lunes, 26 de mayo de 2014

Tristeza



A veces, la tristeza pasa a nuestro lado, se sienta junto a nosotros y nos habla, nos hace sentir tristes, entonces recordamos que somos humanos.

Hoy (domingo por la tarde) estoy triste, esa sensación de soledad, de un gran vacio, de saber que desde hace tanto tiempo que está conmigo que ya llenarlo no es importante, así creo que nos vamos construyendo.

Creo que la vida se trata no de lograr los sueños, sino de hacer que estos siempre existan, de que no perdamos la capacidad del asombro.

Acaso ese es el gran vacío, el que dejaron los sueños, ahora ya no están, son como decía el buen León Felipe extracto de Ganarás la luz: “Ahora todo se ha roto en el mundo. Todo. Hasta las herramientas del filósofo. Y el salmo ha enloquecido: se ha hecho llanto, grito, aullido, blasfemia…y se ha arrojado de cabeza en el infierno Aquí están ahora los poetas. Aquí estoy yo por lo menos”

No es posible entristecerse por lo no hecho, por lo no vivido, así que la melancolía proviene de la memoria, de lo sucedido, de aquello que está ahí aunque ya se fue, aunque ya se terminó.

Es como recorrer la trama y la urdimbre, volver a sentir los hilos, los nudos y traer a nuestra mente las sensaciones y los colores, volver a recitar las viejas oraciones, la tristeza es esa nao que siempre llega y después parte nuevamente a mares ignotos, sin estar ahí, quedándonos en tierra y mirando co se va, así los recuerdos son los hilos y los vientos, las estrellas que miramos desde el astrolabio, cálculos para llegar a la orilla donde todo se va para no regresar.

Cuando mi nieta cumplio tres añitos (si, son poquitos y es toda una vida completa, llena de un pasado, el suyo y el nuestro y de un futuro, el suyo), ella sencillamente bailo y lo hizo con tanto gusto que el recuerdo es la oración de agradecimiento.

La tristeza de que eso ya se fue, la posibilidad de que pueda volverla a ver bailar.

La tristeza…
A los 16 años que estaba fascinado por ella, aunque no lo entiendo muy bien por qué...
A los 23 años que tenía tantas cosas que hacer, que no pensé más en ello...
A los 33 años que poco a poco empezar a recordar y tienes la idea incómoda que podría haber algo de verdad fea en ella...
A los 40 años de entender por qué estabas fascinado por ella hace muchos años y que la constatación te hace temblar...

Realmente, no sé cómo continuar. Tenía un amigo, hace muchos años que me decía, disfruta de tu tristeza, aprende a disfrutar de tu existencia. Y llora, llora…
 
Llorar a lágrima viva

Llorar a chorros.
Llorar la digestión.
Llorar el sueño.
Llorar ante las puertas y los puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas,
las compuertas del llanto.
Empaparnos el alma,
la camiseta.
Inundar las veredas y los paseos,
y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología,
llorando.
Festejar los cumpleaños familiares,
llorando.
Atravesar el África,
llorando.
Llorar como un cacuy,
como un cocodrilo...
si es verdad
que los cacuyes y los cocodrilos
no dejan nunca de llorar.

Llorarlo todo,
pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz,
con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo,
por la boca.
Llorar de amor,
de hastío,
de alegría.
Llorar de frac,
de flato, de flacura.
Llorar improvisando,
de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!


Oliverio Girondo 

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