domingo, 7 de agosto de 2011

La condición humana, André Malraux



Así termina “La condición humana” de Malraux, no es una obra filosófica, es sobre todo un texto humano, no es una obra épica sobre el Kuomitang ni el Partido Comunista Chino, describe lo que nos hominiza a pesar de nosotros mismos, sin alardes, sin más pretenciones que decir sobre lo fundamental de nuestras vidas, lo humano.

Gisors le cogió una mano.
–Ya conoce usted la frase: «Se necesitan nueve meses para hacer un hombre, y un solo día para matarlo.» Lo hemos sabido tanto como puede saberse, el uno y el otro... May, escúcheme: ¡no se necesitan nueve meses; se necesitan cincuenta años para hacer un hombre; cincuenta años de sacrificio, de voluntad, de... tantas cosas! Y, cuando ese hombre está hecho; cuando ya no queda en él nada de la infancia ni de la adolescencia; cuando, verdaderamente, es un hombre, no sirve más que para morir.
Ella le miraba, aterrada; él contemplaba las nubes.
–He querido a Kyo como pocos hombres quieren a sus hijos: usted lo sabe...
Retenía la mano de May; la atrajo hacia él y la tomó entre las suyas.
–Escúcheme: hay que amar a los vivos, y no a los muertos.
–No voy a Moscú para amar.
Gisors contemplaba la bahía magnífica, saturada de sol. Ella había retirado su mano.
–En el camino de la venganza, mi buena May, se encuentra la vida...
–No es una razón para llamarla.
Se levantó y le dio la mano, en señal de despedida. Pero él le tomó el rostro entre las manos y lo besó. Kyo la había besado así, el último día, exactamente así, y nunca, desde entonces, las manos de nadie habían vuelto a tomar su cabeza.
–Apenas lloro ya –dijo May, con amargo orgullo.


Alejandro.


¿Cuál es esa condición humana que pesa como una fatalidad sobre todos estos personajes? Malraux no nos da en realidad una respuesta definitiva, si bien apunta hacia ella en varias ocasiones. «Es muy raro que un hombre pueda soportar su condición de hombre», dirá Gisors, a Ferral. Y esta afirmación alberga en sí todo un abanico de posibilidades que sitúan a Malraux en la línea más pura del existencialismo. La silueta de un destino propio se cierne sobre los protagonistas, decíamos, como un deber singular e intransferible, porque, como le responderá Ferral, “un hombre es la suma de sus actos, de los que ha hecho y de los que puede hacer. “ ¿Cuál es, pues, la condición humana? Sin duda podrían darse, desde el libro mismo, diversas respuestas a esta pregunta, pero es fácil advertir que si una circunstancia es común a todos los personajes que recorren el texto, sin excepción alguna, es la soledad: la soledad absoluta de saberse frente a un destino que a nadie más atañe, de saberse responsable de las propias decisiones, o en términos de Sarte, de enfrentarse solos a la temible libertad de elegir. También la dignidad, cierto, se erige como emblema de la condición humana, pero el precio a pagar por ella es muy alto. Esto lo saben, o cuanto menos lo intuyen, todos los personajes, y por ello su lucha no será tanto para conquistar esa dignidad como para evadirse de su responsabilidad, para emanciparse de su condición de hombres sea por el camino que sea, como señalará nuevamente Gisors: Aparecida en el 1933, La condición humana gira en torno a los sucesos que habían sacudido China pocos años antes, en el 1927. La gran revolución que había unido el partido nacionalista Kuomintang, liderado por Chiang Kai-shek, y el Partida Comunista Chino contra la autocracia militar feudal de los conocidos como Señores de la guerra, estaba en el punto de mira del mundo entero. Algunos la contemplaban con miedo, es cierto, pero muchos otros la miraban como una promesa: la esperanza de una segunda gran revolución comunista, una revolución que traspasara los límites de Rusia y alargara su mano hacia el mundo entero. Sin embargo, las medidas que Kai-shek tomó para evitarlo fueron drásticas y brutales, y mostraron su decisión de atacar el problema en su raíz; el resultado fue una purga contra los comunistas que se selló con centenares de muertos, dando lugar a una terrible guerra civil que duraría hasta el 1950, año del triunfo comunista y del establecimiento de la República Soviética de la China.

"Quizás el amor sea, sobre todo, el medio que emplea el occidental para emanciparse de su condición de hombre…
Bajo sus palabras, se deslizaba una contracorriente confusa y oculta de figuras: Chen y el crimen; Clappique y su locura; Katow y la revolución; May y el amor: él mismo y el opio… Sólo Kyo se resistía a aquellos dominios"


La condición humana pasa, pues, según vemos, por la aceptación de las propias limitaciones y por la renuncia a la búsqueda del absoluto, puesto que la aspiración que nos lleva a él nos aleja de los demás hombres y, por ende, de nuestra propia circunstancia humana. Claro que ello no implica, ni mucho menos, renunciar a la individualidad para sumergirse en la masa anónima; por el contrario, esta sería también otra vía hacia el absoluto, la vía de Katow, que a pesar de sus virtudes acaba errando el camino, puesto que un colectivo humano sin individuos (el del sueño comunista) carece igualmente de sentido.

Publicado el 26 julio 2010 por Unlibroabierto

“ -(…) Además, los hombres son, quizá, indiferentes al poder… Lo que les fascina ante esa idea, ya ve usted, no es el poder real; es la ilusión del buen placer. El poder del rey es gobernar, ¿no es cierto? Pero el hombre no tiene deseo de gobernar: siente el deseo de dominar; usted lo ha dicho. De ser más que hombre, en un mundo de hombres. Escapar a la condición humana, le decía yo. No poderoso, sino todopoderoso. La enfermedad quimérica cuya justificación intelectual no es más que la voluntad de potencia, es la voluntad de deidad: todo hombre sueña con ser un dios.” - F. Nietzche.

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