sábado, 21 de mayo de 2011

Solo sucedió un día



Esta no es una historia vieja, solo sucedió un día, un día como cualquier otro, un día en él que al despertar sintió una profunda alegría, como si esa noche el espíritu hubiera volado nuevamente con los amantes, como si el cosmos entero le llenara el alma.

Así que se baño y vistió rápidamente mientras miraba a través de los cristales de su ventana, la gente pasaba, la misma gente que día tras día caminaba rápidamente hacia algún lugar distante, algo remoto –pensó él- sus pasos largos, los rostros todavía guardando la nostalgia del sueño, caras largas, solo los niños jugaban, querían correr o lloraban, solo ellos le daban vida al pasar de la gente.

Se puso su camisa, vistió su pantalón, no recordaba hacia cuanto tiempo no se compraba ropa, en fin, era algo que realmente le era indiferente, se terminó de vestir, sus zapatos limpios con la suela desgastada, encendió el primer cigarrillo del día, se dirigió hacia la cocina a prepararse un café, expreso, como le gustaba y mientras bebía entre sorbo y sorbo fumaba mirando como el humo se diluía y las cenizas caían.

Salió de su casa, se encamino a su trabajo, se imagino como el obrero de Tiempos Modernos de Charlot, llego e hizo su trabajo como siempre, eficiente, pulcramente.

A media tarde, había quedado de ver a esa persona en el café de la esquina, a él le gustaban los cafés donde la gente asistia a leer, a platicar, ahí estaban los mismos de siempre, en la mesa que ya se habían apropiado, hablando sobre futbol o política, en todo caso, eran en ambos temas expertos, más allá una joven pareja, se decían cosas suavemente, palabras que solo los enamorados saben decir y sentir, el vendedor de periódicos y el bolero, las meseras, ese señor siempre solo, leyendo su periódico sin prestar atención. A él le parecía que estos cafés estaban hechos a la exacta altura humana, solía decir que eran lugares democráticos, donde se podía estar solo o compartir, lugares hechos para charlar, para recuperar a palabra perdida.

Busco una mesa cerca de la ventana, tomo la silla y se sentó, ordeno su café y encendió un cigarro mientras miraba a los transeúntes del otro lado del cristal, solía imaginarse cosas, a veces sacaba de su saco una pequeña libreta y anotaba, les atribuía historias a cada uno de ellos, ahora solo esperaba a esa persona, así que no miraba a nadie más, aguardaba verla llegar al acercarse al café.

Cuando llego, él se sintió con un gran gozo y un gran temor, habían pasado tantos años, él y la otra persona se sentaron, se saludaron y se hicieron las preguntas de costumbre, así fue al inicio, una charla sin ritmo ni destino, ambos hablaban mientras fumaban y tomaban café.

Poco a poco los espacios entre un tema y otro se hicieron más amplios, silencios que fueron barrancas y desiertos, sin darse cuenta no hablaban ya el mismo idioma, eran dos extraños y dos extranjeros en tierra de nadie, él siguió fumando hasta que poco a poco se fue volando con el humo y fue quedando en el cenicero, mientras que ella lo miraba silenciosamente.

Alejandro.

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