Hola
Rubén, realmente no sé como estas, sigues siendo un extraño, alguien ajeno,
eres como un sueño de esos de los que se sabe que sucedieron pero que por más
que lo desees no logras recordarlo, sin embargo, paradójicamente debo
agradecerte tu ausencia, porque ella me obligo a optar y así aprender a
decidir, a caminar y a correr, porque tú me enseñaste que el amor no es
suficiente cuando no va acompañado de hechos y contenidos, no Rubén, tu sabes
bien que durante mi adolescencia y primera juventud desee firmemente vengarme
de ti y lo hice y al final, algo que ya no te dije es que no gane nada, que aprendí
lo estúpida y vacía que es la venganza y como pócima solo deja un sabor amargo
y las manos y el corazón vacios.
Hoy
es la primera vez que te escribo, no para regocijarme y mofarme, ni para
recriminarte, tus razones habrás tenido y a pesar de no conocerlas, para ti
fueron más importantes y si bien es cierto, no las acepto, la vida me ha
enseñado a respetar y eso hago, acepto y respeto.
Hoy
me toca a mi ser padre, te puedo decir que no es fácil y que mi situación es por
demás singular, ser padre implica más que ser el proveedor, implica el mirar y
aprender de tus hijos, el saber educar (eso es demasiado arduo), el darte
cuenta cuando te equivocas y a pesar del orgullo y del poder que divinamente
detentas sobre aquellos que sin más depositan su vida y su fe en ti, porque
sabes, en tus manos esta el enseñarles a volar, a soñar, a ser libres, a que estén
dispuestos a aprender, a que entiendan que todos somos iguales, que el amor es
una planta y una nube, plante en tanto que se cuida y florece para perder sus
hojas y debemos volver a cuidar, nube en tanto es capaz de adquirir las formas
y posibilidades del deseo y del sueño, del gozo y el dolor, de sombra y
tormenta.
Si
Rubén, yo sé, porque mi madre me ha contado cómo fue tu infancia con un padre
asesinado para que tu, mis tíos y mi abuela quedaran en la miseria, de cómo te interno
mi abuela para que pudieras sobrevivir por que ella no ganaba lo suficiente,
si, también eso se, no te exculpo, ni te recrimino, solo te digo que entiendo
que tu camino no fue placido.
Espero
que tus otros hijos hayan tenido un buen padre, porque así solo podre saber que
yo no lo tuve pero ellos sí, el equilibrio del cosmos.
Sabes,
educar en la no violencia, en la compasión, en la tolerancia, en la revolución
sin violencia no es fácil, he cambiado tanto, ahora ya no discrimino, ya no
ofendo con voces que de fondo esconden el miedo y el odio, el desprecio, porque
aprendí que mis hijos no podían crecer con eso en su espíritu, que se debe de
educar con canciones, buscando y construyendo la igualdad, con ternura, con comprensión
y aceptación.
Ahora
ya eres bisabuelo, así nada más, espero que donde estés de vez en cuando mires
hacia acá y solo así, sin más nos mandes u saludo.
Yo
no puedo como Kafka escribir recriminándote de tus actos o agradeciéndolos,
solo sé que ser padre no es fácil, pero que vale la pena y que aunque estés
solo esa condición nunca se pierde.
Te
transcribo algo de lo que Kafka le dijo a su padre.
Tu
hijo, Alejandro.
Schelesen
(Bohemia), noviembre de 1919.
Querido
padre:
"Me
preguntaste una vez por qué afirmaba yo que te tengo miedo.
Como de
costumbre, no supe qué contestar, en parte, justamente por el miedo que te
tengo, y en parte porque en los fundamentos de ese miedo entran demasiados
detalles como para que pueda mantenerlos reunidos en el curso de una
conversación. Y, aunque intente ahora contestarte por escrito, mi respuesta
será, no obstante, muy incomprensible, porque también al escribir el miedo y
sus consecuencias me inhiben ante ti, y porque la magnitud del tema excede mi
memoria y mi entendimiento.
"Para
ti, el asunto fue siempre muy sencillo, por la menos por lo que hablabas al
respecto en mi presencia y también, sin discriminación, en la de muchos otros.
Creías que era, más o menos, así: durante tu vida entera trabajaste duramente,
sacrificando todo a tus hijos, en especial a mí. Por lo tanto, yo he vivido
cómodamente, he tenido absoluta libertad para estudiar lo que se me dio la
gana, no he tenido que preocuparme por el sustento, por nada, por lo tanto, y
en cambio de eso, tú no pedías gratitud (tú conoces como agradecen los hijos)
pero esperabas por lo menos algún acercamiento, alguna señal de simpatía; por
el contrario, yo siempre me he apartado de ti, metido en mi cuarto, con mis
libros, con amigos insensatos, con mis ideas descabelladas; jamás hablé
francamente contigo, en el templo jamás me acerqué a ti, en Franzenbad no fui
jamás a visitarte, tampoco he conocido el sentimiento de familia, ni me ocupé
del negocio ni de tus otros asuntos, te endosé la fábrica y te abandoné luego,
apoyé a Ottla en su terquedad, y mientras que por ti no muevo ni un dedo (si
siquiera te traigo una entrada para el teatro), no hay cosa que no haga por mis
amigos. Si haces un resumen de tu juicio sobre mí, surge que no me reprochas
nada que sea en realidad indecente o perverso (excepto, tal vez, mi reciente proyecto
de matrimonio), sino mi frialdad, mi alejamiento, mi ingratitud.
Y me lo hechas en cara como si fuese culpa mía, como si
mediante un golpe de timón hubiese podido, dar a todo esto un curso distinto,
en tanto tú no tienes la menor culpa, salvo tal vez la de haber sido
excesivamente bueno conmigo.
"Esta
consabida interpretación tuya me parece correcta sólo en lo que se refiere a tu
falta de culpa en cuanto a nuestro distanciamiento.
Pero
también estoy yo igualmente exento de culpa. Si pudiera conseguir que
reconocieras esto, entonces sería posible, no digo una vida nueva -para ello
los dos somos ya demasiados viejos-, pero sí una especie de paz, no un cese,
pero sí un atenuamiento de tus incesantes reproches.
"Es
extraño, pero tú tienes un presentimiento de lo que quiero decirte.
Así por
ejemplo, me dijiste hace poco: "Yo siempre te he querido, aunque no como
ellos". Ahora bien, padre: yo en verdad nunca dudé de tu bondad para
conmigo pero no me parece que tu observación sea exacta. Tú no sabes fingir, eso
es cierto, pero si pretendes, sólo por esa razón, afirmar que los otros padres
fingen, se trata, o bien de simple terquedad, imposible de discutir, o bien de
una expresión encubierta de que hay algo que no anda bien entre nosotros, y que
tú contribuyes a causar, aunque sin culpa. Si realmente es ésa tu opinión, estamos
de acuerdo.
No digo,
por supuesto, que he llegado a ser lo que soy sólo por tu influencia. Eso sería
muy exagerado (y bien que me siento atraído hacia tal exageración) . Es muy
posible que, aun si hubiese estado totalmente libre de tu influencia durante mi
desarrollo, no hubiera podido llegar a ser tampoco la clase de persona que tú
quieres. Hubiera sido, probablemente, un hombre endeble, temeroso, vacilante e
inquieto: ni un Robert Kafka, ni un Karl Hermann, pero, con todo, distinto de
como soy en la actualidad, y hubiéramos podido entendernos perfectamente. Yo
hubiese sido feliz teniéndote corno amigo, corno jefe, tío o abuelo, y hasta
(aunque en esto ya vacilo) como suegro. Pero precisamente como padre has sido
demasiado fuerte para mí, tanto más cuanto que mis hermanos murieron siendo
niños aún, y las hermanas llegaron sólo mucho más tarde, de manera que yo tuve
que soportar completamente solo el primer choque, y para eso era débil,
demasiado débil.
"Compáranos
a los dos: yo, para decirlo buenamente, un Löwy con cierto fondo de los Kafka,
a quien sin embargo no impulsa esa voluntad de vivir, de comerciar y de
conquistar típica de los Kafka, sino un aguijón de los Löwy, que actúa en otra
dirección, más secreto, más tímido, y que con frecuencia cesa por completo. Tú,
en cambio, un verdadero Kafka en cuanto a fuerza, salud, apetito, volumen de
voz, cualidades oratorias, autosatisfacción, superioridad humana,
perseverancia, presencia de ánimo, conocimiento de los hombres y cierta
amplitud de miras, claro que también con los defectos y debilidades correspondientes
a tales excelencias, y a los cuales te impulsan tu temperamento y tu mal genio,
a veces. Quizá no eres del todo un Kafka en tu concepción general del mundo, si
se te compara con los tíos Philipp, Ludwig y Heinrich. Esto es extraño, y no lo
comprendo con suficiente claridad. Ellos eran más alegres, más espontáneos, más
desenvueltos, menos severos que tú. (En esto, digámoslo al pasar, he heredado
mucho de ti y he administrado demasiado bien esta herencia, sin tener en cambio,
en mi ser, los contrapesos necesarios, tal como tú los tienes).
Pero
también tú, en ese sentido, has atravesado períodos diversos; estuviste tal vez
más contento antes de que tus hijos, y yo especialmente, te decepcionaran y te
afligieran en el hogar (ya que, cuando venían extraños, eras distinto) y puede
ser que ahora estés otra vez más contento, ya que vuelves a recibir de los
nietos y del yerno algo de aquel calor que los hijos, con excepción tal vez de
Valli, no pudieron darte. De cualquier manera, éramos tan distintos y tan
peligrosos el uno para el otro en esa diferencia, que sí hubiese calculado de
antemano la relación que surgiría entre nosotros, yo, el niño que se
desarrollaba lentamente, y tú, el hombre hecho, hubiera sido posible presumir
que tú simplemente me aplastarías bajo tus pies, que nada quedaría de mí.
Esto no
sucedió por cierto (no puede calcularse lo que vive) pero quizá haya sucedido algo
peor todavía. Y al referirme a esto, te ruego una vez más no olvides que nunca,
ni remotamente, creí en culpa alguna de tu parte. Tu influjo sobre mí era tal
como debía ser, sólo que debes dejar de considerar como una especial maldad de
mi parte el hecho de haber sucumbido a él.
"Yo
era un niño tímido, pero seguramente también terco, como deben ser los niños;
sin duda mi madre me mimaba también, pero no puedo creer que fuera tan difícil
tratarme que una palabra cariñosa, un silencioso asirme de la mano, una mirada
dulce no hubieran podido obtener de mí lo que quisieran. En el fondo, eres un
hombre bueno y afable (esto no está en contradicción con lo que sigue, ya que
solamente hablo de la apariencia con que influías sobre mí, cuando era niño),
pero no todos los niños tienen la perseverancia y la intrepidez suficientes
como para buscar mucho tiempo hasta llegar a la bondad.
Tú sólo
puedes tratar a un niño de la misma manera con que estás hecho, con fuerza,
ruido e iracundia, y esto te parecía además muy adecuado para el caso, porque
querías hacer de mí un muchacho fuerte y valeroso.
"Por
cierto, no puedo describir ahora concretamente tus recursos educativos de los
primeros años, pero bien puedo imaginármelos infiriéndolos de los años
siguientes y de tu manera de tratar a Félix. Y debe considerarse que todo se
acentuaba en aquel entonces, porque eras más joven, y en consecuencia más
espontáneo, más fogoso, más primitivo, más despreocupado que hoy y que, además,
te hallabas por completo absorbido por el negocio; que yo te veía apenas una
vez en el día, y por lo tanto, la impresión que me causabas era más honda aún,
y nunca llegó a disminuir con la costumbre.
"Sólo
recuerdo con claridad un suceso de los primeros años. Quizá tú también lo
recuerdes. Una noche, yo, lloraba sin cesar pidiendo que me trajeran agua, no
sin duda porque tuviera sed sino probablemente en parte para fastidiar y en
parte para entretenerme. Como algunas amenazas violentas no habían producido
efecto, me sacaste de la cama, me llevaste al balcón y me dejaste allí un rato,
en camisa, solo ante la puerta cerrada. No pretenderé decir que eso estaba mal,
puede ser que en ese momento no hubiese otra forma de conseguir el descanso nocturno,
pero quiero caracterizar con ello tus métodos educativos y su efecto sobre mí. (…)
(…)
"No
recuerdo que alguna vez me hayas insultado directamente y con palabras
concretas. Tampoco era necesario, ya que tenías otros recursos, aparte de que
en las conversaciones en casa y en el negocio los insultos volaban a mi
alrededor, cayendo sobre otros, en tal cantidad que, siendo todavía un niño, me
dejaban a veces casi aturdido; además, no había motivo para no referirlos
también a mí, ya que las personas a las que insultabas no eran sin duda peores
que yo, y con toda seguridad no estabas más descontento de ellas que de mí. Y
también en esto aparecía tu indescifrable falta de culpa e inmunidad; tú insultabas
sin el menor escrúpulo, pero también condenabas y prohibías los insultos de los
demás.
(…)
(…) Aquí
pueden mencionarse también las amenazas acerca de las consecuencias de desobedecerte.
Si comenzaba a hacer algo que no fuera de tu gusto y tú me amenazabas con el
fracaso, el respeto por tu opinión era tan grande en mí, que el fracaso, aunque
fuese mucho más tarde, era irremediable.
Perdí la
confianza en mis actos. Yo era inconstante, indeciso. A medida que fui
creciendo aumentó el material que podías señalar como testimonio de mi
inutilidad; poco a poco, en ciertos aspectos, comenzaste a tener razón. Una vez
más me guardo de afirmar que llegué a ser como soy sólo a causa de ti; tú
acentuabas únicamente lo que ya existía, pero lo acentuabas enormemente, porque
eras muy poderoso frente a mí y empleabas en eso todo tu poder.
"Totalmente
incompatible con esta actitud hacia tus hijos aparecía el hecho, bastante
frecuente en verdad, de tus lamentaciones en público. Confieso que, de niño, no
me inspiraba sentimiento alguno (más tarde sí, ciertamente) y no comprendía
cómo podías pretender encontrar compasión alguna. Siendo tan gigantesco en todo
sentido, ¿qué interés podía tener para ti nuestra compasión y menos aún nuestra
ayuda? Tú, en verdad, tenías que despreciarla, como a nosotros mismos con tanta
frecuencia. Por consiguiente, no creía yo en tus quejas y procuraba encontrar
una intención oculta tras ellas. Sólo más tarde comprendí que realmente sufrías
mucho por tus hijos; pero en aquel entonces, cuando tus quejas, aún en
circunstancias distintas, hubiesen podido encontrar un espíritu infantil,
abierto, libre de escrúpulos, y dispuesto para la ayuda, ellas tenían que
parecerme sólo medios educativos y humillantes demasiado evidentes, y no muy
eficaces como tales, pero con el efecto secundario nocivo de que el niño se
habituara a no tomar en serio justamente las cosas que hubiera debido tomar muy
en cuenta.
(…)
"Tienes
también un modo particularmente bello y poco frecuente de sonreír, tranquilo,
apacible y afable, capaz de hacer por entero feliz a aquel que lo recibe. No
puedo recordar si durante mi infancia tu sonrisa me fue dedicada especialmente
alguna vez, pero sin duda ha debido ser así, ya que no puede admitirse que me
la hayas negado entonces, cuando aún te parecía inocente, cuando era todavía tu
gran esperanza.
(…)
Por mi
parte, tampoco estas impresiones cordiales han tenido a la larga otro efecto
que el de aumentar mi sentimiento de culpa, haciendo que el mundo me fuera más
incomprensible aún.
Por lo
tanto, gracias a tu falta de sinceridad, habrías ya logrado tu objeto, o sea
demostrar tres cosas: primero: que eres inocente; segundo: que yo soy culpable,
y tercero: que, por pura magnanimidad, no sólo estás dispuesto a perdonarme, sino
también lo que es más o menos igual, a demostrar, y a pretender creerlo tú
mismo, que yo, si bien contrariamente a la verdad, también soy inocente. Podría
bastarte con esto, pero no. Te has metido en la cabeza la pretensión de querer
vivir enteramente de mi bolsillo. Admito que luchemos el uno contra el otro,
pero hay dos clases de lucha.
La lucha
caballeresca, donde se miden las fuerzas de adversarios independientes: cada
uno está solo, pierde solo, gana solo. Y la lucha del parásito, que no sólo
pica, sino que también chupa la sangre para conservar su vida. Así es el
soldado mercenario, y así también eres tú. Eres incapaz en la vida, pero para
poder arreglarte en ella a tu gusto, sin preocupaciones y sin remordimientos,
quieres demostrar que yo te quité toda tu aptitud para la vida y me la guardé
en el bolsillo. ¡Qué te importa entonces si eres un incapaz para la vida, ya
que yo soy el responsable!
Tú
tranquilamente te recuestas, te desperezas, y dejas que yo, física y
espiritualmente, te arrastre a través de la vida (…).
(…)
"A
esto respondo yo que las objeciones que haces pueden volverse también contra
ti, en su mayor parte, y que no proceden de ti sino de mí. Ni siquiera tu
desconfianza por los demás es tan grande como mi desconfianza por mí mismo, en
la que me has educado. Y no te niego hasta un cierto derecho a esa objeción,
que además contribuye por sí sola a la caracterización de nuestras relaciones.
Claro está que las cosas no pueden ajustarse en la realidad tan bien la una con
la otra como los argumentos en mi carta, porque la vida es algo más que un
rompecabezas; pero, gracias a las enmiendas que surgen de esta confesión, y que
no puedo ni quiero extender hasta el detalle, se ha logrado, a mi parecer, algo
tan próximo a la verdad, que podrá tranquilizarnos un poco a los dos y hacernos
más fáciles la vida y la muerte."
FRANZ.
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