sábado, 22 de octubre de 2011

El espíritu del perdón, sus límites



“…La pregunta de Arthur no era injustificada, después de todo. ¿Estamos todos los hombres hechos realmente de la misma materia?. Si eso fuera así, ¿Por qué unos son asesinos y otros victimas? ¿Existía realmente alguna relación personal entre nosotros, entre los asesinos y sus víctimas, entre nuestro comandante de campo Wilhaus y un judío torturado?” - Simon Wiesenthal, Los límites del perdón.

Hace poco volví a leer a Simon Wiesenthal, uno de los sobrevivientes del extermino nazi. Desde hace tiempo, demasiado quizás, me he preguntado sobre el perdón, de hecho hace un año, en Octubre 2010, transcribí algo que ya hace varios años redacte y lo intitule “El espíritu del perdón”, en el decía: “Sabes el perdón no es el olvido, ni la indiferencia, es la aceptación, es la posibilidad de enmendar nuestros yerros, es el canto del espíritu que nos da libertad y amor, que brota de la compasión y el dolor, es un acto de fe, pero sobre todo de confianza y de justicia, de compasión (acaso como dice el Corán: El Islam es una religión que está basada en la misericordia y que en todas sus enseñanzas manifiesta misericordia. No se encomienda algo que sea una carga o alguna dificultad insoportable porque Dios dice: "Dios no exige a nadie por encima de sus posibilidades" Corán 2:286).

El perdón requiere de tolerancia, pero requiere de una ofensa real, a veces no existe tal ofensa, es solo la ceguera y la soberbia lo que nos engaña a la vista y al corazón, a veces, sin embargo hay cosas, actos, palabras que no pueden ser perdonadas o que requieren en cierto sentido de un acto de purificación que redima, un acto que demuestre el arrepentimiento y el anhelo de enmendar en lo posible los yerros cometidos, el perdón no exime la culpa ni el castigo, por eso a mí no me es posible perdonar la cobardía ni la traición”.


Sin embargo al revisar esto a la luz de “Los límites del perdón”, de Simon Wiesenthal, me pregunto si es posible perdonar, exculpar al victimario, me di cuenta que hace muchos años me rompieron por dentro, que estoy roto y eso nunca va a sanar, es como una de esas enfermedades que en el mejor de los casos se debe aprender a vivir con ella, que si bien es cierto, no perdonas ni olvidas, tampoco te destruye, no odias, solo buscas justicia, no venganza.

A principio de este año, en México fue capturado un niño de 13 años partícipe de los carteles de narcotraficantes, él tenis básicamente dos funciones, una degollar a las víctimas, dos desaparecer los cuerpos, esto lo hacía con sus hermanas un poco mayores que él, este niño era un drogadicto, el declara que lo secuestraron, le hicieron consumir droga hasta convertirlo en un adicto y posteriormente lo obligaron a cometer los asesinatos y desapariciones (parece un acto de prestidigitación, verdad), comenta el niño que eran aproximadamente 300 víctimas, no sé si esto es posible, pero lo que me queda claro es que ya no existía alma ni escrúpulo alguno en ese cuerpo y en el de sus hermanas y demás victimarios.

Recién fue muerto Gadaffi (anteriormente era Kadaffi), durante varios años fue un símbolo de la lucha contra el imperialismo yankee, después, hace poco se va convirtiendo en su aliado, aunque durante años desarrollo actos comerciales con occidente, su pueblo, se revela, toma las armas y las calles, las aldeas, los caminos y lo combate, forma un gobierno alternativo, durante todos los años que gobernó, miles murieron, en estos últimos meses por su ambición y deseo de poder, mueren otros más.

En 2001 Bush declara la guerra santa, el imperio suelta su jauría, miles de muertos y torturados, hombres, mujeres, niños, ancianos, son víctimas, son secuestrados y llevados a Guantánamo, donde la tortura es lo cotidiano.

Y podemos seguir y llenar cuartillas enteras, miles de letras y de nombres de personas, de lugares que han sido víctimas, los campos de exterminio Nazis, Boznia-Herzegobina, Camboya, Chile, Nicaragua, Ruanda, así como la brutalidad contra los y las diferentes, los homosexuales, las lesbianas, los negros, los amarillos (por eso yo creo que Dios es hermafrodita y tiene la piel como el arcoíris, de colores), y muchos, muchos más.

Simon Wiesenthal, “El punto más importante es, por supuesto, la cuestión del perdón. Perdonar es algo que solo el tiempo puede conceder, pero también el perdón es un acto de voluntad y solo la victima tiene la autoridad para tomar la decisión”.

La pregunta en cuestión es “¿existe un límite para el perdón?”, ¿se deben de perdonar todos los victimarios?, ¿la sociedad, el grupo, la familia que permite esto, no tiene alguna responsabilidad?, ¿acaso las víctimas son solo los muertos, los torturados, los sobrevivientes, no lo son, también sus familiares, amigos, sus compañeros?

“Eres cualquiera y no eres nadie, quien tú inventas o recuerdas y quien inventan y recuerdan otros, los que te conocieron hace tiempo, en otra ciudad y en otra vida, y se quedaron de ti como una imagen congelada de quien eras entonces, una de esas fotos olvidadas que a uno le extrañan y hasta le repelen cuando vuelve a verlas al cabo de los años. Eres quien imaginaba porvenires quiméricos que ahora te parecen pueriles, y quien amó tanto a mujeres de las que ahora ni te acuerdas, y quien te avergüenzas de haber sido, quien fuiste a veces sin que lo supiera nadie. Eres lo que otros, ahora mismo, en alguna parte, cuentan de ti, y lo que alguien que no te ha conocido cuenta que le han contado, y lo que alguien que te odia imagina que eres. Cambias de habitación, de ciudad, de vida, pero hay sombras y dobles tuyos que siguen habitando en los lugares de los que te marchaste, que no han dejado de existir porque tú ya no estés en ellos. De niño corrías por la calle imaginando que cabalgabas, y eras al mismo tiempo el jinete que espolea al caballo con gritos de vaquero de película y el caballo que corre al galope, y también el niño que veía esa cabalgada en una película, y el que al día siguiente se la cuenta con fervor a sus amigos que no fueron a verla al cine de verano, y el que escucha a otro contar historias o películas, con la mirada atenta y las pupilas brillantes, el que pide un cuento más para que su madre no se vaya y apague la luz, el que termina de contarle un cuento a su hijo y ve en su mirada, reconociéndose en ella, todo el entusiasmo nervioso de la imaginación, las ganas de seguir escuchando, de que no se quede en silencio la voz afectuosa que cuenta ni se haga la oscuridad en la habitación rápidamente invadida por las sombras del miedo”. - Muñoz Molina, Antonio – Sefarad.


Eso es lo que queda después de todo, la víctima que sobrevive, sus parientes, sus amigos, sus compañeros se van secando, están rotos, desquebrajados, huecos.

Para Jean Améry las víctimas no pueden admitir nada que no sea la justicia. Y, frente a su ausencia, a los supervivientes, como él, sólo les queda el resentimiento. Nos dice que la sociedad que produce el crimen se convierte para ellos en una sociedad enferma. El aire está viciado por la respiración de los verdugos. No puede olvidarse que éstos actuaron en complicidad con la pasividad informe de muchos. Esa complicidad con los asesinos también ensucia los respiraderos sociales. Es preciso comprender que lo que nos cuenta Améry sobre la repugnancia íntima que sintió en los años sesenta ante el bienestar alemán no es un sentimiento irracional. Los que no somos víctimas debemos comprender el derecho al resentimiento de quienes no llegaron a ver reparada su cualidad de seres humanos. ¿Pedía tanto Améry? Pedía justicia y el reconocimiento de la culpa colectiva de quienes en la sociedad alemana crearon y sostuvieron el nazismo.

Una forma secundaria de justicia, no poética sino necesaria, sería la memoria. El dolor infinito de un ser humano individualizado, o la multitud de los dolores de las multitudes, exigirían algo imposible, una memoria infinita del dolor. Frente a ello sólo puede apostarse por la pequeña memoria de la lucha por la dignidad y contra la barbarie, la negativa a aceptar la reconciliación con el crimen, la certeza de que cuando alguien enarbola (real o simbólicamente) el retrato de Hitler o Stalin, tenemos que rebelarnos frente a los que, al hacerlo, reabren simbólicamente todo el dolor insatisfecho de las víctimas.

La elucidación sobre los campos de concentración nazis y estalinistas y, muy especialmente, la reflexión singular sobre los campos de exterminio, no da lugar a una ceremonia de reconciliación. Cuando miramos a esas experiencias límite no podemos hacerlo en busca de un bálsamo sino para encontrar un revulsivo contra el mal radical que sabemos ha anidado en el pasado y que puede volver a hacerlo en ciertos recovecos del desarrollo histórico.

Para concluir, es cierto, el perdón solo lo otorga la víctima, este es un acto de misericordia hacia ambos (victima-victimario), los actos humanos no se reducen (por desgracia) a esta violencia, sino que la trascienden y son de lo cotidiano, la mujer golpeada, el niño maltratado, el trabajador humillado, la pareja abandonada por ya no servir o ser atractiva, el perdón entonce adquiere un tamaño casi divino, por ello el perdón lo deben otorgar solo quienes sufren y lo deben de recibir aquellos que han recuperado su alma, que están arrepentidos.

Sé que este es un tema que se tamiza en la criba de los sentimientos, pero también sé que no es posible perdonar sino se habla y se acepta, no es sólo un acto moral, ético, ni religioso, tampoco es exclusivamente jurídico o político, es ante todo un acto y un sentimiento humano.

Alejandro.

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