sábado, 5 de febrero de 2011

Así somos, así son...Top Gear



Hace unos días la BBC, que es estatal, en su programa Top Gear, transmitió a sus conductores mofándose de México, dijeron que éramos flojos, descuidados, pendencieros y que nuestra comida es un asco, después este canal de la Imperio Británico se disculpa y dice que es común este tipo de comentarios “sarcásticos” sobre los lugares comunes de las naciones, así que son muy del humos británico.

Boudica vivió en el siglo I y fue reina de los Icenos, en lo que los romanos denominaron Bretaña, cerca de Londinium, ciudad fundada por los conquistadores descendientes de Remo y las sabinas, ella fue azotada y sus dos hijas violadas por la soldadesca, ella reunió a varios miles de celtas, de diversas tribus y se enfrentó al poderoso ejército romano, hoy es un símbolo de valor y soberanía en todo el imperio británico, sin embargo ese símbolo suele ser violado ahora por sus descendientes, los imperios tienen la fuerza más no la sangre ni la razón.

A continuación dejo tres casos de la civilizada y culta Albión, donde ha demostrado la distancia real existente entre ella y los asesinos de los campos de exterminio, a fin de cuentas solo son exposiciones que en la televisión británica serian del gusto de su refinado y humanitario público y gobierno.

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UNO. Trata de esclavos.

Allá por 1562, el capitán John Hawkins había arrancado trescientos negros de contrabando de la Guinea portuguesa. La reina Isabel se puso furiosa: «Esta aventura –sentenció– clama venganza del cielo». Pero Hawkins le contó que en el Caribe había obtenido, a cambio de los esclavos, un cargamento de azúcar y pieles, perlas y jengibre. La reina perdonó al pirata y se convirtió en su socia comercial. Un siglo después, el duque de York marcaba al hierro candente sus iniciales, DY, sobre la nalga izquierda o el pecho de los tres mil negros que anualmente conducía su empresa hacia las «islas del azúcar».

La Real Compañía Africana, entre cuyos accionistas figuraba el rey Carlos II, daba un trescientos por ciento de dividendos, pese a que, de los 70 mil esclavos que embarcó entre 1680 y 1688, sólo 46 mil sobrevivieron a la travesía. Durante el viaje, numerosos africanos morían víctima de epidemias o desnutrición, o se suicidaban negándose a comer, ahorcándose con sus cadenas o arrojándose por la borda al océano erizado de aletas de tiburones. Lenta pero firmemente, Inglaterra iba quebrando la hegemonía holandesa en la trata de negros. La South Sea Company fue la principal usufructuaria del «derecho de asiento» concedido a los ingleses por España, y en ella estaban envueltos los más prominentes personajes de la política y las finanzas británicas; el negocio, brillante como ninguno, enloqueció a la bolsa de valores de Londres y desató una especulación de leyenda.

El transporte de esclavos elevó a Bristol, sede de astilleros, al rango de segunda ciudad de Inglaterra, y convirtió a Liverpool en el mayor puerto del mundo. Partían los navíos con sus bodegas cargadas de armas, telas, ginebra, ron, chucherías y vidrios de colores, que serían el medio de pago para la mercadería humana de África, que a su vez pagaría el azúcar, el algodón, el café y el cacao de las plantaciones coloniales de América. Los ingleses imponían su reinado sobre los mares. A fines del siglo XVIII, África y el Caribe daban trabajo a ciento. ochenta mil obreros textiles en Manchester; de Sheffield provenían los cuchillos, y de Birmingham, 150 mil mosquetes por año.40 Los caciques africanos recibían las mercancías de la industria británica y entregaban los cargamentos de esclavos a los capitanes negreros. Disponían, así, de nuevas armas y abundante aguardiente para emprender las próximas cacerías en las aldeas.

También proporcionaban marfiles, ceras y aceite de palma. Muchos de los esclavos provenían de la selva y no habían visto nunca el mar; confundían los rugidos del océano con los de alguna bestia sumergida que los esperaba para devorarlos o, según el testimonio de un traficante de la época, creían, y en cierto modo no se equivocaban, que «iban a ser llevados como carneros al matadero, siendo su carne muy apreciada por los europeos».41 De muy poco servían los látigos de siete colas para contener la desesperación suicida de los africanos.

Los «fardos» que sobrevivían al hambre, las enfermedades y el hacinamiento de la travesía, eran exhibidos en andrajos, pura piel y huesos, en la plaza pública, luego de desfilar por las calles coloniales al son de las gaitas. A los que llegaban al Caribe demasiado exhaustos se los podía cebar en los depósitos de esclavos antes de lucirlos a los ojos de los compradores; a los enfermos se los dejaba morir en los muelles. Los esclavos eran vendidos a cambio de dinero en efectivo o pagarés a tres años de plaza. Los barcos zarpaban de regreso a Liverpool llevando diversos productos tropicales: a comienzos del siglo XVIII, las tres cuartas partes del algodón que hilaba la industria textil inglesa provenían de las Antillas, aunque luego Georgia y Louisiana serían sus principales fuentes; a mediados del siglo, había ciento veinte refinerías de azúcar en Inglaterra.

Un inglés podía vivir, en aquella época, con unas seis libras al año; los mercaderes de esclavos de Liverpool sumaban ganancias anuales por más de un millón cien mil libras, contando exclusivamente el dinero obtenido en el Caribe y sin agregar los beneficios del comercio adicional. Diez grandes empresas controlaban los dos tercios del tráfico. Liverpool inauguró un nuevo sistema de muelles; cada vez se construían más buques, más largos y de mayor calado. Los orfebres ofrecían «candados y collares de plata para negros y perros», las damas elegantes se mostraban en público acompañadas de un mono vestido con un jubón bordado y un niño esclavo, con turbante y bombachudos de seda. Un economista describía por entonces la trata de negros como «el principio básico y fundamental de todo lo demás; como el principal resorte de la máquina que pone en movimiento cada rueda del engranaje». Se propagaban los bancos en Liverpool y Manchester, Bristol, Londres y Glasgow; la empresa de seguros Lloyd's acumulaba ganancias asegurando esclavos, buques y plantaciones. Desde muy temprano, los avisos del London Gazette indicaban que los esclavos fugados debían ser devueltos a Lloyd's. Con fondos del comercio negrero se construyó el gran ferrocarril inglés del oeste y nacieron industrias como las fábricas de pizarras de Gales. El capital acumulado en el comercio triangular –manufacturas, esclavos, azúcar– hizo posible la invención de la máquina de vapor: James Watt fue subvencionado por mercaderes que habían hecho así su fortuna. Eric Williams lo afirma en su documentada obra sobre el tema.

A principios del siglo XIX , Gran Bretaña se convirtió en la principal impulsora de la campaña antiesclavista. La industria inglesa ya necesitaba mercados internacionales con mayor poder adquisitivo, lo que obligaba a la propagación del régimen de salarios. Además, al establecerse el salario en las colonias inglesas del Caribe, el azúcar brasileño, producido con mano de obra esclava, recuperaba ventajas por sus bajos costos comparativos.42

Eduardo Galeano “Las venas abiertas de América Latina.

DOS. Guerra del Opio

(como siempre, sus subditos de cuarta, luchan sus guerras)

Nada enfurecía a los ingleses tanto como el proteccionismo aduanero y a veces lo hacían saber en un lenguaje de sangre y fuego, como en la Guerra del Opio contra China.

Eduardo Galeano “Las venas abiertas de América Latina.

Con la propagación común de la creencia que la droga servía para aliviar todos los males, se calcula que más de 100 millones de súbditos chinos ya consumían el narcótico y un 10% de ellos, ya eran adictos.

Esto motivo que China iniciará en 1835 (en realidad las empezó el emperador Yongzheng en 1729) una serie de reformas aislacionistas entre las que se contaban: mínimo comercio extranjero, alto precio para las importaciones, y programas de erradicación del cultivo. El emperador Daoguang asestó con estas medidas un duro golpe a las potencias, sumamente necesitadas en aquel tiempo de comerciar dado los onerosos gastos que las guerras napoleónicas habían generado.

Muy pronto el funcionario principal del emperador y responsable de la ejecución de este nuevo paquete de decisiones, Lin Hse Tsu, se atrajo las iras de la comunidad internacional, impotentes de obligar al emperador a establecer un comercio bilateral pues a criterio del gobernante Qing (esto era verdad en ese momento), las potencias extranjeras no tenían nada que pudiera ser de valor comercial para el Imperio. Inglaterra, a la cabeza de los afectados, asistió entonces a un nuevo escenario donde se les privaba de comprar té (producto fundamental), seda, porcelana, condimentos, entre otras cosas, a no ser que pagaran por ellos en efectivo, es decir, en monedas de plata. El déficit comercial, y las trabas a la llegada de nuevas empresas al país, alentaron a los imperialistas a optar por el contrabando tanto de opio, cacao o maíz, para equilibrar los enormes costos que implicaba el traslado de estas mercancías a China.

La consumación de la prepotencia: La primera guerra por el opio

En 1839, cuando Lin Hse Tsu, tras su llegada a Cantón (Guangzhou), ordenó destruir los principales depósitos de la droga del país y la incineración de 20.000 paquetes de opio que los traficantes extranjeros tenían en la ciudad. Las reacciones airadas de los ingleses, franceses y hasta españoles, involucrados en la confiscación, no tardaron en aparecer. Esa misma semana, el burócrata envió una sentida y respetuosa carta a la reina inglesa Victoria I, solicitándole encarecidamente que prohibiera el tráfico de opio al país por considerarlo un tema que afectaba directamente la salud del pueblo chino. Con seguridad presionada por las inversiones que mantenía la Compañía Británica y Holandesa de Indias Orientales, o por simple imperialismo, la reina descartó sus recomendaciones y alentó más bien, que prosiga el contrabando de opio camuflado entre el té o el tabaco, el denominado comercio China Trade o Far East Trade.

La tensión entre el gobierno chino y los ingleses entonces, llegó a un punto final. No sólo creció el comercio, sino que todas las medidas oficiales dadas por el emperador se convirtieron en letra muerta. Lin Hse Tsu, a mediados de abril de 1839, determinó expulsar a los comerciantes extranjeros, los cuales a su regreso al Reino Unido quejáronse ante la Reina. Aquí inició formalmente la llamada Guerra del Opio. La Reina Victoria, que deseaba extender su presencia más allá de sólo la India, declaró la guerra. Cuando el emperador Daoguang supo de la medida, págole al buen Hse Tsu con el destierro, enviándolo al Desierto de Mongolia, donde murió. Con disgusto, aunque a criterio de sus biógrafos con más temor que decisión, hubo de acceder a una conflagración que sabía de antemano, perdería. Y así sucedió.

Fue una guerra corta, pero dolorosa para China. La enorme capacidad militar de la fuerza naval inglesa destruyó en apenas un mes la resistencia china, modesta y antigua. El emperador hubo de iniciar inmediatas medidas de paz. Así pues, el 29 de agosto de 1842, a bordo del acorazado inglés HMS Cornwallis, se firmó el Tratado de Nankin, de funestas consecuencias para el país oriental. Casi con prepotencia, China debió inclinarse a una serie de prerrogativas abusivas que provocaron la indignación de la nación, sobre todo de su sector comerciante. De acuerdo con el pacto, Inglaterra tendría derecho de comerciar en las 5 zonas de tráfico más importantes de China (Cantón, Amoy, Foochow, Ningbo y Shanghái) y le sería cedida la isla de Hong Kong, un verdadero símbolo nacional, además de una serie de altísimas reparaciones económicas que arruinaron aún más la economía del país.

La Segunda Guerra del Opio: La pérdida definitiva de Hong Kong

China, debilitada y sin capacidad de reacción, se volvió en adelante un juguete en manos de las potencias extranjeras. Pese a las tratativas chinas sobre la erradicación del comercio del opio, éste no fue siquiera debatido y muy por el contrario, el contrabando prosiguió y permitió que hasta naciones aliadas como Estados Unidos o Francia, acentúen sus operaciones. Esto fue la gota que rebalsó el contenido del vaso para un gran sector del país, quienes juzgaban al gobierno como ineficiente, servil y corrupto. Sumido en un amplio descrédito, la turbulenta coyuntura permitió la aparición de un extraño y peculiar fenómeno religioso denominado “Reino Celestial de la Gran Paz”.

Este movimiento, que ya venía tomando forma desde comienzos del siglo XIX, estaba representado por Hong Xiuquan, un fanático cristiano converso, hijo de granjeros y que impedido de ingresar a la burocracia, forma un movimiento religioso-militar que aprovechó la hambruna y xenofobia existente para crecer a niveles gigantescos. Esta insurrección, llamada Rebelión Taiping (1851 - 1864), puso en verdadero jaque al emperador Daoguang, quien sólo bajo el apoyo de las potencias extranjeras y gracias al suicidio de su líder, pudo sofocar el levantamiento. Esta guerra civil, la más sangrienta antes de las Guerras Mundiales, determinó la muerte de entre 20 o 50 millones de personas, y socavó hasta el último resquicio de autoridad del emperador.

Enseñoreados en el país, muy pronto Inglaterra, secundada por Francia, presionó para mayores beneficios. La ignominia y la vergüenza que sentía el pueblo afectaron la sensibilidad del emperador, quien cansado de los apetitos y la arbitrariedad foráneos, quería sublevarse. ¡¡¡Pero no podía!!! Conscientes de su debilidad, Gran Bretaña solicitó mayores libertades, muchas de ellas inconcebibles como legalizar el opio, abolir los impuestos para su comercio, dirimir en la contratación de los esclavos coolies, obtener residencia fija para su embajador, y demás. La infamia y abuso de tales pedidos convencieron a los consejeros de Daoguang de rechazarlas e Inglaterra, una vez más, amenazó con las armas. Fue aquí cuando se produjo el segundo episodio de estas guerras del opio, acaso el menos sangriento pero históricamente, el más significativo.

Aún en plena guerra contra la rebelión Taiping, y luciendo una armada terrestre y marítima anticuada y ridícula, fue poco lo que el país pudo hacer. Inglaterra, apoyada por Francia, con la dirección de James Bruce, 8vo Conde de Elgin, ocupó Guangzhou en 1857, ordenó la destrucción del Yuanming Yuan, el viejo Palacio Imperial de Verano (Pekín) y la toma del fuerte de Taku (actual Tianjin). China, nuevamente tuvo que capitular pero esta vez, pagaría cara su defección. En junio de 1858, China firmó el Tratado de Tianjin, por el cual accedía a todos los requerimientos ingleses, más una serie de compensaciones económicas que a China le era imposible honrar.

Finalmente, todos estos puntos y la ampliación de otros acápites, fueron finiquitados en la famosa Convención de Pekín del 18 de octubre de 1860, por la cual se ponía punto final a las Guerras del Opio e Inglaterra obtenía por 99 años la soberanía de Hong Kong (recién devuelta en 1997), la apertura total del país al comercio extranjero, la legalización del comercio del opio y la preeminencia de los intereses ingleses en la zona. Luego del tratado, China se vio envuelta en una serie de problemas internos y externos entre las que destacan la rebelión Boxer de 1899, la derrota frente a Japón en 1895, y la caída inminente de la Dinastía Ping en 1911. A la larga, todos estos acontecimientos sirvieron de preámbulo para un hecho crucial: El advenimiento del comunismo con Chiang-Kai-Chek a la cabeza.

TRES. Los Mármoles de Elgin en Londres

Esta es la historia de un despojo, que como las ds anteriores no importa la humanidad, solo la codicia del imperio, quien como todos los imperios limpia su suciedad y, sangre y oprobio considerándose a sí mismo protector del arte.

El Partenón es uno de los más grandes logros artísticos de todas las épocas. Varias esculturas fueron removidas del templo y llevadas a Inglaterra. Los famosos "Mármoles de Elgin" se encuentran actualmente en Londres. Pero surge una importante pregunta: ¿Dónde deberían estar estas Esculturas?

Thomas Bruce, séptimo conde de Elgin, era el embajador Británico en Constantinopla en 1799 y quiso hacer un favor a las Artes familiarizando a sus compatriotas con las antigüedades griegas. Para ello reunió a un equipo de pintores, arquitectos y vaciadores en yeso.

Al año siguiente, El comandante turco local permitió que los artistas realizaran ilustraciones, pero se negó a permitirles tomar moldes o construir andamios para acercarse a las esculturas.

En 1801 Elgin obtuvo un firman, o autorización del Sultán, que le otorgaba permiso para llevarse cualquier escultura o inscripciones que no interfiriera con las obras o muros de la ciudadela.

El saqueo del Partenón comenzó de inmediato. Las esculturas fueron bajadas del templo y transportadas por marineros británicos en un carro de cañón. El 26 de Diciembre de 1801, temiendo que los Franceses intentaran obstruir su tarea, Elgin ordenó el embarque inmediato de las esculturas en el barco "Mentor", que había traído con ese propósito.

Durante 1806 fue removida una de las Cariátides, como así también una esquina del Erecteón, parte del friso del Partenón, varias inscripciones y cientos de jarrones.

Otros aún se unieron al saqueo y esta increíble actividad, que no estaba confinada a la Acrópolis sino que se llevó a cabo a través de toda Atenas y gran parte de Grecia, continuó por varios años. En 1810 Elgin cargó la última parte de su botín en el barco de guerra "Hydra".
En 1817 dos barcos de guerra más, el "Tagus" y el "Satellite" fueron cargados con grabados, objetos de cobre y cientos de jarrones. Cuatro años más tarde, la Guerra de la Independencia Griega finalmente llevó el saqueo de Elgin a su conclusión.

Corría Enero de 1804 cuando las primeras 65 cajas llegaron Londres, donde permanecieron por dos años debido a que Elgin había sido encarcelado en Francia.

El maltrato que sufrieron los Mármoles fue inevitable. Fueron ubicadas en los sucios cobertizos y húmedos jardines de la casa del Elgin en Park Lane, donde permanecieron por años arruinándose en el húmedo clima londinense mientras intentaba encontrar un comprador.

Elgin intentó vender los Mármoles al gobierno Británico, pero el precio pedido por ellos era tan alto que éste rechazó la oferta. Con el pasar de los años, las esculturas influenciaron las vidas de la gente en Inglaterra. Se construyeron iglesias, edificios y casas en estilo Griego clásico

Elgin admitía, en una carta escrita en 1815, que las esculturas aún se encontraban en el depósito de carbón de Burlington House, arruinándose a causa de la destructiva humedad.

Finalmente, en 1816, los Mármoles fueron vendidos al gobierno inglés, y transferidos de Burlington House al Museo Británico de inmediato, dónde Sir Joseph Duveen hizo construir, a sus expensas, una galería especial para ellos.

En Diciembre de 1940, una diputada Laborista, la Sra. Keir, preguntó al Primer Ministro Winston Churchill si las esculturas serían devueltas a Grecia como reconocimiento parcial de la valiente resistencia de ese país a los alemanes y del sacrificio de su pueblo. La respuesta fue negativa. En la época en que la Sra. Keir formuló su pregunta, el Times había publicado un gran número de cartas apoyando el retorno de los Mármoles a Grecia.

En 1941 el presidente del Partido Laborista, Clemente Attlee, quien fue miembro del gobierno de coalición durante la guerra, contestó la pregunta de la Sra. Meir diciendo que no existía intención de tomar ninguna acción legal para devolver los Mármoles.

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