sábado, 16 de junio de 2012

Carta a mi padre



Hola Rubén, realmente no sé como estas, sigues siendo un extraño, alguien ajeno, eres como un sueño de esos de los que se sabe que sucedieron pero que por más que lo desees no logras recordarlo, sin embargo, paradójicamente debo agradecerte tu ausencia, porque ella me obligo a optar y así aprender a decidir, a caminar y a correr, porque tú me enseñaste que el amor no es suficiente cuando no va acompañado de hechos y contenidos, no Rubén, tu sabes bien que durante mi adolescencia y primera juventud desee firmemente vengarme de ti y lo hice y al final, algo que ya no te dije es que no gane nada, que aprendí lo estúpida y vacía que es la venganza y como pócima solo deja un sabor amargo y las manos y el corazón vacios.

Hoy es la primera vez que te escribo, no para regocijarme y mofarme, ni para recriminarte, tus razones habrás tenido y a pesar de no conocerlas, para ti fueron más importantes y si bien es cierto, no las acepto, la vida me ha enseñado a respetar y eso hago, acepto y respeto.

Hoy me toca a mi ser padre, te puedo decir que no es fácil y que mi situación es por demás singular, ser padre implica más que ser el proveedor, implica el mirar y aprender de tus hijos, el saber educar (eso es demasiado arduo), el darte cuenta cuando te equivocas y a pesar del orgullo y del poder que divinamente detentas sobre aquellos que sin más depositan su vida y su fe en ti, porque sabes, en tus manos esta el enseñarles a volar, a soñar, a ser libres, a que estén dispuestos a aprender, a que entiendan que todos somos iguales, que el amor es una planta y una nube, plante en tanto que se cuida y florece para perder sus hojas y debemos volver a cuidar, nube en tanto es capaz de adquirir las formas y posibilidades del deseo y del sueño, del gozo y el dolor, de sombra y tormenta.

Si Rubén, yo sé, porque mi madre me ha contado cómo fue tu infancia con un padre asesinado para que tu, mis tíos y mi abuela quedaran en la miseria, de cómo te interno mi abuela para que pudieras sobrevivir por que ella no ganaba lo suficiente, si, también eso se, no te exculpo, ni te recrimino, solo te digo que entiendo que tu camino no fue placido.

Espero que tus otros hijos hayan tenido un buen padre, porque así solo podre saber que yo no lo tuve pero ellos sí, el equilibrio del cosmos.

Sabes, educar en la no violencia, en la compasión, en la tolerancia, en la revolución sin violencia no es fácil, he cambiado tanto, ahora ya no discrimino, ya no ofendo con voces que de fondo esconden el miedo y el odio, el desprecio, porque aprendí que mis hijos no podían crecer con eso en su espíritu, que se debe de educar con canciones, buscando y construyendo la igualdad, con ternura, con comprensión y aceptación.

Ahora ya eres bisabuelo, así nada más, espero que donde estés de vez en cuando mires hacia acá y solo así, sin más nos mandes u saludo.

Yo no puedo como Kafka escribir recriminándote de tus actos o agradeciéndolos, solo sé que ser padre no es fácil, pero que vale la pena y que aunque estés solo esa condición nunca se pierde.

Te transcribo algo de lo que Kafka le dijo a su padre.

Tu hijo, Alejandro.


 Schelesen (Bohemia), noviembre de 1919.

Querido padre:

"Me preguntaste una vez por qué afirmaba yo que te tengo miedo.

Como de costumbre, no supe qué contestar, en parte, justamente por el miedo que te tengo, y en parte porque en los fundamentos de ese miedo entran demasiados detalles como para que pueda mantenerlos reunidos en el curso de una conversación. Y, aunque intente ahora contestarte por escrito, mi respuesta será, no obstante, muy incomprensible, porque también al escribir el miedo y sus consecuencias me inhiben ante ti, y porque la magnitud del tema excede mi memoria y mi entendimiento.

"Para ti, el asunto fue siempre muy sencillo, por la menos por lo que hablabas al respecto en mi presencia y también, sin discriminación, en la de muchos otros. Creías que era, más o menos, así: durante tu vida entera trabajaste duramente, sacrificando todo a tus hijos, en especial a mí. Por lo tanto, yo he vivido cómodamente, he tenido absoluta libertad para estudiar lo que se me dio la gana, no he tenido que preocuparme por el sustento, por nada, por lo tanto, y en cambio de eso, tú no pedías gratitud (tú conoces como agradecen los hijos) pero esperabas por lo menos algún acercamiento, alguna señal de simpatía; por el contrario, yo siempre me he apartado de ti, metido en mi cuarto, con mis libros, con amigos insensatos, con mis ideas descabelladas; jamás hablé francamente contigo, en el templo jamás me acerqué a ti, en Franzenbad no fui jamás a visitarte, tampoco he conocido el sentimiento de familia, ni me ocupé del negocio ni de tus otros asuntos, te endosé la fábrica y te abandoné luego, apoyé a Ottla en su terquedad, y mientras que por ti no muevo ni un dedo (si siquiera te traigo una entrada para el teatro), no hay cosa que no haga por mis amigos. Si haces un resumen de tu juicio sobre mí, surge que no me reprochas nada que sea en realidad indecente o perverso (excepto, tal vez, mi reciente proyecto de matrimonio), sino mi frialdad, mi alejamiento, mi ingratitud.

Y me lo hechas en cara como si fuese culpa mía, como si mediante un golpe de timón hubiese podido, dar a todo esto un curso distinto, en tanto tú no tienes la menor culpa, salvo tal vez la de haber sido excesivamente bueno conmigo.

"Esta consabida interpretación tuya me parece correcta sólo en lo que se refiere a tu falta de culpa en cuanto a nuestro distanciamiento.

Pero también estoy yo igualmente exento de culpa. Si pudiera conseguir que reconocieras esto, entonces sería posible, no digo una vida nueva -para ello los dos somos ya demasiados viejos-, pero sí una especie de paz, no un cese, pero sí un atenuamiento de tus incesantes reproches.

"Es extraño, pero tú tienes un presentimiento de lo que quiero decirte.

Así por ejemplo, me dijiste hace poco: "Yo siempre te he querido, aunque no como ellos". Ahora bien, padre: yo en verdad nunca dudé de tu bondad para conmigo pero no me parece que tu observación sea exacta. Tú no sabes fingir, eso es cierto, pero si pretendes, sólo por esa razón, afirmar que los otros padres fingen, se trata, o bien de simple terquedad, imposible de discutir, o bien de una expresión encubierta de que hay algo que no anda bien entre nosotros, y que tú contribuyes a causar, aunque sin culpa. Si realmente es ésa tu opinión, estamos de acuerdo.

No digo, por supuesto, que he llegado a ser lo que soy sólo por tu influencia. Eso sería muy exagerado (y bien que me siento atraído hacia tal exageración) . Es muy posible que, aun si hubiese estado totalmente libre de tu influencia durante mi desarrollo, no hubiera podido llegar a ser tampoco la clase de persona que tú quieres. Hubiera sido, probablemente, un hombre endeble, temeroso, vacilante e inquieto: ni un Robert Kafka, ni un Karl Hermann, pero, con todo, distinto de como soy en la actualidad, y hubiéramos podido entendernos perfectamente. Yo hubiese sido feliz teniéndote corno amigo, corno jefe, tío o abuelo, y hasta (aunque en esto ya vacilo) como suegro. Pero precisamente como padre has sido demasiado fuerte para mí, tanto más cuanto que mis hermanos murieron siendo niños aún, y las hermanas llegaron sólo mucho más tarde, de manera que yo tuve que soportar completamente solo el primer choque, y para eso era débil, demasiado débil.

"Compáranos a los dos: yo, para decirlo buenamente, un Löwy con cierto fondo de los Kafka, a quien sin embargo no impulsa esa voluntad de vivir, de comerciar y de conquistar típica de los Kafka, sino un aguijón de los Löwy, que actúa en otra dirección, más secreto, más tímido, y que con frecuencia cesa por completo. Tú, en cambio, un verdadero Kafka en cuanto a fuerza, salud, apetito, volumen de voz, cualidades oratorias, autosatisfacción, superioridad humana, perseverancia, presencia de ánimo, conocimiento de los hombres y cierta amplitud de miras, claro que también con los defectos y debilidades correspondientes a tales excelencias, y a los cuales te impulsan tu temperamento y tu mal genio, a veces. Quizá no eres del todo un Kafka en tu concepción general del mundo, si se te compara con los tíos Philipp, Ludwig y Heinrich. Esto es extraño, y no lo comprendo con suficiente claridad. Ellos eran más alegres, más espontáneos, más desenvueltos, menos severos que tú. (En esto, digámoslo al pasar, he heredado mucho de ti y he administrado demasiado bien esta herencia, sin tener en cambio, en mi ser, los contrapesos necesarios, tal como tú los tienes).

Pero también tú, en ese sentido, has atravesado períodos diversos; estuviste tal vez más contento antes de que tus hijos, y yo especialmente, te decepcionaran y te afligieran en el hogar (ya que, cuando venían extraños, eras distinto) y puede ser que ahora estés otra vez más contento, ya que vuelves a recibir de los nietos y del yerno algo de aquel calor que los hijos, con excepción tal vez de Valli, no pudieron darte. De cualquier manera, éramos tan distintos y tan peligrosos el uno para el otro en esa diferencia, que sí hubiese calculado de antemano la relación que surgiría entre nosotros, yo, el niño que se desarrollaba lentamente, y tú, el hombre hecho, hubiera sido posible presumir que tú simplemente me aplastarías bajo tus pies, que nada quedaría de mí.

Esto no sucedió por cierto (no puede calcularse lo que vive) pero quizá haya sucedido algo peor todavía. Y al referirme a esto, te ruego una vez más no olvides que nunca, ni remotamente, creí en culpa alguna de tu parte. Tu influjo sobre mí era tal como debía ser, sólo que debes dejar de considerar como una especial maldad de mi parte el hecho de haber sucumbido a él.

"Yo era un niño tímido, pero seguramente también terco, como deben ser los niños; sin duda mi madre me mimaba también, pero no puedo creer que fuera tan difícil tratarme que una palabra cariñosa, un silencioso asirme de la mano, una mirada dulce no hubieran podido obtener de mí lo que quisieran. En el fondo, eres un hombre bueno y afable (esto no está en contradicción con lo que sigue, ya que solamente hablo de la apariencia con que influías sobre mí, cuando era niño), pero no todos los niños tienen la perseverancia y la intrepidez suficientes como para buscar mucho tiempo hasta llegar a la bondad.

Tú sólo puedes tratar a un niño de la misma manera con que estás hecho, con fuerza, ruido e iracundia, y esto te parecía además muy adecuado para el caso, porque querías hacer de mí un muchacho fuerte y valeroso.

"Por cierto, no puedo describir ahora concretamente tus recursos educativos de los primeros años, pero bien puedo imaginármelos infiriéndolos de los años siguientes y de tu manera de tratar a Félix. Y debe considerarse que todo se acentuaba en aquel entonces, porque eras más joven, y en consecuencia más espontáneo, más fogoso, más primitivo, más despreocupado que hoy y que, además, te hallabas por completo absorbido por el negocio; que yo te veía apenas una vez en el día, y por lo tanto, la impresión que me causabas era más honda aún, y nunca llegó a disminuir con la costumbre.

"Sólo recuerdo con claridad un suceso de los primeros años. Quizá tú también lo recuerdes. Una noche, yo, lloraba sin cesar pidiendo que me trajeran agua, no sin duda porque tuviera sed sino probablemente en parte para fastidiar y en parte para entretenerme. Como algunas amenazas violentas no habían producido efecto, me sacaste de la cama, me llevaste al balcón y me dejaste allí un rato, en camisa, solo ante la puerta cerrada. No pretenderé decir que eso estaba mal, puede ser que en ese momento no hubiese otra forma de conseguir el descanso nocturno, pero quiero caracterizar con ello tus métodos educativos y su efecto sobre mí. (…)

(…)

"No recuerdo que alguna vez me hayas insultado directamente y con palabras concretas. Tampoco era necesario, ya que tenías otros recursos, aparte de que en las conversaciones en casa y en el negocio los insultos volaban a mi alrededor, cayendo sobre otros, en tal cantidad que, siendo todavía un niño, me dejaban a veces casi aturdido; además, no había motivo para no referirlos también a mí, ya que las personas a las que insultabas no eran sin duda peores que yo, y con toda seguridad no estabas más descontento de ellas que de mí. Y también en esto aparecía tu indescifrable falta de culpa e inmunidad; tú insultabas sin el menor escrúpulo, pero también condenabas y prohibías los insultos de los demás.

(…)

(…) Aquí pueden mencionarse también las amenazas acerca de las consecuencias de desobedecerte. Si comenzaba a hacer algo que no fuera de tu gusto y tú me amenazabas con el fracaso, el respeto por tu opinión era tan grande en mí, que el fracaso, aunque fuese mucho más tarde, era irremediable.

Perdí la confianza en mis actos. Yo era inconstante, indeciso. A medida que fui creciendo aumentó el material que podías señalar como testimonio de mi inutilidad; poco a poco, en ciertos aspectos, comenzaste a tener razón. Una vez más me guardo de afirmar que llegué a ser como soy sólo a causa de ti; tú acentuabas únicamente lo que ya existía, pero lo acentuabas enormemente, porque eras muy poderoso frente a mí y empleabas en eso todo tu poder.

"Totalmente incompatible con esta actitud hacia tus hijos aparecía el hecho, bastante frecuente en verdad, de tus lamentaciones en público. Confieso que, de niño, no me inspiraba sentimiento alguno (más tarde sí, ciertamente) y no comprendía cómo podías pretender encontrar compasión alguna. Siendo tan gigantesco en todo sentido, ¿qué interés podía tener para ti nuestra compasión y menos aún nuestra ayuda? Tú, en verdad, tenías que despreciarla, como a nosotros mismos con tanta frecuencia. Por consiguiente, no creía yo en tus quejas y procuraba encontrar una intención oculta tras ellas. Sólo más tarde comprendí que realmente sufrías mucho por tus hijos; pero en aquel entonces, cuando tus quejas, aún en circunstancias distintas, hubiesen podido encontrar un espíritu infantil, abierto, libre de escrúpulos, y dispuesto para la ayuda, ellas tenían que parecerme sólo medios educativos y humillantes demasiado evidentes, y no muy eficaces como tales, pero con el efecto secundario nocivo de que el niño se habituara a no tomar en serio justamente las cosas que hubiera debido tomar muy en cuenta.

(…)

"Tienes también un modo particularmente bello y poco frecuente de sonreír, tranquilo, apacible y afable, capaz de hacer por entero feliz a aquel que lo recibe. No puedo recordar si durante mi infancia tu sonrisa me fue dedicada especialmente alguna vez, pero sin duda ha debido ser así, ya que no puede admitirse que me la hayas negado entonces, cuando aún te parecía inocente, cuando era todavía tu gran esperanza.

(…)

Por mi parte, tampoco estas impresiones cordiales han tenido a la larga otro efecto que el de aumentar mi sentimiento de culpa, haciendo que el mundo me fuera más incomprensible aún.

Por lo tanto, gracias a tu falta de sinceridad, habrías ya logrado tu objeto, o sea demostrar tres cosas: primero: que eres inocente; segundo: que yo soy culpable, y tercero: que, por pura magnanimidad, no sólo estás dispuesto a perdonarme, sino también lo que es más o menos igual, a demostrar, y a pretender creerlo tú mismo, que yo, si bien contrariamente a la verdad, también soy inocente. Podría bastarte con esto, pero no. Te has metido en la cabeza la pretensión de querer vivir enteramente de mi bolsillo. Admito que luchemos el uno contra el otro, pero hay dos clases de lucha.

La lucha caballeresca, donde se miden las fuerzas de adversarios independientes: cada uno está solo, pierde solo, gana solo. Y la lucha del parásito, que no sólo pica, sino que también chupa la sangre para conservar su vida. Así es el soldado mercenario, y así también eres tú. Eres incapaz en la vida, pero para poder arreglarte en ella a tu gusto, sin preocupaciones y sin remordimientos, quieres demostrar que yo te quité toda tu aptitud para la vida y me la guardé en el bolsillo. ¡Qué te importa entonces si eres un incapaz para la vida, ya que yo soy el responsable!

Tú tranquilamente te recuestas, te desperezas, y dejas que yo, física y espiritualmente, te arrastre a través de la vida (…).

(…)

"A esto respondo yo que las objeciones que haces pueden volverse también contra ti, en su mayor parte, y que no proceden de ti sino de mí. Ni siquiera tu desconfianza por los demás es tan grande como mi desconfianza por mí mismo, en la que me has educado. Y no te niego hasta un cierto derecho a esa objeción, que además contribuye por sí sola a la caracterización de nuestras relaciones. Claro está que las cosas no pueden ajustarse en la realidad tan bien la una con la otra como los argumentos en mi carta, porque la vida es algo más que un rompecabezas; pero, gracias a las enmiendas que surgen de esta confesión, y que no puedo ni quiero extender hasta el detalle, se ha logrado, a mi parecer, algo tan próximo a la verdad, que podrá tranquilizarnos un poco a los dos y hacernos más fáciles la vida y la muerte."

FRANZ.

No hay comentarios:

Publicar un comentario