lunes, 15 de junio de 2015

Para Borges



Hay Jorge Luis, recuerdo cuando uno de nuestros presidentes, te llamó José Luis, pero de los políticos de nuestros países no se puede esperar más allá de mediocres. En fin, tu sigues presente aunque cada día algo sucede y lo pusilánime asienta sus reales entre nuestros jóvenes, así te vuelves como una estrella, de esas que no se pueden alcanzar aunque no siempre fue así, es cierto, no eres tan accesible, pero eso exactamente es lo que me gusta, eres cuerpo dividido, mente consiente, tu hiciste con la pluma y la tinta maravillosos, hermosos paisajes.
 
Hace 29 años que el Aleph y El informe Brody se quedaron con tus alas y tú, tú sigues aquí, eres poesía, narración, gozo.
 
 
LA LUNA
A María Kodama

Hay tanta soledad en ese oro.
La luna de las noches no es la luna
que vio el primer Adán. Los largos siglos
de la vigilia humana la han colmado
de antiguo llanto. Mírala. Es tu espejo.
 
 
LA LUNA (1)

Cuenta la historia que en aquel pasado
Tiempo en que sucedieron tantas cosas
Reales, imaginarias y dudosas,
Un hombre concibió el desmesurado

Proyecto de cifrar el universo
En un libro y con ímpetu infinito
Erigió el alto y arduo manuscrito
Y limó y declamó el último verso.

Gracias iba a rendir a la fortuna
Cuando al alzar los ojos vio un bruñido
Disco en el aire y comprendió, aturdido,
Que se había olvidado de la luna.

La historia que he narrado aunque fingida,
Bien puede figurar el maleficio
De cuantos ejercemos el oficio
De cambiar en palabras nuestra vida.

Siempre se pierde lo esencial. Es una
Ley de toda palabra sobre el numen.
No la sabrá eludir este resumen
De mi largo comercio con la luna.

No sé dónde la vi por vez primera,
Si en el cielo anterior de la doctrina
Del griego o en la tarde que declina
Sobre el patio del pozo y de la higuera.

Según se sabe, esta mudable vida
Puede, entre tantas cosas, ser muy bella
Y hubo así alguna tarde en que con ella
Te miramos, oh luna compartida.

Más que las lunas de las noches puedo
Recordar las del verso: la hechizada
Dragon moon que da horror a la halada
Y la luna sangrienta de Quevedo.

De otra luna de sangre y de escarlata
Habló Juan en su libro de feroces
Prodigios y de júbilos atroces;
Otras más claras lunas hay de plata.

Pitágoras con sangre (narra una
Tradición) escribía en un espejo
Y los hombres leían el reflejo
En aquel otro espejo que es la luna.

De hierro hay una selva donde mora
El alto lobo cuya extraña suerte
Es derribar la luna y darle muerte
Cuando enrojezca el mar la última aurora.

(Esto el Norte profético lo sabe
Y tan bien que ese día los abiertos
Mares del mundo infestará la nave
Que se hace con las uñas de los muertos.)

Cuando, en Ginebra o Zürich, la fortuna
Quiso que yo también fuera poeta,
Me impuse. como todos, la secreta
Obligación de definir la luna.

Con una suerte de estudiosa pena
Agotaba modestas variaciones,
Bajo el vivo temor de que Lugones
Ya hubiera usado el ámbar o la arena,

De lejano marfil, de humo, de fría
Nieve fueron las lunas que alumbraron
Versos que ciertamente no lograron
El arduo honor de la tipografía.

Pensaba que el poeta es aquel hombre
Que, como el rojo Adán del Paraíso,
Impone a cada cosa su preciso
Y verdadero y no sabido nombre,

Ariosto me enseñó que en la dudosa
Luna moran los sueños, lo inasible,
El tiempo que se pierde, lo posible
O lo imposible, que es la misma cosa.

De la Diana triforme Apolodoro
Me dejo divisar la sombra mágica;
Hugo me dio una hoz que era de oro,
Y un irlandés, su negra luna trágica.

Y, mientras yo sondeaba aquella mina
De las lunas de la mitología,
Ahí estaba, a la vuelta de la esquina,
La luna celestial de cada día

Sé que entre todas las palabras, una
Hay para recordarla o figurarla.
El secreto, a mi ver, está en usarla
Con humildad. Es la palabra luna.

Ya no me atrevo a macular su pura
Aparición con una imagen vana;
La veo indescifrable y cotidiana
Y más allá de mi literatura.

Sé que la luna o la palabra luna
Es una letra que fue creada para
La compleja escritura de esa rara
Cosa que somos, numerosa y una.

Es uno de los símbolos que al hombre
Da el hado o el azar para que un día
De exaltación gloriosa o de agonía
Pueda escribir su verdadero nombre.


EL GOLEM

Si (como el griego afirma en el Cratilo)
El nombre es arquetipo de la cosa,
En las letras de rosa está la rosa
Y todo el Nilo en la palabra Nilo.

Y, hecho de consonantes y vocales,
Habrá un terrible Nombre, que la esencia
Cifre de Dios y que la Omnipotencia
Guarde en letras y sílabas cabales.

Adán y las estrellas lo supieron
En el Jardín. La herrumbre del pecado
(Dicen los cabalistas) lo ha borrado
Y las generaciones lo perdieron.

Los artificios y el candor del hombre
No tienen fin. Sabemos que hubo un día
En que el pueblo de Dios buscaba el Nombre
En las vigilias de la judería.

No a la manera de otras que una vaga
Sombra insinúan en la vaga historia,
Aún está verde y viva la memoria
De Judá León, que era rabino en Praga.

Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dio a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
Y al fin pronunció el Nombre que es la Clave.

La Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
Sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
De las Letras, del Tiempo y del Espacio.

El simulacro alzó los soñolientos
Párpados y vio formas y colores
Que no entendió, perdidos en rumores
Y ensayó temerosos movimientos.

Gradualmente se vio (como nosotros)
Aprisionado en esta red sonora
de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.

(El cabalista que ofició de numen
A la vasta criatura apodó Golem;
Estas verdades las refiere Scholem
En un docto lugar de su volumen.)

El rabí le explicaba el universo
"Esto es mi pie; esto el tuyo; esto la soga."
Y logró, al cabo de años, que el perverso
Barriera bien o mal la sinagoga.

Tal vez hubo un error en la grafía
O en la articulación del Sacro Nombre;
A pesar de tan alta hechicería,
No aprendió a hablar el aprendiz de hombre,

Sus ojos, menos de hombre que de perro
Y harto menos de perro que de cosa,
Seguían al rabí por la dudosa
penumbra de las piezas del encierro.

Algo anormal y tosco hubo en el Golem,
Ya que a su paso el gato del rabino
Se escondía. (Ese gato no está en Scholem
Pero, a través del tiempo, lo adivino.)

Elevando a su Dios manos filiales,
Las devociones de su Dios copiaba
O, estúpido y sonriente, se ahuecaba
En cóncavas zalemas orientales.

El rabí lo miraba con ternura
Y con algún horror. ¿Cómo (se dijo)
Pude engendrar este penoso hijo
Y la inacción dejé, que es la cordura?

¿Por qué di en agregar a la infinita
Serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
Madeja que en lo eterno se devana,
Di otra causa, otro efecto y otra cuita?

En la hora de angustia y de luz vaga,
En su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga?
 


¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa
Conjunción de los astros, en qué secreto día
Que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa
Y singular idea de inventar la alegría?
Con otoños de oro la inventaron. El vino
Fluye rojo a lo largo de las generaciones
Como el río del tiempo y en el arduo camino
Nos prodiga su música, su fuego y sus leones.
En la noche del júbilo o en la jornada adversa
Exalta la alegría o mitiga el espanto
Y el ditirambo nuevo que este día le canto.
Otrora lo cantaron el árabe y el persa.
Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia
Como si esta ya fuera ceniza en la memoria.
 

viernes, 5 de junio de 2015

  

ARIEL
No hubo quien no
sintiera la fiebre de los locos, ni obrara
enajenado. Todos, menos los marineros,
se echaron al mar espumoso saltando del barco,
que ardía con mi fuego. Fernando, el hijo del rey,
con los pelos de punta (más juncos que pelos),
fue el primero en lanzarse, gritando: «¡El infierno
está vacío! ¡Aquí están los demonios!» 

La Tempestad, William Shakespeare.

 
Cada día te alejas más, creo que nunca entendiste que para mí lo importante son los sueños, son el alma del viento, los pies descalzos del camino.

Me has pedido que no me vaya y nunca me he ido, desde hace tanto tiempo que estoy aquí, lo que sucede es que tú nunca has estado.

Cuando te veía irte miraba tus caderas y tu espalda, su forma perfecta, cello de formas suaves y firmes, de música que susurra delicadamente, armonía del gozo, eras como un canto clandestino. Así te veía, siempre de espaldas, yéndote, sin sentir tus cuerdas ni tu cuerpo, solo como un fantasma que se va diluyendo entre la gente, un recuerdo.

Yo nunca te lo dije, supuse que lo entenderías, para mí el estar contigo, el abrazarte y acariciarte, el sentir tu cuerpo junto al mío me imaginaba el momento de la creación, porque tú lo llenabas todo de color y sonido, colores únicos, sonidos armoniosos nunca escuchados, tú eras eso, mi universo.

Creo que el error fue de ambos, yo al pedirte que fueses mi amiga, mi hermana, mi compañera, mi mujer, pedirte que te convirtieras en carne y dejaras de ser sueño, tú al aceptarlo.

Me has dolido, me dueles en los huesos, en la carne, en todo mi cuerpo, recuerdo que hace muchos años, demasiados quiza, alguien decia sin conocerte pero refiriendose a ti que tienes “un rostro ajeno al que yo amaba”, hoy he aprendido a no sentir nada, ya no siento nada. Y sabes ese no sentir es terrible, es saber que algo que era un hálito de Dios se ha ido para siempre, que junto con el Salmo tú te lo has llevado.

No me arrepiento de haberte amado, no me arrepiento de nada, solo me duele que ya no está la ilusión, la esperanza.

Quisiera seguir escribiendo y hacer de cada letra, de cada palabra un beso y un roce, quisiera que la ilusión siguiera aqui, sentada a mi lado mirando las estrellas, preguntandonos ¿si ellas nos miraran a nosotros? y si lo hacen, ¿que pensaran?, acaso solo me queda buscar el salmo, la palabra y la hoz, segar .las mieses y aplastar las uvas, así la vid y el trigo,sean el pan y el vino, sean la consagración de tu ausencia y de mi andar.

Me iré lejos, a un lugar donde los recuerdos no me encuentren, donde sea más cerebro que corazón, donde escriba para volver a tener alas, me iré lejos...


"Quiero llorar diciendo mi nombre,
rosa, niño y abeto a la orilla de este lago,
para decir mi verdad de hombre de sangre
matando en mí la burla y la sugestión del vocablo"

Federico García Lorca,
Poema doble del lago edén, Poeta en Nueva York, 1928-1929