Hay libros que son hitos en la vida, “La Tregua” de
Mario Benedetti es uno de ellos, la primera vez que leí a Benedetti fue por
1975 o 1976, así leí “El cumpleaños de Juan Ángel” y “La Tregua”, este último
me abrió la posibilidad de la lectura y de la escritura, desde una novela escrita
como un diario, algo intimo, yo hacía tiempo había leído a Ana Frank, pero su
impacto fue de otra índole, no en el mundo de lo lúdico, de lo intimo, lo onírico,
que fue el caso de la Tregua. El libro es mágico, es un diario personal,
escrito con una indudable pasión inmensurable.
Ese escribir desde dentro para uno mismo es lo que
he hecho las más de las veces, pero también me brindo la posibilidad de
enfrentar grandes y difíciles prejuicios, la homosexualidad, el amor
distanciado o construido desde dos edades distantes, la libertad sexual, el
sexismo, es un texto contundente, que abre la posibilidad a diferentes maneras
de entender y de vivir, una limitada, cercada por los miedos y la otra,
abierta, capaz de servir de cimiento para la libertad.
Aparte de eso, el uso del lenguaje, sencillo,
seductor, contundente, lleno de erotismo y de brutalidad, un lenguaje que
describe la fisonomía de los personajes en su forma y en su espíritu, así
Santomé, un padre, viudo, solitario, se da cuenta de que a pesar de su edad es
capaz de amar, de sentir, vuelve al asombro, eso que se va perdiendo conforme
vamos viviendo.
Un hijo homosexual que decide salir del “closet” y
que con su acto demuestra su valor y confronta a su familia, una hija que es
usada y que descubre que su padre puede ser un buen amigo, un hijo “macho”,
oportunista que al terminar se da cuenta que su padre es un ancla para que él
no zozobre.
Y Santomé, que del asombro del amor parte hacia la
construcción de otro ser humano, uno más liberal, compasivo, valiente, el amor
lo fortalece y así puede ser el amigo, el que comprende, el ancla de sus hijos.
En la tregua, Martín Santomé, es uno de esos personajes que dan
genuina lástima, es uno de esos personajes que desearías tenga un final feliz,
un final dichoso. En la mitad de esta novela, eso parece ocurrir, pues Santomé
vuelve a enamorarse como un joven perdido. Aparece en su vida la tranquila e
introvertida Laura Avellanada quién vuelve hacerle creer que ese regalo llamado
"vida" tiene sus cosas hermosas y bellas.
A pesar de la gran diferencia de edad que los dos
personajes centrales tienen, del entorno en que se desarrolla su relación, de
la desaprobación de dos de los hijos de el protagonista, de la pronta
jubilación de Santomé, de sus problemas existenciales y de la aparición de
Isabel, recuerdo de la esposa difunta de Martín, quién cobra fuerza en la
novela, esta relación es de envidiar. Y lo digo, porque existe ese temor miedo
y desconfianza de lo ocurrirá en el futuro; pero que; sin embargo, no empaña la
felicidad que estos dos seres humanos, que fortuitamente se conocieron un
día, están decididos a experimentar.
Ella lo comprende, lo cuida y quizás lo consuela de
lo que le ha tocado y le tocará vivir. Él la ama, la respeta, la cela y la
protege. Es un cariño puro que se observa desarrollarse plenamente, uno desea
que esa pareja aunque no sea real, tenga un final pleno, dichoso y feliz.
Es un texto realmente con muchos matices, el sábado, 25 de septiembre de 2010 escribí un
poco sobre este texto, pero sobre todo lo hice para mí, ahí use la carta que
Laura le escribe a Santomé, porque es realmente maravillosa y siempre ha sido
uno de los puertos a los que acostumbro llegar cuando el dolor, la soledad y la
melancolía me abruman, si lo desean leer pueden buscarlo en: http://alejandro-ellugardetodos.blogspot.mx/2010/09/lo-recuerdas.html
Allá por 1977 vi la película dirigida por Sergio Renán y filmada
en 1974, que es la versión libre del libro de Benedetti, aquí se las dejo para
que la disfruten tanto como lo hice yo hace tanto tiempo, en esa pequeña obra
de arte escuche por vez primera a Astor Piazzola con su “Adiós Nonino”, así que
también inicie una travesía musical primero por la obra de Piazzola y después por
el mundo del tango.
Hoy se que debo agradecer por el fuego, por esa
llama de lectura, gozo, conocimiento que me dio Benedetti.
Alejandro.
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