domingo, 27 de noviembre de 2011

Si, Salomón le dijo a ella, la Amada...



Alguna vez alguien me conto que estando la Reina de Saba, lugar africano, grande y poderoso, hay quien dice que es Etiopia y por eso Haile Selassie decía ser El León de Israel, por que se imagino entre sus principales ascendentes a esta enigmática mujer y a Salmon, a mi me gusta pensar en ese amor, tan humano, tal lúdico y lleno de deseos, tan dulce y tierno por eso, hoy transcribo la parte que a mí más me gusta, de El Cantar de los Cantares, que consta de un prólogo, cinco poemas y dos apéndices, esperando que ustedes, los amorosos lo lean y así los amantes se digan amada y amado, se sientan, se gocen, se compartan.

Hay por cierto, quien desea verlo como algo escrito presagiando la llegada de Cristo, en todo caso, el misticismo a mi gusto, sería como ese que rodeo la poesía española del renacimiento y barroco con San Juan de Dios, Santa Teresa de Ávila y demás, poemas llenos de éxtasis, de anhelo, de deseo, de placer.

Alejandro.



El Cantar de los Cantares

CAPÍTULO 6
El feliz encuentro con el Amado
Coro
6:1 ¿Adónde se ha ido tu amado, tú, la más hermosa de las mujeres?
¿Adónde se dirigió tu amado,
para que lo busquemos contigo?

La Amada

6:2 Mi amado ha bajado a su jardín,
a los canteros perfumados,
para apacentar su rebaño en los jardines,
para recoger lirios.
6:3 ¡Mi amado es para mí,
y yo soy para mi amado,
que apacienta su rebaño entre los lirios!
El encanto incomparable de la Amada


CAPÍTULO 7

El Amado

¿Por qué miran a la Sulamita,
bailando entre dos coros?
7:2 ¡Qué bellos son tus pies en las sandalias,
hija de príncipe!
Las curvas de tus caderas son como collares,
obra de las manos de un orfebre.
7:3 Tu ombligo es un cántaro,
donde no falta el vino aromático.
Tu vientre, un haz de trigo, bordeado de lirios.
7:4 Tus pechos son como dos ciervos jóvenes,
mellizos de una gacela.
7:5 Tu cuello es como una torre
de marfil.
Tus ojos, como las piscinas de Jesbón,
junto a la puerta Mayor.
Tu nariz es como la Torre del Líbano,
centinela que mira hacia Damasco.
7:6 Tu cabeza se yergue como el Carmelo,
tu cabellera es como la púrpura:
¡un rey está prendado de esas trenzas!
7:7 ¡Qué hermosa eres, qué encantadora,
mi amor y mi delicia!
7:8 Tu talle se parece a la palmera,
tus pechos a sus racimos.
7:9 Yo dije: Subiré a la palmera,
y recogeré sus frutos.
¡Que tus pechos sean como racimos de uva,
tu aliento como aroma de manzanas,
7:10 y tu paladar como un vino delicioso,
que corre suavemente hacia el amado,
fluyendo entre los labios y los dientes!
El amor plenamente compartido


La Amada

7:11 Yo soy para mi amado,
y él se siente atraído hacia mí.
Invitación al encuentro amoroso
7:12 ¡Ven, amado mío,
salgamos al campo!
Pasaremos la noche en los poblados;
7:13 de madrugada iremos a las viñas,
veremos si brotan las cepas,
si se abren las flores,
si florecen las granadas...
Allí te entregaré mi amor.
7:14 Las mandrágoras exhalan su perfume,
los mejores frutos están a nuestro alcance:
los nuevos y los añejos, amado mío,
los he guardado para ti.


CAPÍTULO 8

8:1 ¡Ah, si tú fueras mi hermano, criado en los pechos de mi madre!
Al encontrarte por la calle podría besarte,
sin que la gente me despreciara.
8:2 Yo te llevaría a la casa de mi madre,
te haría entrar en ella,
y tú me enseñarías...
Te daría de beber, vino aromatizado
y el jugo de mis granadas.
La apacible unión de los enamorados
8:3 Su izquierda sostiene mi cabeza
y con su derecha me abraza.


El Amado

8:4 Júrenme, hijas de Jerusalén,
que no despertarán,
ni desvelarán a mi amor,
hasta que ella quiera.
La posesión total


Coro

8:5 ¿Quién es esa que sube del desierto,
reclinada sobre su amado?


El Amado

Te desperté debajo del manzano,
allí donde tu madre te dio a luz,
donde te dio a luz la que te engendró.


La Amada

6 Grábame como un sello sobre tu corazón,
como un sello sobre tu brazo,
porque el Amor es fuerte como la Muerte,
inflexibles como el Abismo son los celos.
Sus flechas son flechas de fuego,
sus llamas, llamas del Señor.
8:7 Las aguas torrenciales no pueden apagar el amor,
ni los ríos anegarlo.
Si alguien ofreciera toda su fortuna
a cambio del amor,
tan sólo conseguiría desprecio
.

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