sábado, 20 de noviembre de 2010

Sara Pérez de Madero



Isidro Fabela escribe la “HISTORIA DIPLOMÁTICA DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA (1910 - 1914)”.
Aquí transcribo lo que enfrento una mujer que con Elena Arizmendi funda la Cruz Blanca Neutral y que después del asesinato de su esposo, Francisco I. Madero, sufrió el exilio por tres años, primero en cuba y después en Nueva York, recibió una pensión de $30.00 mensuales que el Gobierno de la Republica le dio, así vivió 40 años Doña Sara Pérez de Madero, su féretro se cubrió con una cruz blanca que decía “POR LA HUMANIDAD”.

LAS TRIBULACIONES DE LA FAMILIA MADERO. ENTREVISTA DE DOÑA SARA CON WILSON
La madre, la esposa y las hermanas del Presidente caído gestionaban, de puerta en puerta, la salvación, ocultos, en lugar seguro, porque de otro modo habrían sido encarcelados, por pronta providencia, don Francisco Madero, padre, y don Ernesto Madero, tío del Apóstol.

En continua diligencia las nobles señoras iban y venían de la casa de España, de la de Cuba, de la del Brasil, de la de Chile, de la del Japón, esta última, hasta entonces, asilo piadoso de la conturbada familia. Cada hora, fracasado un plan, intentaban otro; aquí, acudían buscando consejo, allá, una mano protectora; y en todos lados el desaliento y el pesimismo o el miedo, las rechaza ...

Los amigos huían disfrazados, ya en los trenes o a la montaña; o hurtaban el cuerpo a la borrasca en algún sótano apartado, en la mísera buhardilla o en rincones y agujeros del suburbio; y no había jueces, ni abogados, ni otras leyes que el sable tinto en sangre, el espía, el delator y el tenebroso esbirro.

Las señoras de la católica aristocracia que imploraban a Madero la vida de Félix Díaz, ¿por qué no exigen ahora de Félix Díaz la vida de Madero?

Y la ilustre familia, que encuentra cerradas las puertas y sordos los corazones, va de una Legación a otra y sólo mantienen activa su esperanza unos pocos ministros extranjeros que se estrellan en la cálida inquina de míster Wilson .

En la tarde del 20 de febrero, la señora esposa de Madero, acompañada de una de sus cuñadas, se dirigió a la Embajada americana a solicitar del embajador Lane Wilson que interpusiera su influencia para salvar al Presidente y al Vicepresidente. El embajador, que estaba bajo la influencia del alcohol, recibió fríamente a la señora Madero, contentándose con protestarle vagamente que tenía seguridad de que Madero no sería fusilado.

El embajador: Vuestro marido no sabía gobernar; jamás pidió ni quiso escuchar mis consejos ...

No cree que sea Madero degollado; pero no le sorprende que expíe Pino Suárez en el cadalso la tacha inmortal de sus virtudes ...

La señora Madero: ¡Oh, eso, imposible! Mi esposo preferiría morir con él ...

El embajador: Y, sin embargo, Pino Suárez no le ha hecho sino daños ... Es un hombre que no vale nada; que con él nada habría de perderse ...

La señora de Madero: Pino Suárez, señor, es un bello corazón, un patriota ejemplar, un padre tierno, un esposo amante ...

El brusco diálogo se prolonga, y no tiene míster Wilson una palabra de alivio ... ¿Pedir él la libertad del señor Madero, interesarse por Pino Suárez? Huerta hará lo que mejor convenga ... La expatriación por Veracruz ofrecía peligros; ¿por qué no se logra en Tampico? El embajador, inexorable.

La señora de Madero: Otros ministros se esfuerzan por evitar una catástrofe. El de Chile, el de Brasil, el de Cuba.

El embajador (sonriendo con crueldad): No ... tienen ... influencia ...
Convencida la señora Madero de que la suerte de su marido estaba ya decidida y de que sus súplicas al embajador serían completamente ociosas, suplicó a éste que trasmitiera a Taft un telegrama firmado por la madre del Presidente. El embajador, fríamente, repuso que ese mensaje era innecesario. Sin embargo, lo tomó y se lo echó al bolsillo. Ese mensaje fue recibido, según veremos después, en la Casa Blanca.

Si el Presidente Taft se hubiera dirigido a su embajador, quizá hubiera salvado la vida de Madero y Pino Suárez; pero como de este hecho no existe constancia, su responsabilidad histórica en el caso resulta muy grave. Más tarde, a su llegada a La Habana, la señora Madero dirigió de nuevo un mensaje a Taft preguntándole si había recibido el telegrama. Taft no contestó. Este segundo telegrama fue sin duda recibido en Washington cuando ya Taft había dejado de ser Presidente. Pero ¿y el primero? No era el telegrama de un político, era de una madre que pedía por la vida de su hijo.

Ese mismo día, el diputado Luis Manuel Rojas había enviado un telegrama semejante a Taft, pidiéndole que intercediera por la vida de Madero y Pino Suárez, y ese telegrama había sido prontamente contestado por el secretario de Estado Knox.

Rojas había telegrafiado como masón; la señora Madero lo había hecho como madre.

LA VIUDA RECLAMA EL CADÁVER DE SU ESPOSO
El ministro de Cuba, después de brindar en la Embajada de los Estados Unidos, el 22 de febrero de 1913, por la gloria de Jorge Washington, se encerró en su despacho a trabajar, que tenía cien informes y oficios pendientes, mucho asunto en examen y mucho problema en estudio; montañas de papeles; expedientes y firmas y sellos que aguardaban y cartas y telegramas pidiendo turno; y mediada la noche, al parecer tranquila, dióse el ministro blandamente al sueño, reclamándole descanso las magulladuras del cuerpo y del espíritu y la prolongada vigilia

¿Qué pasa? ... Un sirviente llama desde fuera de la alcoba. ¿Ocurre algo? .... Despierta el ministro y se yergue sobre las almohadas. El sirviente avisa que la señora Madero quiere hablar por el teléfono desde la casa del Japón. ¿Es tarde? Las siete de una fría mañana. Corre la esposa del ministro al receptor y escucha el desolado ruego:

¡Señora, por Dios; al ministro que averigüe si anoche hirieron a mi marido! ¡Es preciso que yo lo sepa, señora!

Y no podía la del ministro consolarla, desmintiendo aquella versión, piadoso anticipo de una dolorosa realidad, porque, en ese mismo instante su doncella le mostraba todo el ancho del periódico El Imparcial, en grandes letras rojas, la noticia del martirio ...

Transcurre escasamente una hora. Y el ordenanza, él, partidario de Félix Díaz, también emocionado anuncia que aguardan en el salón la señora Madero y su cuñada, la señorita Mercedes. Un mes antes, el mismo ordenanza anunciaba, con distinta emoción, a la señora del Presidente de la República, radiante de felicidad que honraba, en amable visita, a sus señores bajo las armas de Cuba ...

La esposa regresa viuda, y en vez de la gracia regia lleva un manto negro y arrasados de lágrimas los ojos. No puede explicar lo que pasa; y es tal su angustia y tan extraordinario el espanto de su alma, que habla y luego calla y se estremece. Nos mira y tiembla, con temblor de todo su cuerpo ... Es el pesar que la levanta en un suspiro y la deja caer en un lamento ... como ahogados en el llanto sus sentidos; y cubre con el húmedo pañuelo su rostro desencajado; y solloza, en queja, una orden, una súplica:

Quiero ver a mi marido, que me entreguen su cadáver, quiero llevarlo a su tierra de San Pedro, donde nadie lo traicionaba, y darle sepultura con mis propias manos y vivir sola, junto a su tumba ...

La señora del ministro le prodiga sus cuidados y procura apaciguar la excitación de sus nervios.

Inmensa es la desventura que la arrebata, señora; pero es también inmensa la resignación cristiana y eterna la misericordia del cielo ...

- Hemos ido a la Penitenciaría -exclama la señorita Mercedes entre gemidos- y la guardia nos prohibió la entrada. En seguida acudimos a Blanquet, y penetramos a su despacho. ¡Qué diferencia! Hace dos semanas ¡nos habría recibido de rodillas! No se atrevió a negarnos el permiso escrito; pero de vuelta a la Penitenciaría, la soldadesca arrebata el papel y nos rechaza. ¡Asesinos! ¡Traidores! Fue el grito que se escapó de mi garganta ... ¡Sí, asesinos, traidores, miserables!

- Necesito ver el cadáver de mi marido -interrumpe la viuda, caminando de un extremo a otro de la sala-, contemplar su rostro; persuadirme así de que es a él a quien sus protegidos han asesinado. Yo quiero su cadáver, es mío, me pertenece, nadie puede disputármelo ...

Y en tono de súplica, anegada de nuevo en llanto, añade:

- Ministro, pídalo usted ahora mismo, sin pérdida de tiempo.

El ministro: En estas circunstancias, en medio del incendio, la única influencia positiva la tiene el embajador ...

La señora de Madero: No, no ... del embajador no quiero nada, no me nombre usted al embajador ... él es el culpable lo mismo que los otros ...

Al cabo cede. Ella quiere ver a su marido; ¡quiere verlo de todos modos! ...

Bueno, ministro, sí, el embajador ... pero usted, no yo ... usted!

Y ésta es la carta que en el acto remitimos a míster Wilson:

Legación de la República de Cuba.

México, febrero 23 de 1913.

Mi querido señor embajador:

La desdichada viuda del señor Madero se encuentra en la Legación de Cuba en los actuales tristísimos instantes; y me refiere que estuvo a solicitar del general Blanquet una orden para entrar en la Penitenciaría a ver el cadáver de su infortunado esposo; el general le dio la orden por escrito pero en la Penitenciaría no la respetaron, le arrebataron de la mano el papel y tuvo que retirarse. La señora Madero quiere, de cualquier modo, que le entreguen el cadáver de su marido para ella darle cristiana sepultura; y yo le ruego a V. E., Sr. embajador, en nombre de la piedad que la desventura y el dolor inmenso inspiran, y por la nobleza y generosidad del carácter de V. E. (?) (2), que interponga su influencia para que la señora Madero sea complacida.
Sólo V. E. podrá conseguirlo.
Lo saluda con su distinguida consideración, afectuosamente, S. S. y amigo.
M. Márquez Sterling.

Panteón Francés, Distrito Federal, Mexico
Nació: 25 Agosto 1870
Murió: 31 Julio 1952

1 comentario:

  1. Sin la participación decidida de la Sra. Sara Pérez Romero los ideales de Madero por el respeto al Sufragio Efectivo, la Justicia y la Libertad no hayan tenido el suficiente eco en aquella sociedad llena de convencionalismos.Su aportación en el movimiento revolucionario contribuyó de manera discreta, pero contundente en el cambio democrático de México.

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