viernes, 6 de septiembre de 2013

Fray Antón de Montesinos, voz de trueno...




Pan de indigentes es la vida de los pobres,
Quien se lo quita es un hombre sanguinario.
Mata a su prójimo quien le arrebata su sustento,
Vierte sangre quien quita el jornal al jornalero.
…el hombre que ayuna por sus pecados
y que vuelve otra vez a hacer lo mismo;
su oración, ¿quién la escuchará?

"... Los que leen las Escrituras tienen el deber no solamente de adquirir ellos mismos muchos conocimientos, sino que deben ser capaces de ayudar, tanto de palabra como por escrito, a quienes no han recibido esta instrucción. Así lo hizo mi abuelo Jesús. En primer lugar se dedicó de lleno a la lectura de la ley y los profetas, y de los demás libros recibidos de nuestros antepasados, y alcanzó un conocimiento muy grande de ellos; y luego él mismo se sintió movido a escribir un libro sobre la instrucción y la sabiduría, para que, practicando sus enseñanzas, las personas deseosas de aprender puedan hacer mayores progresos viviendo de acuerdo con la ley".
Libros deuterocanonicos, eclesiástico


Fray Antón de Montesinos por vez primera en la América que nace violentada al mestizaje, grita desde el púlpito  sacerdote dominico, hombre y humano, conocedor del derecho inalienable a la libertad y a la vida, a la dignidad que da el solo hecho de ser un humano, este sacerdote, grita y grita tan fuerte que 502 años después aún se escucha, aun desentumece las anquilosadas conciencias, los sordos le oyen, porque aún en esta, nuestra América la explotación, el despojo, la violación, la discriminación, siguen siendo la vida de muchos, de muchos seres humanos, personas que en las más de las veces descienden de aquellos que alguna vez, antes del despojo fueron los señores, las señoras de estas tierras.

Hoy les deseo compartir los dos sermones que este hombre dio y que toco en su momento el espíritu, el alma de algunos encomenderos, entre ellos el de Fray Bartolomé de las Casas, quienes, algunos años más adelante viajarían a España a hablar con el emperador y donde su majestad decidió que en Valladolid se resolviese, famoso encuentro entre dos opciones y maneras de ver la vida, la del hombre y la del amo, Sepulveda de Gines contra Las Casas.

Antes de eso, es necesario decir que documentalmente se constata que en la isla La Española, para ese primer sermón de adviento, estuvieron como invitados el almirante Diego Colón, (hijo de Cristobal), los oficiales reales, letrados y gran número de encomenderos, que sacudidos por la predica esperaban una retractación solemne. Con esta esperanza acudieron al siguiente sermón, pero en vano. Fray Antonio de Montesino, tomando como punto de partida la cita del Libro de Job “Sacaré de lejos mi saber y vindicaré la justicia de mi Hacedor. Cierto no son falaces mis razones, te habla un profundo conocedor” prosiguió:

“Tornaré a referir desde su principio mi conciencia y verdad que el domingo pasado os prediqué, y aquellas mis palabras, que así os amargaron, mostraré ser verdaderas”.

La autoridades enfurecidas fueron al convento de los dominicos a pedir responsabilidades, pero Fray Pedro de Córdoba, el Prior, les contestó: “Que lo que había dicho aquel padre, había sido de parecer, voluntad y consentimiento suyo y de todos..., y con mucho consejo y madura deliberación se había determinado que se predicase como verdad evangélica y cosa necesaria a la salvación de todos los españoles y los indios de esta isla..., que eran predicadores de la verdad y que no creían deservir al Rey, sino que pensaban que les daría las gracias”.

La persistencia del sistema de encomiendas utilizado por Diego Colón, fue la razón por la cual los frailes de la orden de Santo Domingo, con motivo de la celebración del domingo de adviento en diciembre de 1511, entablarán una protesta por el maltrato recibido por las indígenas residentes en la Isla La Española.

 

Primer Sermón

El domingo 21 de diciembre de 1511, cuarto domingo de Adviento, cuando se lee el pasaje del Evangelio de San Juan, donde dice: «Yo soy una voz que clama en el desierto» (Jn 1, 23), fray Antonio Montesino subió al púlpito, como portavoz de la primera comunidad de dominicos en el Nuevo Mundo, en Santo Domingo, para pronunciar el sermón preparado previamente y firmado por todos los frailes. Sermón conocido como el «Sermón de Adviento»:

Ego vox clamantis in deserto

«Para os los dar a cognoscer me he sobido aquí, yo que soy voz de Cristo en el desierto desta isla; y, por tanto, conviene que con atención, no cualquiera sino con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos, la oigáis; la cual será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y más espantable y peligrosa que jamás no pensasteis oír». «Esta voz [os dice] que todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué auctoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muerte y estragos nunca oídos habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades [en] que, de los excesivos trabajos que les dais, incurren y se os mueren y, por mejor decir, los matáis por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine y cognozcan a su Dios y criador, sean baptizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? Estos, ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto, que en el estado [en] que estáis no os podéis más salvar que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo».

Segundo Sermón


El domingo siguiente, 28 de diciembre de 1511, con la iglesia abarrotada de gente, fray Antonio Montesino de nuevo subió al púlpito para pronunciar el sermón, mientras los presentes esperaban la retractación pública exigida por las autoridades de La Española, comenzó diciendo: «Tornaré a referir desde el principio mi ciencia y verdad, que el domingo pasado os prediqué y aquellas mismas palabras, que así os amargaron, mostraré ser verdaderas».Bartolomé de Las Casas, uno de los enfurecidos encomenderos presentes, nos relata sus palabras:

«Oido este tema, ya vieron luego los más avisados adonde iba a parar, y fue arto sufrimiento dejalle de allí pasar. Comenzó a fundar su sermón y a referir todo lo que en el sermón pasado había predicado y a corroborar con razones y auctoridades lo que afirmó de tener injusta y tiránicamente aquellas gentes opresas y fatigadas, tornando a repetir sus sciencia; que tuviesen por cierto no poderse salvar en aquel estado; por eso, que con tiempo se remediasen, haciéndoles saber que a hombre dellos no confesarían, más que a los que andaban salteando, y aquello publicasen y escribiesen a quien quisiesen a Castilla».


Como consecuencia de estos sermones pronunciados por fray Antonio Montesino, a los dominicos de La Española se les prohibió continuar predicando sobre estos temas.

Cuando las ilusiones son más, cuando las distracciones de los sentidos, los caprichos de la fantasía y los tumultos de la pasión se han disuelto, incluso antes de que el cuerpo está frío, lo que una vez que lo atestado y agitado, el alma se fusiona con el intelecto, el intelecto en la conciencia, la conciencia en la ininterrumpida, horrible soledad de su propia responsabilidad personal, y aunque los habitantes del universo estaban dentro de inmensidad del espíritu, la responsabilidad personal es estrictamente solos y no compartida, como si no se fueron a lo largo de la inmensidad, pero el espíritu y su Dios.

When illusions are over, when the distractions of sense, the vagaries of fancy, and the tumults of passion have dissolved even before the body is cold, which once they so thronged and agitated, the soul merges into intellect, intellect into conscience, conscience into the unbroken, awful solitude of its own personal accountability; and though the inhabitants of the universe were within the spirit's ken, this personal accountability is as strictly alone and unshared, as if no being were throughout immensity but the spirit and its God.

Henry Giles




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