miércoles, 24 de diciembre de 2014

Navidad 2014



La canción de la estatua

¿Quién es el que me quiere de tal modo
que rechaza su amada vida?
Si se ahoga en el mar alguien por mi,
de vuelta estoy entonces de la piedra
a la vida, en la vida redimida.

Tengo anhelo de sangre rumorosa.
la piedra está muy quieta.
Sueño la vida: es buena.
¿Alguien tiene el valor
mediante el cual yo voy a despertar?

Y si llego a la vida alguna vez,
la que me da todo lo más dorada

en soledad entonces lloraré,
lloraré por mi piedra. ¿Qué me sirve
mi sangre si madura como vino?
No puede desde el mar llamar al único
que es quien más me ha querido.

Rainer Maria Rilke
  



De nuevo, la “Navidad”, festividad que debía de implicar (al menos para los cristianos (sin importar su tendencia o iglesia) la posibilidad de saber que la redención es posible, no como deseo sino como principio de vida. Hoy los obsequios llenan todo, más ese sentido fundamental de generosidad, de compartir, de alegría se trastoca por la vanidad y la soberbia (ambos pecados capitales), más es tiempo de imaginarnos si nos pudiéramos obsequiar un poco de tolerancia y compasión, de honestidad y respeto, de dar la oportunidad a la palabra, al dialogo y a la razón en lugar de la violencia, de equidad, de inclusión sin discriminación ni temer al otro, sino su plena aceptación sin distinción de credo político, religioso, tendencia sexual. Acaso este sea un buen momento para imaginar un mundo en el cual los políticos amaran a su pueblo y aparte de ganar lo mismo que un trabajador, aceptran darse cuenta de que el honor es lo que da validez a su cargo y funciones, un mundo si abusos, un lugar donde los políticos fueran honestos, cultos, educados, humildes, verdaderos humanos, no las bestias infernales que son.

Un mundo donde los ejércitos y los sistemas de seguridad nunca combatan, violen o ataquen al pueblo, sin importar su nacionalidad, tan solo su humanidad.

Acaso un mundo donde la falta de escrúpulos sea un pecado y no una virtud, donde todos neguemos la violencia y la crueldad como instrumento de sumisión y donde el miedo sea supeditado al valor, a la gentileza, donde lo dulce abra las puertas y las ventanas de la vida para que entre en ella la luz, el aire y la esperanza.

Que haya paz, armonía, gentileza y generosidad, que la vida sea digna por nuestros actos, ese es mi deseo para cada ser humano y para que sus amores y afectos sean verdaderos,

Alejandro,

“Pensemos más bien si obramos justamente pagando dinero y prodigando favores a los que me sacarían de la cárcel, o si realmente haciendo así cometemos una verdadera injusticia. Hemos de sufrir lo que quiera que fuese con tal de no cometer una injusticia... El cometer una injusticia es malo y vergonzoso para el que la comete. No se debe devolver injusticia por injusticia, ni hacer daño aun en el caso de que recibamos un mal, el que fuere. Esos no son modos rectos de obrar. La virtud y la justicia, las normas tradicionales de conducta y las leyes han de gozar de la máxima estimación de los hombres”
Socrates.

 
Un poco de los antecedentes de la navidad y un par de “Cuentos de Navidad”, que sin ser de Dickens son bastante buenos, uno de Guy de Monpasant y el otro de Ray Bradbury, si, el primero de la “Bola de Sebo” y el segundo de las “Crónicas marcianas”, espero que los disfruten junto con aquellas personas que están cerca de sus corazones.

Un fuerte abrazo y como no se muere, un poco de esperanza, fantasía y felicidad.

Y como le dijo Santa Claus a su novia Merry Crismas, que tengan un japy niu yir.
 
Con todo mi afecto.

Alejandro.  


Para el mudo proveniente de las conquistas Romanas y después del resto de Europa (España, Francia, Alemania, etc.) el 25 de diciembre es la fecha en la cual se celebra el nacimiento de Cristo, este hecho está estrechamente vinculado al calendario que actualmente se usa y que desde el siglo IV gracias a Dionisio el Exiguo. Este calendario ha sufrido varias modificaciones, a continuación les dejo algunas breves notas de lo que he encontrado.

El nacimiento de Cristo y el año nuevo.
 
Es por antonomasia la conmemoración del nacimiento de Jesús en Belén de Juda Es celebrada por la Iglesia Católica en la noche del 24 al 25 de diciembre. En Occidente empezó a conmemorarse a mediados del siglo IV; la primera vez que se celebró en Constantinopla fue en el año 379. El acontecimiento está narrado en el Nuevo Testamento por dos evangelistas: Lucas, que escribe una historia completa porque al parecer obtuvo la información directamente de María cuyo relato comienza diciendo:

“Por aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto, mandando empadronar a todo el mundo. Este fue el primer empadronamiento hecho por Cirino, que después fue gobernador de la Siria. Y todos iban a empadronarse, cada cual a la ciudad de su estirpe. José, pues, como era de la casa y familia de David, vino desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Betlehem, en Judea”
Evangelio según san Lucas (2,1-20)
 
Julio César, estableció el primero de enero como el día de año nuevo en el 46 A .C. los romanos dedicaron este mes al dios Jano, el dios de las entradas, las puertas y los comienzos. El mes de enero recibió su nombre en honor a este dios (Jano –January-) el cual tenía dos caras, una mirando hacia delante y la otra hacia atrás.

Así los doce meses del primer calendario romano eran: Martius, Aprilis, Maius, Iunius, Quintilis, Sextilis, September, October, November, December, Ianuarius y Februarius.

Después de este primer calendario, el imperio romano se guio por el calendario Juliano que entró en vigor el 1° de enero del año 45 A .C. Este calendario debe su nombre a Julio César quién mandó a sus astrónomos diseñarlo para corregir todos los errores que se tenían con el antiguo calendario romano. El astrónomo que dirigió el proyecto fue Sosígenes de Alejandría. El calendario fue establecido en todo el Imperio Romano y realmente logró resolver los problemas que se tenían; sin embargo Julio César pudo disfrutarlo muy poco pues un año después de que se adoptara este nuevo calendario, él fue asesinado.

Para que el nuevo calendario realmente coincidiera con la entrada de las estaciones se ampliaron a 15 los meses del año 45 A .C. Esto fue necesario para corregir el retraso de tres meses que se había acumulado con el calendario anterior. El año 45 A .C. fue llamado el "año de la gran confusión" por lo largo que fue y porque nadie sabía exactamente en qué día vivía; sin embargo, gracias a este año tan largo se logró resolver el desorden que se tenía. A partir del año siguiente se instauraron años de 12 meses con el nuevo Calendario Juliano.
 
El Calendario Juliano se basaba en el año egipcio que tenía 365 días más 1/4. Cada cuatro años se intercalaba un día (éste es el origen de los años bisiestos) y el año se dividió en 12 meses de distinta duración, puesto que 365 no es divisible por 12. En honor de César se dio el nombre de Julius al mes Quintilis.

Después del asesinato de Julio César, su sucesor Augustus mandó perfeccionar aún más el nuevo calendario y fue entonces cuando se estableció que el primer mes del año sería enero y el segundo febrero. El Senado romano cambió el nombre del mes Sextilis por el de Augustus.

Julio César deseaba que el año nuevo comenzara con el equinoccio de primavera, o con el solsticio de invierno, pero el Senado Romano, que tradicionalmente utilizaba el 1 de Enero como comienzo de su año oficial, se opuso a César e impuso esa fecha como la del comienzo del año. Esta es la razón por la que aún hoy en día nuestro año nuevo comienza en un punto arbitrario de la órbita de la Tierra.

Además, originalmente el mes de Febrero tenía 29 días los años normales y 30 los bisiestos. Pero al haber sido los meses del antiguo calendario Quíntilis y Séxtilis renombrados como Julio y Agosto, en honor de Julio César y César Augusto respectivamente, se decidió que el mes de Agosto tuviera 31 días en vez de los 30 que originalmente tenía Séxtilis. Para ello se le quitó un día a Febrero. Para el Senado era muy importante que César Augusto no se considerara inferior a Julio César por lo que "su mes", debía de tener la misma cantidad de días que "el mes de Julio César".

El sistema de numerar los años a partir del nacimiento de Jesucristo, de la indicación A. D. (Anno Domini, año del Señor), se debe a Concretamente fue en el año 525 de nuestra era, cuando el monje Dionisio el Exiguo introdujo el calendario cristiano, al afirmar que Jesús había nacido el Sábado 25 de Diciembre del año 753 a .u.c. El clero cristiano se apresuró a difundirlo entre la población y situaron el principio de la nueva era, el A.D. 1 (Anno Domini 1, año del señor) comenzando el Sábado 1 de Enero del año 754 A .U.C. ("ab urbe condita", desde la fundación de Roma), que era el comienzo del primer año tras el nacimiento de Jesús.

Sin embargo, Dionisio cometió varios errores. El primero de ellos fue no incluir el año cero que debería situarse entre el año 1 A .C. y el año 1 d.C. Realmente no es muy justo atribuir este error a Dionisio, pues el cero era un concepto matemático desconocido en aquella época en su entorno. Pero también cometió el error de olvidar los cuatro años en los que el Emperador Augusto gobernó bajo su propio nombre: Octavio. De este modo el error sería de 5 años en total.

La fecha del 25 de diciembre fue adoptada como la fecha de la Navidad, aunque no se sabe cómo Dionisio la calculó.

Al durar el año juliano aproximadamente 11 m y 14 s más que el año trópico (tiempo que tarda la Tierra en dar una vuelta completa al Sol), acumula un error de un día cada 128 años. En 1477 el equinoccio de primavera se había adelantado al 11 de marzo. A la Iglesia preocupó este error que afectaba a la celebración de la Pascua de Resurrección y otras fiestas movibles que dependen de ella.


Para corregir el error, el papa Gregorio XIII, nombró una comisión de astrónomos y matemáticos para que revisaran el calendario juliano. Así las dos personas que terminaron de diseñar el calendario que usamos actualmente fueron: Luigi Lilio Ghiraldi (o Aloysius Lilius), médico de Verona, quien ideó el nuevo sistema y Cristóbal Clavius, astrónomo, matemático y físico de Nápoles, quien hizo todos los cálculos necesarios. En marzo de 1582 fue abolido el calendario juliano por decreto del Papa Gregorio XIII y se estableció el calendario gregoriano.

El calendario juliano había acumulado un error de diez días con respecto al año trópico por lo que estos días tuvieron que restarse de forma arbitraria; así en el año 1582, el día siguiente del jueves 4 de octubre fue el viernes 15 de octubre. Este ajuste logró que en el año 1583 el equinoccio de primavera sucediera el 21 de marzo.

En nuestro calendario actual, el Calendario Gregoriano los años bisiestos se calculan de distinta manera a como se calculaban en el Calendario Juliano.

Un año es bisiesto si las dos últimas cifras son divisibles entre 4, excepto cuando ambas son cero. Sin embargo cuando las cuatro cifras, es decir, el número completo del año, es divisible entre 400 entonces el año sí es bisiesto aunque sus dos últimas cifras sean ceros.
 
El Calendario Gregoriano, que acumula un error de un día en 3226 años, fue adoptado por todos los países católicos y la mayoría de los protestantes, aunque algunos de éstos no lo adoptaron inmediatamente. Inglaterra, por ejemplo, no remplazó el Calendario Juliano por el Gregoriano sino hasta el año 1752, para hacerlo tuvo que hacer un ajuste: el día siguiente al miércoles 2 de Septiembre de 1752 según el calendario Juliano, fue el jueves 14 de Septiembre de ese mismo año 1752, según el Calendario Gregoriano. La confusión fue total y aún hoy en día hay fechas que los historiadores no pueden determinar con certeza. Como consecuencia del cambio de calendarios, resulta que aunque tanto Cervantes como Shakespeare murieron el martes 23 de Abril de 1616 en España e Inglaterra respectivamente, en el caso de Cervantes se aplicaba ya el Calendario Gregoriano, mientras que en el de Shakespeare la fecha corresponde al Calendario Juliano. Así pues, Shakespeare murió el martes 3 de Mayo de 1616 según el calendario Gregoriano, por lo que no murió el mismo día que Cervantes.


Cuento de Navidad
Guy de Maupassant



El doctor Bonenfantes forzaba su memoria, murmurando:
-¿Un recuerdo de Navidad?... ¿Un recuerdo de Navidad?...
Y, de pronto, exclamó:
"-Sí, tengo uno, y por cierto muy extraño. Es una historia fantástica, ¡un milagro! Sí, señoras, un milagro de Nochebuena.
"Comprendo que admire oír hablar así a un incrédulo como yo. ¡Y es indudable que presencié un milagro! Lo he visto, lo que se llama verlo, con mis propios ojos.
"¿Que si me sorprendió mucho? No; porque sin profesar creencias religiosas, creo que la fe lo puede todo, que la fe levanta las montañas. Pudiera citar muchos ejemplos, y no lo hago para no indignar a la concurrencia, por no disminuir el efecto de mi extraña historia.
"Confesaré, por lo pronto, que si lo que voy a contarles no fue bastante para convertirme, fue suficiente para emocionarme; procuraré narrar el suceso con la mayor sencillez posible, aparentando la credulidad propia de un campesino.
"Entonces era yo médico rural y habitaba en plena Normandía, en un pueblecillo que se llama Rolleville.
"Aquel invierno fue terrible. Después de continuas heladas comenzó a nevar a fines de noviembre. Amontonábanse al norte densas nubes, y caían blandamente los copos de nieve tenue y blanca.
"En una sola noche se cubrió toda la llanura.
"Las masías, aisladas, parecían dormir en sus corralones cuadrados como en un lecho, entre sábanas de ligera y tenaz espuma, y los árboles gigantescos del fondo, también revestidos, parecían cortinajes blancos.
"Ningún ruido turbaba la campiña inmóvil. Solamente los cuervos, a bandadas, describían largos festones en el cielo, buscando la subsistencia, sin encontrarla, lanzándose todos a la vez sobre los campos lívidos y picoteando la nieve.
"Sólo se oía el roce tenue y vago al caer los copos de nieve.
"Nevó continuamente durante ocho días; luego, de pronto, aclaró. La tierra se cubría con una capa blanca de cinco pies de grueso.
"Y, durante cerca de un mes, el cielo estuvo, de día, claro como un cristal azul y, por la noche, tan estrellado como si lo cubriera una escarcha luminosa. Helaba de tal modo que la sábana de nieve, compacta y fría, parecía un espejo.
"La llanura, los cercados, las hileras de olmos, todo parecía muerto de frío. Ni hombres ni animales asomaban; solamente las chimeneas de las chozas en camisa daban indicios de la vida interior, oculta, con las delgadas columnas de humo que se remontaban en el aire glacial.
"De cuando en cuando se oían crujir los árboles, como si el hielo hiciera más quebradizas las ramas, y a veces desgajábase una, cayendo como un brazo cortado a cercén.
"Las viviendas campesinas parecían mucho más alejadas unas de otras. Vivíase malamente; cada uno en su encierro. Sólo yo salía para visitar a mis pacientes más próximos, y expuesto a morir enterrado en la nieve de una hondonada.
"Comprendí al punto que un pánico terrible se cernía sobre la comarca. Semejante azote parecía sobrenatural. Algunos creyeron oír de noche silbidos agudos, voces pasajeras. Aquellas voces y aquellos silbidos los daban, sin duda, las aves migratorias que viajaban al anochecer y que huían sin cesar hacia el sur. Pero es imposible que razonen gentes desesperadas. El espanto invadía las conciencias y se aguardaban sucesos extraordinarios.
"La fragua de Vatinel hallábase a un extremo del caserío de Epívent, junto a la carretera intransitada y desaparecida. Como carecían de pan, el herrero decidió ir a buscarlo. Entretúvose algunas horas hablando con los vecinos de las seis casas que formaban el núcleo principal del caserío; recogió el pan, varias noticias, algo del temor esparcido por la comarca, y se puso en camino antes de que anocheciera.
"De pronto, bordeando un seto, creyó ver un huevo sobre la nieve, un huevo muy blanco; inclinose para cerciorarse; no cabía duda; era un huevo. ¿Cómo sé hallaba en tan apartado lugar? ¿Qué gallina salió de su corral para ponerlo allí? El herrero, absorto, no se lo explicaba, pero cogió el huevo para llevárselo a su mujer.
"-Toma este huevo que encontré en el camino.
"La mujer bajó la cabeza, recelosa:
"-¿Un huevo en el camino con el tiempo que hace? ¿No te has emborrachado?
"-No, mujer, no; te aseguro que no he bebido. Y el huevo estaba junto a un seto, caliente aún. Ahí lo tienes; me lo metí en el pecho para que no se enfriase. Cómetelo esta noche.
"Lo echaron en la cazuela donde se hacía la sopa, y el herrero comenzó a referir lo que se decía en la comarca.
"La mujer escuchaba, palideciendo.
"-Es cierto; yo también oí silbidos la pasada noche, y entraban por la chimenea.
"Sentáronse y tomaron la sopa; luego, mientras el marido untaba un pedazo de pan con manteca, la mujer cogió el huevo, examinándolo con desconfianza.
"-¿Y si tuviese algún maleficio?
"-¿Qué maleficio puede tener?
"-¡Toma! ¡Si yo supiera!
"-¡Vaya! Cómetelo y no digas bestialidades.
"La mujer abrió el huevo; era como todos, y se dispuso a tomárselo con prevención, cogiéndolo, dejándolo, volviendo a cogerlo. El hombre decía:
"-¿Qué haces? ¿No te gusta? ¿No es bueno?
"Ella, sin responder, acabó de tragárselo. Y de pronto fijó en su marido los ojos, feroces, inquietos, levantó los brazos y, convulsa de pies a cabeza, cayó al suelo, retorciéndose, dando gritos horribles.
"Toda la noche tuvo convulsiones violentas y un temblor espantoso la sacudía, la transformaba. El herrero, falto de fuerza para contenerla, tuvo que atarla.
"Y la mujer, sin reposo, vociferaba:
"-¡Se me ha metido en el cuerpo! ¡Se me ha metido en el cuerpo!
"Por la mañana me avisaron. Apliqué todos los calmantes conocidos; ninguno me dio resultado. Estaba loca.
"Y, con una increíble rapidez, a pesar del obstáculo que ofrecían a las comunicaciones las altas nieves heladas, la noticia corrió de finca en finca: 'La mujer de la fragua tiene los diablos en el cuerpo.'
"Acudían los curiosos de todas partes; pero sin atreverse a entrar en la casa, oían desde fuera los horribles gritos, lanzados por una voz tan potente que no parecían propios de un ser humano.
"Advirtieron al cura. Era un viejo incauto. Acudió con sobrepelliz, como si se tratara de auxiliar a un moribundo, y pronunció las fórmulas del exorcismo, extendiendo las manos, rociando con el hisopo a la mujer, que se retorcía soltando espumarajos, mal sujeta por cuatro mocetones.
"Los diablos no quisieron salir.
"Y llegaba la Nochebuena , sin mejorar el tiempo.
"La víspera, por la mañana, el cura fue a visitarme:
"-Deseo -me dijo- que asista la infeliz a la misa de gallo. Tal vez Nuestro Señor Jesucristo la salve, a la hora en que nació de una mujer.
"Yo respondí:
"-Me parece bien, señor cura. Es posible que se impresione con la ceremonia, muy a propósito para conmover, y que sin otra medicina pueda salvarse.
"El viejo cura insinuó:
"-Usted es un incrédulo, doctor, y, sin embargo, confío mucho en su ayuda. ¿Quiere usted encargarse de que la lleven a la iglesia?
"Prometí hacer para servirle cuanto estuviese a mi alcance.
"De noche comenzó a repicar la campana, lanzando sus quejumbrosas vibraciones a través de la sombría llanura, sobre la superficie tersa y blanca de la nieve.
"Bultos negros llegaban agrupados lentamente, sumisos a la voz de bronce del campanario. La luna llena iluminaba con su tibia claridad todo el horizonte, haciendo más notoria la pálida desolación de los campos.
"Fui a la fragua con cuatro mocetones robustos.
"La endemoniada seguía rugiendo y aullando, sujeta con sogas a la cama. La vistieron, venciendo con dificultad su resistencia, y la llevaron.
"A pesar de hallarse ya la iglesia llena de gente y encendidas todas las luces, hacía frío; los cantores aturdían con sus voces monótonas; roncaba el serpentón; la campanilla del monaguillo advertía con su agudo tintineo a los devotos los cambios de postura.
"Detuve a la mujer y a sus cuatro portadores en la cocina de la casa parroquial, aguardando el instante oportuno. Juzgué que éste sería el que sigue a la comunión.
"Todos los campesinos, hombres y mujeres, habían comulgado pidiendo a Dios que los perdonase. Un silencio profundo invadía la iglesia, mientras el cura terminaba el misterio divino.
"Obedeciéndome, los cuatro mozos abrieron la puerta y acercáronse a la endemoniada.
"Cuando ella vio a los fieles de rodillas, las luces y el tabernáculo resplandeciente, hizo esfuerzos tan vigorosos para soltarse que a duras penas conseguimos retenerla; sus agudos clamores trocaron de pronto en dolorosa inquietud la tranquilidad y el recogimiento de la muchedumbre; algunos huyeron.
"Crispada, retorcida, con las facciones descompuestas y los ojos encendidos, apenas parecía una mujer.
"La llevaron a las gradas del presbiterio, sosteniéndola fuertemente, agazapada.
"Cuando el cura la vio allí, sujeta, se acercó cogiendo la custodia, entre cuyas irradiaciones de oro aparecía una hostia blanca, y alzando por encima de su cabeza la sagrada forma, la presentó con toda solemnidad a la vista de la endemoniada.
"La mujer seguía vociferando y aullando, con los ojos fijos en aquel objeto brillante; y el cura estaba inquieto, inmóvil, hasta el punto de parecer una estatua.
"La mujer mostrábase temerosa, fascinada, contemplando fijamente la custodia; presa de terribles angustias, vociferaba todavía; pero sus voces eran menos desgarradoras.
"Aquello duró bastante.
"Hubiérase dicho que su voluntad era impotente para separar la vista de la hostia; gemía, sollozaba; su cuerpo, abatido, perdía la rigidez, recobraba su blandura.
"La muchedumbre se había prosternado con la frente en el suelo; y la endemoniada, parpadeando, como si no pudiera resistir la presencia de Dios ni sustraerse a contemplarlo, callaba. Luego advertí que se habían cerrado sus ojos definitivamente.
"Dormía el sueño del sonámbulo, hipnotizada..., ¡no, no!, vencida por la contemplación de las fulgurantes irradiaciones de la custodia de oro; humillada por Cristo Nuestro Señor triunfante.
"Se la llevaron, inerte, y el cura volvió al altar.
"La muchedumbre, desconcertada, entonó un tedeum.
"Y la mujer del herrero durmió cuarenta y ocho horas seguidas. Al despertar, no conservaba ni la más insignificante memoria de la posesión ni del exorcismo.
"Ahí tienen, señoras, el milagro que yo presencié.
Hubo un corto silencio y, luego, añadió:
-No pude negarme a dar mi testimonio por escrito.


CUENTO DE NAVIDAD
Ray Bradbury


El día siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la estación de naves espaciales, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo que el niño realizaría por el espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban que fuera lo más agradable posible. Cuando en la aduana les obligaron a dejar el regalo porque pasaba unos pocos kilos del peso máximo permitido y el arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres en la terminal. Cuando estos llegaron, murmuraban algo contra los oficiales interplanetarios.
-- ¿Qué haremos?
-- Nada, ¿qué podemos hacer?
-- ¡Al niño le hacía tanta ilusión el árbol!
La sirena aulló, y los pasajeros fueron hacia el cohete de Marte. La madre y el padre fueron los últimos en entrar. El niño iba entre ellos, pálido y silencioso.
-- Ya se me ocurrirá algo --dijo el padre.
-- ¿Qué...? --preguntó el niño.
El cohete despegó y se lanzó hacia arriba al espacio oscuro. Lanzó una estela de fuego y dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, para dirigirse a un lugar donde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas. Los pasajeros durmieron durante el resto del primer "día". Cerca de medianoche, hora terráquea según sus relojes neyorquinos, el niño despertó y dijo:
-- Quiero mirar por el ojo de buey.
-- Todavía no --dijo el padre--. Más tarde.
-- Quiero ver dónde estamos y a dónde vamos.
-- Espera un poco --dijo el padre.
El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pensando en la fiesta de Navidad, en los regalos y en el árbol con sus velas blancas que había tenido que dejar en la aduana. Al fin creyó haber encontrado una idea que, si daba resultado, haría que el viaje fuera feliz y maravilloso.
-- Hijo mío --dijo--, dentro de media hora será Navidad.
La madre lo miró consternada; había esperado que de algún modo el niño lo olvidaría. El rostro del pequeño se iluminó; le temblaron los labios.
-- Sí, ya lo sé. ¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo prometisteis.
-- Sí, sí. Todo eso y mucho más --dijo el padre.
-- Pero... --empezó a decir la madre.
-- Sí --dijo el padre--. Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un momento. Vuelvo pronto.
Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.
-- Ya es casi la hora.
-- ¿Puedo tener un reloj? --preguntó el niño.
Le dieron el reloj, y el niño lo sostuvo entre los dedos: un resto del tiempo arrastrado por el fuego, el silencio y el momento insensible.
-- ¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?
-- Ven, vamos a verlo --dijo el padre, y tomó al niño de la mano. 
Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los seguía.
-- No entiendo.
-- Ya lo entenderás --dijo el padre--. Hemos llegado.
Se detuvieron frente a una puerta cerrada que daba a una cabina. El padre llamó tres veces y luego dos, empleando un código. La puerta se abrió, llegó luz desde la cabina, y se oyó un murmullo de voces.
-- Entra, hijo.
-- Está oscuro.
-- No tengas miedo, te llevaré de la mano. Entra, mamá.
Entraron en el cuarto y la puerta se cerró; el cuarto realmente estaba muy oscuro. Ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de metro y medio de alto por dos de ancho, por la cual podían ver el espacio. el niño se quedó sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el espectáculo, y entonces, en la oscuridad del cuarto, varias personas se pusieron a cantar.
-- Feliz Navidad, hijo --dijo el padre.
Resonaron los viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, simplemente mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas.



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