martes, 14 de julio de 2015

Paloma, paloma cuando llegues a mi ventana



"quien no conoce su historia, está condenado a repetirla"
Marco Tulio Cicerón

En mi país en 15 años han sido brutalmente asesinados, secuestrados, explotados como trabajadores o vendidos como esclavas y esclavos sexuales miles de personas, sin distinción de género, sexo, religión o posición social, sencillamente son las víctimas directas de un gobierno que en estos años ha dejado de procurar la seguridad y el bienestar de su pueblo, un estado corroído hasta la medula por políticos ineptos, mediocres cobardes y traidores, por organizaciones criminales poderosas e infames, por capitales ajenos al bienestar de la nación, por traidores.

Por eso creo que hay que recordar la historia, no podemos seguir siendo millones de víctimas temerosas y pusilánimes, de que la indiferencia haga su casa en nuestra alma, hablar, escribir contra cualquier poder, legítimo o de facto te convierte en una posible víctima, callar o no hacer nada, te hace cómplice.

Cuando Napoleón III decide conquistar México, un gobierno digno y un pueblo de hombres y mujeres libres lo impidieron, acaso es el momento de recordar algunas de esas situaciones que costaron vidas pero germinaron en libertad y dignidad.

Hoy transcribo algunas de esas historias, de nuestra historia.

Alejandro.



La noche del 15 de septiembre de 1864, en la hacienda San Juan de la Noria Pedriceña, el presidente Benito Juárez y su comitiva celebraron el “Grito” de Independencia en compañía de los lugareños en sorpresiva e improvisada ceremonia; austero evento que estuvo permeado de emotivo patriotismo. Tal suceso sería citado, a la postre, por las plumas de historiadores y escritores como Victoriano Salado Álvarez, Fernando del Paso, Vicente Rivapalacio y Enrique Krauze. La histórica noche patria de Pedriceña también fue recreada en la telenovela “El Carruaje”, estelarizada por el actor José Carlos Ruiz, quien representó al Benemérito de las Américas acompañado de un gran elenco; esta serie fue patrocinada por una institución oficial, en 1972, año al que por decreto presidencial de Luis Echeverría Álvarez se le denominó “Año de Juárez”.

La llegada de Juárez a Pedriceña

Procedente del territorio coahuilense al ser perseguido por el ejército francés, el presidente Benito Juárez tomó la decisión de continuar su peregrinar hacia el Estado de Durango, atento al curso de los acontecimientos de la guerra contra el invasor.

Corrían los días de septiembre de 1864, estuvo en Mapimí el 7; en la hacienda “La Goma”, el 13 (de paso); y en hacienda “La Loma”, el 13 y 14. La hacienda San Juan de la Noria Pedriceña (su nombre original), por aquellos años, era un pequeño caserío inserto al norte del Estado de Durango, en un paraje semiárido donde los mezquites y la gobernadora siguen vistiendo su suelo. “…Mira el paisaje: inmensidad abajo/ inmensidad, inmensidad arriba/ en el hondo perfil la sierra altiva…” así describió las llanuras y los cerros desérticos de la Comarca Lagunera, Manuel José Othón, en su famoso poema “Idilio Salvaje”, narración que se ajusta a la imagen geográfica que por siglos ha prevalecido en los asoleados entornos de Pedriceña. Desde kilómetros de distancia se puede atisbar la pintoresca silueta de su capilla virreinal, centenaria y silente coprotagonista de la historia de la región, en cuyo interior se pueden apreciar diversos óleos de arte sacro que datan del barroco mexicano. A pocos metros de distancia, serpentea el Arroyo de Pedriceña, donde corren las aguas en la época de lluvias y que es afluente del Río Nazas.

Los habitantes de la hacienda San Juan de la Noria Pedriceña, constantemente eran atacados por las tribus de indios bárbaros que asolaban el norte del país, su propietario Juan de la Pedriza y de la Hozeja, era un español de origen montañés, quien también poseía una casona en la ciudad de Durango con marcos y cornisas de cantera labrada, la que aún se levanta y podemos apreciar en la esquina noreste del crucero que forman las calles de Bruno Martínez y Negrete.

El carruaje que llevaba al presidente Benito Juárez, arribó al histórico lugar el 15 de septiembre de 1864, en medio de una polvareda levantada por aquel tropel de civiles y militares errabundo. Los vecinos y los trabajadores de la hacienda ya esperaban al primer mandatario, a quien se le dio alojamiento junto a sus ministros en la casa grande, ubicada frente a la capilla; el grupo de militares del batallón de Guanajuato –encargado de garantizar la seguridad de Juárez- fue instalado en el interior del templo. El gris crepúsculo del desierto con sus rojizas nubes preludiaba el final de la jornada, el fresco del atardecer desplazó al quemante calor del día, aquella vasta estepa pronto sería cubierta por los oscuros telares de la noche y sus argentíferos luceros; las mujeres del lugar se aprestaron a preparar la cena a sus huéspedes. (México a Través de los Siglos. Autor: Vicente Riva Palacio. Gráfica Impresora Mexicana. México, 1984).

Funcionarios olvidadizos

Después de cenar, Juárez se despidió de sus acompañantes y sus anfitriones para retirarse a dormir y reanudar al día siguiente la marcha a la Villa de los Cinco Señores (Nazas, Durango), donde ya era esperado por sus habitantes. Minutos antes de la medianoche, el presidente y sus ministros escucharon un agitado vocerío que interrumpió el silencio nocturno, llenos de curiosa alarma se aprestaron a indagar el origen de aquel barullo; no fuera a ser que la tropa se estuviese insubordinando. El mandatario ordenó, al ministro poeta, que fuera a inquirir por qué andaba tan alborotada la gente y la tropa.

José Guillermo Ramón Antonio Agustín Prieto Pradillo, se apersonó ante el gentío vociferante, nervioso y desconfiado inquirió a los soldados cuál era el origen de esa alharaca.

-¿Qué es eso muchachos? ¿Qué buscan?

-Miren, -dijo un militar.

-‘Aiga’ -exclamó uno- ¿pues qué no sabe el día en que vive?

-¿Pues qué sucede?

-Que esta noche es la noche del “Grito”. ¿Qué nada le dice su corazón?

-Cierto hijo, -exclamó Prieto avergonzado de su olvido-.

-Noche divina, güero, la noche del “Tata” cura Hidalgo.

-¡Bravo dolor… eso de dejar de celebrar el Grito… ¡Si todavía nos acobijamos con la Patria!

-¡Tiene razón! –concluyó el ministro de Juárez.

Una verbena en el desierto

Prieto retornó veloz a la casa grande de la hacienda para informar el motivo de aquel jolgorio a Juárez y su comitiva. Al ser enterado, el Presidente también manifestó con pena haber olvidado la significativa fecha de la noche del “Grito” libertario de Miguel Hidalgo, en Dolores, Guanajuato, de 1810. De inmediato, el Indio de Guelatao giró instrucciones a sus colaboradores para que lo acompañaran al exterior de la finca, a fin de atender la convocatoria que le demandaba aquel gentío del que bullía un genuino y sincero sentimiento patriótico. El grupo de funcionarios se plantó ante los moradores de Pedriceña y la soldadesca, el inesperado festejo requería las voces del Presidente y de algunos de sus funcionarios, para vitorear con ánimo a los héroes de la Independencia de México.

Benito Juárez, narró el escritor y periodista Victoriano Salado Álvarez, “estaba en pie, metido dentro de un capotillo con esclavina que le daba aspecto clerical… Negrete acababa de sacar de su baúl un riquísimo zarape (sic) del Saltillo, verde, blanco y rojo, con su águila respectiva parada en el nopal, destrozando a la víbora que yacía vencida y sojuzgada”.

El aborigen patriarca de aquella falange errante, hizo uso de la palabra y exaltó a los próceres que iniciaron la lucha libertaria de 1810, convocó a los presentes a seguir peleando con valentía para defender la soberanía mexicana que se encontraba amenazada ante el invasor francés; la concurrencia aplaudió las frases presidenciales, y reclamó la presencia de un orador que disertara con emotivas palabras para encender el alma patriótica de la concurrencia. Acto seguido se escuchó el vibrátil grito de un espontáneo:

-¡Arriba el güero!

-¡Sí, sí arriba el güero! Que nos diga algo…!

-¡Arriba, arriba Guillermo!

-Pero… pero si no tengo nada preparado… -contestó el ministro-.

-¿Qué preparación se necesita para decir algo a estas gentes de buena voluntad-, dijo un miembro del séquito presidencial.

La elocuencia de Guillermo Prieto

Al que fuera destacado político, escritor y periodista del diario liberal “El Siglo XIX”, donde firmara sus colaboraciones con el seudónimo “Fidel”, no le quedó otra alternativa que apersonarse ante el populacho ávido de escuchar sus disertaciones.

Juárez y sus funcionarios se habían retirado a sus aposentos, hasta la ventana de su habitación se presentó el bullanguero gentío que seguía la fiesta y con la música de la melodía “La Paloma”, cantó así: “Si a tu ventana llega un papelito Ábrelo con cariño, que es de Benito; Mira que te precura felicidá, Mira que le acompaña la libertá”

Brillante tribuno, poseedor del poder de la palabra, seductor de masas y laureado en 1890 como el poeta más popular de México, Prieto concluyó su cívico discurso ante los vecinos de Pedriceña y las tropas republicanas, así:


“La patria es sentirnos y hacernos dueños, amplios y grandes con nuestro cielo y nuestros campos, con nuestras montañas y nuestros lagos; es nuestra asimilación con el aire y con los luceros, ya nuestros; es que la tierra nos duela como carne y que el sol nos alumbre como si trajera en sus rayos nuestro nombre y el de nuestros padres. Decir patria es decir amor y sentir el beso de nuestra madre, las caricias de nuestros hijos y la luz del alma de la mujer que dice: ‘yo te amo’. Y esa madre sufre y nos llama para que la libertemos de la infamia y de los ultrajes de extranjeros y traidores”.

La fuerza expresiva de Guillermo Prieto se adueñó de la noche, su mensaje caló en los corazones de sus interlocutores, los rostros de los lugareños entre los que había niños, mujeres y ancianos, delataron emotivo júbilo. De él dijo Ignacio Manuel Altamirano: “Cuando el pueblo lo ve aparecer en la tribuna cívica, o en medio de la plaza pública, o ponerse en pie en cualquier altura, se agrupa, se arremolina en torno a él, se calla y escucha conmovido de antemano, porque aquella figura que ve alzarse es la del bardo que canta sus dolores o sus esperanzas…”

Prieto el orador fue ovacionado con entusiasmo por sus escuchas, sus palabras vibrantes gratificaron el alma de Juárez y sus acompañantes quienes eufóricos se fueron sobre él para colmarlo de felicitaciones.

Así los emocionó el hombre que tuvo infancia huérfana, probó las penurias de la vida, vivió y murió como impoluto funcionario con la decorosa sencillez de su salario. (Las Herencias Ocultas. De la Reforma Liberal del siglo XIX. Autor: Carlos Monsiváis. Litográfica Ingramex, S.A. de C.V. México, 2006).



El tesoro de Juárez.

Durante los años de la Guerra de Reforma, la confrontación de liberales y conservadores dejó al país en una fuerte crisis económica y un marcado desgaste político social. La ambición había provocado la intervención de Francia declarando la guerra a México, que iniciara en 1862 y concluyera en mayo de 1867.

La tarde del 31 de mayo de 1863 Benito Juárez abandonó el Palacio Nacional para tomar un carruaje que lo conduciría hacia el norte. El viaje era lento, debido a la carga que llevaban las once carretas.

Cuando el presidente Juárez se encontraba en camino hacia el norte en 1864, don Darío López y otros matamorenses estaban presos en la capital de Nuevo León, fueron liberados por disposición del gobernador testaferro de los franceses, traidor a su pueblo, Santiago Vidaurri, a condición de que militaran a favor del imperio. Libres y ya en La Laguna, los ex prisioneros se unieron como brigada a Benito Juárez.

El cuatro de septiembre Benito Juárez llegó a Gatuño. Al día siguiente en una casona de adobe, que ahora es museo, Benito Juárez entregó las cajas al señor Juan de la Cruz Borrego, quien fungiría como jefe de los custodios.

Los archivos fueron resguardados por unos días en el lecho del arroyo del Jabalí, pero ante el temor de lo superficial del terreno y amenazas de fuertes aguaceros, los hizo cambiar de escondite a la ?Cueva de los Murciélagos? ahora conocida como ?Cueva del Tabaco? Permanecieron los documentos en este lugar casi tres años, de 1864 a junio de 1867 hasta que fueron devueltos a la capital del país al triunfar la República.

El cinco de septiembre Benito Juárez estuvo en Matamoros, dejando a su paso al primer maestro federal para que creara una escuela para los niños de este lugar. El elegido fue una persona de su comitiva, Don Cristóbal Díaz Figueroa, quien tenía el título de preceptor de primeras letras.

Además de ser maestro Don Cristóbal fungía como vigilante, viviendo en el jacal de Don Antonio Montoya. El primer ciclo escolar comprendió de septiembre de 1864 a junio de 1865.

En el siguiente ciclo escolar Don Antonio Montoya es capturado el diez de enero de 1866 con otras personas en Matamoros por los franceses, es sacado de la escuela y frente a la antigua capilla fuero obligados a formarse. Los prisioneros no soltaron prenda de los documentos que Juárez había dejado, tampoco de su paradero, siendo fusilados esa mañana, cuenta Matías Rodríguez, cronista de la ciudad; Aproximadamente 12 personas murieron ese día.

Custodios de los Archivos de la Nación; Don Juan de la Cruz Borrego encabezó una brigada de gente que juró responder con la vida al encargo de Benito Juárez. La lista de los nombres de los custodios laguneros es la siguiente: Darío López Orduña. Marino Ortiz. Guadalupe Sarmiento. Gerónimo Salazar. Pablo Arreguín. Manuel Arreguín. Ángel Ramírez. Julián Argumedo. Vicente Ramírez. Cecilio Ramírez. Andrés Ramírez. Diego de los Santos. Epifanio Reyes. Ignacio Reyes. Telésforo Reyes. Jerónimo Reyes. Mateo Guillén. Francisco Caro. Guillermo Caro. Julián Caro



Solicitud de indulto a Maximiliano

“Señor Presidente don Benito Juárez

Mi querido amigo y señor:

La señora Salm Salm que entregará a usted esta carta es persona muy estimable por sus prendas personales y tiene relaciones de parentesco con el presidente Johnson.

Dicha señora va con el objeto de hablar por su marido, para salvarlo.

Yo conozco la genial bondad de usted, su respeto por la desgracia y el deseo que tiene de economizar el derramamiento de sangre humana, limitándose en esto a lo que sea preciso para asegurar la paz pública y a evitar el escándalo de que queden sin castigo famosos criminales.

En tal virtud suplico a usted, encarecidamente, considere en lo personal a esta señora y en cuanto a su súplica se muestre usted tan humano y generoso como acostumbra.

Queda de usted servidor y amigo.

Juan José Baz”

Es la noche del  18 de junio de 1867 La princesa de Salm Salm y la señora Miramón se presentan en el Palacio de Gobierno de San Luis Potosí implorando el perdón para los prisioneros de Querétaro que deben ser ejecutados en la mañana siguiente. Se ve en el salón a los señores ministros Iglesias y Mejía, así como a los defensores de Maximiliano, los señores Riva Palacio y Martínez de la Torre. El ministro Lerdo entra en esos momentos. El presidente Juárez niega definitivamente el indulto

Eran las 8 de la noche cuando fui a ver al señor Juárez que me recibió enseguida.

Él mismo tenía un aspecto pálido y de sufrimiento. El presidente dijo que no podía acceder a mi solicitud y, cuando oí esas crueles palabras, el dolor me hizo perder el sentido, temblando con todo el cuerpo y sollozando caí de rodillas y rogué con palabras que salían de mi corazón y que ahora no recuerdo... Al salir en la antesala de ahí había más de unas doscientas damas de San Luis esperando verlo para solicitar el indulto, entre ellas se encontraba la señora Miramón con sus dos hijos... Ella fue recibida por el presidente con sus dos pequeños y, al oír la denegación del indulto —según me contó el señor Iglesias—, la señora Miramón se había desmayado y tuvo que ser retirada de la habitación

La princesa se arrodilló frente al presidente sollozando. Su cuerpo temblaba y respiraba con ansiedad; lo tomó de las piernas y una vez más imploró por la vida de Maximiliano quien aguardaba la muerte en Querétaro, al día siguiente, 19 de junio de 1867. Don Benito, visiblemente turbado intentó tomarla de los brazos para incorporarla pero fue inútil. Agnes de Salm Salm se aferraba a él, como si su propia vida le fuera en ello.

A pesar de lo conmovedora que podía resultar la escena, Juárez no transigió y luego de algunos minutos incómodos expresó: “Me causa pena, señora, verla de rodillas ante mí; pero si todos los reyes y reinas de Europa estuviesen en su lugar, no podría preservar su vida. No soy yo el que la toma; es el pueblo y es la ley, y si yo no cumpliese su voluntad, la tomaría el pueblo y además la mía”.

Lo único que garantizó el presidente fue el respeto por la vida de su marido, el príncipe Félix de Salm-Salm que compartía el cautiverio con Maximiliano en el convento de Capuchinas. Agnes se incorporó y todavía con lágrimas en los ojos, se retiró no sin antes agradecerle a Juárez la promesa hecha a favor de su esposo.


La Paloma Juarista
(Letra original de la época).

El año sesenta y cuatro válgame Diós
Estábamos en la guerra de intervención
La danza de la paloma hacía furor
En medio de los desastres de la nación

Maximiliano con todos sus traidores
Se creían invencibles los invasores
El presidente Juárez y sus patriotas
No se desanimaban con las derrotas

Se vino el invasor
Por toda la nación
ah destroyendo nuestros hogares
Sin tener compasión

El año noventa y cuatro así pasó
Estábamos en la lucha de sucesión
La danza de las monedas hacía furor
Por los dioses de la guerra y la corrupción

Si a tu frontera llega una paloma
Cuida que no sea buitre lo que se asoma
Cuanta falta nos hace Benito Juárez
Para desplumar aves neoliberales

No te quiebres país
Aquí está mi canción
Que un águila y una serpiente
Defienden la nación

Ay, palomita
De ayer y hoy
Contra el racismo y la intervención 

Vuela, paloma
A las fronteras
Quita una estrella
A su bandera

Que no queremos imperialismos
Estamos hartos de su cinismo
Que nuestros aires son soberanos
Somos chinacos y mexicanos

No hay comentarios:

Publicar un comentario