de libertad y honor.

1984

George Orwell

Con sus treinta y nueve años y una úlcera de varices por encima del tobillo derecho, subió lentamente, descansando varias veces. En cada descansillo, frente a la puerta del ascensor, el cartelón del enorme rostro miraba desde el muro. Era uno de esos dibujos realizados de tal manera que los ojos le siguen a uno adondequiera que esté. EL GRAN HERMANO TE VIGILA, decían las palabras al pie Nuestro pueblo se alza contra la esclavización de Europa a manos del nacionalsocialismo en una nueva irrupción de libertad y honor.

El Ministerio de la Verdad - que en neolengua (La lengua oficial de Oceanía) se le llamaba el Minver - era diferente, hasta un extremo asombroso, de cualquier otro objeto que se presentara a la vista. Era una enorme estructura piramidal de cemento armado blanco y reluciente, que se elevaba, terraza tras terraza, a unos trescientos metros de altura. Desde donde Winston se hallaba, podían leerse, adheridas sobre su blanca fachada en letras de elegante forma, las tres consignas del Partido:
LA GUERRA ES LA PAZ
LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD
LA IGNORANCIA ES LA FUERZA
Se decía que el Ministerio de la Verdad tenía tres mil habitaciones sobre el nivel del suelo y las correspondientes ramificaciones en el subsuelo. En Londres sólo había otros tres edificios del mismo aspecto y tamaño. Éstos aplastaban de tal manera la arquitectura de los alrededores que desde el techo de las Casas de la Victoria se podían distinguir, a la vez, los cuatro edificios. En ellos estaban instalados los cuatro Ministerios entre los cuales se dividía todo el sistema gubernamental. El Ministerio de la Verdad, que se dedicaba a las noticias, a los espectáculos, la educación y las bellas artes. El Ministerio de la Paz, para los asuntos de guerra. El Ministerio del Amor, encargado de mantener la ley y el orden. Y el Ministerio de la Abundancia, al que correspondían los asuntos económicos. Sus nombres, en neolengua: Miniver, Minipax, Minimor y Minindantia.

El Ministerio del Amor era terrorífico. No tenía ventanas en absoluto. Winston nunca había estado dentro del Minimor, ni siquiera se había acercado a medio kilómetro de él.

Era imposible entrar allí a no ser por un asunto oficial y en ese caso había que pasar por un laberinto de caminos rodeados de alambre espinoso, puertas de acero y ocultos nidos de ametralladoras. Incluso las calles que conducían a sus salidas extremas, estaban muy vigiladas por guardias, con caras de gorila y uniformes negros, armados con porras.

De repente, empezó a escribir con gran rapidez, como si lo impulsara el pánico,
dándose apenas cuenta de lo que escribía. Con su letrita infantil iba trazando líneas torcidas y si primero empezó a «comerse» las mayúsculas, luego suprimió incluso los puntos:

4 de abril de 1984. Anoche estuve en los flicks. Todas las películas eras de guerra Había una muy buena de su barrio lleno de refugiados que lo bombardeaban no sé dónde del Mediterráneo. Al público lo divirtieron mucho los planos de un hombre muy muy gordo que intentaba escaparse nadando de un helicóptero que lo perseguía, primero se le veía en el agua chapoteando como una tortuga, luego lo veías por los visores de las ametralladoras del helicóptero, luego se veía cómo lo iban agujereando a tiros y el agua a su alrededor que se ponía toda roja y el gordo se hundía como si el agua le entrara por los agujeros que le habían hecho las balas. La gente se moría de risa cuando el gordo se iba hundiendo en el agua, y también una lancha salvavidas llena de niños con un helicóptero que venía dando vueltas y más vueltas había una mujer de edad madura que bien podía ser una judía y estaba sentada la proa con un niño en los brazos que quizás tuviera unos tres años, el niño chillaba con mucho pánico, metía la cabeza entre los pechos de la mujer y parecía que se quería esconder así y la mujer lo rodeaba con los brazos y lo consolaba como si ella no estuviese también aterrada y como sí por tenerlo así en los brazos fuera a evitar que le mataran al niño las balas. Entonces va el helicóptero y tira una bomba de veinte kilos sobre el barco y no queda ni una astilla de él, que fue una explosión pero que magnífica, y luego salía su primer plano maravilloso del brazo del niño subiendo por el aire yo creo que un helicóptero con su cámara debe haberlo seguido así por el aire y la gente aplaudió muchísimo pero una mujer que estaba entro los proletarios empezó a armar un escándalo terrible chillando que no debían echar eso, no debían echarlo delante de los críos, que no debían, hasta que la policía la sacó de allí a rastras no creo que le pasara nada, a nadie le importa lo que dicen los proletarios, la reacción típica de los proletarios y no se hace caso nunca...


Con aquellos niños, pensó Winston, la desgraciada mujer debía de llevar una vida terrorífica. Dentro de uno o dos años sus propios hijos podían descubrir en ella algún indicio de herejía. Casi todos los niños de entonces eran horribles. Lo peor de todo era que esas organizaciones, como la de los Espías, los convertían sistemáticamente en pequeños salvajes ingobernables, y, sin embargo, este salvajismo no les impulsaba a rebelarse contra la disciplina del Partido. Por el contrario, adoraban al Partido y a todo lo que se relacionaba con él. Las canciones, los desfiles, las pancartas, las excursiones colectivas, la instrucción militar infantil con fusiles de juguete, los slogans gritados por doquier, la adoración del Gran Hermano... todo ello era para los niños un estupendo juego. Toda su ferocidad revertía hacia fuera, contra los enemigos del Estado, contra los extranjeros, los traidores, saboteadores y criminales del pensamiento. Era casi normal que personas de más de treinta años les tuvieran un miedo visceral a sus hijos. Y con razón, pues apenas pasaba una semana sin que el Times publicara unas líneas describiendo cómo alguna viborilla - la denominación oficial era «heroico niño» había denunciado a sus padres a la Policía del Pensamiento contándole a ésta lo que había oído en casa.
En la telepantalla sonaron las catorce. Winston tenía que marchar dentro de diez minutos. Debía reanudar el trabajo a las catorce y treinta. Qué curioso: las campanadas de la hora lo reanimaron. Era como un fantasma solitario diciendo una verdad que nadie oiría nunca. De todos modos, mientras Winston pronunciara esa verdad, la continuidad no se rompería. La herencia humana no se continuaba porque uno se hiciera oír sino por el hecho de permanecer cuerdo. Volvió a la mesa, mojó en tinta su pluma y escribió: Para el futuro o para el pasado, para la época en que se pueda pensar libremente, en que los hombres sean distintos unos de otros y no vivan solitarios... Para cuando la verdad exista y lo que se haya hecho no pueda ser deshecho: Desde esta época de uniformidad, de este tiempo de soledad, la Edad del Gran Hermano, la época del doblepensar... ¡muchas felicidades!

Winston comprendía que ya estaba muerto. Le parecía que sólo ahora, en que empezaba a poder formular sus pensamientos, era cuando había dado el paso definitivo.

Las consecuencias de cada acto van incluidas en el acto mismo. Escribió: El crimental (el crimen de la mente) no implica la muerte; el crimental es la muerte misma. Al reconocerse ya a sí mismo muerto, se le hizo imprescindible vivir lo más posible. Tenía manchados de tinta dos dedos de la mano derecha. Era exactamente uno de esos detalles que le pueden delatar a uno. Cualquier entrometido del Ministerio (probablemente, una mujer: alguna como la del cabello color de arena o la muchacha morena del Departamento de Novela) podía preguntarse por qué habría usado una pluma anticuada y qué habría escrito... y luego dar el soplo a donde correspondiera. Fue al cuarto de baño y se frotó cuidadosamente la tinta con el oscuro y rasposo jabón que le limaba la piel como un papel de lija y resultaba por tanto muy eficaz para su propósito.

- ¿Cómo va el diccionario? - dijo Winston elevando la voz para dominar el ruido.

- Despacio - respondió Syme. Por los adjetivos. Es un trabajo fascinador.
En cuanto oyó que le hablaban de lo suyo, se animó inmediatamente. Apartó el plato de aluminio, tomó el mendrugo de pan con gesto delicado y el queso con la otra mano. Se inclinó sobre la mesa para hablar sin tener que gritar.
La onceava edición es la definitiva dijo -. Le estamos dando al idioma su forma final, la forma que tendrá cuando nadie hable más que neolengua. Cuando terminemos nuestra labor, tendréis que empezar a aprenderlo de nuevo.

Creerás, seguramente, que nuestro principal trabajo consiste en inventar nuevas palabras. Nada de eso. Lo que hacemos es destruir palabras, centenares de palabras cada día. Estamos podando el idioma para dejarlo en los huesos. De las palabras que contenga la onceava edición, ninguna quedará anticuada antes del año 2050 -. Dio un hambriento bocado a su pedazo de pan y se lo tragó sin dejar de hablar con una especie de apasionamiento pedante. Se le había animado su rostro moreno, y sus ojos, sin perder el aire soñador, no tenían ya su expresión burlona.

- La destrucción de las palabras es algo de gran hermosura. Por supuesto, las principales víctimas son los verbos y los adjetivos, pero también hay centenares de nombres de los que puede uno prescindir. No se trata sólo de los sinónimos. También los antónimos. En realidad ¿qué justificación tiene el empleo de una palabra sólo porque sea

lo contrario de otra? Toda palabra contiene en sí misma su contraria. Por ejemplo, tenemos «bueno». Si tienes una palabra como «bueno», ¿qué necesidad hay de la contraria, «malo»? Nobueno sirve exactamente igual, mejor todavía, porque es la palabra exactamente contraria a «bueno» y la otra no. Por otra parte, si quieres un reforzamiento de la palabra «bueno», ¿qué sentido tienen esas confusas e inútiles palabras «excelente, espléndido» y otras por el estilo? Plusbueno basta para decir lo que es mejor que lo simplemente bueno y dobleplusbueno sirve perfectamente para acentuar el grado de bondad. Es el superlativo perfecto. Ya sé que usamos esas formas, pero en la versión final de la neolengua se suprimirán las demás palabras que todavía se usan como equivalentes. Al final todo lo relativo a la bondad podrá expresarse con seis palabras; en realidad una sola. ¿No te das cuenta de la belleza que hay en esto, Winston?


Naturalmente, la idea fue del Gran Hermano - añadió después de reflexionar un poco. Al oír nombrar al Gran Hermano, el rostro de Winston se animó automáticamente. Sin embargo, Syme descubrió inmediatamente una cierta falta de entusiasmo.

- ¿No ves que la finalidad de la neolengua es limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de acción de la mente? Al final, acabamos haciendo imposible todo crimen del pensamiento. En efecto, ¿cómo puede haber crimental si cada concepto se expresa claramente con una sola palabra, una palabra cuyo significado esté decidido rigurosamente y con todos sus significaos secundarios eliminados y olvidados para siempre? Y en la onceava edición nos acercamos a ese ideal, pero su perfeccionamiento continuará mucho después de que tú y yo hayamos muerto. Cada año habrá menos palabras y el radio de acción de la conciencia será cada vez más pequeño. Por supuesto, tampoco ahora hay justificación alguna para cometer crimen por el pensamiento. Sólo es cuestión de autodisciplina, de control de la realidad. Pero llegará un día en que ni esto será preciso. La revolución será completa cuando la lengua sea perfecta. Neolengua es Ingsoc e Ingsoc es neolengua - añadió - con una satisfacción mística -. ¿No se te ha ocurrido pensar, Winston, que lo más tarde hacia el año 2050, ni un solo ser humano podrá entender una conversación como esta que ahora sostenemos?

-¿Estás herida? - le dijo.

- No es nada. El brazo. Estaré bien en seguida.

Hablaba como si le saltara el corazón. Estaba temblando y palidísima.
-¿No te has roto nada?

- No, estoy bien. Me dolió un momento nada más.

Le tendió a Winston su mano libre y él la ayudó a levantarse. Le había vuelto algo de color y parecía hallarse mucho mejor.

- No ha sido nada - repitió poco después -. Lo que me dolió fue la muñeca. ¡Gracias, camarada?

Y sin más, continuó en la dirección que traía con paso tan vivo como si realmente no le hubiera sucedido nada. El incidente no había durado más de medio minuto. Era un hábito adquirido por instinto ocultar los sentimientos, y además cuando ocurrió aquello se hallaban exactamente delante de una telepantalla. Sin embargo, a Winston le había sido muy difícil no traicionarse y manifestar una sorpresa momentánea, pues en los dos o tres segundos en que ayudó a la joven a levantarse, ésta le había deslizado algo en la mano.

Evidentemente, lo había hecho a propósito. Era un pequeño papel doblado. Al pasar por la puerta de los lavabos, se lo metió en el bolsillo.

Habían pasado ocho minutos. Se ajustó las gafas sobre la nariz, suspiró y se acercó el otro montón de hojas que había de examinar. Encima estaba el papelito doblado. Lo desdobló; en él había escritas estas palabras con letra impersonal: Te quiero.

Winston se quedó tan estupefacto que ni siquiera tiró aquella prueba delictiva en el «agujero de la memoria». Cuando por fin, reaccionando, se dispuso a hacerlo, aunque sabía muy bien cuánto peligro había en manifestar demasiado interés por algún papel escrito, volvió a leerlo antes para convencerse de que no había soñado.

Al día siguiente, tuvo buen cuidado de llegar temprano. Allí estaba ella, exactamente, en la misma mesa y otra vez sola. La persona que precedía a Winston en la cola era un hombrecillo nervioso con una cara aplastada y ojos suspicaces. Al alejarse Winston del mostrador, vio que aquel hombre se dirigía hacia la mesa de ella. Sus esperanzas se vinieron abajo.

No la miró. Colocó en la mesa el contenido de su bandeja y empezó a comer. Era importantísimo hablar en seguida antes de que alguna otra persona se uniera a ellos. Pero le invadía un miedo terrible. Había pasado una semana desde que la joven se había acercado a él.

En voz muy baja, empezó Winston a hablar. No se miraban. Se llevaban a la boca la comida y entre cucharada y cucharada se decían las palabras indispensables en voz baja e inexpresivo.
- ¿Quieres creer - dijo - que hasta este momento no sabía de qué color tienes los ojos?
- Eran castaños, bastante claros, con pestañas negras -. Ahora que me has visto a plena luz y cara a cara, ¿puedes soportar mi presencia?

- Sí, bastante bien.

- Tengo treinta y nueve años. Estoy casado y no me puedo librar de mi mujer. Tengo varices y cinco dientes postizos.

- Todo eso no me importa en absoluto - dijo la muchacha.


Un instante después, sin saber cómo, se la encontró Winston en sus brazos. Al principio, su única sensación era de incredulidad. El juvenil cuerpo se apretaba contra el suyo y la masa de cabello negro le daba en la cara y, aunque le pareciera increíble, le acercaba su boca y él la besaba. Sí, estaba besando aquella boca grande y roja. Ella le echó los brazos al cuello y empezó a llamarle «querido, amor mío, precioso...». Winston la tendió en el suelo. Ella no se resistió; podía hacer con ella lo que quisiera. Pero la verdad era que no sentía ningún impulso físico, ninguna sensación aparte de la del abrazo. Le dominaban la incredulidad y el orgullo. Se alegraba de que esto ocurriera, pero no tenía deseo físico alguno. Era demasiado pronto. La juventud y la belleza de aquel cuerpo le habían asustado; estaba demasiado acostumbrado a vivir sin mujeres. Quizá fuera por alguna de estas razones o quizá por alguna otra desconocida. La joven se levantó y se sacudió del cabello una florecilla que se le había quedado prendida en él. Sentóse junto a él y le rodeó la cintura con su brazo.


- No te preocupes, querido, no hay prisa. Tenemos toda la tarde. ¿Verdad que es un escondite magnífico? Me perdí una vez en una excursión colectiva y descubrí este lugar.

Si viniera alguien, lo oiríamos a cien metros.

- ¿Cómo te llamas? - dijo Winston.

- Julia. Tu nombre ya lo conozco. Winston... Winston Smith.

- ¿Cómo te enteraste?

- Creo que tengo más habilidad que tú para descubrir cosas, querido. Dime, ¿qué pensaste de mí antes de darte aquel papelito?

Winston no tuvo ni la menor tentación de mentirle. Era una especie de ofrenda amorosa empezar confesando lo peor.

- Te odiaba. Quería abusar de ti y luego asesinarle. Hace dos semanas pensé seriamente romperte la cabeza con una piedra. Si quieres saberlo, te diré que te creía en relación con la Policía del Pensamiento.

La muchacha se reía encantada, tomando aquello como un piropo por lo bien que se había disfrazado.

- ¡La Policía del Pensamiento!, qué ocurrencias. No es posible que lo creyeras.


- Bueno, quizá no fuera exactamente eso. Pero, por tu aspecto... quizá por tu juventud y por lo saludable que eres; en fin, ya comprendes, creí que probablemente...

Julia y Winston sabían perfectamente - en verdad, ni un solo momento dejaban de tenerlo presente - que aquello no podía durar. A veces la sensación de que la muerte se cernía sobre ellos les resultaba tan sólida como el lecho donde estaban echados y se abrazaban con una desesperada sensualidad, como un alma condenada aferrándose a su último rato de placer cuando faltan cinco minutos para que suene el reloj. Pero también había veces en que no sólo se sentían seguros, sino que tenían una sensación de permanencia. Creían entonces que nada podría ocurrirles mientras estuvieran en su habitación.
No sabía dónde estaba. Seguramente en el Ministerio del Amor; pero no había manera de comprobarlo.

Se encontraba en una celda de alto techo, sin ventanas y con paredes de reluciente porcelana blanca. Lámparas ocultas inundaban el recinto de fría luz y había un sonido bajo y constante, un zumbido que Winston suponía relacionado con la ventilación mecánica. Un banco, o mejor dicho, una especie de estante a lo largo de la pared, le daba la vuelta a la celda, interrumpido sólo por la puerta y, en el extremo opuesto, por un retrete sin asiento de madera. Había cuatro telepantallas, une en cada pared.

Winston sentía un sordo dolor en el vientre. Le venía doliendo desde que lo encerraron en el camión para llevarlo allí. Pero también tenía hambre, un hambre roedora, anormal.

Aunque estaba justificada, porque por lo menos hacía veinticuatro horas que no había comido; quizá treinta y seis. No sabía, quizá nunca lo sabría, si lo habían
- ¡Claro que soy culpable! - exclamó Parsons mirando servilmente a la telepantalla .

¿No creerás que el Partido puede detener a un hombre inocente? - Se le calmó su rostro de rana e incluso tomó una actitud beatífica -. El crimen del pensamiento es una cosa horrible - dijo sentenciosamente -. Es una insidia que se apodera de uno sin que se dé cuenta. ¿Sabes cómo me ocurrió a mí? ¡Mientras dormía! Sí, así fue. Me he pasado la vida trabajando tan contento, cumpliendo con mi deber lo mejor que podía y, ya ves, resulta que tenía un mal pensamiento oculto en la cabeza. ¡Y yo sin saberlo! Una noche, empecé a hablar dormido, y ¿sabes lo que me oyeron decir?

Bajó la voz, como alguien que por razones médicas tiene que pronunciar unas palabras obscenas.

- ¡Abajo el Gran Hermano! Sí, eso dije. Y parece ser que lo repetí varias veces. Entre nosotros, chico, te confesaré que me alegró que me detuvieran antes de que la cosa pasara a mayores. ¿Sabes lo que voy a decirles cuando me lleven ante el tribunal?

«Gracias - les diré -, «gracias por haberme salvado antes de que fuera demasiado tarde».

- ¿Quién te denunció? - dijo Winston.

- Fue mi niña - dijo Parsons con cierto orgullo dolido.

- Te dije - murmuró O'Brien - que, si nos encontrábamos de nuevo, sería aquí.
- Sí - dijo Winston.

Sin advertencia previa excepto un leve movimiento de la mano de O'Brien - le inundó una oleada dolorosa. Era un dolor espantoso porque no sabía de dónde venía y tenía la sensación de que le habían causado un daño mortal. No sabía si era un dolor interno o el efecto de algún recurso eléctrico, pero sentía como si todo el cuerpo se le descoyuntara.

Aunque el dolor le hacía sudar por la frente, lo único que le preocupaba es que se le rompiera la columna vertebral. Apretó los dientes y respiró por la nariz tratando de estarse callado lo más posible.

- Tienes miedo - dijo O'Brien observando su cara - de que de un momento a otro se te rompa algo. Sobre todo, temes que se te parta la espina dorsal. Te imaginas ahora mismo las vértebras saltándose y el líquido raquídeo saliéndose. ¿Verdad que lo estás pensando, Winston?
Winston no contestó. O'Brien presionó sobre la palanca. La ola de dolor se retiró con tanta rapidez como había llegado.
- Eso era cuarenta - dijo O'Brien -. Ya ves que los números llegan hasta el ciento.

Recuerda, por favor, durante nuestra conversación, que está en mi mano infligirle dolor en el momento y en el grado que yo desee. Si me dices mentiras o si intentas engañarme de alguna manera, o te dejas caer por debajo de tu nivel normal de inteligencia, te haré dar un alarido inmediatamente. ¿Entendido?

- Sí - dijo Winston.

- Me estoy tomando tantas molestias contigo, Winston, porque tú lo mereces. Sabes perfectamente lo que te ocurre. Lo has sabido desde hace muchos años aunque te has esforzado en convencerte de que no lo sabías. Estás trastornado mentalmente. Padeces de una memoria defectuosa. Eres incapaz de recordar los acontecimientos reales y te convences a ti mismo porque estabas decidido a no curarte. No estabas dispuesto a hacer el pequeño esfuerzo de voluntad necesario. Incluso ahora, estoy seguro de ello, te aferras a tu enfermedad por creer que es una virtud. Ahora te pondré un ejemplo y te convencerás de lo que digo. Vamos a ver, en este momento, ¿con qué potencia está en guerra Oceanía?

-Hay una consigna del Partido sobre el control del pasado. Repítela, Winston, por favor.

El que controla el pasado controla el futuro; y el que controla el presente controla el pasado - repitió Winston, obediente.

- El que controla el presente controla el pasado - dijo O'Brien moviendo la cabeza con lenta aprobación -. ¿Y crees tú, Winston, que el pasado existe verdaderamente?
Otra vez invadió a Winston el desamparo. Sus ojos se volvieron hacia el disco. No sólo no sabía si la respuesta que le evitaría el dolor sería sí o no, sino que ni siquiera sabía cuál de estas respuestas era la que él tenía por cierta.

O'Brien sonrió débilmente:

- No eres metafísico, Winston. Hasta este momento nunca habías pensado en lo que se conoce por existencia. Te lo explicaré con más precisión. ¿Existe el pasado concretamente, en el espacio? ¿Hay algún sitio en alguna parte, hay un mundo de objetos sólidos donde el pasado siga acaeciendo?

- No.

- Entonces, ¿dónde existe el pasado?

- En los documentos. Está escrito.

- En los documentos... Y, ¿dónde más?

- En la mente. En la memoria de los hombres.

- En la memoria. Muy bien. Pues nosotros, el Partido, controlamos todos los documentos y controlamos todas las memorias. De manera que controlamos el pasado, ¿no es así?.

- Pero, ¿cómo van ustedes a evitar que la gente recuerde lo que ha pasado? – exclamó

Winston olvidando del nuevo el martirizador eléctrico -. Es un acto involuntario. No puede uno evitarlo. ¿Cómo vais a controlar la memoria? ¡La mía no la habéis controlado!

O'Brien volvió a ponerse serio. Tocó la palanca con la mano.

- Al contrario - dijo por fin -, eres tú el que no la ha controlado y por eso estás aquí. Te han traído porque te han faltado humildad y autodisciplina. No has querido realizar el acto de sumisión que es el precio de la cordura. Has preferido ser un loco, una minoría de uno solo. Convéncete, Winston; solamente el espíritu disciplinado puede ver la realidad. Crees que la realidad es algo objetivo, externo, que existe por derecho propio. Crees también que la naturaleza de la realidad se demuestra por sí misma. Cuando te engañas a ti mismo pensando que ves algo, das por cierto que todos los demás están viendo lo mismo que tú. Pero te aseguro, Winston, que la realidad no es externa. La realidad existe en la mente humana y en ningún otro sitio. No en la mente individual, que puede cometer errores y que, en todo caso, perece pronto. Sólo la mente del Partido, que es colectiva e inmortal, puede captar la realidad. Lo que el Partido sostiene que es verdad es efectivamente verdad. Es imposible ver la realidad sino a través de los ojos del Partido.

Éste es el hecho que tienes que volver a aprender, Winston. Para ello se necesita un acto de autodestrucción, un esfuerzo de la voluntad. Tienes que humillarte si quieres volverte cuerdo.

- No sé. Me lo figuro. En el Ministerio del Amor. - ¿Sabes cuánto tiempo has estado aquí? - No sé. Días, semanas, meses... creo que meses. - ¿Y por qué te imaginas que traemos aquí a la gente?

- Para hacerles confesar.

- No, no es ésa la razón. Di otra cosa.

- Para castigarlos.

- ¡No! exclamó O'Brien. Su voz había cambiado extraordinariamente y su rostro se había puesto de pronto serio y animado a la vez -. ¡No! No te traemos sólo para hacerte confesar y para castigarte. ¿Quieres que te diga para qué te hemos traído? ¡¡Para curarte!! ¡¡Para volverte cuerdo!! Debes saber, Winston, que ninguno de los que traemos aquí sale de nuestras manos sin haberse curado. No nos interesan esos estúpidos delitos que has cometido. Al Partido no le interesan los actos realizados; nos importa sólo el pensamiento. No sólo destruimos a nuestros enemigos, sino que los cambiamos.

¿Comprendes lo que quiero decir?

- Lo primero que debes comprender es que éste no es un lugar de martirio. Has leído cosas sobre las persecuciones religiosas en el pasado. En la Edad Media había la Inquisición. No funcionó. Pretendían erradicar la herejía y terminaron por perpetuarla. En las persecuciones antiguas por cada hereje quemado han surgido otros miles de ellos.

¿Por qué? Porque se mataba a los enemigos abiertamente y mientras aún no se habían arrepentido. Se moría por no abandonar las creencias heréticas. Naturalmente, así toda la gloria pertenecía a la víctima y la vergüenza al inquisidor que la quemaba. Más tarde, en el siglo XX, han existido los totalitarios, como los llamaban: los nazis alemanes y los comunistas rusos. Los rusos persiguieron a los herejes con mucha más crueldad que ninguna otra inquisición. Y se imaginaron que habían aprendido de los errores del pasado.

Por lo menos sabían que no se deben hacer mártires. Antes de llevar a sus víctimas a un juicio público, se dedicaban a destruirles la dignidad. Los deshacían moralmente y físicamente por medio de la tortura y el aislamiento hasta convertirlos en seres despreciables, verdaderos peleles capaces de confesarlo todo, que se insultaban a sí mismos acusándose unos a otros y pedían sollozando un poco de misericordia. Sin embargo, después de unos cuantos años, ha vuelto a ocurrir lo mismo. Los muertos se han convertido en mártires y se ha olvidado su degradación. ¿Por qué había vuelto a suceder esto? En primer lugar, porque las confesiones que habían hecho eran forzadas y falsas. Nosotros no cometemos esta clase de errores. Todas las confesiones que salen de aquí son verdaderas. Nosotros hacemos que sean verdaderas. Y, sobre todo, no permitimos que los muertos se levanten contra nosotros. Por tanto, debes perder toda esperanza de que la posteridad te reivindique, Winston. La posteridad no sabrá nada de ti. Desaparecerás por completo de la corriente histórica. Te disolveremos en la estratosfera, por decirlo así. De ti no quedará nada: ni un nombre en un papel, ni tu recuerdo en un ser vivo. Quedarás aniquilado tanto en el pretérito como en el futuro. No habrás existido. «Entonces, ¿para qué me torturan?», pensó Winston con una amargura momentánea.

O'Brien se detuvo en seco como si hubiera oído el pensamiento de Winston. Su ancho y feo rostro se le acercó con los ojos un poco entornados y le dijo:


- Estás pensando que si nos proponemos destruirte por completo, ¿para qué nos tomamos todas estas molestias?; que si nada va a quedar de ti, ¿qué importancia puede tener lo que tú digas o pienses? ¿Verdad que lo estás pensando?

O'Brien sonrió levemente y prosiguió:

- Te explicaré por qué nos molestamos en curarte. Tú, Winston, eres una mancha en el tejido; una mancha que debemos borrar. ¿No te dije hace poco que somos diferentes de los martirizadores del pasado? No nos contentamos con una obediencia negativa, ni siquiera con la sumisión más abyecta. Cuando por fin te rindas a nosotros, tendrá que impulsarle a ello tu libre voluntad. No destruimos a los herejes porque se nos resisten; mientras nos resisten no los destruimos. Los convertirnos, captamos su mente, los reformamos. Al hereje político le quitamos todo el mal y todas las ilusiones engañosas

que lleva dentro; lo traemos a nuestro lado, no en apariencia, sino verdaderamente, en cuerpo y alma. Lo hacemos uno de nosotros antes de matarlo. Nos resulta intolerable que un pensamiento erróneo exista en alguna parte del mundo, por muy secreto e inocuo que pueda ser. Ni siquiera en el instante de la muerte podemos permitir alguna desviación.

Antiguamente, el hereje subía a la hoguera siendo aún un hereje, proclamando su herejía y hasta disfrutando con ella.

Incluso la víctima de las purgas rusas se llevaba su rebelión encerrada en el cráneo cuando avanzaba por un pasillo de la prisión en espera del tiro en la nuca. Nosotros, en cambio, hacemos perfecto el cerebro que vamos a destruir. La consigna de todos los despotismos era: «No harás esto o lo otro». La voz de mando de los totalitarios era: «Harás esto o aquello». Nuestra orden es: «Eres». Ninguno de los que traemos aquí puede volverse contra nosotros. Les lavamos el cerebro. Incluso aquellos miserables traidores en cuya inocencia creíste un día - Jones, Aaronson y Rutherford – los conquistamos al final. Yo mismo participé en su interrogatorio. Los vi ceder paulatinamente, sollozando, llorando a lágrima viva, y al final no los dominaba el miedo ni el dolor, sino sólo un sentimiento de culpabilidad, un afán de penitencia. Cuando acabamos con ellos no eran más que cáscaras de hombre. Nada quedaba en ellos sino el arrepentimiento por lo que habían hecho y amor por el Gran Hermano. Era conmovedor ver cómo lo amaban. Pedían que se les matase en seguida para poder morir con la mente limpia. Temían que pudiera volver a ensuciárseles.
- Tú no existes - dijo O'Brien.

A Winston volvió a asaltarle una terrible sensación de desamparo. Comprendía por qué le decían a él que no existía; pero era un juego de palabras estúpido. ¿No era un gran absurdo la afirmación «tú no existes»? Pero, ¿de qué servía rechazar esos argumentos disparatados?

- Yo creo que existo - dijo con cansancio -. Tengo plena conciencia de mi propia identidad. He nacido y he de morir. Tengo brazos y piernas. Ocupo un lugar concreto en el espacio. Ningún otro objeto sólido puede ocupar a la vez el mismo punto. En este sentido, ¿existe el Gran Hermano?

- Eso no tiene importancia. Existe.

-Hay tres etapas en tu reintegración - dijo O'Brien -; primero aprender, luego comprender y, por último, aceptar. Ahora tienes que entrar en la segunda etapa.

Somos los sacerdotes del poder - dijo -. El poder es Dios. Pero ahora el poder es sólo una palabra en lo que a ti respecta. Y ya es hora de que tengas una idea de lo que el poder significa. Primero debes darte cuenta de que el poder es colectivo. El individuo sólo detenta poder en tanto deja de ser un individuo. Ya conoces la consigna del Partido: «La libertad es la esclavitud». ¿Se te ha ocurrido pensar que esta frase es reversible? Sí, la esclavitud es la libertad. El ser humano es derrotado siempre que está solo, siempre que es libre. Ha de ser así porque todo ser humano está condenado a morir irremisiblemente y la muerte es el mayor de todos los fracasos; pero si el hombre logra someterse plenamente, si puede escapar de su propia identidad, si es capaz de fundirse con el Partido de modo que él es el Partido, entonces será todopoderoso e inmortal. Lo segundo de que tienes que darte cuenta es que el poder es poder sobre seres humanos. Sobre el cuerpo, pero especialmente sobre el espíritu. El poder sobre la materia..., la realidad externa, como tú la llamarías..., carece de importancia. Nuestro control sobre la materia es, desde luego, absoluto.

Winston pensó un poco y respondió: - Haciéndole sufrir.

- Exactamente. Haciéndole sufrir. No basta con la obediencia. Si no sufre, ¿cómo vas a estar seguro de que obedece tu voluntad y no la suya propia? El poder radica en infligir dolor y humillación. El poder está en la facultad de hacer pedazos los espíritus y volverlos a construir dándoles nuevas formas elegidas por ti. ¿Empiezas a ver qué clase de mundo estamos creando? Es lo contrario, exactamente lo contrario de esas estúpidas utopías hedonistas que imaginaron los antiguos reformadores. Un mundo de miedo, de ración y de tormento, un mundo de pisotear y ser pisoteado, un mundo que se hará cada día más despiadado. El progreso de nuestro mundo será la consecución de más dolor. Las antiguas civilizaciones sostenían basarse en el amor o en la justicia. La nuestra se funda en el odio. En nuestro mundo no habrá más emociones que el miedo, la rabia, el triunfo y el autorebajamiento. Todo lo demás lo destruiremos, todo. Ya estamos suprimiendo los hábitos mentales que han sobrevivido de antes de la Revolución. Hemos cortado los vínculos que unían al hijo con el padre, un hombre con otro y al hombre con la mujer.

Nadie se fía ya de su esposa, de su hijo ni de un amigo. Pero en el futuro no habrá ya esposas ni amigos. Los niños se les quitarán a las madres al nacer, como se les quitan los huevos a la gallina cuando los pone. El instinto sexual será arrancado donde persista.

La procreación consistirá en una formalidad anual como la renovación de la cartilla de racionamiento. Suprimiremos el orgasmo. Nuestros neurólogos trabajan en ello. No habrá lealtad; no existirá más fidelidad que la que se debe al Partido, ni más amor que el amor al Gran Hermano. No habrá risa, excepto la risa triunfal cuando se derrota a un enemigo.

No habrá arte, ni literatura, ni ciencia. No habrá ya distinción entre la belleza y la fealdad.

Todos los placeres serán destruidos. Pero siempre, no lo olvides, Winston, siempre habrá el afán de poder, la sed de dominio, que aumentará constantemente y se hará cada vez más sutil. Siempre existirá la emoción de la victoria, la sensación de pisotear a un enemigo indefenso. Si quieres hacerte una idea de cómo será el futuro. figúrate una bota aplastando un rostro humano... incesantemente.


-Eres el último hombre - dijo O'Brien -. Eres el guardián del espíritu humano. Ahora te verás como realmente eres. Desnúdate dolor incluso hasta bordear la muerte. Pero para todos hay algo que no puede soportarse, algo tan inaguantable que ni siquiera se puede pensar en ello. No se trata de valor ni de cobardía. Si te estás cayendo desde una gran altura, no es cobardía que te agarres a una cuerda que encuentres a tu caída. Si subes a la superficie desde el fondo de un río, no es cobardía llenar de aire los pulmones. Es sólo un instinto que no puede ser desobedecido. Lo mismo te ocurre ahora con las ratas. Para ti son lo más intolerable del mundo, constituyen una presión que no puedes resistir aunque te esfuerces en ello. Por eso las ratas te harán hacer lo que se te pide.

Su pie parecía ahora más grande, pensó Winston. Julia, por fin, dijo sólo
esto:

- Te traicioné.

- Yo también te traicioné - dijo él. Julia lo miró otra vez con disgusto. Y dijo:

- A veces te amenazan con algo..., algo que no puedes soportar, que ni siquiera puedes imaginarte sin temblar. Y entonces dices: «No me lo hagas a mí, házselo a otra persona, a Fulano de Tal». Y quizá pretendas, más adelante, que fue sólo un truco y que lo dijiste únicamente para que dejaran de martirizarte y que no lo pensabas de verdad.

Pero, no. Cuando ocurre eso se desea de verdad y se desea que a la otra persona se lo hicieran. Crees entonces que no hay otra manera de salvarte y estás dispuesto a salvarte así. Deseas de todo corazón que eso tan terrible le ocurra a la otra persona y no a ti. No te importa en absoluto lo que pueda sufrir. Sólo te importas entonces tú mismo.

- Sólo te importas entonces tú mismo - repitió Winston como un eco.

- Y después de eso no puedes ya sentir por la otra persona lo mismo que antes.

- No - dijo él -, no se siente lo mismo.

No parecían tener más que decirse.

Bajo la mesa, los pies de Winston hacían movimientos convulsivos. No se había movido de su asiento, pero mentalmente estaba corriendo, corriendo a vertiginosa velocidad, se mezclaba con la multitud, gritaba hasta ensordecer. Volvió a mirar el retrato del Gran Hermano. ¡Aquél era el coloso que dominaba el mundo! ¡La roca contra la cual se estrellaban en vano las hordas asiáticas! Recordó que sólo hacía diez minutos. - sí, diez minutos tan sólo - todavía se equivocaba su corazón al dudar si las noticias del frente serían de victoria o de derrota. ¡Ah, era más que un ejército eurasiático lo que había perecido! Mucho había cambiado en él desde aquel primer día en el Ministerio del Amor, pero hasta ahora no se había producido la cicatrización final e indispensable, el cambio salvador. La voz de la telepantalla seguía enumerando el botín, la matanza, los prisioneros, pero la gritería callejera había amainado un poco. Los camareros volvían a su trabajo. Uno de ellos acercó la botella de ginebra. Winston, sumergido en su feliz ensueño, no prestó atención mientras le llenaban el vaso. Ya no se veía corriendo ni gritando, sino de regreso al Ministerio del Amor, con todo olvidado, con el alma blanca como la nieve. Estaba confesándolo todo en un proceso público, comprometiendo a todos. Marchaba por un claro pasillo con la sensación de andar al sol y un guardia armado lo seguía. La bala tan esperada penetraba por fin en su cerebro.

Contempló el enorme rostro. Le había costado cuarenta años saber qué clase de sonrisa era aquella oculta bajo el bigote negro. ¡Qué cruel e inútil incomprensión! ¡Qué tozudez la suya exilándose a sí mismo de aquel corazón amante! Dos lágrimas, perfumadas de ginebra, le resbalaron por las mejillas. Pero ya todo estaba arreglado, todo alcanzaba la perfección, la lucha había terminado. Se había vencido a sí mismo definitivamente. Amaba al Gran Hermano.