jueves, 27 de diciembre de 2012

Un poco de historia ... Del Congo a Bélgica a México




“El ser humano es el abismo donde los contrarios se funden”
Ceorge Bataille.

En estas fechas (fin de año, navidad y el fin del mundo), se esperan siempre comentarios y lecturas reconfortantes (así me decían cuando era niño), más también es tiempo de mirar a un pasado no tan lejano, es también el momento de reflexionar y de pensar que la redención del espíritu humano no es acto de gracia ni un acto fortuito, es y debe ser un compromiso con la paz, con la no violencia, con la educación, con la tolerancia, con el respeto, es la aceptación de la otredad, por eso escribo esto y lo hago con todo el respeto al pueblo belga, por lo general, los pueblos son los objetos de las falacias y la barbarie de sus estados y gobiernos.

La historia es per se la madre de las paradojas, aquí, en México a miles de kilómetros de lo que era el Congo Belga, se instala un imperio con monarcas europeos, Maximiliano de la casa de los Habsburgo y su esposa, Carlota Amalia de Bélgica, hija del rey Leopoldo II de Bélgica (primero de la Casa de Sajonia-Coburgo-Gotha).

Así como vasos comunicantes una parte de la inmensa fortuna de Rey de Bélgica vino a parar a México, más esta paradoja conlleva una historia que se teje con hilos teñidos de sangre y dolor, la de los habitantes del Congo y la de los habitantes de México.

Ya he escrito sobre Carlota -quien por cierto era la segunda mujer más rica del mundo, después de la Reina Victoria de Inglaterra-, hoy deseo escribir sobre el dolor de los pueblos, esos formados por mujeres, niños, hombres, ancianos, del Congo Belga, esos que cimentaron el derecho del Congo a ser libre y que el mismo dinero que salió de África, regresara desde su casa en Bruselas para que a mediados de los años 60´s pagara a los asesinos de Lumumba y comprara las armas que dejaron nuevos muertos, como si los 20 millones de la era de Leopoldo no fuesen suficientes.

Cuando en 1876, Leopoldo II de Bélgica creó la Asociación Internacional Africana y financió luego la expedición de Stanley al río Congo (1879-1884), se estaban poniendo las bases para una de las mayores tragedias de la humanidad. Al principio, tanto Europa como los Estados Unidos apoyaron lo que creyeron que era una misión humanitaria y civilizadora. Pero en realidad se estaba permitiendo que uno de los peores monstruos de la historia diese rienda suelta a sus ansias de riqueza sin que nadie supiera lo que estaba de verdad ocurriendo en “el corazón de las tinieblas”: el exterminio cruel de los habitantes de la región. Sólo cuando comenzaron a surgir textos de denuncia, la opinión pública empezó a ser consciente de la realidad.


Se calcula que durante los años de dominio de Leopoldo sobre el Congo fueron exterminados unos diez millones de nativos, la mayoría de ellos esclavizados, mutilados, asesinados o amenazados con la muerte para que trabajaran en la obtención de caucho.

En 1895, el misionero Henry Grattan Guinness fue avisado de los abusos sufridos por la población del Estado Libre del Congo e instaló allí una misión. Obtuvo promesas de mejora de Leopoldo, pero nada cambió. El periodista británico Edmund Dene Morel, ex agente de una compañía de navegación encargada del transporte del caucho hacia Europa, y conocedor de las estructuras comerciales establecidas en África del oeste, fue también uno de los primeros en avisar a la opinión internacional sobre los crímenes cometidos, recogiendo por primera vez pruebas testimoniales y documentales. Pero no fue hasta 1903, dos años después del fallecimiento de la reina Victoria, prima de Leopoldo, que la Cámara de los Comunesadoptó una resolución crítica sobre la gestión del Congo y encargó al diplomático Roger Casement que investigara los hechos. Su informe, conocido como el Informe Casement, se hizo público al año siguiente y tuvo un impacto considerable en la opinión pública. El gobierno británico envió copias a los 14 países firmantes de la Conferencia de Berlín de 1884/1885, pidiendo que se revisara la concesión privada del Congo al rey de Bélgica.


El diputado socialista belga Émile Vandervelde y parte de la oposición parlamentaria consiguieron, en contra de la opinión del rey, que se creara una comisión independiente de investigación, cuyo informe confirmó las observaciones de Casement y Morel. Por su parte el Rey envió su propia comisión de investigación, constituida de funcionarios públicos belgas, que negó toda clase de abusos y apoyó su labor "civilizadora."

Las consecuencias inmediatas de esos informes se limitaron al arresto de algunos soldados del Estado Libre acusados del asesinato de centenares de congoleños en 1903. El rey Leopoldo, pese al escándalo, mantuvo su control sobre el Congo hasta 1908, fecha en la que el Parlamento belga, bajo la presión internacional, decidió anexionarlo y asumir su administración. Leopoldo II aceptó firmar el Tratado de cesión del Estado Independiente del Congo el 28 de noviembre de 1907.

Esta cesión fue incluida en 1908 en el acta conocido como «Donación real», por la que Bélgica "heredaba" el Congo, así como de la gestión de las inmensas propiedades personales del Rey en Bélgica, preservando su disfrute por sus sucesores en el trono y prohibiendo su venta o alteración. Leopoldo justificó el tratado afirmando que como sólo tenía hijas, todas casadas con príncipes extranjeros, no quería que su herencia fuera desmembrada después de su muerte.

Leopoldo II utilizó la fortuna amasada con la explotación del Congo para financiar un programa de obras públicas, ejemplos del cual son el Palacio de Justicia de Bruselas, la Avenida de Tervueren, también en Bruselas, y el complejo palaciego de Laeken, actual residencia de la familia real belga. Para celebrar el 50 aniversario de la independencia de Bélgica, mandó construir el Parque del Cincuentenario, dominado por el Arco del Cincuentenario. Embelleció también la ciudad de Ostende, donde creó el hipódromo y el parque María Enriqueta.

Constituyó un patrimonio personal en las Ardenas, que cuenta con 6.700 ha de bosques y fincas agrícolas, un campo de golf, y los castillos de Ciergnon, Fenffe, Villers-sur-Lesse y Ferage.

En el aspecto militar, mandó fortificar las ciudades de Amberes, Namur y Lieja, e instituyó el servicio militar obligatorio para un hijo por familia.

Se puede consultar:
“El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad, Primera edición: Universidad Veracruzana, 1996

“La tragedia del Congo” de G. W. Williams, Roger Casement, Arthur Conan Doyle, Mark Twain, Ediciones del Viento, 2010

Le roi blanc, le caoutchouc rouge, la mort noire (El rey blanco, el caucho rojo, la muerte negra), documental de Peter Bate, Reino Unido, 2003

"King Leopold's Soliloquy: A Defense of His Congo Rule", Mark Twain.

El trabajo fotográfico de Alice Harris.

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Boston Daily Globe, 6 de noviembre de 1905, p. 9
REPORTAJE ESPECIAL

EN EL ESTADO DE ÁNIMO GENIAL.
Mark Twain Charlas a los periodistas.
Tiene mucho de interés para decir sobre diversos temas.
Humorista Lee algunas de sus últimas Aforismos.

"Un hombre que es un pesimista antes de cumplir los 48 es un tonto - él sabe demasiado Un hombre que no es un pesimista después de que la 49 es un tonto -. Él no sabe lo suficiente.

Esta fue una de las reflexiones de Mark Twain ayer por la tarde durante la conversación con un grupo de hombres de prensa en la residencia del Pearmain GB, 388 st Beacon.

El famoso humorista estaba hablando de la vejez y que se aproxima su cumpleaños 71, que viene el día 30 de este mes, cuando hizo el comentario anterior.

El coronel Thomas Wentworth Higginson estuvo presente durante la entrevista combinación, que duró más de dos horas, un tiempo durante el cual se discutieron una amplia gama de temas y comentarios sobre mi señor Clemens. Se encontraba en un marco genial de la mente y con poco esfuerzo de parte de los periodistas que hablaron sobre la vejez y sus manifestaciones, en las leyes de derechos de autor, por el rey Leopoldo y los horrores Estado Libre del Congo, en Rusia y en el actual levantamiento y en injerto Latina y injertadores. También leyó algunos de sus últimos aforismos y un par de cartas de personas que tenían puntos de vista claramente opuestos a sí mismo y sus escritos.

Cada tema se refirió a Mark Twain estaba iluminada por alguna anécdota o experiencia o por alguna observación cáustica que suele golpear "el dedo en la llaga".

(…)



Sobre el Congo y los Horrores del Estado señalo que:

Los horrores del Estado Libre del Congo, según lo dicho por los misioneros, han derribado sobre la cabeza del rey Leopoldo de Bélgica todas las copas de la ira de Mark Twain y el sarcasmo. Él no tiene ningún uso para el rey Leopoldo, y que acaba de publicar un poco de trabajo titulado "Soliloquio del rey Leopoldo," lo que demuestra el monarca de Bélgica, que también monarca del Estado Libre del Congo, en cualquier cosa menos una luz agradable.

Él cree que el informe que acaba de ser hecha por el comité que el rey nombró para investigar la situación en el Congo es una farsa y una mentira. Los misioneros y las fotografías que los misioneros han tenido desmienten informe de la comisión del rey Leopoldo, dijo.

"Leopoldo es demasiado conocido como una persona doméstica, como una persona de la familia", dijo Mark Twain, en broma, "como un rey y un pirata, a creer lo que dice. Él se sienta como en casa y bebe sangre. Su testimonio no es bueno. Los misioneros están para ser creídos He visto fotografías de los nativos con las manos cortadas porque no llevan la cantidad de goma correspondiente Si Leopoldo hubiese tan sólo matado abiertamente no sería tan malo,…sino que corta las manos, dejándolos indefensos para morir en la miseria - esto no es perdonable.

"Estamos interesados en todo esto porque fuimos el primer país en reconocer al villano Estado Libre del Congo de Leopoldo en 1885."

Sr. Clemens comentado en algunas de las brutalidades cometidas por otras naciones en los nativos de África y citó la guerra Matabele, en la que el Inglés masacro a tantos miles de los matabeles.

El Sr. Clemens al parecer nunca había mucho uso de Cecil Rhodes o los métodos que se utilizan en la introducción de la civilización a Sudáfrica. En 50 años que cree que las minas en el Rand se elaborarán y el país volverá una vez más a los Boers.

Nsala of Wala frente al horror (República Democrática del Congo, 1904) Esta fotografía tomada por Alice Harris muestra a Nsala Wala, un miembro de la tribu Nsongo, frente al pie y la mano mutilados de su hija.

El pie de foto original, que aparecía en un libro de Mark Twain, "King Leopold's Soliloquy: A Defense of His Congo Rule", decía: "Con la mano y el pie de su pequeña hija de cinco años, todo lo que quedó de una fiesta caníbal de los centinelas del caucho. Los centinelas mataron a su mujer, a su hija y a su hijo, cortando los cuerpos y cocinándolos para comerlos."

Si bien es posible que el canibalismo fuera una exageración, lo que sí que es seguro es que esta foto fue tomada durante las represalias que llevó a cabo la milicia de ABIR (Anglo-Belgian India Rubber Company) ante las rebeliones de distintas tribus (en este caso los Nsongo) por la esclavización para la recolecta de caucho en tiempos del Congo Libre.

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CARTA ABIERTA A SU SERENA MAJESTAD LEOPOLDO II, REY DE LOS BELGAS Y SOBERANO DEL ESTADO INDEPENDIENTE DEL CONGO, ENVIADA POR EL CORONEL GEO. W. WILLIAMS, DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA EN 1890.

Apreciado y buen amigo:

Tengo el honor de someter a la consideración de Vuestra Majestad algunas reflexiones relacionadas con el Estado Independiente del Congo, basadas en el estudio y la investigación detallados del país y del carácter del Gobierno personal que habéis establecido en el continente africano.

Para mí ha sido un placer aprovechar la oportunidad que se me concedió el año pasado de visitar vuestro Estado en África; y ahora tengo el desgarrador deber de hacer saber a Vuestra Majestad, de forma clara aunque respetuosa, lo desilusionado, decepcionado y desalentado que me he sentido. Todas las acusaciones que estoy a punto de presentar contra el Gobierno personal de Vuestra Majestad en el Congo han sido cuidadosamente investigadas; se ha elaborado una lista exacta de testigos capacitados y veraces, documentos, cartas, informes oficiales y fechas, que será depositada al cuidado del Ministro de Asuntos Exteriores de Su Británica Majestad, hasta que se pueda crear una Comisión Internacional con poder suficiente para convocar personas y documentos, para tomar juramentos, y para dar fe de la verdad o falsedad de dichas acusaciones.

Hubo ocasiones en las que D. HENRY M. STANLEY envió a un hombre blanco, acompañado de cuatro o cinco soldados zanzibaritas, a negociar tratados con los jefes nativos. El argumento principal era que el corazón del hombre blanco se había cansado de las guerras y de los rumores de guerra entre los distintos jefes, entre las distintas aldeas; que el hombre blanco estaba en paz con su hermano negro y deseaba “confederar todas las tribus africanas” para su defensa general y el bienestar público. Todos los juegos de manos habían sido cuidadosamente ensayados, y Stanley estaba preparado para lo que tenía que hacer. En Londres había comprado cierto número de baterías eléctricas que, al fijarlas en el brazo por debajo de la casaca, se comunicaban con una cinta que pasaba por la palma de la mano del hermano blanco, y cuando éste daba al hermano negro un cordial apretón de manos, el hermano negro se quedaba muy sorprendido ante la gran fuerza del hermano blanco, porque lo dejaba tambaleándose con sólo darle la mano de la fraternidad. Cuando el nativo preguntaba acerca de la disparidad de fuerza entre su hermano blanco y él, se le decía que el hombre blanco era capaz de arrancar árboles y realizar las más asombrosas demostraciones de fuerza. Después venía el número de la lupa. El hermano blanco sacaba un cigarro del bolsillo, de un mordisco le arrancaba la cabeza con aire despreocupado, interponía la lupa entre el puro y el sol, y se lo fumaba complacido, para gran sorpresa y terror de su hermano negro. El hombre blanco explicaba entonces su íntima relación con el sol y afirmaba que, si le resultara necesario pedirle que quemara la aldea de su hermano negro, éste la quemaría. El tercer número era el truco de la bala. El hombre blanco cogía un arma de percusión, rasgaba el extremo del papel que unía la pólvora a la bala, y metía la pólvora y el papel en el arma, mientras deslizaba la bala en su manga izquierda. Sobre la boca del arma ponía un fulminante, y le pedía al hermano negro que se alejara unos diez metros y disparara contra su hermano blanco para demostrar que éste era un espíritu y, por lo tanto, resultaba imposible matarlo. Después de mucho rogárselo, el hermano negro apuntaba al hermano blanco con el arma, apretaba el gatillo, el arma se disparaba, el hombre blanco se encorvaba… ¡y se sacaba la bala del zapato!

Con métodos como estos, demasiado estúpidos y repugnantes como para hablar de ellos, y unas cuantas cajas de ginebra, vuestra Majestad se ha convertido en el dueño de aldeas enteras. Cuando llegué al Congo, lo primero que hice fue buscar los resultados de tan brillante programa: “amparo y acogida”, “iniciativa benéfica”, “esfuerzo práctico y sincero” para incrementar los conocimientos de los nativos “y asegurar su bienestar”. Jamás había imaginado que los europeos fuesen capaces de establecer un gobierno en un país tropical sin construir un hospital; sin embargo, desde la desembocadura del Congo hasta su cabecera, aquí, en la séptima catarata, a una distancia de 1.448 millas, no hay ni un solo hospital para europeos, y únicamente tres cobertizos para los africanos enfermos al servicio del Estado, que no son aptos ni para albergar a un caballo. Los marinos que enferman suelen morir a bordo de sus buques en Banana; y de no ser por la humanidad de la Dutch Trading Company en dicho lugar -que a menudo abre su hospital privado a los enfermos de otros países- muchos más morirían. El gobierno de Vuestra Majestad no tiene a su servicio ni un solo capellán para consolar a los enfermos o enterrar a los muertos. Vuestros hombres blancos enferman y mueren en sus alojamientos o en la ruta de las caravanas, y pocas veces reciben un entierro cristiano. Con pocas excepciones, los cirujanos del Gobierno de Vuestra Majestad han sido hombres de gran habilidad profesional, entregados a su deber, pero que se encontraban casi sin material médico y sin espacios en los que tratar a sus pacientes. Los soldados y trabajadores africanos del Gobierno de Vuestra majestad aún viven peor que los blancos, porque sus alojamientos son más pobres, casi tan malos como los de los nativos; y en los cobertizos que reciben el nombre de hospitales languidecen sobre un lecho de cañas de bambú sin mantas, almohadas o alimentos que no sean los mismos que se les sirven cuando están bien: arroz y pescado.

Estaba deseando ver hasta qué punto los nativos habían “adoptado el amparo y la acogida de la iniciativa benéfica” (?) de Vuestra Majestad, y me llevé una amarga desilusión. Los nativos del Congo, en lugar de “adoptar el amparo y la acogida” del Gobierno de Vuestra Majestad, se quejan de que les han arrebatado sus tierras por la fuerza, de que el Gobierno es cruel y arbitrario, y afirman que ni aman ni respetan al Gobierno y a su bandera. El Gobierno de Vuestra Majestad les ha embargado la tierra, quemado los poblados, robado sus propiedades, esclavizado a sus mujeres y niños, y cometido otros crímenes, demasiado numerosos para mencionarlos en detalle. Es natural que en todas partes retrocedan horrorizados ante el “amparo y la acogida” que el Gobierno de Vuestra Majestad les brinda con tanta avidez.

Sé, con total seguridad, que no “se ha realizado ningún esfuerzo práctico y sincero para incrementar sus conocimientos y asegurar su bienestar”. El Gobierno de Vuestra Majestad jamás se ha gastado ni un solo franco con fines educativos, ni instituido sistema práctico de industrialización alguno. En realidad, se han adoptado las medidas menos prácticas contra los nativos, en casi todos los aspectos; y en Boma, la capital del Gobierno de Vuestra Majestad, no hay ni un solo nativo empleado. El sistema laboral es todo lo contrario a práctico; los soldados y trabajadores del Gobierno de Vuestra Majestad llegan, en gran cantidad, importados de Zanzíbar, a un coste de 10 libras por cabeza, y de Sierra Leona, Liberia, Accra y Lagos por entre 1 y 10 libras. A estos reclutas se los transporta en circunstancias aún más crueles que las empleadas en Europa para transportar el ganado. Comen arroz dos veces al día, usando sólo la mano; suelen pasar mucha sed en la estación seca; se ven expuestos al calor y a la lluvia, y duermen sobre las cubiertas sucias y mojadas de los navíos, tan apiñados, que yacen entre excrementos humanos.

Cuando los que sobreviven llegan al Congo, se les pone a trabajar como obreros por un chelín al día; como soldados se les prometen dieciséis chelines al mes en dinero inglés, pero se les suele pagar en pañuelos baratos o nociva ginebra. El trato cruel e injusto al que se ven sometidas estas gentes les mina la moral a muchos, y los lleva a despreciar y desconfiar del Gobierno de Vuestra Majestad. Son enemigos, no patriotas.

Al servicio del Gobierno de Vuestra Majestad en el Congo hay entre sesenta y setenta oficiales del ejército belga, de los que sólo unos treinta están en sus puestos; la otra mitad se halla en Bélgica de permiso. Estos oficiales perciben una paga doble: como soldados y como civiles. No es mi deber criticar el uso ilegal y anticonstitucional de dichos oficiales cuando entran al servicio de este Estado africano. Semejante crítica llegará, con más elegancia, de algún estadista belga que recuerde que no subsiste relación constitucional u orgánica entre este Gobierno y la monarquía absoluta y completamente personal que Vuestra Majestad ha establecido en África. Pero me tomo la libertad de decir que muchos de esos repesentantes son demasiado jóvenes e inexperimentados como para que se les confíe la complicada tarea de tratar con las razas nativas. No conocen el carácter nativo y carecen de sensatez, sentido de la justicia, entereza y paciencia. Ellos han alejado a los nativos del Gobierno de Vuestra Majestad, han sembrado la semilla de la discordia entre tribus y aldeas, y algunos han manchado el uniforme del oficial belga con el asesinato, el incendio intencionado y el robo. Otros representantes han servido fielmente al Estado y merecen un buen trato por parte de su Real Señor.

De estas observaciones generales deseo pasar, ahora, a las acusaciones concretas contra el Gobierno de Vuestra Majestad.


PRIMERA.- El Gobierno de Vuestra Majestad carece de moral militar y solidez financiera, necesarias para gobernar un territorio de 1.508.000 millas cuadradas (3.905.720 Km²), 7.251 millas de navegación (11.674 Km), y 31.694 millas cuadradas (82.087 Km²) de superficie lacustre. En el Bajo Congo sólo hay un puesto, en la región de las cataratas. Desde Leopoldville a Ngombe, una distancia de más de 300 millas, no hay ni un solo soldado o civil. Ni uno de cada veinte representantes del Estado conoce la lengua de los nativos, a pesar de estar continuamente dictando leyes difíciles incluso para los europeos, y de esperar que los nativos las comprendan y las respeten. Los nativos ponen en práctica las crueldades más asombrosas, como enterrar esclavos vivos en la tumba de un jefe muerto, o cortar las cabezas de los guerreros capturados en los combates que tienen lugar entre ellos, pero el Gobierno de Vuestra Majestad no realiza esfuerzo alguno por impedirlas. Al año, se venden entre 800 y 1.000 soldados para que los nativos del Estado del Congo se los coman; y dentro de los límites territoriales del Gobierno de Vuestra Majestad se realizan incursiones en busca de esclavos, de las que se encargan las gentes más crueles y de instintos más asesinos, ante las que el Gobierno resulta impotente. En el Congo sólo hay 2.300 soldados.

SEGUNDA.- El Gobierno de Vuestra Majestad ha fundado casi cincuenta puestos, que cuentan con entre dos y ocho soldados-esclavos mercenarios de la Costa Este. En esos puestos no hay un oficial blanco al mando; ellos se encargan de los soldados negros de Zanzíbar, y el Estado espera de ellos no sólo que se mantengan por sí mismos, sino que realicen incursiones suficientes como para alimentar las guarniciones en las que se acantonan los hombres blancos. Estos puestos piratas y desaprensivos obligan a los nativos, a punta de pistola, a proporcionarles pescado, cabras, aves de corral y hortalizas; y cuando los nativos se niegan a alimentar a estos vampiros, informan a la estación principal y aparecen los oficiales blancos, acompañados por una fuerza expedicionaria que prende fuego a las casas de los nativos. Estos soldados negros, muchos de ellos esclavos, ejercen el poder de la vida y de la muerte. Son ignorantes y crueles, porque no comprenden a los nativos; el Estado se los impone. No informan del número de robos que cometen, ni del número de vidas a las que ponen fin; sólo se les pide que subsistan aprovechándose de los nativos y, así, liberen al Gobierno de Vuestra Majestad del coste que supondría alimentarlos. Son la mayor lacra que sufre el país en estos momentos.

TERCERA.- El Gobierno de Vuestra Majestad es culpable de violar los contratos firmados con sus soldados, mecánicos y trabajadores, muchos de los cuales son súbditos de otros Gobiernos. Sus cartas nunca llegan a destino.

CUARTA.- Los Tribunales del Gobierno de Vuestra Majestad son fracasados, injustos, parciales y delincuentes. He presenciado y examinado en persona su torpe funcionamiento. Las leyes publicadas y puestas en funcionamiento en Europa “para la protección de los negros” en el Congo, son letra muerta y un fraude. He oído a un oficial del Ejército belga defender la causa de un hombre blanco de baja graduación que era culpable de golpear y apuñalar a un negro, para lo que presentó la distinción de razas y los prejuicios como motivos suficientes por los que su cliente debía ser absuelto. Sé que algunos prisioneros llevan dieciséis meses bajo custodia porque no han sido juzgados. Vi cómo sorprendían al sirviente blanco del gobernador general CAMILLE JANSSEN robando una botella de vino en la mesa de un hotel. Unas horas después, el procurador general registró su habitación y encontró muchas más botellas de vino robadas y otras cosas que no eran propiedad de los criados. En el Estado del Congo no se puede procesar a nadie sin una orden del gobernador general, y como éste se negó a que permitir que arrestaran a su sirviente, no se pudo hacer nada. Los criados negros del hotel en el que se robó el vino habían sido acusados de los robos y apaleados a menudo, y ahora se alegraban de que se supiera la verdad. Pero, para sorpresa de todo hombre honrado, el ladrón se hallaba bajo la protección del gobernador general del Gobierno de Vuestra Majestad.

QUINTA.- El Gobierno de Vuestra Majestad es excesivamente cruel con sus prisioneros, y los condena, por las infracciones más leves, a la cadena de presos, algo que no ocurre con ningún otro Gobierno del mundo civilizado o sin civilizar. Estas cadenas para bueyes se clavan en los cuellos de los prisioneros y les producen úlceras, alrededor de las cuales se posan las moscas, agravando la llaga supurante; de manera que el prisionero siempre está molesto. A estas pobres criaturas se las suele azotar con un pedazo seco de piel de hipopótamo que se llama chicote, y la sangre suele fluir con cada golpe, cuando se sabe emplear. Las crueldades infligidas a soldados y trabajadores no pueden ni compararse con los sufrimientos de los pobres nativos a los que, bajo el más mínimo pretexto, arrojan a las miserables prisiones del Alto Congo. No puedo detenerme a hablar de las dimensiones de dichas cárceles en esta carta, pero lo haré en el informe que presentaré ante mi Gobierno.

SEXTA.- Se importan mujeres al Gobierno de Vuestra Majestad con fines inmorales. Se introducen de dos maneras: se envían hombres negros a la costa portuguesa, donde contratan a las mujeres como amantes de los hombres blancos, quienes abonan al proxeneta una suma mensual. El otro método consiste en capturar mujeres nativas y condenarlas a siete años de servicio por algún delito imaginario cometido contra el Estado, del que se acusa a las aldeas de las mujeres. Después el estado alquila esas mujeres al mayor postor, siendo los primeros en elegir los oficiales, y luego el resto de los hombres. Cuando nacen niños de estas relaciones, el Estado mantiene que como la mujer es de su propiedad, el niño también lo es. No hace mucho, un comerciante belga tuvo un hijo con una esclava del Estado, e intentó quedarse con él para educarlo, pero el jefe de la estación en la que residía se negó a dejarse convencer por sus súplicas. Al final, apeló al gobernador general, y éste le dio a la mujer; así el comerciante pudo quedarse también con el niño. Sin embargo, éste fue un caso extraordinario de generosidad y clemencia, y sólo hay un puesto -que yo conozca- donde no se encuentran hijos de los funcionarios civiles y militares del Gobierno de Vuestra Majestad abandonados a la degradación; los hombres blancos ponen a los de su misma sangre bajo el látigo del más cruel de los amos, el Estado del Congo.

SÉPTIMA.- El Gobierno de Vuestra Majestad se dedica al intercambio y al comercio, compitiendo con las compañías comerciales organizadas de Bélgica, Inglaterra, Francia, Portugal y Holanda. Impone cargas fiscales a todas las compañías, mientras exime a sus propios productos de pagar derechos de exportación, y convierte a muchos de sus funcionarios en comerciantes de marfil, con la promesa de una generosa comisión sobre todo lo que consigan comprar o reunir para el Estado. Los soldados estatales patrullan muchas aldeas prohibiendo a los nativos comerciar con nadie que no sea un representante del Estado; y cuando los nativos se niegan a aceptar el precio impuesto por el Estado, el mismo Gobierno que les había prometido “protección” se apodera de sus bienes. En las ocasiones en las que los nativos han insistido en comerciar con las compañías comerciales, el Estado ha castigado su independencia quemando las aldeas próximas a los establecimientos comerciales y expulsado de ellas a los nativos.

OCTAVA.- El Gobierno de Vuestra Majestad ha violado el Acta General de la Conferencia de Berlín al disparar sobre las canoas de los nativos; al confiscar las propiedades de los nativos; al intimidar a los comerciantes nativos e impedirles comerciar con las compañías blancas; al acantonar tropas en las aldeas nativas cuando no hay guerra; al provocar que los buques que van de Stanley Pool a las cataratas Stanley, interrumpan su viaje y abandonen el río Congo, asciendan por el río Aruhwimi hasta Basoko, y sean visitados para pedirles los papeles; al prohibir que el vapor de una misión despliegue su bandera nacional sin el permiso de un Gobierno local; al permitir que los nativos continúen con el tráfico de esclavos y al hacer uso, al por mayor y al por menor, del propio tráfico de esclavos.

NOVENA.- El Gobierno de Vuestra Majestad ha sido, y sigue siendo, culpable de librar guerras injustas y crueles contra los nativos, con la esperanza de conseguir esclavos y mujeres que estén a las órdenes de los representantes de vuestro Gobierno. Durante esas incursiones para conseguir esclavos, el Estado arma a una aldea para que se enfrente a otra, y la fuerza así conseguida se incorpora a las tropas regulares. No encuentro los términos adecuados para describirle a Vuestra Majestad las brutalidades cometidas por vuestros soldados durante dichas incursiones. Los soldados que abren el combate suelen ser los bangala, sanguinarios caníbales que no respetan ni a la anciana abuela, ni al niño de pecho. Se han dado casos en los que han llevado las cabezas de sus víctimas a los oficiales blancos de los vapores expedicionarios y después se han comido los cuerpos de los niños muertos. En una de estas guerras, dos oficiales del Ejército belga vieron, desde la cubierta de su vapor, a un nativo en su canoa que iba a cierta distancia. No era un combatiente e ignoraba el conflicto que se desarrollaba en la orilla, lejos de allí. Los oficiales se apostaron cinco libras a que eran capaces de acertarle al nativo con sus rifles. Efectuaron tres disparos y el nativo cayó muerto, con la cabeza agujereada, y la canoa comercial se convirtió en una falúa funeraria que se deslizó en silencio río abajo.

DÉCIMA.- El Gobierno de Vuestra Majestad se dedica al tráfico de esclavos, al por mayor y al por menor. Compra, vende y roba esclavos. El Gobierno de Vuestra Majestad paga a tres libras por cabeza los esclavos capacitados para el servicio militar. Los oficiales de las principales estaciones consiguen a los hombres y reciben el dinero cuando estos son transferidos al Estado; pero hay intermediarios que sólo ganan entre veinte y veinticinco francos por cabeza. Hace poco se enviaron 316 esclavos río abajo, y aún se enviarán más. A esos pobres nativos los mandan a cientos de millas de distancia de sus hogares, para servir entre otros nativos cuyas lenguas desconocen. Cuando huyen, se ofrece una recompensa de 1.000 n´taka. No hace mucho que al salvaje recapturado se le daban cien azotes con el chicote al día hasta su muerte. El precio que el Estado paga por un esclavo, cuando se lo compra a un nativo, es de 300 n´taka (barras de latón). La mano de obra de las estaciones que el Gobierno de Vuestra Majestad posee en el Alto Congo se compone de esclavos de todas las edades y de ambos sexos.

UNDÉCIMA.- El Gobierno de Vuestra Majestad acaba de firmar un contrato con el gobernador árabe de este lugar para la creación de una serie de puestos militares desde la séptima catarata hasta el lago Tanganika, territorio sobre el que Vuestra Majestad no tiene más derechos de los que yo tengo a ser comandante en jefe del Ejército belga. A cambio de dicho trabajo, el gobernador árabe recibirá quinientos lotes de armas, cinco mil barriles de pólvora y veinte mil libras esterlinas, pagaderas en varios plazos. Mientras esto escribo, recibo la noticia de que estos productos para la guerra, tan valiosos y perseguidos, serán desembarcados en Basoko y su residente será quien decida cómo distribuirlos. Entre los árabes de la zona se extiende un profundo descontento, y parecen pensar que están jugando con ellos. En cuanto al significado de este paso, Europa y América están en condiciones de juzgarlo sin que yo lo comente, sobre todo Inglaterra.

DUODÉCIMA.- Los agentes del Gobierno de Vuestra Majestad han distorsionado el Congo como país y su red de ferrocarriles. Don H. M. STANLEY, el hombre que fue vuestro principal agente al establecer vuestra autoridad en este país, ha tergiversado enormemente el carácter del mismo. En lugar de ser fértil y productivo, es estéril e improductivo. Esta situación no cambiará hasta que los europeos enseñen a los nativos la dignidad, utilidad y beneficio del trabajo. No se producen mejoras entre los nativos porque existe un abismo insalvable entre ellos y el Gobierno de Vuestra Majestad, un abismo que jamás podrá ser cruzado. Sólo pronunciar el nombre de HENRY M. STANLEY provoca escalofríos entre estas gentes sencillas; recuerdan sus promesas rotas, sus abundantes groserías, su mal carácter, sus fuertes golpes, sus duras y rigurosas medidas, con las que les estafó sus tierras. Su última aparición en el Congo causó una profunda sensación, cuando lideró a 500 soldados zanzibaritas y 300 hombres de los campamentos en su misión para liberar a EMÍN PACHÁ. Creyeron que aquello significaba el sometimiento total y huyeron en medio del caos. Pero lo único que éste fue dejando tras de sí fue miseria. Ningún hombre blanco mandaba su retaguardia, por lo que sus tropas se rezagaban, enfermaban y morían; y sus huesos quedaron desperdigados a los largo de más de doscientas millas de territorio.

CONCLUSIONES

Contra el engaño, el fraude, los robos, los incendios intencionados, los asesinatos, las incursiones para hacer esclavos, y la política general de crueldad seguida por el Gobierno de Vuestra Majestad con los nativos, destaca la paciencia sin igual de estos, y su alma indulgente y sufrida, que saca los colores a la civilización de la que tanto alardea el Gobierno de Vuestra Majestad y a la religión que éste profesa. Durante trece años, un único hombre blanco ha perdido la vida a manos de los nativos, y en todo el Congo sólo han matado a dos blancos. El comandante Barttelot recibió el disparo de un soldado zanzibarita, y el capitán de un barco comercial belga fue víctima de su propia precipitación y de su injusta manera de tratar a un jefe nativo.

Todos los crímenes perpetrados en el Congo lo han sido en vuestro nombre, y vos debéis responder ante el tribunal del Sentir Popular por la mala gestión de un pueblo, cuyas vidas y fortunas os fueron confiadas por la augusta Conferencia de Berlín de 1884-1885. Yo ahora apelo a las autoridades que os encomendaron este naciente Estado, y a los grandes Estados que le dieron vida internacional, cuyas majestuosas leyes habéis desdeñado e ignorado, para que convoquen y creen una Comisión Internacional que investigue las acusaciones presentadas en este documento en nombre de la Humanidad, del Comercio, del Gobierno Constitucional y de la Civilización Cristiana.

Esta petición se basa en los términos establecidos por el Artículo 36 del Capítulo VII del Acta General de la Conferencia de Berlín, según los cuales esa augusta asamblea de Estados Soberanos se reservó el derecho “a introducir, más adelante y de común acuerdo, las modificaciones o mejoras cuya utilidad quede demostrada”.

Apelo al pueblo belga y a su Gobierno Constitucional, tan orgulloso de sus tradiciones, repleto de los cantares y las historias de sus defensores de la libertad humana, y tan celoso de su actual posición en la hermandad de los Estados Europeos, para que se purifique de la imputación de los crímenes con los que se ha contaminado el Estado del Congo de Vuestra Majestad. Apelo a las Asociaciones Antiesclavistas de todos los rincones de la Cristiandad, a los filántropos, los cristianos, los estadistas y a la gran masa de las gentes de todas partes para que aceleren el fin de la tragedia que la monarquía sin límites de Vuestra Majestad está representando en el Congo. Apelo a nuestro Padre Celestial, cuyo oficio es el amor perfecto, para que dé fe de la pureza de mis motivos y la integridad de mis propósitos; y apelo a la historia y a la humanidad para que manifiesten y defiendan la verdad de las acusaciones que brevemente he esbozado.

Y bajo la palabra de honor de un caballero, me declaro el humilde y obediente servidor de Vuestra Majestad,

GEO. W. WILLIAMS Cataratas Stanley, África Central, 18 de julio de 1890

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