Hoy es jueves, la marugada del jueves, el silencio, un wisky, un aroma, el silencio y tu y tu, no estas.
No voy a hablar sobre Henry Miller ni Anaïs
Nin, sólo transcribo lo que él dice a una mujer, es tan sólo una conversación
de la cual, como espero que suceda, muchos personas, amigas lectoras, lo
compartan y vuelvan a leer a estos amantes del deseo, de lo humano, de ese
mundo que envidiamos pero tenemos miedo de sentir, lo transcribo, por que dice
lo que yo y muchos hemos anhelado decir, lo que muchas han deseado escuchar,
con todo el deseo que da el saber y sentir.
Alejandro.
Mi querida Anaïs,
¿Qué
son las despedidas si no saludos disfrazados de tristeza? Lo mismo que el deseo
y el placer de verte mientras te desnudas y te envuelves en las sábanas. Nunca
has sido mía. Nunca pude poseerte y amarte. Nunca me amaste o me amaste
demasiado o me admiraste como la niña que toma una lente y se pone a ver cómo
marchan las hormigas y cómo, en un esfuerzo incasable y lleno de fatiga, cargan
enormes migajas de pan. Qué son aquellas noches lluviosas en medio de la cama de
un hotel. Qué el recuerdo de nuestros pasos por la calle, en el teatro o en la
sala de conciertos. Qué son los recuerdos de los celos y de tus amantes y de
June y de mis amantes.
Anaïs,
no creo que nadie haya sido tan feliz como lo fuimos nosotros. No creo que
exista en la historia del hombre y de la mujer un hombre y una mujer como tú y
como yo, con nuestra historia, nuestras circunstancias; con aquello que se
desbordaba en las paredes, el ruido de la calle y la explosión de tu mirada
inquieta de ojos delineados en negro; con la sinceridad de tu cuerpo frágil y
tu secreto agresivo e insaciable. El recuerdo puede ser cruel cuando estás
volando febrilmente a tu próximo destino, a otros brazos que te reciban
expectantes y hambrientos. El recuerdo de tu diario rojo que tirabas en la
humedad de la cama entre tus labios entreabiertos y mis ganas de desearte. Te
deseo. Te deseo con la desesperación y el anhelo de lo imposible y ya te has
ido y tal vez, en un sueño imaginativo y romántico, leerás estas palabras una y
otra vez, en medio de mi ciudad con la gente pasando en medio de las calles y
la sorpresa en tus ojos y la gran dama con el fuego en la mano derecha.
Mi
querida Anaïs, ma petite, ma jolie, infanta inquieta de sal nocturna. Te
extraño cuando huyes de madrugada y te extraño cuando camino y me tomo un café
en la calle; te extraño cuando June se acerca cariñosa y cuando paso por los
grandes aparadores. Te extraño casi a todas horas: cuando escribo, cuando te
pienso, cuando escucho las campanas que me anuncian que ya son las tres, cuando
me acuerdo de las horas interminables entre humo y whisky, cuando tengo una
comida que dura toda la tarde, también cuando me despido de ti cada día a la
misma hora, cuando como en aquel lugar donde nos dio el aire y cuando escucho
la radio. Adiós, Anaïs, adiós. Ya nos encontraremos en otras vidas y en otras
vidas podré poseerte y quedarme contigo para siempre. Ya te veré en medio de la
nieve y entre libros y vino. Adiós,
Henry
«... Ayer pensé en ti, en cómo ciñes las piernas en torno a mí, de pie, en cómo se tambalea la habitación, en cómo caigo sobre ti en la oscuridad sin saber nada...»
Terriblemente, terriblemente vivo, afligido, absolutamente consciente de
que te necesito. He de verte, te veo brillante y maravillosa y al mismo tiempo
le he escrito a June y me siento desgarrado, pero tú lo entenderás, debes
entenderlo. Anaïs, no te apartes de mí. me envuelves como una llama
brillante. Anaïs, por Dios, si supieras lo que siento en este momento.
Quiero conocerte mejor. Te quiero. Te quise cuando viniste a sentarte en mi
cama -esa segunda tarde fue toda como una cálida neblina- y de nuevo oigo cómo
pronuncias mi nombre, con ese extraño acento tuyo. Despiertas en mí tal mezcla
de sentimientos que no sé cómo acercarme a ti. Ven a mí, aproxímate a mí, será
de lo más hermoso, te lo prometo. No sabes cuánto me gusta tu franqueza, es
casi humildad. Sería incapaz de oponerme a ella. Esta noche he pensado que
debería estar casado con una mujer como tú. O es que el amor, al principio
inspira siempre esos pensamientos? No temo que quieras herirme. Veo que tú también
posees fuerza, de distinta
orden, más escurridiza. No, no te romperás. Dije muchas tonterías sobre tu fragilidad. Siempre he sentido un poco de
vergüenza, pero la última vez menos. Acabará desapareciendo toda.
Tienes un sentido del humor delicioso; lo adoro. Quiero verte reir siempre.
Te lo mereces. He pensado en sitios a donde deberíamos ir juntos, sitios
oscuros, aquí y allí, en París, por el simple hecho de decir "aquí vine
con Anaïs", "aquí comimos, bailamos o nos emborrachamos juntos".
Ay!, verte borracha alguna vez, qué privilegio!, casi me da miedo de
proponértelo; pero Anaïs, cuando pienso cómo aprietas contra mí, cuán
ansiosamente abres las piernas y qué húmeda estás, Dios, me vuelvo loco de
pensar en cómo serías cuando todo se disuelve. Ayer pensé en ti, en cómo ciñes
las piernas en torno a mí, de pie, en cómo se tambalea la habitación, en cómo
caigo sobre ti en la oscuridad sin saber nada. Y me estremecí y gemí de placer.
Pienso que si he de pasar todo el fin de semana sin verte, resultará
intolerable. Si es preciso, iré a Versailles el domingo - lo que sea, pero he
de verte. No temas tratarme con frialdad. Me bastará con estar cerca de ti, con
mirarte admirado. Te quiero, eso es todo.
«... Es hermoso amar y ser libre al mismo tiempo....»
Quiero decir que no puedo ser absolutamente leal, no está dentro de lo
que soy capaz. Me gustan las mujeres, o la vida, demasiado… No sé cual de las
dos cosas. Pero ríe, Anaïs. Me encantaría oírte reír. Eres la única mujer que
tiene un sentido de la alegría, una sabia tolerancia; no, es más, parece que me
instas a que te traicione. Por eso te amo. Y ¿qué es lo que te lleva a hacer
eso, el amor? Es hermoso amar y ser libre al mismo tiempo.
O sé lo que espero de ti, pero es algo parecido a un
milagro. Te voy a exigir todo, hasta lo imposible, porque me animas a ello.
Eres realmente fuerte. Me gusta incluso tu engaño, tu traición. Me parece
aristocrático (¿suena inapropiada la palabra aristocrático en mi boca?).
Sí, Anaïs, pensaba en como traicionarte, pero no puedo. Te deseo. Quiero
desnudarte, vulgarizarte un poco… no sé, ay, lo que me digo. Estoy un poco
bebido porque tú no te encuentras aquí. Me gustaría dar una palmada y Voilà,
¡Anaïs! Quiero que seas mía, usarte, follarte, enseñarte cosas. No, no siento
aprecio por ti, ¡no lo permita Dios! Tal vez quiera hasta humillarte un poco,
¿por qué? ¿por qué? ¿por qué no me arrodillo ante ti y te adoro? No puedo, te
amo alegremente ¿Te gusta eso? Y querida Anaïs, soy tantas cosas. Ves solamente
las cosas buenas ahora, o al menos eso es lo que me haces creer. Quiero tenerte
al menos un día entero conmigo. Quiero ir a sitios contigo, poseerte. No sabes
lo insaciable que soy, ni lo miserable, además de egoísta.
Me he portado bien contigo. Pero te advierto, no soy ningún ángel. Pienso
principalmente que estoy un poco borracho. Me voy a la cama; resulta demasiado
doloroso permanecer despierto. Soy insaciable. Te pediré que hagas lo
imposible. No sé lo que es. Probablemente tú me lo dirás. Eres más rápida que
yo. Me encanta tu coño, Anaïs, me vuelve loco. Y tu manera de pronunciar mi
nombre. ¡Dios mío, parece irreal! Escucha, estoy muy ebrio. No soporto estar aquí
solo. Te necesito. ¿Puedo pedírtelo todo? Puedo ¿Verdad? Ven enseguida y
fóllame. Descarga conmigo. Rodéame con las piernas. Caliéntame.
Henry y June. Anaïs Nin (Diario íntimo
Anaïs Nin y Henry Miller ya superaron la condición de artistas, escritores excepcionales, hoy son arquetipos. Representan un paradigma para quienes vivimos el ámbito complejo, denso, dulce y amargo que crea la sensualidad cuando brota de las fuentes más generosas de la cultura y la humanidad. Con la pureza de Julieta o Romeo y la trágica sensualidad de Sade o Mesalina, Anaïs y Henry -y June como figura comprimaria- pervivirán, ebrios y exaltados, para siempre.
ResponderEliminarMuy bien dicho.
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