martes, 25 de noviembre de 2014

Para recordar por que leo.



Naturalmente, la reina comprendió que no se lo habría podido decir a ella, pero cuanto más leía más lamentaba intimidar a la gente y más deseaba que los escritores, en especial, tuvieran la valentía de decir lo que más tarde ponían por escrito. Lo que asimismo estaba descubriendo era que un libro llevaba a otro, nuevas puertas se abrían dondequiera que mirase y los días no eran lo bastante largos para leer todo lo que ella quería.

Pero también le pesaban y le mortificaban las numerosas oportunidades que se había perdido.

De niña había conocido a Masefield y a Walter de la Mare; no habría podido decirles gran cosa, pero también había conocido a T. S. Eliot, y además a Priestley y a Philip Larkin e incluso a Ted Hughes, de quien se había prendado un poco pero que en su presencia no despegó los labios. Y era porque entonces había leído tan poco de lo que habían escrito que no se le ocurría nada que decir, y ellos, por supuesto, no le habían dicho nada interesante.

Qué desperdicio.

Cometió el error de mencionarle esto a Sir Kevin. –Pero a Su Majestad, sin duda, debieron de aleccionarla.

–Desde luego –dijo la reina–, pero aleccionar no es leer. De hecho es la antítesis de la lectura.

Aleccionar es sucinto, concreto y pertinente. Leer es desordenado, disperso y siempre incitante. El aleccionamiento cierra un tema, la lectura lo abre.

“Cualquiera que sea la libertad por la que luchamos, debe ser una libertad basada en la igualdad. / La estructura de las creencias es tan fuerte que permite que algunos tipos de violencia se justifiquen o ni siquiera sean considerados como violencia. Así, vemos que no se habla de asesinados sino de bajas, y que no se menciona la guerra sino la lucha por la libertad”. - Judith Butler

Una lectora nada común


Alan Bennett

No hay comentarios:

Publicar un comentario