Cuando
los Dioses se fueron…
Reverencia a las fuerzas que no ves,
que no puedes coger, que no puedes oler.
Reverencia esas fuerzas, porque te
muestran el camino correcto.
Proverbio Mexica
Y todo esto pasó con
nosotros. Nosotros lo vimos, nosotros lo admiramos: con esta lamentosa y triste
suerte nos vimos angustiados.
En los caminos
yacen dardos rotos,
los cabellos
están esparcidos.
Destechadas
están las casas,
enrojecidos
tienen sus muros.
Gusanos
pululan por calles y plazas,
y en las
paredes están los sesos.
Rojas están
las aguas, están comoteñidas,
y cuando las
bebimos, es como si bebiéramos agua
de salitre.
Golpeábamos,
en tanto, los muros de adobe,
y era nuestra
herencia una red de agujeros.
Con los
escudos fue su resguardo, pero
ni con escudos
puede ser sostenida su soledad.
Hemos comido
palos de colorín (eritrina),
hemos
masticado grama salitrosa,
piedras de
adobe, lagartijas, ratones, tierra
en polvo,
gusanos.
Comimos la
carne apenas sobre el fuego estaba puesta. Cuando estaba
cocida la
carne de allí la arrebataban, en el fuego mismo, la comían.
Se nos puso
precio. Precio del joven, del sacerdote, del niño y de la
doncella.
Basta: de un pobre era el precio sólo dos puñados de maíz, sólo
diez tortas de
mosco; sólo era nuestro precio veinte tortas de grama
salitrosa.
Oro, jades,
mantas ricas, plumajes de quetzal, todo eso que es precioso,
en nada fue
estimado.
Solamente se
echó fuera del mercado a la gente cuando allí se colocó la
catapulta.
Ahora bien, a
Cuauhtémoc le llevaban los cautivos. No quedan así. Los
que llevan a
los cautivos son los capitanes de Tlacatecco. De un lado y de
otro les abren
el vientre. Les abría el vientre Cuauhtemoctzin en persona
y por sí mismo.
Anónimo Mexica
Yo
no sé mi verdadero nombre, lo desconozco, estoy en este mundo como un fantasma,
siento el dolor y la alegría, pero soy sólo una sombra que se desliza sin rumbo
ni sentido, yo no tengo nombre.
Los
hombres blancos, los que nos quitaron todo, los que nos dejaron desnudos, nos
despojaron de nuestras tierras, de nuestros soberanos, de nuestra historia, de
nuestros libros sagrados, de nuestros dioses, de nuestros nombres, no nos
dejaron nada, somos sombras, solo sombras.
Mis
ancestros no me pueden ver ni estar conmigo, mi madre no sabe que existo a
pesar que me pario, mi padre no me ve ni me escucha, ellos no están ni hablan
conmigo.
Ya
no suenan los atabales ni las chirimías, ya no se danza en el templo, ya no hay
templo, ya no hay dioses, estamos tan solos, tan olvidados en la tierra.
El
Calmecac ya no enseña a los jóvenes, los sacerdotes fueron muertos después de
haberlos torturado, las mujeres son usadas una y otra vez por los hombres
blancos, después las botan, porque para ellos ya no existen.
Los
hijos que ellos procrean con nuestras hijas, madres, hermanas, esposas, solo
son desechos sin importancia, sus llantos y los de sus madres llenan las
noches.
Los
templos y los palacios, la casa de los animales, el tiangûis ya no existen, con
sus piedras construyen sus casas y palacios, sus iglesias, nosotros quitamos
las piedras para que tampoco hablen y así las llevamos para sus construcciones.
Nuestros
Dioses se fueron, los arrojaron del Anahuac y de toda la tierra, ya no esta
Tonatzin, nuestra madre, ni Tezcatlipoca, el del espejo humeante, ni
Huitchilopotztli, el colibrí izquierdo, Quetzalcoatl tampoco esta, él, el
conquistador nos engaño, el se dijo ser la serpiente emplumada y solo fue la
mentira y la traición lo que de su boca salió.
Y
nuestra señora Cuatlicue la de la falda de serpientes, la del collar de
corazones, la de los pies de tierra se ha ido a Aztlán para siempre.
Ya
no alimentamos al sol, ni a los demás Dioses, ya no podemos ayudar a la
creación para que siga existiendo la tierra, el viento, la lluvia, ya no honramos
a nuestros Dioses.
El
que habla, el señor de la palabra, nuestro Tlatoani ya no habla, a nuestro
señor Moctecuhzoma lo mataron atravesándole una espada por las nalgas ante
nuestros ojos que ya no querían ver, nuestro señor Cuitlahuac la maldad de
ellos lo lleno de postulas y murió ante Tlaloc y Huichilopotztli, su mano antes
firme de señor, sacerdote y guerrero no logro hacer que el pedernal abriera el
pecho del mensajero a los dioses, ellos no oyeron nuestro mensaje, nuestra
rabia, nuestra desesperación.
No
solo la ciudad ha quedado destruida, ellos, los blancos quieren más, son
insaciables, como sus lebreles y mastines, bestias que destruyen y devoran.
Yo
ya no tengo un nombre verdadero, ellos me pusieron un nombre y me arrojaron
agua, ellos me quitaron mi pasado y el de mi pueblo, ahora soy como ellos, pero
yo se, solo yo se que volveré a encontrar mi nombre verdadero y entonces volveré
a ser libre, seré un colibrí.
Alejandro
No hay comentarios:
Publicar un comentario