martes, 8 de abril de 2014

El espíritu del amor Dafnis y Cloe



La primera vez que leí Dafnis y Cloe, estaba todavía estudiando antropología, así que fue por 1977 o 1978, hoy, a la distancia de los años, vuelvo a leer a Longo y sigue siendo una bella historia, donde el amor es deseo, carne y pasión, donde es posible la inocencia y el placer como partes de la misma moneda, escrita hace casi dos mil años, llena de sátiros, ninfas y todo aquello que hace una vida bucólica, para que recordemos que vale la pena amar.

Les dejo una de las partes del texto que más me gustan y que hasta el día de hoy llenan mi vida y por supuesto lo que Maurice Ravel dijo a través de su música.

Alejandro

Dafnis y Cloe
Longo
 

"No soy niño, aunque parezco niño, sino más viejo que Saturno. Yo soy Amor, anterior al tiempo todo. A ti te conozco de muy atrás, cuando, zagalón todavía, guardabas tu rebaño en el llano de la laguna. Yo estaba a la vera tuya siempre que tocabas la flauta bajo los chopos, enamorado de Amarilis. Tú no me veías por más que yo solía ponerme cerca de la zagala. Al cabo te la di, y de ella te nacieron hijos, que son valientes vaqueros y labradores. En el día cuido, como pastor, de Dafnis y de Cloe; y después que los reúno al rayar el alba, me vengo a tu huerto, me divierto con tus plantas y flores, y me baño en sus fuentes. Por eso flores y plantas están lozanas y hermosas, regadas con el agua de mi baño. Mira cómo no hay rama alguna deshojada, ni fruta arrancada o caída, ni arbolillo sacado de cuajo, ni fuente turbia".

En grande se holgaron ellos, Dafnis y Cloe, como si oyeran un cuento, y no un sucedido, y preguntaron quién era el tal Amor, si era niño o pájaro, y qué poder tenía. De nuevo habló así Filetas: Dios, hijos míos, es Amor, jóven, hermoso y volátil, por lo cual se complace en la mocedad, apetece y busca la hermosura y hace que broten alas en el alma. Tanto puede, que Júpiter no puede más; dispone de los gérmenes de donde todo nace, reina sobre los astros y manda más en los dioses, sus compañeros, que en cabras y ovejas vosotros.

[...]

Yo ví al toro en celo, siguió hablando Filetas, y bramaba como picado del tábano; yo ví al macho enamorado de la cabra, y por todas partes la seguía. Yo mismo, cuando mozo, amaba a Amarilis, y ni me acordaba de la comida, ni tomaba de beber, ni me entregaba al sueño. Me dolía el alma, me daba brincos el corazón y mi cuerpo languidecía; ya callaba como muerto; a veces me arrojaba al río para apagar el fuego en que me quemaba; a veces pedía socorro a Pan, porque amó a Pitis; elogiaba a Eco, porque despues de mí llamaba a Amarilis, o rompía mi flauta, porque atraía a las vacas, y a mi Amarilis no la traía. Ello es que no hay remedio para Amor; ni filtro, ni ensalmo, ni manjar con hechizo; no hay más que beso, abrazo y acostarse juntos desnudos.

Filetas, después que los hubo adoctrinado, se fue, recibiendo de ellos algunos quesos y un chivo, al que asomaban ya los pitones. No bien ellos se quedaron solos y oido entonces el nombre de Amor por vez primera, se apesadumbraron más, y de vuelta a sus chozas, comparaban lo que sentían a lo que el viejo había referido.

Padecen los amantes, decían, y padecemos nosotros; no cuidan de sí mismos, como nosotros nos descuidamos; no logran dormir, y nosotros tampoco dormimos; se diría que arden, e idéntico fuego nos abrasa; desean verse, y para vernos ansiamos que llegue el día. Esto de juro es amor y somos amados, ¿que falta? ¿qué nos aflige? ¿para qué nos buscamos?.

Tomemos los remedios de que Filetas hablaba: besos, abrazos y acostarse juntos desnudos. Es cierto que hace mucho frío, pero le sufriremos, a fin de tomar el último remedio. Así se repasaban ambos de noche la lección que Filetas les había dado.

Padecen los amantes -decían- y padecemos nosotros; no cuidan de sí mismos, como nosotros nos descuidamos; no logran dormir, y nosotros tampoco dormimos; se diría que arden, e idéntico fuego nos abrasa; desean verse, y para vernos ansiamos que llegue el día. Esto, de juro, es amor. Nos amábamos sin saberlo. Pero si esto es amor y somos amados, ¿qué nos falta? ¿Qué nos aflige? ¿Para qué nos buscamos? Filetas nos dijo la verdad; el mozuelo que vio en su huerto no es otro que el que en sueño se apareció a nuestros padres y les ordenó que nos diesen a guardar el ganado. ¿Cómo le podremos prender?

¡Es pequeñuelo y se fugará! ¿Cómo huir de él? Tiene alas y nos alcanzará. ¿Pediremos a las Ninfas que nos protejan? En vano pidió Filetas protección a Pan cuando su amor con Amarilis. Tomemos los remedios de que él hablaba: besos y abrazos y acostarse juntos desnudos. Es cierto que hace mucho frío, pero le sufriremos, a fin de tomar el último remedio.» Así repasaban ambos de noche la lección que Filetas les había dado.

Al día siguiente llevaron el ganado a pacer, y al verse, se besaron, lo cual nunca habían hecho antes, y se estrecharon las manos y se abrazaron. Con el tercer remedio, con el de acostarse juntos desnudos, era con el que no se atrevían, sin duda por requerir mayor atrevimiento que el que cabe, no ya sólo en doncellicas ternezuelas, sino también en cabreros de corta edad. Aquella noche estuvieron tan desvelados como la anterior, y ya con recuerdos de lo hecho, ya con pesar de lo omitido, decían en sus adentros: «Nos hemos besado, y de nada aprovecha; nos hemos abrazado, y tampoco hemos tenido alivio. Por fuerza, el único remedio de amor ha de ser acostarse juntos. Menester será ponerlo por obra. Algo ha de haber en ello más eficaz que el beso.

En tales discursos acabaron por dormirse, y sus ensueños fueron amorosos: besos y abrazos. Aun lo que no, habían hecho, despiertos, lo hacían soñando: se acostaban juntos desnudos.

Despertáronse luego con el alba más prendados que nunca, y se apresuraron á salir á pastorear, impacientes de renovar los besos. No bien se vieron, corrieron con blanda sonrisa hasta juntarse; se besaron y se abrazaron; pero el tercer remedio no, se empleó. Ni Dafnis se atrevía á proponerle, ni Cloe quería tomar la iniciativa. El acaso hubo, pues, de disponerlo todo.

Sentados estaban ambos junto al tronco: de la encina, y gustaban del deleite que hay en el beso, y no lograban hartarse de su dulzura. Ceñíanse con los brazos para que la unión fuese más apretada. Una vez, como Dafnis apretase con mayor violencia, Cloe se cayó sobre un costado, y Dafnis, siguiendo, la boca de Cloe para no perder el beso, se cayó también. Reconocieron entonces en aquella postura la que en sueños habían tenido, y se quedaron así durante mucho tiempo, como si estuviesen atados. Sin adivinar lo que había después, creyeron haber tocado al último límite de los gustos amorosos, y consumieron en balde la mayor parte del día, hasta que al llegar la noche se separaron maldiciéndola, y recogieron el hato. Quizás hubieran llegado pronto al término verdadero, á no sobrevenir un alboroto en aquel rústico, retiro.


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