sábado, 4 de diciembre de 2010

La balada de Narayama


¿Qué vamos a hacer con nuestros ancianos en esta sociedad envejecida que no les deja sitio?

A Josefina, mi madre, quien estaba presente el día en que yo nací, al menos eso dice ella.

Esa es una gran pregunta, una sociedad donde los niños y los ancianos no caben, ambos son inútiles, en una sociedad hedonista que admira la juventud y desea beber de la fuente de Francisco de Orellana, una sociedad que no quiere crecer, que tiene miedo a mirarse vieja.

Así, el desprecio a la vida adquiere preeminencia.

¿Es eso lo que olvidamos? ¿No nos damos cuenta de que condenando a nuestros ancianos a ser abandonados y privados de todo en una montaña inaccesible, nosotros mismos nos condenamos a ella tarde o temprano? ¿Por qué vivimos con esa insistencia en olvidar que un día vamos a morir, y que antes de que eso ocurra, si llegamos a edades avanzadas, no hay razón alguna por que se nos prive de nuestra dignidad como seres humanos?

Alejandro.
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La Balada de Narayama es un film que cuestiona esto, no desde la miseria espiritual de la sociedad occidental, sino desde el principio de la solidaridad, de la sobrevivencia y de la preservación de la familia.

Orín, la abuela y más anciana de la casa del árbol, es decir, de la casa de la familia que lidera Tatsue (primogénito de ella), va a cumplir los setenta y está en perfecto estado. Pero para despejar camino, pues se trata de una sociedad donde sobrevive por subsistencia muy apurada, y ayudar de algún modo a su familia decide ir arrancándose ella misma los dientes; ya que según la creencia, los viejos que ya no tienen dientes han de ser dejados en la cima del monte Narayama, pues así lo desea el Dios de la montaña. A Tatsue no le queda otra que, al final, trasladar a su madre al monte, donde esta perecerá. El dilema que se le plantea a Orín es que si no se va, Kesaian -o Tatsue- no podrán tener otro hijo, otra mano fuerte de ayuda en el campo, y la posible complicación de la sucesión hereditaria.

Al cumplir los setenta años, su hijo Tatsuhei la carga para llevarla a Narayama. El tránsito es todavía más penoso que la propia vida en el pueblo. El gran logro es observar cómo Orin asume su destino, con qué grandeza, con qué humildad, como algo natural, como si ese traslado constituyese de hecho el momento de la expiración, y de hecho así es, o al menos un anticipo del mismo, y la mujer que yo vi en la residencia de ancianos, cargada en su silla como un bulto inanimado, poseía esa misma serenidad, esa sabiduría repleta de certezas.

Al ver la película, en el trayecto de Orin hacia el lugar de su abandono y muerte, nos damos cuenta también de que para ese pueblo el cumplimiento de este rito bárbaro e inútil constituye uno de sus principales rasgos de comunidad, el abandono de los mayores para destinar los alimentos y el espacio que éstos ocuparían a los más jóvenes y a los niños que son el futuro, y que algún día serán llevados también a la montaña.

Ficha técnica: Japón, 1983. Director: Shoei Imamura. Productores: Jiro Tomoda, Goro Kusakawe. Guión: Shohei Imamura, basado en las historias de Shichirô Fukazawa. Música: Shinichirô Ikebe. Fotografía: Masao Tochizawa. Montaje: Hakime Okayasu. Duración: 130 min. Intérpretes: Ken Ogata (Tatsuhei), Sumiko Sakamoto (Orin), Takejo Aki (Tamayan), Tonpei Hidari (hermano de Tatsuhei), Seiji Kurasaki (Kesakichi), Kaoru Shimamori (Tomekichi).

Existe una versión anterior de esta misma historia y con el mismo título, Narayama bushiko (1958) de Keisuke Kinoshita, de la que parece que la que nos ocupa es básicamente un remake. Desconozco esta versión, parece ser que rodada a imitación del teatro Tabuchi.

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