domingo, 1 de diciembre de 2013

Las viñas de la ira


La mente y el espíritu humano tienen formas singulares de actuar, leen donde la razón dice que no hay nada, caminan por caminos escondidos buscando sueños perdidos o recuerdos olvidados.
Alejandro

Yo estaré en todas partes, en todas partes donde quiera que mires, donde exista una posibilidad de que los hambrientos coman, allí estaré, donde exista un hombre que sufra allí estaré, y estaré en la risa de los niños cuando sientan hambre y la cena esté ya preparada, y cuando los hombres coman de la tierra que trabajan y vivan en las casas que levanten, allí también estaré.
John Streimberk

Hubo un tiempo en que estábamos bien -y prosiguió-: Hubo un tiempo en que estábamos en la tierra y teníamos unos límites. Los viejos morían, y nacían los pequeños y éramos siempre una cosa... éramos una familia... una unidad delimitada. Ahora no hay ningún límite claro. Al... suspirando por marcharse solo. El tío John no hace más que dejarse llevar. Y Padre ha perdido su lugar. Ya no es la cabeza de la familia. Y Rosasharn... -miró detrás de ella y vio los ojos abiertos de par en par de la joven-. Va a tener un bebé y no habrá familia. No sé. He intentado mantener la familia.

- Antes significaba que eras de Oklahoma. Ahora quiere decir que eres un cerdo hijo de perra, que eres una mierda. En sí no significa nada, es el tono con que lo dicen. [...] He oído que hay trescientas mil personas como nosotros, que viven como cerdos porque en California todo tiene propietario. No queda nada libre. Y los propietarios se van a agarrar a sus posesiones aunque tengan que matar hasta el último hombre para conservarlas.

Los frutos de las raíces de las vides, de los árboles, deben destruirse para mantener los precios y esto es lo más triste y lo más amargo de todo. [...] La gente viene con redes para pescar en el río y los vigilantes se lo impiden; vienen en coches destartalados para coger las naranjas arrojadas, pero han sido rociadas con queroseno. Y se quedan inmóviles y ven las patatas pasar flotando, escuchan chillar a los cerdos cuando los meten en una zanja y los cubren con cal viva, miran las montañas de naranjas escurrirse hasta rezumar podredumbre; y en los ojos de la gente se refleja el fracaso; y en los ojos de los hambrientos hay una ira creciente. En las almas de las personas las uvas de la ira se están llenando y se vuelven pesadas, cogiendo peso, listos para la vendimia.

Pero me gusta pensar lo bien que estaremos, a lo mejor, en California, donde nunca hace frío y la fruta crece por todas partes. La gente vivirá en los lugares más hermosos, en casitas blancas levantadas entre los naranjos. Me pregunto... es decir, si todo conseguimos un empleo y todos trabajamos, tal vez podamos comprar una de esas casitas blancas. Y los pequeños saldrán a recoger naranjas del mismo árbol. No podrían aguantarlo, gritarán como locos.

Dijo fieramente: ve río abajo y díselo. Ve hasta la calle y púdrete y díselo de este modo. Esa es tu manera de hablar. Ni siquiera sabemos si eras niño o niña. No lo averiguaremos. Baja ahora y yace en la calle. Quizás entonces se den cuenta -giró la caja con suavidad hacia la corriente y la soltó.

Los ojos de Madre fueron más allá de los de Rose of Sharon y luego volvieron a ellos. Y las dos mujeres se miraron profundamente la una a la otra. La respiración de la muchacha era entrecortada.

Ella dijo:
-Sí.
Madre sonrió.
- Sabía que lo harías. ¡Lo sabía! -miró sus manos, entrelazadas en su regazo.
- Rose of Sharon susurró:
- ¡Podéis... saliros todos?
[...]
Luego levantó su cuerpo y se ciñó el edredón. Caminó despacio hacia el rincón y contempló el rostro gastado y los ojos, abiertos y asustados. Entonces, lentamente, se acostó a su lado. Él meneó la cabeza con lentitud a un lado y a otro. Rose of Sharon aflojó un lado de la manta y descubrió el pecho.

- Tienes que hacerlo- dijo. Se acercó más a él y atrajo la cabeza hacia sí-. Toma- dijo- Así -su mano sujetó la cabeza por detrás. Sus dedos se movieron con delicadeza entre el pelo del hombre. Ella levantó la vista y miró a través del granero, y sus labios se juntaron y dibujaron una sonrisa misteriosa.

John Steinbeck,, 1999, "Las uvas de la ira,


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