domingo, 25 de septiembre de 2011

El último juglar / Juan José Arreola



No dejo de sorprenderme, cada vez la ignorancia es mayor, las mejores películas son aquellas cuyos efectos especiales son “especiales”, es decir, que eliminan tácitamente la importancia de los contenidos, trama, actuación, así se reduce el film a su mínima expresión, pero no solo es esto, también sucede con la literatura, no hablemos de los viejos griegos y romanos o los castellanos antiguos o francos y galos, de los de esta América nuestra, sencillamente Onetti es un cuento y Borges es solo una referencia para nuestro mejor mediocre, Paz es solo una chingadera en su laberinto y José Agustín ha de seguir con la mirada perdida en el centro, ah! Y el señor presidente que ya no es texto.

Hoy que es tan fácil acceder a la información, de poder recurrir a textos que anteriormente era casi imposible conseguir son de fácil acceso (accesar, faxear, implementar, agendar, verbos tecnológicamente aceptables, aunque sin sentido, historia y contenido en muchas lenguas, pero de uso común, vaya si hemos caminado).

Por eso, deseo compartir con ustedes un poco de esas personas que fueron generosas con nosotros y que actualmente más parecen fantasmas o iconos (en el estricto sentido y no en el computacional) inaccesibles y reservados solo para sus sacerdotes.

Una de esas personas fue Juan José Arreola, leí por vez primera su libro “El confabulario” cuando estaba en el bachillerato y seguí leyéndolo a través de los años hasta que él dejo de ser, hoy comparto con ustedes uno de sus textos que se incluye en este libro.

Alejandro.

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PARTURIENT MONTES
...nascetur ridiculas mus. HORACIO, Ad Pisones, 139.

Entre amigos y enemigos se difundió la noticia de que yo sabía una nueva versión del parto de los montes. En todas partes me han pedido que la refiera, dando muestras de una expectación que rebasa con mucho el interés de semejante historia. Con toda honestidad, una y otra vez remití la curiosidad del público a los textos clásicos y a las ediciones de moda. Pero nadie se quedó contento: todos querían oírla de mis labios. De la insistencia cordial pasaban, según su temperamento, a la amenaza, a la coacción y al soborno. Algunos flemáticos sólo fingieron indiferencia para herir mi amor propio en lo más vivo. La acción directa tendría que llegar tarde o temprano.

Ayer fui asaltado en plena calle por un grupo de resentidos. Cerrándome el paso en todas direcciones, me pidieron a gritos el principio del cuento. Muchas gentes que pasaban distraídas también se detuvieron, sin saber que iban a tomar parte en un crimen. Conquistadas sin duda por mi aspecto de charlatán comprometido, prestaron de buena gana su concurso. Pronto me hallé rodeado por la masa compacta.

Abrumado y sin salida, haciendo un total acopio de energía, me propuse acabar con mi prestigio de narrador. Y he aquí el resultado. Con una voz falseada por la emoción, trepado en mi banquillo de agente de tránsito que alguien me puso debajo de los pies, comienzo a declamar las palabras de siempre, con los ademanes de costumbre: "En medio de terremotos y explosiones, con grandiosas señales de dolor, desarraigando los árboles y desgajando las rocas, se aproxima un gigante advenimiento. ¿Va a nacer un volcán? ¿Un río de fuego? ¿Se alzará en el horizonte una nueva y sumergida estrella? Señoras y señores: ¡Las montañas están de parto!"

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Video homenaje en el fallecimiento del escritor mexicano Juan José Arreola
http://bibliotecaignoria.blogspot.com
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