sábado, 9 de abril de 2011

Soy Marxista de tendencia Groucho

Yo me eduque en un medio político de izquierda, el partido comunista. Ese que en México existía desde 1918 y evidentemente en la verdadera ortodoxia, así, con los años fui convirtiéndome en un marxista, ahora lo sigo siendo pero de tendencia grouch.

Quien haya visto a los hermanos Marx y no se haya reído, probablemente este chalado o muerto, y claro, como muchos, fui convenciendo cada vez más de Groucho, así han pasado los años y cada vez estoy más cierto que si en algunos momentos pudiéramos actuar y vivir como él (y que cual novela cursi, paso de pobre a rico) seriamos un poco más felices, al menos reiríamos sinceramente y con el espíritu ligero que da la alegría.
Si desean pueden leer sus memorias, pero tengan en cuenta que van a llorar, de la risa, claro esta: Groucho y yo de Groucho Marx y otro libro de é es: Memorias de un amante sarnoso, aparte esta toda su filmografía:
Películas de los cuatro Hermanos Marx
• Humor Risk (1921) (solo se conservan unos pocos fragmentos)
• Los cuatro cocos (1929) .
• El conflicto de los Marx (1930)
• Pistoleros de agua dulce (1931)
• Plumas de caballo (1932)
• Sopa de ganso (1933)
Películas de los tres Hermanos Marx (sin Zeppo)
• Una noche en la ópera (1935)
• Un día en las carreras (1937)
• El hotel de los líos (1938)
• Una tarde en el circo (1939)
• Los Hermanos Marx en el Oeste (1940)
• Tienda de locos (1941)
• Una noche en Casablanca (1946)
• Amor en conserva (1949)
• La historia de la humanidad (1957) (aparecen por separado, no se considera una
Películas en solitario

• Copacabana (1947) de Alfred E. Green
• Double Dynamite (1951)
• Una mujer en cada puerto (1952)
• Will Success Spoil Rock Hunter? (1957)
• The Mikado (TV)(1960)
• Skidoo (1968)

Alejandro.
_________________________
EL HOMBRE COMPLETAMENTE FELIZ

Pues sí, caballeros, y disculpen si les llamo caballeros, pero es que no los conozco muy bien; aquí donde me ven soy un hombre completamente feliz...Y no , no estoy loco...Por aquello de que sólo los locos son verdaderamente felices y los demás, los cuerdos, lo somos a ratos porque "la felicidad completa no existe", según los grandes pensadores. Bien, yo les digo a estos buenos señores, y les repito a ustedes, que soy enteramente feliz. O sea, desde que me levanto hasta que me acuesto. Bueno, después de acostarme soy un poco más feliz, si cabe, por hacer lo que están pensando y luego, cuando duermo, como sueño con lo feliz que he sido ó con lo feliz que seré al día siguiente ... ¡duermo con una cara de felicidad!

EL SECRETO
¿Mi secreto?, me preguntan, pensando sin duda que soy un asqueroso millonario. Pues no, no soy un asqueroso millonario. Ni tan siquiera un millonario a secas. La verdad es que dinero no me falta y vivo bien...Muy bien...Claro que, para ser feliz, hay que vivir bien.

Antes les dije que no estaba loco. Ahora, que no soy tonto. Pero no es el dinero mi secreto para ser feliz. Mi secreto está, y ya se lo digo sin más rodeos, en que disfruto con las cosas que a todos gustan, por supuesto; pero también, y aquí está el quid de la cuestión, gozo con las cosas que a los demás les parecen desgracias. Sí, así de sencillo. Vean: me levanto, un día cualquiera, a las 9 de la mañana, ¿Y cómo me levanto? ¡Feliz!. Eso es, ya lo van entendiendo. Me ducho, me afeito, me visto, desayuno, salgo a la calle y...¿qué ocurre? ¿No lo adivinan? ¿No? Bien sencillo: que me llevo la primera alegría del día al ver la polución de la ciudad.

Miles de coches, decenas de autobuses y centenas de chimeneas de calefacción contaminando el aire. ¡Qué felicidad! ¡Cómo disfruto del panorama! Veo a la gente llorar por la irritación que le producen en los ojos los gases y yo, en cambio,

¡Lloro de alegría!

Sigo andando hasta el trabajo, veo el escaparate de una carnicería, pienso que sus productos tendrán encefalopatía espongiforme, o fiebre aftosa...¡Y río de felicidad! Más adelante, me cruzo con una prostituta con todas las pintas de ser también drogadicta, pienso en el SIDA...Y se me saltan las lágrimas...¡Pero de felicidad otra vez!

Sigo andando y la mayoría de la gente que pasa a mi alrededor fuma compulsivamente...Me imagino que se están clavando puñales en el pecho...Pienso en el cáncer...¡Y otra vez las lágrimas de felicidad!

Son las diez de la mañana. Llego a mi negocio, abro la puerta con llave y paso la mano por el ataúd modelo EGIPCIO, dos mil quinientos dólares venta al público,...Pienso que sin duda venderé hoy media docena de ellos... ¡Y vuelvo a llorar de felicidad!

____________________
Frases

La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.

Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: Un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna

Lo malo del amor es que muchos lo confunden con la gastritis y, cuando se han curado de la indisposición, se encuentran con que se han casado.

¡Hay tantas cosas en la vida más importantes que el dinero! ¡Pero cuestan tanto!.

Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro

Fuera del perro, un libro es probablemente el mejor amigo del hombre, y dentro del perro probablemente está demasiado oscuro para leer

Disculpen si les llamo caballeros, pero es que no les conozco muy bien.

Detrás de un gran hombre hay una gran mujer y detrás de ésta su esposa

El secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio, si puedes simular eso, lo has conseguido.

¿Por qué debería preocuparme por la posteridad? ¿Qué ha hecho la posteridad por mí?

Nunca olvido una cara pero con la suya voy a hacer una excepción.

¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?

Es usted la mujer más bella que he visto en mi vida, lo cual no dice mucho en su favor.

Hace tiempo conviví casi dos años con una mujer hasta descubrir que sus gustos eran exactamente como los míos: los dos estábamos locos por las chicas

Cualquiera que diga que puede ver a través de las mujeres se está perdiendo un montón de cosas.

Inteligencia militar son dos términos contradictorios.

Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros

El matrimonio es la principal causa de divorcio

El matrimonio es una gran institución. Por supuesto, si te gusta vivir en una institución.

Todavía no sé qué me vas a preguntar, pero me opongo.

He tenido una noche absolutamente maravillosa. Pero no ha sido ésta

Nunca voy a ver películas donde el pecho del héroe es mayor que el de la heroína.

Debo confesar que nací a una edad muy temprana

Conozco a centenares de maridos que serían felices de volver al hogar si no hubiese una esposa esperándoles.

¿Servicio de habitaciones? Mándenme una habitación más grande.

¿Que por qué estaba yo con esa mujer? Porque me recuerda a ti. De hecho, me recuerda a ti más que tú.

Desde el momento en que sostuve su libro me caí al suelo rodando de risa. Algún día espero leerlo.

Humor es posiblemente una palabra; la uso constantemente. Estoy loco por ella y algún día averiguaré su significado

Si las mujeres se vistieran para los hombres, las tiendas no venderían demasiado. A lo sumo un par de anteojos de sol cada tanto tiempo.

La humanidad, partiendo de la nada y con su sólo esfuerzo, ha llegado a alcanzar las más altas cotas de miseria

¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?

En las fiestas no te sientes jamás; puede sentarse a tu lado alguien que no te guste.

No puedo decir que no estoy en desacuerdo contigo.

No estoy seguro de cómo me convertí en comediante o actor cómico. Tal vez no lo sea. En cualquier caso me he ganado la vida muy bien durante una serie de años haciéndome pasar por uno de ellos.

He disfrutado mucho con esta obra de teatro, especialmente en el descanso.

Nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como yo

En esta industria, todos sabemos que detrás de un buen guionista hay siempre una gran mujer, y que detrás de ésta está su esposa.

Citadme diciendo que me han citado mal

Cuando muera quiero que me incineren y que el diez por ciento de mis cenizas sean vertidas sobre mi empresario

No es la política la que crea extraños compañeros de cama, sino el matrimonio.

La justicia militar es a la justicia lo que la música militar es a la música.

¿Pagar la cuenta? ¡Qué costumbre tan absurda!

_________________________
El camino a la ruina de un inversor no profesional

Groucho y yo (Groucho Marx)


Muy pronto un negocio mucho más atractivo que el teatral atrajo mi atención y la del país. Era un asuntillo llamado mercado de valores. Lo conocí por primera vez hacia 1926. Constituyó una sorpresa muy agradable descubrir que era un negociante muy astuto. O por lo menos eso parecía, porque todo lo que compraba aumentaba de valor. No tenía asesor financiero ¿Quién lo necesitaba? Podías cerrar los ojos, apoyar el dedo en cualquier punto del enorme tablero mural y la acción que acababas de comprar empezaba inmediatamente a subir. Nunca obtuve beneficios. Parecía absurdo vender una acción a treinta cuando se sabía que dentro del año doblaría o triplicaría su valor.

Mi sueldo semanal era de unos dos mil, pero esto era calderilla en comparación con la pasta que ganaba teóricamente en Wall Street. Disfrutaba trabajando en la revista pero el salario me interesaba muy poco. Aceptaba de todo el mundo confidencias sobre el mercado de valores. Ahora cuesta creerlo pero incidentes como el que sigue eran corrientes en aquellos días.

Subí a un ascensor del hotel Copley Plaza, en Boston. El ascensorista me reconoció y dijo:

- Hace un ratito han subido dos individuos, señor Marx, ¿sabe? Peces gordos, de verdad. Vestían americanas cruzadas y llevaban claveles en las solapas. Hablaban del mercado de valores y, créame, amigo, tenían aspecto de saber lo que decían. No se han figurado que yo estaba escuchándoles, pero cuando manejo el ascensor siempre tengo el oído atento. ¡No voy a pasarme toda la vida haciendo subir y bajar uno de estos cajones! El caso es que oí que uno de los individuos decía al otro: "Ponga todo el dinero que pueda obtener en United Corporation"

[…]

Le di cinco dólares y corrí hacia la habitación de Harpo. Le informé inmediatamente acerca de esta mina de oro en potencia con que me había tropezado en el ascensor. Harpo acaba de desayunar y todavía iba en batín.

-En el vestíbulo de este hotel están las oficinas de un agente de Bolsa -dijo-. Espera a que me vista y correremos a comprar estas acciones antes de que se esparza la noticia.

-Harpo -dije-, ¿estás loco? ¡Si esperamos hasta que te hayas vestido, estas acciones pueden subir diez enteros!

De modo que con mis ropas de calle y Harpo con su batín, corrimos hacia el vestíbulo, entramos en el despacho del agente y en un santiamén compramos acciones de United Corporation por valor de ciento sesenta mil dólares, con una garantía del veinticinco por ciento.

Para los pocos afortunados que no se arruinaron en 1929 y que no estén familiarizados con Wall Street, permítanme explicar lo que significa esa garantía del veinticinco por ciento. Por ejemplo, si uno compraba ochenta mil dólares de acciones, sólo tenía que pagar en efectivo veinte mil. El resto se le quedaba a deber al agente. Era como robar dinero(1).

El miércoles por la tarde, en Broadway, Chico encontró a un habitual de Wall Street, quien le dijo en un susurro:

-Chico, ahora vengo de Wall Street y allí no se habla de otra cosa que del Cobre Anaconda. Se vende a ciento treinta y ocho dólares la acción y se rumorea que llegará hasta los quinientos. ¡Cómpralas antes de que sea demasiado tarde! Lo sé de muy buena tinta.

Chico corrió inmediatamente hacia el teatro, con la noticia de esta oportunidad. Era una función de tarde y retrasamos treinta minutos el alzamiento del telón hasta que nuestro agente nos aseguró que habíamos tenido la fortuna de conseguir seiscientas acciones. ¡Estábamos entusiasmados! Chico, Harpo y yo éramos cada uno propietarios de doscientas acciones de estos valores que rezumaban oro. El agente incluso nos felicitó. Dijo:

- No ocurre a menudo que alguien entre con tan buen pie en una Compañía como la Anaconda.

El mercado siguió subiendo y subiendo. Cuando estábamos de gira, Max Gordon, el productor teatral, solía ponerme una conferencia telefónica cada mañana desde Nueva York, sólo para informarme de la cotización del mercado y de sus predicciones para el día. Dichos augurios nunca variaban. Siempre eran "arriba, arriba, arriba". Hasta entonces yo no había imaginado que uno pudiera hacerse rico sin trabajar.

Max me llamó una mañana y me aconsejó que comprara unos valores llamados Auburn. Eran de una compañía de automóviles, ahora inexistente.

-Marx -dijo- es una gran oportunidad. Pegará más saltos que un canguro. Cómpralo ahora, antes de que sea demasiado tarde.

Luego añadió:

-¿Por qué no abandonas el teatro y olvidas esos miserables dos mil semanales que ganas? Son calderilla. Tal como manejas tus finanzas, aseguraría que puedes ganar más dinero en una hora, instalado en el despacho de un agente de valores, que los que puedes obtener haciendo ocho representaciones semanales en Broadway.

-Max -contesté-, no hay duda de que tu consejo es sensacional. Pero al fin y al cabo tengo ciertas obligaciones con Kaufman, Ryskind, Irving Berlin y con mi productor Sam Harris.

Los que por entonces no sabía era que Kaufman, Ruskind, Berlin y Harris también compraban a crédito y que, finalmente, iban a ser aniquilados por sus asesores financieros. Sin embargo, por consejo de Max, llamé inmediatamente a mi agente y le instruí para que me comprara quinientas acciones de la Auburn Motor Company.

Pocas semanas más tarde, me encontraba paseando por los terrenos de un club de campo, con el señor Gordon […] El día anterior, las Auburn habían pegado un salto de treinta y ocho enteros. Me volví hacia mi compañero de golf y dije:

-Max, ¿cuanto tiempo durará esto?

Max repuso, utilizando una frase de Al Jolson.

-Hermano, ¡todavía no has visto nada!

Lo más sorprendente del mercado, en 1929, era que nadie vendía una sola acción. La gente compraba sin cesar. Un día, con cierta timidez, hablé a mi agente acerca de este fenómeno especulativo.

- No sé gran cosa sobre Wall Street - empecé a decir en son de disculpa- pero, ¿qué es lo que hace que esas acciones sigan ascendiendo? ¿No debiera haber alguna relación entre las ganancias de una compañía, sus dividendos y el precio de venta de sus acciones?

Por encima de mi cabeza, miró a una nueva víctima que acababa de entrar en su despacho y dijo:

- Señor Marx, tiene mucho que aprender acerca del mercado de valores. Lo que usted no sabe respecto a las acciones serviría para llenar un libro.

- Oiga, buen hombre -repliqué-. He venido aquí en busca de consejo. Si no sabe usted hablar con cortesía, hay otros que tendrán mucho gusto en encargarse de mis asuntos. Y ahora ¿qué estaba usted diciendo?

Adecuadamente castigado y amansado, respondió:

- Señor Marx, tal vez no se dé cuenta, pero éste ha cesado de ser un mercado nacional. Ahora somos un mercado mundial. Recibimos órdenes de compra de todos los países de Europa, de América del Sur e incluso de Oriente. Esta mañana hemos recibido de la India un encargo para comprar mil acciones de Tuberías Crane.

Con cierto cansancio pregunté:

-¿Cree que es una buena compra?

-No hay otra mejor -me contestó-. Si hay algo que todos hemos de usar son las tuberías.

(Se me ocurrieron otras cuantas cosas más, pero no estaba seguro de que apareciesen en las listas de cotizaciones.)

-Eso es ridículo -dije-. Tengo varios amigos pieles rojas en Dakota del Sur y no utilizan las tuberías. -Solté una carcajada para celebrar mi salida, pero él permaneció muy serio, de modo que proseguí-. ¿Dice usted que desde la India le envían órdenes de compra de Tuberías Crane? Si en la lejana India piden tuberías, deben de saber algo sensacional. Apúnteme para doscientas acciones; no, mejor aún, que sean trescientas

Mientras el mercado seguía ascendiendo hacia el firmamento, empecé a sentirme cada vez más nervioso. El poco juicio que tenía me aconsejaba vender, pero, al igual que todos los demás primos, era avaricioso. Lamentaba desprenderme de cualquier acción, pues estaba seguro de que iba doblar su valor en pocos meses.

En los periódicos actuales leo con frecuencia artículos relativos a espectadores que se quejan de haber pagado hasta un centenar de dólares por dos entradas para ver My Fair Lady (1) (Personalmente opino que vale esos dólares.) Bueno, una vez pague treinta y ocho mil por ver a Eddie Cantor en el Palace

[…]

Cantor era vecino mío en Great Neek. Como era viejo amigo suyo cuando terminó la representación fue a verle en su camerino. […]

Encanto -prosiguió Cantor-, ¿qué te ha parecido mi espectáculo?

Miré hacia atrás, suponiendo que habría entrado alguna muchacha. Desdichadamente no era así, y comprendí que se dirigía a mí.

Eddie, cariño - contesté con entusiasmo verdadero-, ¡has estado soberbio!

Me disponía a lanzarle unos cuantos piropos más cuando me miró afectuosamente con aquellos ojos grandes y brillantes, apoyó las manos en mis hombros y dijo:

-Precioso, ¿tienes algunas Goldman Sachs?

-Dulzura -respondí (a este juego pueden jugar dos)-, no sólo no tengo ninguna, sino que nunca he oído hablar de ellas ¿Qué es Goldman Sachs? ¿Una marca de harinas?

Me cogió por ambas solapas y me atrajo hacia mí. Por un momento pensé que iba a besarme.

-¡No me digas que nunca has oído hablar de las Goldman Sachs! -exclamó incrédulamente-. Es la compañía de inversiones más sensacional de todo el mercado de valores (2).

Luego consultó su reloj y dijo:

-Hoy es demasiado tarde. La Bolsa está ya cerrada. Pero, mañana por la mañana, nene, lo primero que tienes que hacer es coger el sombrero y correr al despacho de tu agente para comprar doscientas acciones de Goldman Sachs. Creo que hoy ha cerrado a 156… ¡y a 156 es un robo! (3)

Luego Eddie me palmoteó una mejilla, yo le palmoteé la suya y nos separamos.

¡Amigo! ¡Qué contento estaba de haber ido a ver a Cantor a su camerino! Figurese, si no llego a ir aquella tarde al Teatro Palace, no hubiese tenido aquella confidencia. A la mañana siguiente, antes del desayuno, corrí al despacho del agente en el momento en que se abría la Bolsa. Aflojé el veinticinco por ciento de treinta y ocho mil dólares y me convertí en afortunado propietario de doscientas acciones de la Goldman Sachs, la mejor compañía de inversiones de América

Entonces empecé a pasarme las mañanas instalado en el despacho de un agente de Bolsa, contemplando un gran cuadro mural lleno de signos que no entendía. A no ser que llegara temprano, ni siquiera me era posible entrar. Muchas de las agencias de Bolsa tenían más público que la mayoría de los teatros de Broadway.

Parecía que casi todos mis conocidos se interesaran por el mercado de valores. La mayoría de las conversaciones se limitaban a la cantidad que tal y tal valor habían subido la semana pasada, o cosas similares. El fontanero, el carnicero, el panadero, el hombre del hielo, todos anhelantes de hacerse ricos, arrojaban sus mezquinos salarios -y en muchos casos sus ahorros de toda la vida- en Wall Street (1). Ocasionalmente, el mercado flaqueaba, pero muy pronto se liberaba la resistencia que ofrecían los prudentes y sensatos, y proseguía su continua ascensión.

De vez en cuando algún profeta financiero publicaba un artículo sombrío advirtiendo al público que los precios no guardaban ninguna proporción con los verdaderos valores y recordando que todo lo que sube debe bajar. Pero apenas si nadie prestaba atención a estos conservadores tontos y a sus palabras idiotas de cautela. Incluso Barney Baruch, el Sócrates de Central Park y mago financiero americano, lanzó una llamada de advertencia. No recuerdo su frase exacta, pero venía a ser así: "Cuando el mercado de valores se convierte en noticia de primera página, ha sonado la hora de retirarse."


Yo no estaba presente cuando la Fiebre del Oro del cuarenta y nueve. Me refiero a 1849. Pero imagino que esa fiebre fue muy parecida a la que ahora infectaba al todo el país. El presidente Hoover estaba pescando y el resto del gobierno federal parecía completamente ajeno a lo que sucedía. No estoy seguro de que hubiesen conseguido algo aunque lo hubieran intentado, pero en todo caso el mercado se deslizó alegremente hacia su perdición.

Un día concreto, el mercado comenzó a vacilar. Unos cuantos de los clientes más nerviosos fueron presos del pánico y empezaron a descargarse. Eso ocurrió hace casi treinta años y no recuerdo las diversas fases de la catástrofe que caía sobre nosotros, pero así como al principio del auge todo el mundo quería comprar, al empezar el pánico todo el mundo quiso vender. Al principio las ventas se hacían ordenadamente, pero pronto el pánico echó a un lado el buen juicio y todos empezaron a lanzar al ruedo sus valores que por entonces solo tenían el nombre de tales.

Luego el pánico alcanzó a los agentes de Bolsa, quienes empezaron a chillar reclamando garantías adicionales. Esta era una broma pesada, porque la mayor parte de los accionistas se habían quedado sin dinero, y los agentes empezaron a vender acciones a cualquier precio. Yo fui uno de los afectados. Desdichadamente, todavía me quedaba dinero en el Banco. Para evitar que vendieran mi papel empecé a firmar cheques febrilmente para cubrir las garantías que desaparecían rápidamente. Luego un martes espectacular, Wall Street lanzó la toalla y se derrumbó. Eso de la toalla es una frase adecuada, porque por entonces todo el país estaba llorando.

Algunos de mis conocidos perdieron millones. Yo tuve más suerte. Lo único que perdí fueron doscientos cuarenta mil dólares (o ciento veinte semanas de trabajo, a dos mil por semana). Hubiese perdido más pero era todo el dinero que tenía. El día del hundimiento final, mi amigo, antaño asesor financiero y astuto comerciante, Max Gordon, me telefoneó desde Nueva York. [...] Todo lo que dijo fue: "¡la broma ha terminado!" Antes de que yo pudiese contestar el teléfono se había quedado mudo.

El día del hundimiento final, mi amigo, antaño asesor financiero y astuto comerciante, Max Gordon, me telefoneó desde Nueva York. [...] Todo lo que dijo fue: "¡la broma ha terminado!" Antes de que yo pudiese contestar el teléfono se había quedado mudo.

En toda la bazofia escrita por los analistas del mercado, me parece que nadie hizo un resumen de la situación de una manera tan sucinta como mi amigo el señor Gordon. En aquellas palabras lo dijo todo. Desde luego, la broma había terminado. Creo que el único motivo por el que seguí viviendo fue el convencimiento consolador de que todos mis amigos estaban en la misma situación. Incluso la desdicha financiera, al igual que la de cualquier otra especie, prefiere la compañía.

Si mi agente hubiese empezado a vender mis acciones cuando empezaron a tambalearse, hubiese salvado una verdadera fortuna. Pero como no me era posible imaginar que pudiesen bajar más, empecé a pedir prestado dinero del Banco para cubrir las garantías. Las acciones de Cobre Anaconda se fundieron como las nieves del Kilimanjaro (no creas que no he leído a Hemingway), y finalmente se estabilizaron a 2 7/8. La confidencia del ascensorista de Boston respecto a United Corporation se saldó a 3,50. Las habíamos comprado a 60. La función de Cantor en el Palace fue magnífica ¿Goldman-Sachs a 156 dólares? Cuando la máxima depresión del mercado, podía comprárselas a un dólar por acción.

El ir al desahucio financiero no constituyó una pérdida total. A cambio de mis doscientos cuarenta mil dólares obtuve un insomnio galopante, y en mi círculo social el desvelamiento empezó a sustituir al mercado de valores como principal tema de conversación.



No hay comentarios:

Publicar un comentario