Sabes,
nosotros, los que caminamos erguidos y nos sostenemos sobre dos pies tenemos
dos corazones, esto lo sé porque hace mucho tiempo un viejo me conto lo que su
padre y el padre de su padre y así sucesivamente le dijeron, que hace años,
tantos como tiene el tiempo mismo, cuando el Dador de la Vida, el Corazón del
Cielo nos creo, en el momento en el que hacia la pasta de maíz y de barro,
mientras le daba forma, soltó una lágrima y con ella nos formo, por eso
sentimos y después, abrió su pecho y tomo una pequeña, una diminuta parte de su
corazón y lo coloco justo debajo del otro.
Porque
Él pensó, que tendríamos un corazón con venas y cavidades para que por el
pasara la sangre, pero nos dio otro, uno pequeño, para que nos hablara.
Por
eso te digo estas palabras que ese viejo me dijo, lo hizo mientras caminábamos con
los pies descalzos, para sentir la tierra y cubrirnos de polvo, así andamos entre
la milpa, mirábamos los frijoles creciendo entreverados, sujetándose a las
cañas del maíz, como dedos que quieren alcanzar las mazorcas.
Cuando
caminas así, debes hacerlo suavemente para no pisar muy fuerte y molestar las raíces
del maíz y del frijol, de cada fruto de la tierra, así ellas descansan y debes
hacerlo con cuidado, agradeciendo al Dador de la Vida, al Corazón del Cielo que
te haya hecho de barro y de Maíz, de tierra, por eso ella nos sostiene, nos
cuida, porque estamos hechos de lo mismo.
El
viejo, cuya cara era como la parcela, llena de surcos, de tantas cosechas, de
tantas sequias, de tiempos buenos y malos, las manos fuertes, arrugadas como si
estuvieran barbechadas para poder hacer crecer algo nuevamente, sus ojos,
oscuros, mirando fijamente, como sabiendo lo que vendría, mirando cada planta,
cada árbol, cada hormiga, como si fuesen su familia.
Ese
viejo me dijo que por eso tenemos dos corazones, uno para que nos de vida y se
llene de sangre, pero el otro, ese otro es para que e el guardemos los
secretos, lo más importante, ese corazón sufre y se alegra, ese corazón nos
habla y nos da consejos, porque es sabio, es parte del corazón del Dador de la
Vida, del Corazón del Cielo, por eso debemos aprender a escucharlo, a hablar
con el, debemos limpiar nuestros oídos y no permitir que nada entre en ellos
cuando ese pequeño corazón habla por que lo hace suave, despacio, muy bajito,
solo para nuestros oídos, porque sabes, así habla Dios, suave, despacio, muy,
muy bajito.
Después
de eso, se acomodo el sombrero, se puso sus huaraches, encendió un cigarro,
miro hacia todos lados, me miro, fumo despacio y mientras soltaba el humo
echamos a andar con la esperanza bajo el brazo.
Alejandro.
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