domingo, 21 de febrero de 2010

Una bandera, un hombre 24 de febrero

Nuestro primer simbolo de identidad y pertenencia a la nación mexicana
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El 24 de febrero se celebra el día de la bandera, celebración del calendario cívico y que como muchas llenas de ritos y ortodoxia como las festividades religiosas y es que la nación, cualquiera para existir requiere de ciertos elementos que le den identidad y pertenencia, para los antiguos romanos eran sus águilas, baste recordar el episodio en las Galias en el cual los Galos roban el águila de Cesar a su querida XIII legión, nuestro país no esta exento de estas cosas, sin embargo cada vez son menos importantes, se sustituyen por nuevos mitos, valores distintos, sin embargo no deja de ser un hecho que la bandera es uno de los símbolos que nos dan identidad.
Hoy deseo comentarles lo que hace años leí en los Apuntes para la historia de la guerra con los Estados Unidos de Ramón Alcaraz, Alejo Barreiro, José́ María Castillo, Félix María Escalante, José́ María Iglesias, Manuel Muñoz, Ramón Ortiz, Manuel Payno, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez, Napoleón Saborío, Francisco Schiafino, Francisco Segura, Pablo María Torrescano, Francisco Urquidi, (editado en la tipográfica de Manuel Payno en 1848), ellos, testigos y actores de la guerra nos dan una idea bastante exacta de la batalla a que aquí ahora me refiero; pero mis impresiones personales hacen que reaparezcan en este momento a mi presencia, Margarito Suazo, sobre todo porque este hombre, mexicano común y corriente se enredo en la bandera para evitar que cayera en manos de los invasores y depredadores, por eso creo que para pensar en nuestra bandera lo hagamos desde lo que ha significado para este pueblo, para este país.

León, alto de cuerpo, muy trigueño, recio de carnes, serio al extremo, se siente herido, lo disimula, y cuando cae se anima, levanta la voz y vitorea a México: le conducen en una camilla, y habla de que le hagan pronto la curación para volver al combate.

Balderas, arrastrándose con la espada en alto, alienta a sus soldados, desangrándose hasta caer en los brazos de su hijo Antonio. ¡Qué escena de dolor! partía el alma: el padre, moribundo, entero y valiente, el hijo trémulo, anegado en llanto, tratando de hacer su voz serena. Fue conducido a una choza cerca de la iglesita de Chapultepec, donde expiró.

La historia de Arrivillaga tiene para mí algo de curioso.

Arrivillaga era un relojero feicito, fofo de carnes, de ojo travieso, boca risueña; el chico más alegre, servicial y honrado que pueda imaginarse.
Tan pronto confeccionaba una chicha sabrosísima, como alistaba
una caja de música, ayudaba a adornar una mesa, un salón de baile o un altar de Viernes de Dolores.

Frecuentaba una tertulia de personas apreciabilísimas, a que concurrían, entre otros, Balderas y Manuel Balbontín, modelo de caballeros y patriotas. En esa tertulia llamaban a Arrivillaga el chato, unas veces, y otras, el capitán, alusión a un noble mastín así nombrado, pero que no tenía dientes, y esto se refería a la dulzura de carácter y a lo inofensivo de Arrivillaga. Éste se aficionó apasionadamente a Balderas, y cuando el general marchó para el Molino del Rey, se declaró su compañero, su asistente, sus pies y sus manos, como suele decirse. Balderas cuidaba de no exponerlo a peligro alguno. El chato guardaba del equipaje, disponía la comida, velaba por el orden, tenía listas las armas y el caballo del jefe, y se hacía querer de todos por su generosidad y finura.

Al empeñarse la batalla del Molino, seguía ansioso al jefe: cuando fue herido estuvo a su lado al caer; arrojó las ropas y medicinas que tenía en las manos; recogió una espada de un muerto, la empuñó, e incontenible, frenético, sublime de coraje y bravura, se puso al frente de un grupo de valientes, y embistió al enemigo; tan grande, tan ardiente y tan irresistible, que restableció el orden de la batalla, y acribillado de heridas, verificó su transformación en héroe de aquella gloriosa jornada. Arrivillaga murió de relojero de Palacio, y dejó un hijo, digno heredero del nombre de su padre.

Margarito Suazo era un artesano humildísimo, que se hizo querer en su Cuerpo de Mina por su subordinación y bondad, y así se le nombró abanderado.

El día de la acción, Margarito se excedió en el cumplimiento del deber. Atropellado por un gran número y hecho una criba a bayonetazos, quedó por muerto, asido a su bandera. Sintiendo que moría, se incorporó, se despojó de su ropa, enredó su bandera a su cuerpo que chorreaba sangre y expiró.

Pero a más de Gelati, de Colombris y de Norris, el héroe de aquella jornada fue Echegaray

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