sábado, 17 de diciembre de 2011

De la Ira - Lucio Anneo Séneca

“A veces es necesario dejar salir la ira en aras de la razón” Cicerón



I. Me exigiste, caro Novato, que te escribiese acerca de la manera de dominar la ira, y creo que, no sin causa, temes muy principalmente a esta pasión, que es la más sombría y desenfrenada de todas. Las otras tienen sin duda algo de quietas y plácidas; pero esta es toda agitación, desenfreno en el resentimiento, sed de guerra, de sangre, de suplicios, arrebato de furores sobrehumanos, olvidándose de sí misma con tal de dañar a los demás, lanzándose en medio de las espadas, y ávida de venganzas que a su vez traen un vengador. Por esta razón algunos varones sabios definieron la ira llamándola locura breve; porque, impotente como aquélla para dominarse, olvida toda conveniencia, desconoce todo afecto, es obstinada y terca en lo que se propone, sorda a los consejos de la razón, agitándose por causas vanas, inhábil para distinguir lo justo y verdadero, pareciéndose a esas ruinas que se rompen sobra aquello mismo que aplastan. Para que te convenzas de que no existe razón en aquellos a quienes domina la ira, observa sus actitudes. Porque así como la locura tiene sus señales ciertas, frente triste, andar precipitado, manos convulsas, tez cambiante, respiración anhelosa y entrecortada, así también presenta estas señales el hombre iracundo. Inflámanse sus ojos y centellean; intenso color rojo cubre su semblante, hierve la sangre en las cavidades de su corazón, tiémblenle los labios, aprieta los dientes, el cabello se levanta y eriza, su respiración es corta y ruidosa, sus coyunturas crujen y se retuercen, gime y ruge; su palabra es torpe y entrecortada, chocan frecuentemente sus manos, sus pies golpean el suelo, agitase todo su cuerpo, y cada gesto es una amenaza: así se nos presente aquel a quien hincha y descompone la ira. Imposible saber si este vicio es más detestable que deforme. Pueden ocultarse los demás, alimentarles en secreto; pero la ira se revela en el semblante, y cuanto mayor es, mejor se manifiesta. ¿No ves en todos los animales señales precursoras cuando se aprestan al combate, abandonando todos los miembros la calma de su actitud ordinaria, y exaltándose su ferocidad? El jabalí lanza espuma y aguza contra los troncos sus colmillos; el toro da cornadas al aire, y levanta arena con los pies; ruge el león; hínchase el cuello de la serpiente irritada, y el perro atacado de rabia tiene siniestro aspecto. No hay animal, por terrible y dañino que sea, que no muestre, cuando le domina la ira, mayor ferocidad. No ignoro que existen otras pasiones difíciles de ocultar: la incontinencia, el miedo, la audacia tienen sus señales propias y pueden conocerse de antemano; porque no existe ningún pensamiento interior algo violento que no altere de algún modo el semblante. ¿En qué se diferencia, pues, la ira de estas otras pasiones? En que éstas se muestran y aquélla centellea.

II. Si quieres considerar ahora sus efectos y estragos, verás que ninguna calamidad costó más al género humano. Verás los asesinatos, envenenamientos, las mutuas acusaciones de cómplices, la desolación de ciudades, las ruinas de naciones enteras, las cabezas de sus jefes vendidas al mejor postor, las antorchas incendiarias aplicadas a las casas, las llamas franqueando los recintos amurallados y en vastas extensiones de país brillando las hogueras enemigas. Considera aquellas insignes ciudades cuyo asiento apenas se reconoce hoy: la ira las destruyó; contempla esas inmensas soledades deshabitadas; la ira formó esos desiertos. Considera tantos varones eminentes trasmitidos a nuestra memoria «como ejemplos del hado fatal»: la ira hiere a uno en su lecho, a otro en el sagrado del banquete; inmola a éste delante de las leyes en medio del espectáculo del foro, obliga a aquél a dar su sangre a un hijo parricida; a un rey a presentar la garganta al puñal de un esclavo, a aquel otro a extender los brazos en una cruz. Y hasta ahora solamente he hablado de víctimas aisladas; ¿qué será si omitiendo aquellos contra quienes se ha desencadenado particularmente la ira, fijas la vista en asambleas destruidas por el hierro, en todo un pueblo entregado en conjunto a la espada del soldado, en naciones enteras confundidas en la misma ruina, entregadas a la misma muerte... como habiendo abandonado todo cuidado propio o despreciado la autoridad? ¿Por qué se irrita tan injustamente el pueblo contra los gladiadores si no mueren en graciosa actitud? considerase despreciado, y por sus gestos y violencias, de espectador se trueca en enemigo. Este sentimiento, sea el que quiera, no es ciertamente ira, sino cuasi ira; es el de los niños que, cuando caen, quieren que se azote al suelo, y frecuentemente no saben contra quién se irritan: irrítense sin razón ni ofensa, pero no sin apariencia de ella ni sin deseo de castigar. Engáñenles golpes fingidos, ruegos y lágrimas simuladas les calman, y la falsa ofensa desaparece ante falsa venganza.

III. «Nos irritamos con frecuencia, dicen algunos, no contra los que ofenden, sino contra los que han de ofender, lo cual demuestra que la ira no brota solamente de la ofensa». Verdad es que nos irritamos contra los que han de ofendernos; pero nos ofenden con sus mismos pensamientos, y el que medita una ofensa, ya la ha comenzado. «Para que te convenzas, dicen, de que la ira no consiste en el deseo de castigar, considera cuántas veces se irritan los más débiles contra los más poderosos: ahora bien, éstos no desean un castigo que no pueden esperar». En primer lugar, hemos dicho que la ira es el deseo y no la facultad de castigar, y los hombres desean también aquello que no pueden conseguir. Además, nadie es tan humilde que no pueda esperar vengarse hasta del más encumbrado: para hacer daño somos muy poderosos. La definición de Aristóteles no se separa mucho de la nuestra, porque dice que la ira es el deseo de devolver el daño. Largo sería examinar detalladamente en qué se diferencia esta definición de la nuestra. Objétase contra las dos que los animales sienten la ira y esto sin recibir daño, sin idea de castigar o de causarlo, porque aunque lo causen, no lo meditan. Pero debemos contestar que los animales carecen de ira, como todo aquello que no es hombre; porque, si bien enemiga de la razón, solamente se desarrolla en el ser capaz de razón. Los animales sienten violencia, rabia, ferocidad, arrebato, pero no conocen más la ira que la lujuria, aunque para algunas voluptuosidades sean más intemperantes que nosotros. No debes creer aquel que dijo:
Non aper irasci meminit, non fidere cursu
Cerva, nec armentis incurrere fortibus ursi;

XLIII. ¿Por qué no has de recoger más bien tu corta vida, y hacerla tranquila para ti y para los demás? ¿por qué no has de procurar más bien hacerte amar durante tu existencia y lamentar después de tu muerte? ¿por qué has de trabajar en la caída del que te trató con altivez? ¿por qué has de empeñarte en asustar con tus fuerzas a ese otro que ladra detrás de ti, y que, vil y despreciable, es molesto para sus superiores? ¿Por qué irritarte contra tu esclavo, contra tu señor, contra tu patrono, contra tu cliente? Ten paciencia por un momento: he aquí la muerto que viene, y a todos nos hace iguales. Con frecuencia nos divertimos en los espectáculos matinales de la arena, al ver la lucha de leones y toros encadenados juntos: desgárrense mutuamente, y allí está esperando el que ha de rematarles. Lo mismo hacemos nosotros; atormentamos al que comparte nuestra cadena, mientras que igual fin amenaza a vencidos y vencedores, y tal vez en la primera mañana. Mejor es que pasemos en reposo y en paz los pocos días que nos quedan, y que nadie mire con odio nuestro cadáver. Más de una pendencia ha terminado a los gritos de los incendiados en las cercanías, y la presencia de una fiera ha separado al ladrón y al viajero. Imposible es luchar con un mal pequeño, cuando domina miedo mayor. ¿Qué tenemos que ver con los combates y emboscadas? ¿Puede tu ira desear al enemigo algo más grande que la muerte? permanece tranquilo, que morirá: pierdes el trabajo al querer hacer lo que ha de suceder. «No quiero precisamente matarlo, dices, sino condenarlo al destierro, a la deshonra, a la ruina». Antes perdono al que desea la muerte al enemigo que el destierro, porque esto es propio de ánimo no solamente malo, sino vil. Ora pienses en penas graves, ora en leves, considera cuán corto tiempo soportará él su dolor, y experimentarás tú culpable placer en el padecimiento ajeno. Exhalamos vida a la vez que respiramos. Mientras permanezcamos entre los hombres, respetemos la humanidad: no seamos para nadie causa de temor o de peligro: despreciemos las pérdidas, las injurias, las ofensas, las murmuraciones, y soportemos con magnanimidad pasajeros contratiempos. Al volver la cabeza, como suele decirse, encontramos la muerte.



XLIII. Cur non potius vitae pick sursum vestri, et fac tibi et aliis quiescit? Quid facio certus vos es non amor et desiderium tuum post te esse moriturum? Cur opus tibi in peccatum superbiae, qua? Quid vobis aliud latratu diligenter vos vires post tergum, et quod vile, atque Genesin, suus 'molestus sis praelatis? Quare servus tuus contra exasperentur, adversus Dominum vestrum, in vestra employer adversus clientem tuum? Patientes estote ad momentum, hic mortuus est, et omnes hoc faciunt. Saepe nos fun mane spectacula harena leones et tauri cum certamen alligatum simul desgárrense invicem exspectantes, et sunt hasta.Idem facimus, quia cruciantur string nostra participat, cum comminatione ut winners losers et forte in primo mane. Melius est quiescere et expendendo quae remanserunt in diebus pacis, unum corpus looking odio. Quam querelam super screams circa ardentis, et coram bestia, et latro viatori separavit. Impossibile est ut pugnet malus puer, timore superioribus dominatur.Quid facturi sumus cum armis et insidiis? An furore tuo maius aliquid defuit hostis quam mors?eros elit, morietur, fac velle, quid fieri velit perdas tua. "Et non occident eum, dicis, sed damnati exsilio, ad ignominiam et ruinam." Ante mortem exiliumque hostes vis dimittere, eo quod proprium est animum non solum malos, sed vile. Cogitate, quaeso poenis severissimis, aliquando minor, de quo breviter vult sustinere dolorem, te usu in nequissima voluptate passio aliorum. Dum spiro spiramus. Dum inter homines manere, quantum ad humanitatem: non propter aliquem timorem seu periculum: negligeret damna, detrimenta delicta detractio, et viatores setbacks animo ferre. Conversi capite, ut aiunt, in mortem.

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